Mons. Francisco Arinze,
Arzobispo de Onitsha (Nigeria)
El celibato conviene al sacerdote por muchas razones. Además de las razones cristológicas, eclesiológicas y escatológicas, está la de la libertad de dedicarse totalmente al ministerio sacerdotal. Tal libertad sería imposible para un sacerdote casado. En muchos países es considerado uno de los más grandes carismas de la Iglesia católica. Para nuestro pueblo es una señal tan prominente de la excelencia y de la sobrenaturalidad del Evangelio, y es argumento tan fuerte en favor de la credibilidad de la Iglesia, que su cambio sería para nuestra joven Iglesia un daño de extrema gravedad. Laudablemente, la disciplina sacerdotal dura desde hace siglos en la Iglesia y con la gracia del Espíritu Santo -la cual no falta jamás- durará siempre.
Mons. Luis Eduardo Henríquez Jiménez,
Obispo titular de Lamdia, auxiliar de Caracas (Venezuela)
Armonía del celibato con el ministerio sacerdotal
Nuestra Conferencia cree también que este Sínodo debe reafirmar, no sólo disciplinariamente sino inclusive doctrinalmente, la ley del celibato. En efecto, son pocos los que lo rechazan como carisma y testimonio del reino futuro; sin embargo, muchos lo desean como opcional y lo rehúsan en cuanto ley de la Iglesia. Exaltan el carisma para destruir la ley. Por eso se hace necesario que el valor de esta ley eclesiástica, ley que tiene una tan larga tradición en la Iglesia latina, sea defendido y reforzado con motivaciones prácticas. Los argumentos los consignaré por escrito.
|No pocos piensan -con el apoyo de los medios de comunicación social- que sin el celibato desaparecería la crisis de los sacerdotes y se reduciría el problema de las vocaciones. Pero la cuestión del celibato no es sino el síntoma de un problema más profundo de identidad y de vitalidad del sacerdocio católico en una sociedad secularizada y materialista, en la cual todo se compra y todo se vende. Para que el problema de las vocaciones sea considerado con ánimo sereno, se necesita tener ante los ojos las confesiones protestantes, en las cuales todos los ministros son casados, y también la Iglesia ortodoxa, en la cual hombres casados son ordenados sacerdotes. También estas comunidades sufren escasez en el ámbito de las vocaciones.
Cardenal Karol Wojtyla,
Arzobispo de Cracovia (Polonia)
La vocación de seguir más perfectamente a nuestro Maestro y Redentor en la vida y en el ministerio sacerdotal toca también de forma muy cercana aquel nexo entre orden y celibato, que desde hace ya siglos ha comprendido la Iglesia, ha permanecido hasta nuestros días, y debe seguir siendo un principio vigente. Si efectivamente, en virtud de su vocación, cada sacerdote se hace partícipe de Cristo, lo hace también de la virginidad del mismo Cristo no menos que de su obediencia y pobreza. Todo esto, cuando es aceptado espontánea y libremente por cada uno de los llamados al sacerdocio, debe sin embargo ser atentamente cuidado por las instituciones de la Iglesia y por su ley. El estado de la ley eclesiástica, que sigue la inspiración evangélica, la espontaneidad del ofrecimiento personal en el sacerdocio y la ley del celibato no excluyen de ningún modo que aquél que es llamado al sacerdocio en la Iglesia pueda aportar en esta llamada el sincero don de sí.
Mons. Mariano Gaviola,
Obispo titular de Girba
Se han dicho muchas cosas y muy buenas sobre el celibato sacerdotal. Quisiera preguntar ahora, especialmente a los teólogos, si es válida o no aquella argumentación que se extrae de la misma causa efectiva sea del matrimonio o del ministerio sacerdotal.
El matrimonio efectivamente ha sido instituido por la ley natural divina: el ministerio sacerdotal en cambio por la ley divina positiva. Por eso los derechos y deberes que derivan de una y de otra institución gozan de un grado de superioridad en cuanto a la jerarquía de valores: es decir, los derechos y deberes que provienen de la ley natural tienen un grado de excelencia superior a aquellos que derivan de la ley positiva.
Supuesta la verdad de estas premisas, el sacerdote casado, en caso de grave conflicto entre derechos y deberes de su matrimonio y de su ministerio sacerdotal, debería atender primero a aquellos que exige su matrimonio.
En consecuencia, lo mismo debe decirse del obispo para aquello que concierne al sacerdote casado. En este caso, en efecto, el obispo debe considerar los derechos y deberes del matrimonio del sacerdote respecto a los derechos del apostolado, cuando entre estos y aquellos surgiesen conflictos.
Mons. Bernardo Agré
Obispo de Man (Costa de Marfil)
Armonía entre celibato y sacerdocio
Se habla de armonía con razón, cuando se conoce la situación que prevalece entre nuestros hermanos orientales.
La mentalidad general profunda de los cristianos de nuestros lugares encuentra todavía alguna dificultad en comprender los argumentos de orden escriturístico aquí expresados (celibato por el reino escatológico, imitación de Jesucristo...) En cambio, permanecen más o menos conscientes las razones de orden sacral que han movido a la Iglesia latina a generalizar el celibato sacerdotal, esto es, que el sacerdote es un hombre de lo sagrado, que teniendo frente a frente la realidad humana y sexual, debe comportarse como un hombre de lo sagrado. Los europeos no parecen muy persuadidos de estos argumentos; para ellos el paganismo está muy lejano. Pero entre nosotros se insiste de manera considerable, hasta ante los propios seminaristas. Esta mentalidad hay que corregirla, sin lugar a dudas, y hay que hacerla progresar mediante la predicación de la verdad, sin demolerla radicalmente por otra parte.
¿Quién no conoce los problemas concretos provenientes de la práctica del celibato? Los presbíteros de la Costa de Marfil no son ni más virtuosos ni más pecadores que sus hermanos en el sacerdocio de los otros continentes: abstengámonos por eso de decisiones generales despiadadas. Si los sacerdotes han estudiado suficiente teología para satisfacerse quedaría por preveer la aceptación de la masa cristiana y pagana que, también ella, espera de este sínodo grandes motivos de esperanza y no de desilusiones.
