"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO
(Con anotaciones de Fr. Luis de Granada)
Escalón trece, de la accidia o pereza.
Uno de los ramos que nacen de la locuacidad y mucho hablar, es la accidia o pereza, como arriba dijimos. Y por esto convenientemente se le da este lugar en esta cadena espiritual.
Accidia es relajación del animo, muerte del espíritu, menosprecio de la vida monástica, odio de la propia profesión, Esta hace a los seglares bienaventurados, y para Dios áspero y riguroso. Para el cantar de los salmos está flaca, para la oración enferma, para el servicio de casa como de hierro, para la obra de manos diligente, y para la obediencia pesada.
El varón sujeto y obediente está lejos de la pereza, y con el ejercicio de las cosas sensibles aprovecha en las inteligibles. La vida monástica resiste a la pereza: lo cual por otra parte es tan perpetua compañera del Monje solitario, que hasta la muerte no le dejará, y todos los días que viviere le combatirá. Pasando la acidia par de la celda del solitario se sonrió y llegándose a las puertas de ella determinó hacer ahí su morada. Por la mañana en amaneciendo visita el Medico los enfermos; mas la pereza visita los Monjes al medio día.
Esta nos encomienda el recibimiento de los huéspedes, y nos incita a que hagamos limosna del trabajo de nuestras manos. Amonéstanos también visitar los enfermos alegremente, alegándonos para esto aquel dicho del Evangelio[104]: Enfermo estaba y vinisteis a mí. Dícenos que vamos a consolar los tristes y pusilánimes: y siendo ella pusilánime, nos aconseja que vamos a esforzar los que lo son. Estando en la oración nos trae a la memoria alguna cosa que nos conviene hacer; y careciendo ella de toda razón, no hay cosa que no haga por tirarnos de allí con cuerdas de razón. Todas estas obras nos aconseja, no con espíritu de caridad ni de virtud, sino para que so color de bien nos aparte de los espirituales ejercicios, por el gran trabajo y desabrimiento que recibe en ellos.
Tres horas al día acarrea este espíritu de accidia calentura y dolor de cabeza, y otros semejantes accidentes; mas cuando se llega la hora de nona, puesta ya la mesa, resucita un poco, y salta de su lugar: y cuando vuelve el tiempo de la oración, torna a enflaquecerse y sentir pesadumbre. A los que están en la oración fatiga con sueño, y con importunos bostezos les quita el verso de la boca. Los otros vicios y perturbaciones cada uno se vence con su virtud contraria: mas la accidia es muerte perpetua de toda la vida religiosa. El alma varonil y robusta levanta y resucita el espíritu muerto y caído: mas la accidia y la flojedad todas las riquezas de las virtudes destruye en un punto; pues a todos los buenos ejercicios cierra la puerta.
Como sea este uno de los siete vicios capitales, conviene que tratemos de él de manera que de todos los otros, añadiendo mas lo que ahora diré. Cuando no se llega la hora de cantar los salmos, no parece la accidia; mas al tiempo del oficio divino luego abre los ojos y resucita. En el tiempo que nos combate la accidia, entonces se descubre cuales sean aquellos caballeros esforzados que arrebatan el Reino de los cielos[105]; y apenas hay cosa que tanta materia de coronas dé al Monje. Si consideras atentamente, hallarás que este vicio cansa a los que están en pie cantando los salmos; y á los que están asentados hace que se recuesten sobre la pared, porque estén mas á su placer. Convídanos a salir de la celda, y hacer ruido o estruendo con los pie, por no poder tener el cuerpo quieto. El principal remedio contra este mal es el llanto; porque el que llora a sí mismo, no sabe qué cosa es acidia.
Atemos también este tirano con la memoria de los pecados, y azotémoslo con el trabajo de las manos, y llevémoslo arrastrando con el deseo y consideración de los bienes eternos; y estando en pie, sea por orden de juicio preguntando: Dinos, o remiso y disoluto tirano, quién es el padre que tan mal hijo engendró? quién son tus hijos? quién los que te combaten? y quién, finalmente el que te corta la cabeza? El entonces a estas preguntas responderá: Yo entre los verdaderos obedientes no tengo sobre que reclinar mi cabeza: mas moro en compañía de los que buscan la quietud de la soledad, sino viene con gran recato. Los padres que me engendraron y me dieron nombre son muchos: porque muchas veces la insensibilidad, y otras el olvido de las cosas celestiales, y otras también la demasía de los trabajos que me engendran. Mis hijos legítimos son la mudanza de los lugares que por mí se hace, la desobediencia del Padre espiritual, el olvido del juicio advenidero, y a veces también el desamparo de mi propia profesión, Mis contrarios que ahora me tienen presa son el oficio del cantar los salmos, y el trabajo de manos, y la memoria de la muerte; mas quien me corta la cabeza es la oración, acompañada con esperanza firmisima de los bienes advenideros. Mas quien sea el padre de la oración a ella lo preguntad en su lugar.
[104]Matt. 25
[105]Matt. 11
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