FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

NATURALEZA Y ALCANCE DEL EXORCISMO CATÓLICO


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Padre Carlos Spahn sacerdote exorcista


Por R.P. Raúl Sánchez Abelenda.

1. NOMBRE Y NOCIÓN 

1.1. Inútil es buscarlos fuera del vocabulario y usos cristianos. Los exorcismos designan el medio, el procedimiento empleado para alejar la presencia real o presunta del demonio, a fin de desalojarlo de un lugar, de un objeto, de un cuerpo, sobre todo de un cuerpo humano, que él ocupa, posee —de ahí "posesos"—, infecta u obsesiona.

El término se remite etimológicamente a "exorkismós" , extraño a la grecidad clásica y que por su valor específico y sentido semántico y técnico pertenece, en sí mismo y en sus derivados, al lenguaje eclesiástico. Pero ya "orkós" (juramento, testigo del juramento), "orkízo" (hacer jurar, tomar por testigo un juramento) y "exorkízo" (conjurar, exorcizar) son vocablos que orientan el sentido.

Dos veces emplea este verbo la versión de los LXX, en el sentido de hacer prestar juramento (Génesis, 24, 3) y de abjurar, apelar a la conciencia, al deber (III Reyes, 22, 16), con sus paralelos neotestamentarios San Mateo 26, 63 ("Te abjuro en nombre del Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, Hijo de Dios") y Hechos 19, 13 ("ciertos judíos exorcistas giraban de una parte a otra invocando sobre los endemoniados el nombre del Señor Jesús..."). 

1.2. Propiamente hablando, el exorcismo es una abjuración al demonio para obligarlo a evacuar un lugar, a abandonar una situación, a dejar en libertad una persona que tiene, más o menos, en su poder. La abjuración se hace ya bajo la forma de una orden intimada directamente al demonio pero en nombre de Dios o de jesucristo, ya de una invocación o de una súplica dirigida a Dios y a Nuestro Señor Jesucristo para conseguir que ellos den la orden de expulsión o que aseguren su ejecución. Esto exige en el cristiano la creencia en el soberano poder de Dios sobre los demonios; es su aplicación práctica. Por esto el exorcismo constituye un acto insigne de fe y de religión. 

1.3. De una manera más general y simplemente como abjuración o conjuro de los demonios y como oración o ceremonia preservativa o defensiva de ellos, ya se encuentra su uso en el judaísmo y en diferentes formas de paganismo moderno y antiguo, mezclado aquí con toda suerte de aberraciones y abusos supersticiosos. Esto no debe extrañarnos, pues aún bajo sus deformaciones manifiesta la creencia y vida religiosa. Y si la malicia, sutilidad curiosa y pereza humanas abusan de un principio, de una costumbre, de una institución, ésto no es razón para que se incrimine o rechace la institución misma, la costumbre o el principio.


2. HISTORIA

2.1. Hemos aludido al ámbito extracristiano. Interesa el ministerio de Nuestro Señor Jesucristo y los Apóstoles. Lugar muy importante tienen los exorcismos durante la vida pública del Salvador, según los refieren los Evangelios (San Marcos, 1, 32 ss., 39; San Mateo, 4, 23 ss.; San Lucas, 7, 21; 8, 2; 13, 22: "He aquí que yo echo a los demonios y curo a los enfermos") y la afir­mación de San Pedro: "Pasó haciendo el bien y curando a todos los que estaban bajo el poder del diablo" (Hechos, 10, 38).

Siete casos especiales narran los evangelistas sinópticos; pero no se tra­ta de acumular citas. Cristo se dirige a los demonios en forma imperativa, con magisterio y como Dios. Laconismo absoluto y autoritario, sin réplicas y sin resistencia del demonio; incluso a distancia. Y cuando suplican intro­ducirse en animales es porque nada pueden sin su permiso. Confiesan su divinidad. Y Cristo refuta la injuria de echar al demonio por su poder: "Si Satán combate a Satán, ¿cómo subsiste su reino? " (San Mateo, 12, 26). El uso de los exorcismos es prueba de su misión divina, incluso si los hacen otros en su nombre. Y al asociarlos a los Apóstoles a su misión divina los asocia a su poder taumatúrgico (San Marcos, 16, 17 ss.), poder comunicado tam­bién a los setenta y dos discípulos (San Lucas, 10, 17): "Los mismos demonios se nos sometían en vuestro nombre" (San Lucas, 18, 20). Poder que con otros carismas no son un mérito del que los emplea y poder en su eficiencia, ade­más, condicionado. Exige una fe viva (San Lucas, 9, 37-44; San Marcos, 9, 13-28; San Mateo, 17, 24 ss.) y la expulsión de algunos demonios requieren ayuno y oración (San Mateo, 17, 19 ss.). El exorcismo en nombre de Jesús no es fatalmente eficaz ni mágico o automático (como el uso judío); debe ser acompañado con virtudes y actos morales particularmente antipáticos a los demonios. 

