"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO
"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.
Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo
Vigésimo Segundo Escalón: del Orgullo.
1. El orgullo es una negación de Dios, una invención de los demonios, el desprecio de los hombres, la madre del enjuiciamiento al prójimo, el rechazo de las alabanzas, un indicio de esterilidad, el alejamiento de la ayuda divina, el precursor del desorden del espíritu, el agente de las caídas, una disposición a la epilepsia, la fuente de la cólera, la entrada a la hipocresía, el apoyo de los demonios, el guardián de los pecados, el agente de la ausencia de misericordia, la ignorancia de la compasión, un inquisidor amargo, un juez inhumano, un adversario de Dios, la raíz de la blasfemia.
2. El comienzo del orgullo es la vanagloria consumada; su estado intermedio es el desprecio por el prójimo, la impúdica ostentación de sus propios trabajos, la complacencia en la alabanzas, el odio a los reproches; y la consumación es el renunciamiento a la ayuda divina, la exaltación de sus' propios esfuerzos. Todas ellas son costumbres diabólicas.
3. Los que no queremos caer en esta fosa, escuchemos esto: a menudo, esta pasión encuentra su alimento en la acción de gracias, pues desde el principio posee la desvergüenza de aconsejarnos negar a Dios. Vi personas que, con la boca, daban gracias a Dios, pero interiormente se glorificaban a sí mismas. Tenemos un testimonio de ello en el fariseo que decía solamente con palabras: "Oh Dios, te doy gracias" (Lc 18:11).
4. Allí donde sobrevino una caída, el orgullo ya se había dirigido, pues uno es índice del otro.
5. Un hombre venerable me dijo: "Supongamos que existieran doce pasiones deshonrosas; si amas una de ellas — y me refiero al orgullo — deliberadamente, ocupará el lugar de las otras once."
6. El monje soberbio contradice con vehemencia; pero el humilde ni siquiera se opone con la mirada.
7. El ciprés no se inclina hacia el suelo para que sus ramas corran por él; el monje con el corazón soberbio no lo hace más para adquirir obediencia.
8. El hombre de corazón soberbio tiene sed de mando; de otra manera, en efecto, no puede, o mejor aún, no quiere, perderse a sí mismo enteramente.
9. "Dios resiste a los orgullosos" (St 4:6), ¿Quién, pues, podría tenerles piedad? "Yahvé abomina al de corazón altivo" (Pr 16:5). ¿Quién podría volver puro a un hombre semejante?
10. Lo que corrige a los orgullosos es la caída; quien los aguijonea es un demonio; el efecto de esa actitud hacia Dios es el desorden espiritual. En los dos primeros casos, a menudo el hombre puede ser curado por hombres; pero el último es humanamente incurable.
11. Aquel que rechaza la reprimenda manifiesta su pasión; quien la acepta se libera de esa atadura.
12. Si esta única pasión, sin el concurso de ninguna otra, pudo hacer caer del cielo, podemos preguntarnos si no sería posible ascender al cielo, por medio de la humildad solamente, sin la ayuda de ninguna otra virtud.
13. El orgullo es la pérdida de todas nuestras riquezas y de todos nuestros afanes. "Claman, mas no hay salvador" (Sal 17:42), sin ninguna duda porque lo hicieron con orgullo. "Se volvieron hacia el Señor, pero él no los escuchó" (íbid.), seguramente porque no cortan de raíz las faltas contra las cuales imploran auxilio.
14. Un anciano dotado de un gran conocimiento espiritual reprendió a un hermano orgulloso; pero éste, en su ceguera, le respondió: "Perdóname, Padre, no soy orgulloso." El tan sabio anciano le dijo: "¿Qué mejor indicio de esta pasión podías darnos mi pequeño, que responder: "No soy orgulloso'?"
15. A tales hombres conviene enteramente la práctica de la sumisión, una vida más rigurosa y más humillante y la lectura de tratados de virtud sobrenatural de los Padres. Pero, incluso entonces, sólo existirá una pequeña esperanza de salvación para esos enfermos.
16. Es ridículo enorgullecerse de un adorno prestado; pero la locura máxima es hacer ostentación de los dones de Dios. ¡Enorgullécete solamente de las ventajas que poseías antes de nacer! Pero todo aquello que te acaeció después de tu nacimiento, incluso tu mismo nacimiento, te lo ha dado Dios. Solamente te pertenecen las virtudes que alcanzaste sin la ayuda de tu intelecto. Pero tu intelecto te lo ha dado Dios. Todas las victorias que ganaste sin la cooperación de tu cuerpo, solamente ésas son el resultado de tus esfuerzos. Pero tu propio cuerpo es obra de Dios y no tuya.
17. No estés tranquilo antes de haber recibido tu sentencia, pensando en el invitado que ha entrado ya en la sala de bodas, y échalo a las tinieblas exteriores, atado de pies y manos (cf. Mt 22:13).