Cardenal Josef Höffner,
Arzobispo de Colonia, Relator de la parte doctrinal
Es dificilísimo, después de tantos siglos, aportar nuevos argumentos a favor del celibato. Pero quizá será beneficioso recordar un argumento que hoy no se debe despreciar: un argumento deducido del radicalismo evangélico. Ninguno duda que Jesucristo pone ante los ojos de todos los discípulos exigencias gravísimas para su seguimiento: allí está el testimonio del Sermón de la Montaña. En tal contexto se exigen disposiciones aún más profundas que las de aquellos a quienes llamó a la misión apostólica. Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron todo por seguir a Cristo. Cuando mandó a los discípulos a evangelizar, ordenó que fueran en pobreza. Personalmente exaltó el celibato abrazado por el reino de los cielos. Y algo más grande aún, el Señor Jesús totalmente dedicado al Padre, abrazó la pobreza y vivió en el celibato, condición ésta insólita en aquellos tiempos. El apóstol Pablo vive este radicalismo y lo considera como un don divino, por medio del cual se puede servir más fácilmente con corazón indiviso al Señor. Justamente por eso la Iglesia que desde su nacimiento establece las condiciones para la asunción de determinados ministerios, puede establecer también que para el ministerio sacerdotal puedan ser elevados sólo aquellos que hayan decidido abrazar el celibato. Así se refuerza la disponibilidad en su ministerio, aumenta la fuerza de su testimonio y se protege la libertad para impugnar cualquier opresión. Se encuentra en esto una maravillosa participación en aquella Kénosis (despojo de sí, vaciarse, anularse) que fue la vida de Cristo en su misterio pascual. Además, el celibato no es temor a la vida, como dicen algunos. Trasciende los caminos comunes, no puede nacer sino de una decisión personal y se observa con la colaboración de la gracia de Dios. Comporta una gran fidelidad y se sostiene también de las nuevas consecuencias de la vocación inicial vistas de día en día. Muy numerosos son los fieles que ven en el celibato de los sacerdotes fielmente observado una valiosa ayuda para aquella fidelidad, que también ellos deben observar no sin esfuerzo, a fin de que el pacto matrimonial sea mantenido con firmeza y preservado de rupturas.
Cardenal Vicente Enrique y Tarancón,
Arzobispo de Toledo, relator de las cuestiones prácticas
Aunque se asevere que se trata de una doble realidad diversa y recíprocamente separable, el celibato es reconocido como una condición óptima para el ejercicio del ministerio apostólico: ésta es la razón por la que se ha encontrado una unanimidad casi absoluta de los padres en afirmar que el celibato deba ser conservado como ley universal de la Iglesia latina.
Además de todas las razones históricas de las cuales ha surgido esta ley, y de las razones filosóficas con las cuales ha sitio explicado hasta ahora, el celibato tiene vigencia y se sostiene hoy en la Iglesia:
a) por su valor actual y significado, en cuanto que hace al hombre plenamente disponible para dedicarse a la completa y libre predicación del Evangelio;
b) porque es expresión validísima de los valores cristianos fundamentales (signo escatológico en el mundo, signo supremo de la perfección de la vida cristiana que el hombre recibe de Dios, forma excelentísima de la pobreza evangélica, signo de la trascendencia y de la realidad personal de Dios como amor, a quien el hombre puede corresponderle también con amor personal);
c) además, el celibato concuerda perfectamente con los más profundos ideales de la vida, en cuanto es expresión radical de dedicación total a la misión y al servicio de Dios y de los otros hombres, de liberación de las alienaciones que la sociedad inclinaría a la producción y al consumo de los bienes tolera, en fin de amor personal y de esperanza de aquella realidad absoluta con las cuales terminará la historia presente del hombre.
Si la Iglesia jerárquica llama al ministerio sólo a aquellos que tienen el carisma de la virginidad, lo hace porque conoce su grave deber de elegir como ministros del Evangelio solamente a aquellos que en el contexto íntegro de su vida saben manifestar los valores evangélicos que predican; por eso ella se muestra solícita no tanto de la abundancia y del número de los ministros, sino sobre todo de su calidad. De este deber de fidelidad al Evangelio, en efecto, la sagrada jerarquía extrae su derecho de establecer, en cada uno de los momentos de la historia, bajo qué condiciones serán admitidos los candidatos al ministerio presbiteral.
Circunstancias históricas del celibato
Algunos padres afirman que en nuestros días todas las cosas se transforman a tal punto y tan profundamente especialmente en el orden antropológico, que el celibato es vivido con mayor dificultad que en los tiempos pasados (importancia de la sexualidad, cambio en las relaciones entre los sexos, deseo de creatividad, culto exagerado a la libertad absoluta...). Otros cambios en el seno de la misma Iglesia y el valor que hoy se atribuye a otras formas auténticas de vida cristiana, hacen que el problema se presente complejo y el celibato sea visto con ojos nuevos. Pero en estas nuevas circunstancias, culturales y religiosas, el celibato puede aparecer también en una ley nueva y bajo un nuevo esplendor, como expresión legítima y actual:
a) de llamada del amor personal de Dios;
b) de una libertad absoluta al servicio de Dios y de los hombres;
c) de renuncia a todas aquellas cosas que hacen esclavo al hombre;
d) finalmente, de rechazo radical contra esta sociedad moderna inclinada a la producción y al consumo de los bienes, que oprime al hombre en un clima de hedonismo y de sexualidad y no cesa de sofocarlo cada día. Para que el celibato pueda nacer y ser practicado como signo válido en la Iglesia y ante el mundo, necesita de algunas condiciones humanas, eclesiales y espirituales; de otro modo no será posible ni aparecerá ante los hombres de hoy como un signo auténtico. Es necesario que sea circundado de aquellas exigencias religiosas que son exigidas por el Evangelio: esto es pobreza, fraternidad, espíritu de servicio, desprecio de los honores, alegría, esperanza. Exige además continua vigilancia de sí mismo y constante esfuerzo ascético sin el cual el celibato se hace imposible; efectivamente, si no es vivido en este contexto evangélico, más que una señal se convierte en un contra-testimonio.
Cardenal Josef Höffner,
Arzobispo de Colonia
Este vínculo total de vida se expresa delante de Dios y delante de los hombres por aquel modo de vivir que llamamos celibato. El celibato por el reino de los cielos, si bien no exigido como elemento esencial, tiene sin embargo una congruencia múltiple con el sacerdocio. Los ministros se dedican a Cristo de manera nueva y excelente y se unen con él; reciben la posibilidad de adherirse más fácilmente a Cristo con corazón indiviso y de dedicarse con más libertad al servicio de Dios y de los hombres; se convierten en el signo vivo y revelador de aquel mundo futuro ya presente in abscondito (de modo escondido) en el cual los hijos de la resurrección no se casarán ni tomarán mujer. El celibato manifiesta la firme voluntad del ministro de dedicar su existencia completamente al ministerio sacerdotal y atestigua la fuerza del amor a Dios y a los hombres, fuerza por la cual todo el afecto humano incoado del sacerdote se transfigura. El celibato practicado por Cristo no puede ya sustraerse al escándalo de la cruz y por eso será siempre difícilmente comprendido por el mundo. Cuanto más languidezca la fe y se debilite la caridad de muchos, tanto más hostil será la negación de la virginidad consagrada a Dios y la del celibato. En estos últimos años, tanto en escritos como en conversaciones, se ha hablado con frecuencia de la conformidad del celibato con el ministerio sacerdotal. Hoy, pidiendo la revisión de la ley vigente en la Iglesia occidental, casi todos han cambiado el modo de proceder y al presente ya no atacan la congruencia interna entre sacerdocio y celibato, sino sólo objetan con diversos argumentos la extensión de la ley a todos aquellos que aspiran al ministerio sacerdotal. Tratar específicamente de este tema no pertenece a la parte doctrinal.
