La vocación al sacerdocio Dios nos la pide en la respuesta
nuestra: nuestro sí al sacerdocio. Hay varias formas de concretar esa vocación.
Tenemos la vocación a la vida sacerdotal en la diócesis. El
sacerdote diocesano permanece en su diócesis, cerca de su casa, de la casa de
sus padres o puede ser enviado dentro del mismo país manteniendo la misma
lengua. Puede ser retirado a otra diócesis o a alguna parroquia lejana.
Hay otras formas de concretar la formación sacerdotal y es a
través de la vida religiosa. La vida religiosa implica una perfección superior
a la vida sacerdotal diocesana. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que son mejores que los
diocesanos? De ninguna manera. Dios llama a la perfección, a la santidad en una
vida determinada. En este caso, sacerdote diocesano y también sacerdote religioso.
El sacerdote religioso hace tres votos: votos de pobreza,
votos de castidad y votos de obediencia. Estos también los hace de cierta forma
el sacerdote diocesano porque no lo hace bajo voto pero si lo hace bajo
promesa.
El voto más difícil de cumplir es el voto de obediencia
porque uno tiene que renunciar a su propio criterio, a sus propios pensamientos
– su propia forma de pensar. En definitiva renunciar a su propio yo para
adaptarse al pensamiento del superior ya sea el superior local, el superior de
la casa de la parroquia, el superior del monasterio, al superior que llamamos
provincial que es el superior de varios sacerdotes o el superior general que es
el superior de todos los sacerdotes de un instituto. A su vez el sacerdote
religioso tiene como misión todo el mundo y por lo tanto implica más renuncias
puede renunciar a la propia patria e irse a vivir a otro país.
…
Uno va haciendo ciertas renuncias y esas renuncias no es
algo negativo sino que esas renuncias enriquecen al sacerdote. Enriquecen también
a una religiosa o a una monja que se entrega
a Dios. ¿Por qué enriquece? Porque como dijo Jesucristo “Quién deje
padre, madre, hermanos, hacienda recibirá en esta vida el ciento por uno y en
la otra, la vida eterna”. Por lo tanto cada renuncia que uno hace a Dios cuesta
y duele. Cada una de esas renuncias Dios nos da cien veces más y por lo tanto
al darnos más hace que esas renuncias se conviertan en motivo de gozo, en
motivo de alegría, en motivo de mayor bendición.
Debemos entonces siempre recurrir a nuestra madre santísima
la Virgen María. Ella está siempre en nuestra vida, siempre nos acompaña,
debemos pedirle que nunca se aparte de nosotros y que nos conceda la gracia de
conocer de un modo más íntimo la vocación a la cual cada uno de nosotros fue
llamado.
Canal de Youtube: HMTelevision
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