18. ¡No levantes altivo la cabeza, tú que eres tierra! Pues muchos que eran santos e inmateriales fueron expulsados del cielo.
19. Cuando el demonio ocupa su lugar en aquellos que trabajan para sí, se les aparece tanto durante el sueño, como cuando están despiertos, bajo la apariencia de un ángel santo o de algún mártir y les revela misterios o los gratifica con carismas para que estos desdichados, seducidos de esta manera, pierdan completamente la razón.
20. Incluso si miles de personas murieran por Cristo, no podríamos pagar toda nuestra deuda. Pues una es la sangre de El y otra la sangre de los servidores; quiero decir en cuanto a la dignidad, no en cuanto a la sustancia.
21 Constantemente debemos escrutar y examinar la vida de los Padres, esos iluminados que nos precedieron; y descubriremos que no seguimos de ninguna manera las huellas de su manera de vivir tan rigurosa, y que no mantuvimos con santidad la profesión monástica, sino que continuarnos llevando una vida completamente mundana.
El monje verdadero es un ojo interior al que nada distrae, cuyos sentidos corporales están inmóviles.
El monje es quien llama a sus enemigos al combate como bestias salvajes y quien los provoca cuando huyen.
El monje es quien se encuentra continuamente fuera de sí mismo y se entristece por permanecer en la vida.
Para el monje, las virtudes llegan a ser tan naturales como para otro los placeres.
Al monje, una luz indefectible le ilumina el ojo del corazón.
El monje es quien sumergió y ahogó cualquier espíritu malvado en el abismo de la humildad.
22. Olvidar nuestras faltas es obra del orgullo; en efecto, su recuerdo procura humildad.
23. El orgullo es una pobreza extrema del alma que imagina que es rica y toma las tinieblas por luz. Esta pasión impura no sólo traba cualquier progreso, sino incluso nos precipita desde las alturas de la virtud.
24. El orgulloso es una granada que está podrida en su interior, aunque reluce exteriormente de belleza.
25. El monje orgulloso no necesita del demonio; él ha llegado a ser para sí mismo un demonio y un enemigo.
26. Las tinieblas no son compatibles con la luz y el orgullo no puede conciliarse con las virtudes.
27. En el corazón de los orgullosos germinan palabras de blasfemia, pero en el alma de los humildes se alzan contemplaciones celestiales.
28. El ladrón se oculta del sol y el orgulloso desprecia a los mansos.
29. La mayor parte de los orgullosos, y no sé cómo se hace esto, se ignoran a sí mismos y creen que han llegado a ser impasibles; sólo a la hora de la muerte descubren su pobreza.
30. Quien ha sido capturado por el orgullo necesita ayuda de Dios, pues "vano es el socorro del hombre" (Sal 107:13).
31. Sorprendí a ese seductor insensato, cuando acababa de penetrar en mi corazón, llevado sobre la espalda de su madre, la vanagloria. Luego de haberlos encadenado con las ataduras de la obediencia y flagelado con el látigo de la humildad, les pregunté cómo habían penetrado en mí. Por medio del látigo obtuve de ellos esta respuesta: "No tenemos ni comienzo ni nacimiento; somos, efectivamente, el principio y la generación de todas las pasiones. La contrición del corazón, fruto de la obediencia, es nuestro enemigo declarado; no podemos soportar que alguien, no importa quién, nos dé órdenes; por eso, caímos del cielo aunque ejercíamos nuestra autoridad en él.
En una palabra, somos los creadores de todo lo que se opone a la humildad; pues todo lo que la favorece a ella está en contra de nosotros. Si incluso en el cielo teníamos tanto poder, ¿a dónde podrías huir de nuestra presencia? Acompañamos a menudo, en los que están humillados, la obediencia, la ausencia de cólera, la mansedumbre y el servicio al prójimo. Nuestros vástagos son los pecados de los hombres espirituales: la cólera, la maledicencia, la acritud, el rencor, la irascibilidad, los gritos, las blasfemias, la hipocresía, el odio, la envidia, el hábito de manejarse a sí mismo, la contradicción, la desobediencia.
Sólo existe una cosa contra la cual no podemos emprender nada y te la decimos, presionados por tus golpes: si no cesas de reprenderte sinceramente ante el Señor, nos encontrarás tan débiles como una tela de araña. Pues, tú lo ves, el caballo del orgullo es la vanagloria; está montado sobre ella. Pero la santa humildad y la reprobación de sí mismo se burlan tanto del caballo como del jinete, cantando alegremente el himno de la victoria: 'Canto a Yahvé pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carro' (Ex 15, 1), en el abismo de la humildad."
Quien supere, si es posible superarlo, el vigésimo segundo escalón estará lleno de fuerza.
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