Cardenal Vicente Enrique y Tarancón
Arzobispo de Toledo, Relator de la segunda parte del argumento concerniente al sacerdocio ministerial
La doctrina acerca del celibato, sea según el magisterio o según la praxis de la Iglesia, ha sido expuesta en la parte doctrinal del esquema. Ahora afrontarnos la cuestión bajo el aspecto práctico o pastoral. Así pues, aquí se pregunta de qué manera, en la Iglesia de hoy, podría ser reforzado el ministerio sacerdotal por el carisma del celibato . Consideradas las circunstancias y las dificultades aparecidas aquí y allá, se pregunta, además, si no se debiera pensar en promover al sacerdocio, en la Iglesia latina, a hombres de edad avanzada, que hayan dado testimonio de una vida santa tanto en el campo familiar como en el profesional.
Tanto en panfletos cotidianos como en los periódicos se argumenta acerca del celibato sacerdotal y se hace de manera superficial y quizá hasta con colores escandalosos. La cuestión es tratada de manera ingenua e ilusoria, como si de la libre opción del celibato dependiese la solución de todos los problemas de los presbíteros y que una vez suprimida su obligatoriedad en la Iglesia latina, los sacerdotes se volverían más serenos de ánimo, más eficaces en el apostolado y también más santos. Los hechos indagados demuestran estadísticamente que no se trata de problemas tan fundamentales y amplios como pretenden demostrar con frecuencia los medios de comunicación social.
Tales cuestiones deben ser afrontadas con la máxima honestidad y serenidad de ánimo. No podemos ignorar la controversia de hoy y no parece oportuno ponerle fin con un acto de autoridad. Todo aquello que en este tema deba decidir la Iglesia será saludable y fecundo sólo si los motivos, ya sean evangélicos o pastorales sobre los cuales se apoya la decisión, sean claramente comprendidos y considerados válidos por todos. Más bien, la discusión actual parece ofrecernos una magnífica ocasión para poner en evidencia más profundamente y de manera transparente el ministerio sacerdotal.
He aquí algunas reflexiones que modestamente proponemos a vuestra consideración:
a) Nadie duda que el celibato, en cuanto convicción personal, especialmente si se asume "por el reino de los cielos", no sólo es lícito, sino constituye una razón válida para la realización personal humana y cristiana. No es una simple abstinencia del matrimonio o de la vida sexual en general. En el seguimiento de Cristo el amor de Dios y del prójimo, que lo impulsa, abraza e invade todos los aspectos de la vida del hombre, fortifica su capacidad de donación y trasciende los confines de un amor puramente humano.
b) El ministerio sacerdotal comporta la exigencia de una disponibilidad especial constante para ejercerlo. Se trata en primer lugar de disponibilidad para los hombres, a los cuales se hace tanto más útil cuanto más está al alcance de ellos.
Es también más profunda la disponibilidad en favor de la Iglesia para cuyo servicio el sacerdote debe estar libre en cualquier situación nueva. Finalmente permanece válida la afirmación de san Pablo que el Concilio también repite, según la cual el celibato es el medio para consagrarse más fácilmente a Dios "corde indiviso" (con corazón indiviso).
c) La Iglesia tiene el derecho y el deber de establecer la forma concreta del ministerio sacerdotal y por eso de elegir a los candidatos más idóneos dotados de determinadas cualidades humanas y sobrenaturales. La Iglesia de hoy, al exigir el carisma del celibato como condición síne qua non para el sacerdocio, no lo hace movida por razones de pureza ritual, ni porque crea que el celibato sea la única vía para conseguir la verdadera santificación personal. Lo hace volviendo la mirada ante todo a la forma concreta de ejercer el ministerio en la comunidad para la santificación de la Iglesia. La concretización histórica de cualquier institución en la Iglesia supone con frecuencia algo más amplio que todo aquello que se pueda deducir abstractamente del Evangelio y del dogma.
d) El celibato sacerdotal continúa siendo un signo válido mientras se le mantenga no como un peso meramente legal. Es un testimonio paradójico de amor al reino, de la omnipotencia de la gracia divina que suscita y conserva tal amor, y de la propia sinceridad en la proclamación del advenimiento del reino. En el clima actual de hedonismo y de sensualidad esta testificación reviste un valor particular.
e) En la discusión actual sobre el celibato quedan diferenciados precisamente carisma del celibato y gracia sacramental de la ordenación. Es innegable que la Iglesia jerárquica no puede conferirle a ningún individuo tal carisma especial, ni siquiera mediante la administración de los sacramentos. Este carisma presupone, en efecto, un conjunto de cualidades naturales sin las cuales sólo una acción casi milagrosa permanente podría conservar al hombre célibe psíquicamente equilibrado. Presupone especialmente una intensa vida de fe, a tal punto que algunos teólogos hablan del "carácter dialogal" de tal carisma, en cuanto la llamada interior de la gracia introduce, en general, a la llamada al celibato. En realidad la misma vocación interna es el origen de la decisión al sacerdocio, que exige siempre una fe viva y la propia abnegación, por lo cual, en concreto, el carisma del celibato puede ser distinto al de la vocación sacerdotal sólo en modo inadecuado.
Mons. Jacinto Thiandoum,
Arzobispo de Dakar (Senegal)
Aquellos que me han enviado como su representante a este Sínodo piensan que el sacerdocio no debe ser absolutamente disociado del celibato, por muchísimas razones graves magníficamente señaladas tanto en el decreto conciliar Presbyterorum ordinis, como en la Encíclica Sacerdotalis coelibatus del Sumo Pontífice Pablo VI.
Consultado sobre este tema, algunos sacerdotes africanos en las reuniones que hace poco tiempo han tenido en el África occidental los delegados de varias naciones han afirmado precisamente: "Si se trata del África, sería demasiado decir que la importancia del celibato, como signo, es difícil de ser comprendida".
Mons. Octavio Antonio Beras Rojas,
Arzobispo de Santo Domingo (República Dominicana)
Casi todos nuestros sacerdotes estiman muchísimo el carisma del celibato y defienden su conveniencia. Pero hay muchos, y aumentan día a día, que desean que no sean excluidos del sacerdocio los que quieren desempeñar este ministerio y también casarse. No obstante los motivos teóricos y prácticos asumidos por ellos, nuestra Conferencia expresa su voto contrario al celibato opcional. Pero al mismo tiempo pide que por ese motivo los candidatos sean mejor seleccionados en el futuro y reducidos en número: esto exige, finalmente, que tanto religiosas como religiosos no sacerdotes y laicos sean llamados a asumir el mayor número posible de aquellas funciones que hoy los presbíteros retienen para sí.