2.2. La Iglesia primitiva recoge y aplica las directivas de su Fundador. La realidad eficiente del exorcismo fue utilizada por los apologistas en fa­vor de la divinidad del cristianismo (Tertuliano, Apol. 23; Minucio Félix, Oct. 27). San Cipriano y Lactancio testimonian el temor de los cristianos en los demonios. San Hilario de Poitiers señala la Imposición de las manos co­mo parte del rito, en cambio San Martín de Tours usaba el cilicio y la ora­ción; San Eufrasio los signos de la Cruz y Orígenes afirma que no se nece­sita sabiduría sino fe. San Atanasio rechaza la retórica que provoca risas en los demonios, pero que no pueden soportar la Sagrada Escritura. Y Grego­rio de Nisa exige la oración y la imposición de las manos y rechazo de to­da simonía. Quien más ha hablado de exorcismos es San Cirilo de Jerusa­lén, exigiendo orden y decencia y aludiendo al óleo exorcizado. "Ad litte­ram" refiere los exorcismos del milenario rito bautismal.


3. DISCIPLINA Y DOCTRINA DE LA IGLESIA

3.1. Jamás la Iglesia ha abandonado la práctica del exorcismo, aún en su sentido pleno y primitivo, es decir, los ritos destinados a expulsar al demo­nio de las personas, lugares u objetos cuya presencia e influencia se manifiestan sensiblemente. Podemos remitirnos al Código de Derecho Canónico (cánones 1151-1153; cfr. los comentarios respectivos de la B.A.C., Madrid, 1952, pág. 431 s.) y a la meridiana explicación de Santo Tomás de Aquino en su " Suma Teológica " (IIª IIae, 90, 2).

3.2. Exorcismo de los posesos. Cabe señalar que no debe sobreestimar-se ni subestimarse la naturaleza y eficiencia real del exorcismo; en última instancia, la fe católica nos ancla en Dios con plena seguridad y confianza. De ahí que deban agotarse todas las tentativas naturales para que no se confundan los casos de cercanía y/o posesión diabólicas con cuadros psi­cóticos, orgánicos, etc., aún cuando presenten fenómenos de levitación, preanunciaciones, xenoglosia, etc.; no se descartan, por ende, sintomatolo­gías coincidentes. Cualquiera sea el caso de posesión, jamás el demonio puede llegar a ejercer domino directo sobre el alma del endemoniado; esto es propiedad exclusiva del Creador. Por otra parte, es doctrina tradicional, ya expresada por San Atanasio y San Hilario, que con la difusión del cris­tianismo disminuye el caso de posesión, pero recrudece cuando se debilita la influencia de la Iglesia; baste recordar la época renacentista con su auge de prácticas supersticiosas, hasta de idolatría demoníaca, o cuando se pro­fanan los lugares santos, aún cuando alternan cosas sagradas y profanas. De ahí la circunspección prudentísima de la Iglesia, con sus reglas extrema­damente precisas, para evitar que cualquier precipitación no torne incon­venientes y despreciables la naturaleza y finalidad del exorcismo; actitud que reviste una gravedad excepcional en nuestra época confundida y es­céptica. En relación con los malos espíritus deben salvaguardarse los dere­chos soberanos de Dios y la dignidad humana, para que ninguna forma de conjuro degenere en práctica supersticiosa y mágica, de procedimientos mecánicos y casi como homenaje al demonio (cfr. Santo Tomás, op. cit.).

3.3. Los exorcismos son sacramentales. Éstos —sabemos— son las co­sas, en sentido restringido, o acciones de las que suele servirse la Iglesia pa­ra conseguir por su impetración efectos principalmente espirituales (cfr. canon 1144 del Código de Derecho Canónico). La Iglesia tiene la plena potestad sobre los sacramentales que son de institución eclesiástica, pero vinculados mediatamente al poder santificador de su Fundador, autor de los sacra­mentos. Los hay en un sentido amplio y estricto; a este género pertenecen los exorcismos públicos, tanto solemnes como simples (cfr. los menciona dos comentarios del Código de Derecho Canónico). Por ser sacramental el exorcismo ejerce un influjo no físico sino moral, y en rigor no tiene en cuen­ta principalmente la santidad del exorcista. Su eficiencia no es incondicio­nada ni infalible, pero sí independiente de los méritos del ministro, a quien, empero, la Iglesia le exige condiciones especiales, ante todo, la licencia ex­plícita para cada caso. La eficacia del exorcismo proviene de la victoria de Cristo Redentor sobre el reino diabólico. En efecto, los demonios sienten naturalmente horror hacia los misterios de la fe, por los que se conocen vencidos; de ahí que huyan y se atormenten ante el signo de la Cruz o el nombre de Jesús. La Iglesia con su oración, impetra a Cristo, su Esposo, la fuga de los demonios. Y goza de un poder especial para imperar sobre los demonios (cfr. " Suma Teológica", III ª , 71, 3;118 Ir, 90, 2). En todos los casos, sin embargo, Dios tiene razones para que no se logre dicha fuga; no puede negarse la relación entre las cualidades morales del exorcista y del pacien­te. De ahí, que la Iglesia insista en la conducta irreprochable del exorcista.

