¡Oh alma mía, qué felicidad la tuya! ¡Qué grandeza la tuya! Alimentada por un dios, saciada por la sangre de un dios!
"¡Le veremos! ¡Le veremos! ¡Oh hermanos míos! ¿Os habéis parado a pensarlo? ¡Veremos a Dios! ¡Veremos su inmensa bondad!, le veremos tal cual es..., cara a cara...! ¡Le veremos! ¡Le veremos!
El alma que reza poco es como esas aves de corral que, aunque tienen grandes alas, no saben volar.
El buen Dios lo sabe todo. Sabe de antemano que después de confesaros pecaréis de nuevo y, sin embargo, os perdona. ¡Qué amor el de nuestro Dios, que llega a olvidar voluntariamente el futuro para perdonarnos!
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