Mons. Emanuel Talamas Camandari
Obispo de Ciudad.Juárez (México)
En lo que respecta al celibato, nuestra Conferencia Episcopal desea seguir la praxis secular y actual en la cual el orden sacerdotal se confiera sólo a aquellos que conocen y quieren recibir este carisma derivado de un amor indiviso ofrecido a Cristo, por el reino de los cielos y para el servicio evangélico, ofrecido más libremente y totalmente a los hermanos. Por lo demás, en esto se encuentra el consenso casi universal de nuestro pueblo. Sin embargo, la mayor parte de nuestra Conferencia no se opone al otorgamiento del sacerdocio a hombres casados, en determinados casos y regiones, al menos ad experimentum, si según este Sínodo el Sumo Pontífice lo considera conveniente.
Mons. Luis Eduardo Henríquez Jiménez,
Obispo Titular de Lamdia, auxiliar de Caracas (Venezuela)
a) La ley del celibato eclesiástico debe permanecer intacta. Nuestra Conferencia ha rechazado unánimemente el así llamado "celibato opcional" para los jóvenes que quieren recibir el sacerdocio.
b) Con consenso unánime la Conferencia de los obispos de Venezuela ha excluido también la readmisión al ministerio de aquellos sacerdotes que han obtenido la secularización canónica y se han unido en matrimonio.
c) Con gran mayoría de votos, sólo dos en contra, y uno ¡ruta modurri, ha sido rechazada la ordenación de hombres casados.
Mons. Santiago Sangu,
Obispo de Mbeya (Tanzania)
Nuestra Conferencia piensa, indiviso corde, con el Romano Pontífice. Después de las indagaciones hechas entre los sacerdotes y seminaristas en Tanzania, aparece que entre nosotros el celibato no constituye una así llamada crisis. Nuestros seminarios están llenos de jóvenes que con plena conciencia respecto a la ley del celibato se preparan generosamente al sacerdocio. Los obispos buscan con todas las fuerzas que a estos seminaristas les sea dada, desde los seminarios, una formación positiva acerca de la vida sacerdotal. Esta es en realidad la situación de la Iglesia del África Oriental, así llamada AMECEA countries, colmada de grandes alabanzas por el eminentísimo cardenal Rossi, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
Mons. Giacomo Beltritti,
Patriarca de Jerusalén de los Latinos
Hablando de la formación de los clérigos he mencionado ya el celibato. Permítaseme añadir aquí sólo una pequeña cosa. El celibato es la corona de los sacerdotes, defensa y ornamento de la Iglesia católica resplandeciente desde hace siglos; es la piedra preciosa que sin tener en cuenta todas las consideraciones humanas es necesario conservar a cualquier costo.
La cuestión del celibato es tan delicada y de tanta importancia para el futuro de la Iglesia que debería ser estudiada de rodillas.
La Conferencia Episcopal C.E.L.R.A. piensa al respecto de la siguiente manera:
a) La ley del celibato debe ser mantenida de manera irrestricta. Nuestros obispos y sacerdotes, interrogados individualmente y por escrito, han votado unánimemente por el mantenimiento de la ley del celibato. Efectivamente, ellos viven en contacto diario con sacerdotes casados de diversos ritos y tienen continuamente ante los ojos las dificultades familiares, económicas y sociales que experimentan los sacerdotes casados: se dan cuenta especialmente cuan difícil es (por más que se diga lo contrario) servir a Dios y a la familia. Por esta razón todos, sin excepción alguna, desean el mantenimiento de la ley del celibato.
b) Este es igualmente el pensamiento de nuestro pueblo, así como también es el de los otros cristianos. Será útil recordar que len distinguido prelado de la Iglesia griega-ortodoxa del patriarcado de Jerusalén dijo hace poco tiempo: "Ha sido cosa óptima llevada a cabo por el Concilio Vaticano II la confirmación de la ley del celibato para los sacerdotes".
c) Pero nuestra Conferencia considera que si las circunstancias particulares lo exigen, en algunos lugares en la Iglesia latina, por verdadera necesidad, uno o más hombres casados -teniendo edad, virtud, buena fama y suficiente instrucción- sean promovidos al sacerdocio; esto puede ser autorizado, siempre con el consenso expreso de la Santa Sede, en cada caso individual. Tal excepción facilitaría el bien de la Iglesia particular, porque la Santa Sede no rehusará salir al encuentro de una verdadera necesidad de la Iglesia local y de la Iglesia universal en la cual el celibato debe ser observado como norma.
El recurso a la Santa Sede podría frenar los abusos: una derogación fácil -permítaseme usar esta palabra- quizá inconsulta de la ley del celibato podría causar gravísimos e irremediables abusos en la Iglesia.
d) En la Conferencia C.E.L.R.A. no parece que pueda ser admitido el celibato opcional antes de la ordenación en los seminarios.
Cardenal Juan Landázuri Ricketts,
Arzobispo de Lima (Perú)
Es necesario que el. valor y el carisma del celibato en la Iglesia sea afirmado ya sea en su dimensión evangélica o como signo escatológico en el mundo. También debe ser considerado en su condición humana, en cuanto promueve la disponibilidad al servicio de la comunidad.
Asimismo es necesario insistir en favorecer y sostener las condiciones en las cuales puedan nacer y madurar las vocaciones al ministerio sacerdotal.
Cardenal Josef Höffner,
Arzobispo de Colonia
a) No pocas veces se ha afirmado -también en esta aula- que con la admisión de hombres casados aumentaría el número de los sacerdotes.
Respondo: La experiencia de las Iglesias occidentales, por ejemplo en Inglaterra y en Alemania, demuestra que la derogación del celibato no incrementa el número de las vocaciones, más bien lo disminuye. En la Iglesia anglicana tres mil parroquias están sin pastor. En Alemania el número de los pastores protestantes es inferior al número de sacerdotes católicos.
b) Nadie, por supuesto, tiene el derecho subjetivo de recibir el sacramento del orden y así poder obligar a la Iglesia a ordenarlo.
c) Las condiciones en la Iglesia latina son muy distintas a las condiciones en las Iglesias orientales. En efecto, en las Iglesias orientales desde hace siglos hay sacerdotes que viven en matrimonio. En nuestra zona se hacen presiones violentas contra el celibato. Pero la presión no es de ningún modo un método adecuado para resolver algunos problemas.
d) Ya que se hacen presiones cualquier excepción tendría una fuerza "explosiva", de modo que en poco tiempo el celibato se desvanecería o se refugiaría en los monasterios: así las Iglesias separadas, por ejemplo en el siglo XVI, cediendo a una presión similar abolieron la ley del celibato, por lo dial hoy prácticamente ya no existe el celibato en esa Iglesia. En el Directorio Crockfords de la Iglesia anglicana se nos dice a nosotros los católicos: "En poco tiempo el estado matrimonial se volverá la norma de la Iglesia católica".