3.4. Exorcismos preparatorios del Bautismo. Son exorcismos públicos simples, para los que no se requiere ninguna delegación especial de la au­toridad competente. Sin el bautismo, en cuanto tal, no producen un efecto diferente del bautismo mismo, aunque preparan la adquisición c la gracia con la plena remisión de los pecados —efecto formal del bautismo en cuan­to tal—, en cuanto apartan la influencia externa del demonio y sus esfuer­zos para oponerse a la salvación del bautizando y obstaculizar la liberación del reato de la culpa y de la pena (cfr. "Suma Teológica”, IIIª, 71, 3).

3.5. Exorcismos sobre cosas inanimadas. Su rito considera las vivien­das y otros objetos materiales. La Iglesia sabe que los demonios, en tanto que naturalezas inteligentes y superiores, tienen la capacidad natural de obrar en el mundo visible y de servirse de las fuerzas naturales para sus designios perversos. No obstante esta actividad, como todo accionar munda­no, está siempre subordinada a las reglas y límites impuestos por la Divina Providencia. Además, como consecuencia del pecado original, este poder natural de los espíritus malos tiene una extensión nueva. En consecuencia, lugares y cosas pueden estar sometidos, como las personas, a ciertas in-fluencias diabólicas especiales. Señálese, por ejemplo, un lugar sacro desa­cralizado. El exorcismo en estas eventualidades no es sino una oración o súplica dirigida a Dios, en nombre de la Iglesia —impetración sacramen­tal—, para que se digne rechazar o frenar dichas influencias; oración que implica la fe en la omnipotencia divina y la esperanza y confianza filial en su misericordiosa bondad. Así la Iglesia bendice bajo forma de exorcismos, la sal, el agua, el aceite., que a su vez sirven para la bendición y consagra­ción, sobre todo solemne, de otros objetos o lugares destinados al culto público o privado (templos, altares, ornamentos y vasos sagrados, campanas, etc.). El agua bendita, de uso tan frecuente y popular entre los fieles, es una mezcla de agua y sal exorcizadas, a la que, gracias a las súplicas solemnes de la Iglesia, Dios les ha concedido una virtud de protección especial con­tra los espíritus infernales.


4. CONCLUSIÓN

Cabe señalar, en primer término, el carácter eminentemente religioso y moral del exorcismo. Tal como ha sido recibido y practicado en la Iglesia Católica, el exorcismo es una consecuencia natural, lógica, de la creencia en las posesiones diabólicas. Su aplicación directa a personas y a cosas, está fundada inmediatamente en la promesa de Cristo (San Marcos, 16, 17) y en su ejemplo y el de los apóstoles y conforme a los principios y usos de toda la tradición cristiana. Pero también constituye un acto de religión en cuyo fondo un análisis atento descubre elementos esenciales de diversos actos virtuosos. Exorcizar, dentro de los límites y según las condiciones señala-das por la Iglesia, es dar testimonio de que se cree en la existencia de los ángeles, en la caída de una parte de ellos y en las consecuencias funestas del pecado; y sobre todo, en la omnipotencia y la misericordia divinas, de las que se espera protección y seguridad eficaces contra la influencia de los malos espíritus. Por cuanto los exorcismos constituyen fórmulas rituales imperativas o conminatorias contra los demonios —reclamos humillantes para ellos—, evitan, así, la apariencia de homenaje idólatra. La invocación de Dios o de Nuestro Señor Jesucristo, cuya eficiencia se espera —aunque condicionada a las diversas aptitudes morales del sujeto o del ministro—, el conjunto ritual, con sus órdenes, amenazas y reproches, no tiene nada de carácter mágico o supersticioso; por tanto, sin la mínima analogía con otras prácticas en diversos pueblos antiguos y modernos. No nos extrañen los abusos de algunas épocas; son cuestiones históricas. Pero "abusus non tollit usum". Se ha querido mostrar y esclarecer el principio y la naturaleza del exorcismo, comprobar su legitimidad y las sabias prescripciones que a este respecto tiene reglamentada la Iglesia. Reconocemos la actualización del tema, brindado en estos días por la prensa, a cuyo propósito, objetivamen­te, no nos corresponde opinar. Queremos subrayar que fuera del ámbito religioso este tema no tiene sentido, pero dejamos como punto final estos dos interrogantes: ¿Por qué tanto interés por este tema? Hacen pensar en las oleadas pendulares de la eterna problemática religiosa y la audacia de esta época fagocitadora, en cuanto extraña al espíritu de Cristo, de todo lo sagrado. En segundo lugar, ¿a qué se debe esta especie de dicotomía o dia­léctica entre un proceso aceleradamente tecnológico, característico de nues­tra época, y la "presencia" —sit venia verbi— demoníaca?

FUENTE: catolicosalerta.com.ar

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