EL ENEMIGO CON EL QUE HAY QUE ENFRENTARSE
Yo Verbo eterno de Dios, Palabra del Padre, he hablado a los hombres, he anunciado la verdad.
La verdad irradia luz y habla necesidad de luz porque las sombras de la muerte habían bajado sobre la humanidad culpable, envolviéndola y aprisionándola como en una mordaza tremenda y venenosa.
La lucha ha tenido inicio pronto. Es la lucha entre luz y tinieblas entre verdad y mentira, entre vida y muerte. Los primeros padres culpables, corren a ocultarse entre la espesura de la vegetación, tienen miedo, sienten la necesidad de cubrirse, tienen verguenza, advierten los primeros efectos de su culpa.
Pero Yo, Palabra de Dios, Luz del mundo, irradié verdad y luz sobre los progenitores envueltos en tinieblas de muerte, y obtenida su confesión, anuncié la victoria por medio de María: "Has insidiado a la mujer, la mujer te aplastará la cabeza, te arrastrarás sobre la tierra, morderás el polvo y serás maldita entre los animales que pueblan la tierra".
He aquí la guerra en el mundo, he aquí el inicio del duelo sin descanso ni tregua que tendrá su epílogo al final de los tiempos con el Juicio Universal. Aquel será el gran día que consagrará con el sello divino la gran victoria de Mí. Palabra de Dios y Luz del mundo, sobre la mentira.
Vosotros, hijos míos, desde la creación y caída del hombre hasta hoy, no habéis comprendido aún que toda la historia de la humanidad se centra en esta guerra. He dicho toda la historia de la humanidad. Todos los esfuerzos de las tenebrosas potencias del mal consisten concretamente en esto: desviar del espíritu humano la real visión de esta lucha dramática lucha sin tregua entre Mí, Palabra de Dios hecha Carne, y Satanás con sus legiones.
Toda la historia del Misterio de la Salvación se emperna aquí. La historia del Cuerpo Místico se centra aquí. La historia de la humanidad tiene aquí su razón de ser. Pero ¡que todo esto no sea comprendido por muchos Obispos y por muchos, muchos sacerdotes es paradójico!
He aquí porqué hemos llegado a esta catastrófica situación. Si los que debieran vigilar no conocen el peligro del que cuidarse ¿a qué cosa se reduce su vigilancia? Si los que deben combatir no usan las armas adecuadas para vencer están destinados a la derrota. Así fue al principio. Adan y Eva tenían fuerza y poder en abundancia para vencer la trampa del enemigo, pero eran inexpertos en el modo de defenderse contra el ardid de la mentira, que ellos no conocían.
NO PODÉIS IGNORAR
Mucho más
grave es para vosotros que no podéis ignorar, después de siglos y siglos de
esta lucha, de qué carácter es el enemigo al que debéis enfrentaros. Adán y Eva
buscaron una justificación a su culpa, la achacaron al tentador tratando
después de haber pecado, de descargar la culpa sobre el adversario.
Así harán
muchos obispos y muchos sacerdotes en su vana tentativa de alejar de ellos la
responsabilidad. Han tenido y tienen miedo de tomar su responsabilidad. Motivos
de prestigio personal les ha hecho ceder al Enemigo, y esto infinidad de veces;
primero el prestigio personal, primero la dignidad…
Hechos
globos suspendidos en el aire en nombre del prestigio han venido a menos en sus
compromisos que debían tener el primer puesto. Han cedido
al respeto humano y a otras mezquindades indignas de un pastor de almas. ¡Han
sido los primeros en no usar las armas apropiadas! Humildad, pobreza,
sufrimiento, oración… ¿Cómo podrían usarlas los otros? Dirán que han rezado. Pero la oración debía
tener el primer lugar y el mayor tiempo, en realidad ha sido relegada al último
puesto.
He invitado
a sacerdotes y obispos a una confrontación, háganlo antes de que sea demasiado
tarde, una confrontación entre su vida y mi vida en la tierra, entre el camino
recorrido por ellos y mi camino. Ahí
podrán ver sin peligro de engañarse, la realidad. Si en verdad tuvieran el
valor, debería salir de esta leal comparación todo el pus que tienen dentro.
¿No valen
los ejemplos de los grandes obispos? ¿Y
para los sacerdotes el Santo Cura de Ars no dice nada? Negado y despreciado pasaba horas y horas
orando, pero la Gracia divina en él era tal que convertía hasta las piedras.
No debéis
vosotros adaptaros a os tiempos, sino que los tiempos deben adaptarse a
vosotros. ¡Qué responsabilidad el haber abdicado de la lucha! Si vosotros sois obispos y sacerdotes, lo
sois en virtud de esta lucha. Sin esta lucha no tendrías razón de ser. Y muchos
lo ignoran.
Hijo, te
bendigo, no temas, mírame y ¡adelante en tu camino hasta el gran encuentro!
Entonces las espinas se convertirán en rosas maravillosas desconocidas en la
tierra del exilio.
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