En el año 1878 el Sínodo de la Iglesia llamada veterocatólica en Alemania abolió la ley del celibato con estas palabras: "El Sínodo declara solemnemente no querer disminuir en lo más mínimo la verdadera dignidad del celibato libremente asumido, más bien quererlo elevar". Pero la situación actual en Alemania es esta: en toda la Iglesia vetero-católica se encuentran sólo uno o dos sacerdotes célibes.
e) Por eso el celibato, especialmente hoy en día, tiene necesidad de una ayuda institucional.
f) Además hoy el celibato tiene una especial ventaja, porque corresponde a la voluntad y a la aspiración de magníficos jóvenes que intentan radicalmente y se proponen un alto ideal para siempre.
Mons. Marcos Gregorio McGrath,
Arzobispo de Panamá, relator del círculo menor de lengua española portuguesa
Los miembros de nuestro círculo, después de haber considerado atentamente que hay muchos sacerdotes en diversas diócesis que desean el celibato opcional al menos para los futuros candidatos al sacerdocio, con consenso unánime han considerado que el celibato debe ser conservado para los actuales presbíteros de rito latino y para cualquier célibe que sea ordenado sacerdote.
Cardenal Angelo Dell`Acqua,
Vicario de Su Santidad
El problema del celibato que queremos examinar, presenta una importancia particular e implica gravemente a nuestros obispos, a quienes se dirige una advertencia del juicio de Dios, de la Iglesia y de la historia.
Os ruego que estas cosas se impregnen profundamente en nuestras mentes y en nuestros ánimos durante el tiempo de la presente reunión.
1. La ley del celibato ciertamente hay que considerarla eclesiástica: sin embargo, la praxis plurisecular de la Iglesia latina que, desgraciadamente, no se ha conservado sin enfermedad ni debilidad, enaltece sin duda a la misma Iglesia y la alumbra de modo tal, que las otras "confesiones religiosas" le envidian un tan noble esplendor.
Es verdad que la Iglesia seguía en sus orígenes una praxis diversa y que Cristo, el divino fundador de la Iglesia, no impuso a los Apóstoles la ley del celibato. Pero no se debe olvidar que la Iglesia ha crecido necesariamente como una sociedad: incremento que, en último análisis, puede ser atribuido sólo a la ayuda divina prometida por Cristo mismo a la Iglesia.
¿Por qué de pronto deberíamos hacer que la Iglesia vuelva atrás a aquella época primitiva?
¿No injuriamos así quizá a aquellos que dieron la vida misma para hacer cada día más bella y más fuerte a la Esposa de Cristo?
¿Se podría considerar justo olvidar aquello que personas de muy recta intención y de piedad probada han establecido después de reflexiones maduras, después de haber rezado fervorosamente, después de haber trabajado tanto para el progreso de la santa Iglesia y del pueblo de Dios?
Proceder en sentido contrario o subvertir un modo de vivir y de ser, debilitar una praxis que se ha comprobado útil, ¿no suscitaría acaso dudas que podrían favorecer un relativismo dañino en lo que concierne a la religión?
¿No asumimos quizá de esta manera un gravísimo peso de conciencia por el cual podrían reprocharnos haber obstaculizado con muy graves dificultades el efecto del anuncio de salvación de Cristo Señor?
Ciertamente nadie ignora que el tiempo presente está lleno de dificultades.
Sin lugar a dudas, las dificultades que perturban a la Iglesia no se deben subestimar, pero éstas podrían hacer creer que una praxis plurisecular ha perdido su valor.
Seguramente la Iglesia no se afianza ni se defiende con concesiones; por eso es absolutamente necesario que se vea de manera clara e inquebrantable, sin lugar a ninguna duda, el modo de actuar de la Iglesia, el cual revele y demuestre su continuidad sustancial.
Si bien es cierto que no son sólo de ahora las dificultades de las que está lleno el celibato, también es verdad que hoy estas dificultades han aumentado al máximo por muchos motivos, entre los cuales quizá no es el último el modo de educación y de instrucción en la preparación de los sacerdotes y religiosos.
Pero, interroguémonos con la máxima lealtad: ¿estos hechos no deben ser quizá atribuidos -y pueden darse principalmente- a una estima menoscabada de los valores sobrenaturales esparcida en la Iglesia, a un disminuido amor por la oración, a una negligencia en las cosas interiores y eternas, a un cierto desprecio, en las almas consagradas, de la unión con Dios?
Todos los pueblos, católicos y no católicos vuelven sus ojos sobre nosotros y esperan una respuesta que verdaderamente contribuya al bien de la Iglesia.
Demos por eso a todo el mundo un ejemplo de caridad unánime, de amor por la Iglesia, de debido respeto a la tradición venerable.
2. A pesar de que la cuestión del celibato de los presbíteros haya sido tratada por la Iglesia no sólo una vez, confiando siempre en la ayuda de Dios, la Iglesia, con ánimo fuerte y noble, ha defendido constantemente esta praxis en ocasiones y tiempos no muy distintos a los nuestros.
Por lo tanto, lo que más deseamos, es que de ningún modo se quebrante una praxis que ha demostrado ser de suma importancia y que, una vez abolida, podría producir un estado de cosas lleno de dificultades, particularmente en la educación de los clérigos.
Por esta razón, las dificultades que podrían surgir por la carencia de ministros sean resueltas:
- ya sea distribuyéndolos de manera conveniente;
- ya sea iniciando en las órdenes sagradas a hombres que han permanecido viudos; esto sin violar en absoluto la ley del sagrado celibato.
Tengamos presente los graves efectos que surgirían para la Iglesia si se admitiesen ministros de cosas sagradas que se uniesen en matrimonio: la mayor parte de los fieles no lo toleraría.
Efectivamente, si se reflexiona con atención acerca del bien y del derecho natural, es decir, acerca de la protección del patrimonio familiar, de la buena educación de los hijos, del amor por la esposa, de la cantidad de dinero para las necesidades futuras y de tantas otras cosas similares, éstas son más importantes y tienen prioridad sobre los derechos y deberes del apostolado.
Y no digamos que la cuestión del celibato eclesiástico concierne sólo a la disciplina. En efecto, aún si se refiere principalmente a la disciplina, tiene una relación con la vida misma de la Iglesia y con su fin sobrenatural, el anuncio de la eterna salvación.
3. Sería también inoportuna, especialmente en las actuales circunstancias, la readmisión al ejercicio ministerial, aunque fuese del diaconado, de aquellos sacerdotes que han obtenido la dispensa regular y han contraído matrimonio. Se establecería un ejemplo de graves consecuencias: algunos, por ejemplo los sacerdotes más astutos, abandonarían su ministerio con más facilidad en la esperanza de una reincorporación futura; para los cuales se confirmaría la opinión de un estado sacerdotal no ministerial, que tendría consecuencias nocivas principalmente en la formación de los clérigos.
Es absolutamente necesario, tanto más en estos tiempos, insistir y hablar del sacerdocio, no como de un oficio o una profesión, sino como de una entrega total a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Si no, aquellos sacerdotes que todavía son conscientes de sus oficios, no tendrían el soporte del buen ejemplo y no se sentirían estimulados a la perseverancia y a la carga del oficio del apostolado.
Sin embargo eso no significa tener y demostrar con las obras una caridad menor hacia nuestros hermanos.
Por eso es necesario hacer todo lo posible y afrontar todo para ayudarlos fraternal y realmente.
La Iglesia se muestra misericordiosa: con su ayuda psicológica o económica quiere que se encuentre para estos nuestros hermanos una conveniente y adecuada acomodación en la sociedad civil.
4. Ni actuando así se entorpece la actividad ecuménica: ésta, en efecto, del todo especial y provista de su propia característica, parece asunto no directamente unido y sujeto a la Iglesia latina por la ley del celibato.
Por lo cual, en mérito a la cuestión en cuanto tal y, en realidad, en su propia especificidad, los casos eventuales y excepcionales que puedan surgir serán estudiados y resueltos oportunamente por la autoridad suprema.
Deseamos de corazón que de una vez por todas se ponga fin a esta cuestión escabrosa, que engendra tantas dudas, alimenta en los sacerdotes y en los clérigos tantas ilusiones peligrosas, y que provoca al mismo tiempo entre los fieles estupor, por no decir escándalo.
Cardenal Giuseppe Siri,
Arzobispo de Génova
a) La absoluta necesidad del celibato en el sacerdocio no puede ser demostrarla teológicamente.
b) Tampoco se puede demostrar la absoluta conveniencia de lo contrario. En efecto, el derecho a la evangelización y a los sacramentos, como se debe afirmar sin ninguna duda, necesita de que exista un deber correlativo y, precisamente, en una persona física o moral. Sólo éstas son sujetos de derechos y de deberes. El derecho de que estamos hablando -y riel cual habría mucho que decirse refiere a la Iglesia en cuanto tal, no al modo de cómo ésta ejerce su deber correspondiente. Siendo el celibato una "modalidad" del sacerdocio, no entra directamente en la problemática del derecho. Tanto más que, como se ha advertido a lo largo de cuanto han dicho los diversos padres en esta aula, sin el celibato el sacerdocio no se ejerce mejor, sino más bien con mayores dificultades. Ningún hombre tiene derecho a exigir actos imprudentes con los cuales la Iglesia se pondría en peligro a sí misma y a toda la gente con ella.
c) Es por todos conocido que Cristo propuso la castidad perfecta como un consejo.
d) Sin embargo, en lo que se refiere al celibato del sacerdocio esto es algo más imperioso. El Señor habló de una capacidad humana -aquella precisamente en torno a la cual se ejerce el celibato -y dijo que no todos pueden comprenderla. Veámoslo bien. El ejemplo del mismo Señor, de la siempre virgen Madre del Señor, del apóstol predilecto Juan, de los demás Apóstoles, al menos después que se dio inicio a la irradiación de la evangelización, de la mayoría de la Iglesia, y también ahora de aquellos que viven en el silencio, tiene un significado divino.
Mons. José Kuo,
Arzobispo titular de Salamina
En lo que concierne al celibato, pedimos que esta ley sea reafirmaría con nuevo vigor, en cuanto es gloria de la Iglesia y ornato de los sacerdotes. Cualquier cambio o modificación no sólo no resuelve nada sino más bien crea nuevas dificultades. Desde hace ya bastante tiempo muchos daños han sido acarreados a nuestra Iglesia, a partir del momento en que muchos sacerdotes perdieron este tesoro y muchos fieles y paganos empezaron a estimar menos a nuestros sacerdotes. Aquellos que desean remediar la escasez de vocaciones sacerdotales con la abolición del celibato o con cualquier mitigación de esta ley, consideren seriamente cuántos serán los jóvenes que se alejarían del ministerio sacerdotal viendo que los sacerdotes conducen una vida fácil, reducen su ministerio a una tarea social, soportan mal el celibato despreciando la familiaridad con Dios a la cual estaban dedicados mediante la sagrada ordenación, y abandonan el interés por cultivar la santidad de la vida. Incluso, la eventual ordenación de hombres casados parece peligrosa, porque se abriría un camino al relajamiento del celibato. Sin embargo, nuestra Conferencia Episcopal no excluye esta eventualidad, naturalmente cuando se haya recuperado la libertad religiosa en la China continental, y si realmente no hay otros medios para atender a la cura de almas; y, además, si se encontrasen hombres de edad avanzada y dignos bajo todo punto de vista, idóneos y valiosos por su familia ejemplar, y cuyos hijos puedan ya mantener la propia vida con su trabajo.
Deseamos que la importancia del celibato sacerdotal sea siempre más y mejor inculcada en el ánimo de los sacerdotes y de los aspirantes al sacerdocio, a fin de que sean hallados "fieles ministros de Cristo".
Cardenal Francisco Seper,
Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe
Para la opinión pública mundial, para los medios de comunicación social de todo tipo, y quizá también para una gran parte de nuestros hermanos en el sacerdocio, el objetivo específico y principal de este Sínodo es la pregunta: "¿Permanecerá o no en la Iglesia latina el celibato sacerdotal obligatorio?..." Y ¿podrán casarse los sacerdotes después del Sínodo o no? Es lo que nuestros fieles saben del Sínodo. Esto lo demuestran claramente las "mociones" muy frecuentes en estos últimos meses de sacerdotes pertenecientes a los así llamados "grupos solidarios", con encuestas entre los sacerdotes, con protestas, con cartas enviadas a los obispos y a sacerdotes a nivel nacional y quizá, de algún modo también internacional. En todas estas cosas no se encuentran invitaciones a rezar más o a la vida espiritual, sino se repite a manera de estribillo el celibato opcional. Algunos, de manera más cauta, quieren "evolución a pasos pequeños"; que se insista primero en la ordenación de hombres casados; aquellas ordenaciones serán después "la expresión pluralista de la imagen" del sacerdote.
Quisiera hacer algunas observaciones:
a) Ciertamente no soy de aquellos que considerarían estado de facto respecto al celibato sacerdotal en modo poético o demasiado optimista. El celibato jamás ha sido cosa fácil, sin peligros y sin escándalos. Pero esto vale también para el estado matrimonial, a pesar de que éste sea más natural para el hombre que el estado célibe. No creamos por eso que si los sacerdotes pudieran contraer matrimonio, no se darían más escándalos. Existirían escándalos de otro tipo.
b) Con frecuencia se habla del carisma de la castidad. Ciertamente no quisiera poner en duda la existencia de los carismas ni coartar la acción del Espíritu Santo; pero en la práctica no sé qué utilidad pueda tener este debate: de hecho no faltan los equívocos. Seguramente no debemos considerar el carisma de la castidad como una especie de estado angélico. Si no me equivoco, tal carisma no suprime el instinto sexual; un carismático tal no está exento de tentaciones, de dificultades y de combates espirituales. Como en todos los dones del Espíritu uno puede también perder tal carisma por culpa propia. En la práctica: ¿cómo puede un candidato al sacerdocio, o su obispo, estar seguro de la existencia de tal carisma? ¿Después de los hechos o anteriormente?
c) Sería una ilusión pensar que en el estado actual de las cosas el número de las vocaciones sacerdotales aumentaría notablemente si se introdujese el celibato opcional. En nuestro tiempo de secularización la escasez de vocaciones se deja sentir también, y quizá más que entre nosotros en otras Iglesias cristianas, en las cuales no existe el problema del celibato. Es verdad que hoy, en algunos países, hay diversos estudiantes de teología que, a causa de los debates acerca del celibato, esperan y difieren la ordenación en la esperanza de un cambio de la disciplina. Esta situación durará mientras no se les diga a ellos, clara y definitivamente, que esta es una esperanza vana.
d) ... En este momento la Iglesia latina llama (al sacerdocio) sólo a aquellos que quieren vivir el celibato.
e) Introducir el celibato opcional en la Iglesia latina equivaldría a dar un paso hacia lo incierto y desconocido, tanto más, cuanto que tendría enorme repercusión en todos los sacerdotes ya ordenados que viven célibes. ¿Se asumiría seriamente tal responsabilidad? No tiene mucho valor la comparación con las Iglesias orientales. No basta hablar de "tradición venerable" que ninguno quiere ni puede abolir. Pero a nosotros nos falta una exposición científica de la situación, como aparece en las estadísticas e investigaciones que han sido hechas en las diócesis latinas... De algunos obispos orientales también ortodoxos, hemos escuchado decir: "No abandonen la ley del celibato". Muchísimas cosas, por lo tanto, hay que tener en consideración antes de llegar a cualquier cambio en el campo del celibato. Y se trata de cosas que no se pueden decir de manera clara absolutamente. La presión que de parte de los sacerdotes se hace cada vez más fuerte a mí no me parece para nada -lo digo con claridad- un signo de los tiempos con el cual Dios habla a la Iglesia. Después del Concilio de Trento, cuando las condiciones de la Iglesia, también en lo que concierne a la observancia del celibato, eran mucho peores de lo que son ahora, ninguno pensaba que para la reforma de la Iglesia y la renovación de la vida espiritual de los fieles fuese necesaria la abolición del celibato...
Termino con las palabras de un profesor universitario austriaco: "Si un día se arruina el celibato, sucederá en forma de una oración fúnebre".
Cardenal Allfred Bengsch,
Arzobispo-obispo de Berlín (Alemania)
Aquello que quisiera decir de nuestros trabajos, lo ha dicho ya mejor y con mayor claridad el cardenal J. Döpfner, por lo cual lo pasaré por alto.
Respecto a estas dos cuestiones, la del celibato y la de la ordenación de hombres casados, permítaseme decir algunas cosas.
Primeramente, estoy de acuerdo con el parecer de la Conferencia Episcopal Alemana: que se mantenga el celibato y que la ordenación de hombres casados es inoportuna, al menos por el momento.
Lo demás lo presento en nombre propio, especialmente aquello que concierne al valor de la prueba.
El problema del celibato no debe considerarse jamás en sí mismo, como separado de la vida de la Iglesia.
Están íntimamente ligados entre sí, tanto los bienes espirituales, como las virtudes, y como también las verdades cristianas.
Durante siglos el celibato ha sido acogido en la Iglesia latina no sólo como una disciplina, sino también como un bien y una virtud, estimada también por los fieles, practicada por muchísimos sacerdotes, y confirmada por el testimonio de numerosos santos.
Cuando falta la estima por el celibato, inevitablemente los consejos evangélicos son también menos apreciados. Una prueba de esto es el hecho que al presente casi la mitad de los sacerdotes reducidos al estado laical hayan sido sacerdotes regulares, para los cuales no se trata ciertamente de una cuestión de celibato, sino de consejos evangélicos.
Por otro lado vemos que también la indisolubilidad del matrimonio y la castidad prematrimonial son atacadas en la conciencia de los fieles y hasta por los escritos de teólogos; así, pues, se da una menor estima tanto por el celibato como por los consejos evangélicos (que sin lugar a dudas son carismas de los que hoy se habla continuamente) y por el matrimonio cristiano.
Hay que rechazar un argumento que se trae a colación con frecuencia: el celibato es un carisma y en cuanto tal no puede ser regulado por la ley. Es cierto que a lo largo de los siglos todos los carismas no han surgido en la Iglesia por imposición de la ley, ya que son efectivamente dones del Espíritu Santo. Pero la Iglesia ha hecho siempre leyes para protegerlos y para introducirlos en la vida eclesiástica. Así se ha hecho siempre cuando se fundaba una nueva forma de vida religiosa o una nueva comunidad regular. Lo mismo sucede hoy en relación a la libertad, madurez y corresponsabilidad de los laicos, porque en esta materia repetidamente y en voz alta se pide tina institución jurídica.
Los argumentos derivados de las estadísticas o de los sondeos de opinión no siempre convencen.
En nuestras regiones, por ejemplo, los domingos asisten a la Misa entre el veinte y el treinta por ciento de los fieles; en las grandes ciudades quizá sólo el diez por ciento y ello independientemente de si se trata de la forma litúrgica tradicional o de cualquier forma moderna.
¿Quién osaría concluir de estos datos que habría que suprimir la Eucaristía los domingos?
No nos sintamos más incómodos por el pedido de un debate y una demostración más sobre el celibato. Efectivamente, casi todos los argumentos, ya sean favorables o contrarios, han sido expuestos en los años sucesivos al Concilio Vaticano II. Pero, decidir, sólo lo podemos hacer según el Espíritu Santo y nuestra fe.
El Concilio Vaticano II -y con él muchos padres que ahora son miembros de este Sínodo- confirmó la ley del celibato para los eclesiásticos. Como es evidente a todos vosotros, hemos suscrito la fórmula que dice "todo, en modo global y particular... aprobamos en el Espíritu Santo"". Ahora bien, es difícil poder presumir que hoy, como lo dicen algunos, el Espíritu de Dios pueda expresarse principalmente a través de la palabra y de los escritos de los adversarios de la ley del celibato.
En fin, nadie puede ignorar que algunos debates actuales ya menoscaban particularmente las declaraciones de todos los Concilios.
Creo que para el futuro se deberían dejar de lado expresiones vagas e inexactas, tales como: estadísticamente, dinámicamente, autoritariamente, liberalmente, reaccionariamente, progresivamente, más abierto al futuro, etc.
Difícilmente son de alguna utilidad a la materia en debate y con frecuencia se emplean en sentido demagógico.
El mundo contemporáneo, más allá del fervor por el progreso, tiene también necesidad de una entrega personal según la fe, y, contra el primer dogma del mundo de hoy acerca del excesivo disfrute de la vida, se debe dar el ejemplo de un ministerio fiel y sin tacha, lo que significa renuncia de uno mismo en favor de los hombres.
Mons. José Armando Gutiérrez,
Obispo de Cochabamba (Bolivia)
Hablo en nombre de la Conferencia Episcopal de Bolivia. El tema del celibato, discutido en nuestra Conferencia con diversidad de opiniones, no parece ciertamente la causa principal de la crisis.
Dejando de lado los motivos en favor y en contra que alegan acerca de la actual disciplina, ya más que suficientemente expuestos en esta aula, la Conferencia de los obispos de Bolivia, después de ratificar su adhesión a la ley del celibato, añade lo que sigue:
- no somos favorables a la posibilidad que los sacerdotes reducidos al estado laical sean admitidos nuevamente al sacerdocio;
- no aceptamos que se casen aquellos sacerdotes que no observan el celibato, de modo que puedan continuar ejerciendo el ministerio después de estar legítimamente casados.
Mons. Aarón Marton,
Obispo de Alba Jrdia (Ktrnaanía)
Hablo en nombre de los Ordinarios católicos de Rumanía.
Mucho se ha hablado del celibato. Quisiera que se me perdonase si empleo expresiones más bien fuertes.. Vengo de otro mundo y no creo que sea inútil haceros conocer un poco de su mentalidad.
La discusión ruidosa surgida alrededor de la Encíclica Humanae Vitae y la Sacerdotalis coelibatus es la "melodía melodramática" -para usar las palabras de K. Rahnerque acompañó al mismo tiempo las declaraciones contestatarias y eliminó el eco mucho más débil de la Encíclica Populorum Progressio. Esta coincidencia fatal nos llena de estupor. Nosotros la hemos interpretado como si hoy, cuando en el mundo entero todas las naciones están afligidas por problemas dificilísimos, el problema más urgente en Occidente fuese aquel de hacer llegar rápidamente al matrimonio a los sacerdotes que se encontraban en grave peligro espiritual.
Algunos solicitan la abolición o la mitigación de la ley del celibato también por la escasez de sacerdotes, invocando aquel principio inculcado por el Concilio Vaticano II de que los fieles tienen el derecho a los sacramentos. Pero el mismo Concilio, con más claridad que antes, declaró que el Espíritu Santo puede actuar y santificar almas no sólo mediante el sacerdote, sino también mediante otros medios.
En la diócesis, de la cual por misericordia de Dios soy obispo, la fe católica fue conservada durante casi doscientos turbulentos años, esto es en los siglos dieciséis y diecisiete, por unos pocos padres franciscanos con la ayuda de hombres laicos, a los que se llamó "licenciados". Con este término no se significaba un grado académico, sino sólo lo siguiente: que hombres, fuertes e irreprensibles en la fe, después de una instrucción durante varias semanas, fueron designados para administrar la parroquia con determinadas funciones (por ejemplo: administrar el bautismo, asistir a los matrimonios, celebrar en los días festivos la liturgia de la Palabra, sepultar a los muertos, comunicar a los fieles la ocasión de la visita del sacerdote, la de la celebración de la Misa y la administración de los otros sacramentos).
La radical transformación de la estructura social creó para nuestros sacerdotes nuevas condiciones. En estas condiciones ellos han experimentado el valor del celibato en cuanto les aligeraba mucho el ejercicio de los deberes sacerdotales. Puedo añadir que ni siquiera el número de las vocaciones sacerdotales ha disminuido.
La abnegación no puede ser eliminada de la vida cristiana. El género humano quizá no tuvo jamás tanta necesidad de hombres que renunciasen a los bienes, incluso a aquellos del matrimonio. También en el comportamiento de la juventud de hoy se observa claramente que los jóvenes le atribuyen un valor a las opciones radicales. Y si hay una clase de personas que tiene también el deber de dar un testimonio del Evangelio en este mundo secularizado, entonces me parece que ante todo son los sacerdotes católicos los que están llamados a asumir con gran ánimo esta misión absolutamente urgente y absolutamente actual. Por todo esto permanezca firme la ley del celibato.
Mons. Francisco Kuharic,
Arzobispo de Zagreb (Yugoslavia)
Hablo en nombre de la Conferencia Episcopal de Yugoslavia.
En la discusión totalmente teórica acerca de la armonía entre celibato y ministerio sacerdotal, proponemos firmemente que no sólo se admita el postulado que tal celibato sea vivido "en caridad siempre mayor", sino que sea también entendido como "aceptación de la caridad, la cual es específica por el reino de Dios".
Consideradas todas las razones teóricas y prácticas, pro y contra, estamos persuadidos de que con la abolición de la ley del celibato los problemas no se resolverían, sino por el contrario se multiplicarían bastante. En nuestra Conferencia hay dos obispos de rito oriental que tienen una parte del clero casado: aleccionados por la experiencia, ellos son fervientes defensores de la ley del celibato. ¡Hablan con la máxima sinceridad! Hay problemas que se resuelven sólo con una conversión auténtica. He hablado con libertad de conciencia.
Mons. Justino Diraviam,
Arzobispo de Madbitrai (India)
Hablaré en nombre de la Conferencia Episcopal de la India.
Respecto al celibato, conocemos los argumentos aducidos para defender el parecer, según el cual se quisiera dejar sólo como opcional, para cada uno, esta gravísima obligación. Ciertamente es cristiano manifestar comprensión hacia aquellos que en este campo se encuentran en graves dificultades. Al mismo tiempo, somos conocedores de cuánto lo estiman en India las personas de quienes somos sus ministros y también aquellos que no son cristianos. Sobre todo conocemos el valor que comporta la consagración total a Cristo Señor, la cual se manifiesta en aceptar esta renuncia "a la carne por el reino de los cielos, en seguir al Señor con amor indiviso, en ofrecer un testimonio de la resurrección del mundo esperada por nosotros, y en demostrar este amor en el abrazo a todos los hombres por Dios y por el amor de Cristo. Respecto a otras partes del mundo, donde existan dificultades en esta materia, estaremos profundamente de acuerdo con los hermanos si en algún lugar se mitiga ex officio (de oficio), la vigente ley del celibato. Esperamos e insistentemente pedimos al Señor que el gran valor del celibato para el sacerdote católico sea plenamente comprendido, estimado y cumplido en todas partes de la tierra.
-Continuará -
Mons. Antonio Ribeiro,
Patriarca de Lisboa (Portugal)