Sínodo de los Obispos de 1971. Estudio introductorio
Cuarta Entrega
S. E. Josef Card. Tomko
VOTOS DE LOS PARTICIPANTES EN EL SÍNODO
-continuación-
Cardenal José Malula,
Arzobispo de Kinsbusu
Hablo en nombre de la Conferencia Episcopal del Congo Kinshasa y mi intervención se refiere al sacerdocio y el celibato.
Ante todo permítaseme subrayar que la cuestión del celibato eclesiástico es un problema que periódicamente se vuelve de actualidad en la Iglesia latina. Las discusiones en torno al celibato eclesiástico y sobre todo en torno a lo que a nosotros más nos interesa, es decir, a la eventualidad de conferir el sacerdocio a hombres casados, ha ocurrido cada vez en circunstancias determinadas.
Si se considera la larga historia de la Iglesia de Cristo, sobre todo en lo que se refiere al nivel espiritual del pueblo cristiano y del clero, hay que afirmar que nuestro tiempo no se presenta entre los más relajados y más escandalosos, los menos santos y menos edificantes.
Tomándolo todo en consideración, excepto reconocer algunos "dejar correr", ciertos desenfrenos públicos, todo en conjunto se puede considerar como caracterizado por algunas virtudes positivas, hasta por un refinamiento de la conciencia que reclama exigencias particulares de vida. Y es así que la virtud como una búsqueda de la autenticidad de la vida delante de Dios y de la conciencia, el horror por la hipocresía, la aspiración a conocer verdaderamente la voluntad de Dios sobre nosotros y sobre su Iglesia impulsa, en buena parte, a pedidos como aquellos que estamos tratando aquí. Ni con temor ni con turbaciones, pero con sinceridad y fe en la Iglesia, en el Espíritu que guía la Iglesia y sus ministros, con la voluntad de total fidelidad a Cristo, nosotros debemos examinar el problema en las condiciones de la Iglesia contemporánea.
He aquí, a este respecto, la posición de la Conferencia Episcopal del Congo Kinshasa. En abril de 1970, a petición de Roma, los arzobispos del Congo fueron invitados a tomar posición acerca del celibato sacerdotal. Ellos respondieron que estaban íntimamente convencidos de las ventajas del celibato sacerdotal que empalma con la tradición de la Iglesia latina, y que continuaban ordenando sacerdotes solamente a los jóvenes que aceptaban lealmente y se comprometían, con conocimiento de causa, a vivir en el celibato consagrado y aceptado libremente.
Sin embargo los arzobispos añadían que, por inscribirse el tema del celibato en el contexto de la crisis general que la Iglesia vive en nuestros días, se declaraban dispuestos a aceptar la discusión sobre este delicado problema colegialmente, junto con los hermanos en el Episcopado de la Iglesia universal, en unión y bajo la autoridad del Santo Padre.
Entre tanto, en octubre de 1970 se reunió la asamblea plenaria del Episcopado del Congo. Uno solo era el tema en el orden del día: los problemas del clero. Tras el examen, el Episcopado se pronunció por el mantenimiento de los sacerdotes célibes como situación normal y forma de vida ideal para el presbítero.
En consecuencia no se trata, ni jamás ha sido cuestión el abolir el celibato sacerdotal.
Una instauración bien hecha del sacerdocio casado, allí donde lo requieren las realidades pastorales, no perjudicará ni al florecimiento ni al número de vocaciones sacerdotales en celibato. En cambio, basándonos igualmente en la experiencia de varias Iglesias de oriente, pensamos que esa instauración no podrá sino acrecentar el número de ellos, fortificándolo, purificándolo y haciéndolo vivir en el modo elegido con más libertad.
Mons. Juan Jenko,
Obispo titular de Acufida, administrador apostólico "ad nutum Sanctae Sedis" para el territorio esloveno de Trieste y Koper (Yugoslavia)
El Consejo Presbiteral de la Conferencia Episcopal Yugoslava ha realizado una investigación entre los sacerdotes. Se hicieron en total ciento cuatro propuestas. Casi las tres cuartas partes de la totalidad del clero respondió a las preguntas. Cinco de ellas trataban del celibato.
Mis comentarios se refieren sólo a los resultados de la referida encuesta en el territorio de Koper en Yugoslavia, que cuenta con casi doscientos mil habitantes y ciento ochenta sacerdotes. Tres cuartas partes de la totalidad del clero diocesano respondió a la encuesta. Quiero referirme sólo a las observaciones que los sacerdotes hicieron a la pregunta: ¿Qué cosa hace más fácil o más difícil el celibato?
En mi humilde opinión las respuestas de los sacerdotes son útiles para conocer mejor su situación; muestran qué es lo que piensan y qué es lo que quieren. De los ciento veinticinco que respondieron sólo dieciséis se declararon en favor del celibato facultativo o no obligatorio. Esto, ciertamente, se debe a la influencia de las nuevas ideas que arrecian en el mundo.
Entre las causas más graves que hacen difícil el celibato se señalan: la soledad, la lejanía física o moral de los hermanos en el sacerdocio, el escaso contacto con los fieles, las divergencias con los superiores: párroco, arcipreste, obispo. En cambio, contribuyen a facilitar el celibato: la vida comunitaria, la actividad apostólica común, el frecuente contacto con los hermanos en el sacerdocio, las buenas relaciones con los fieles y con los superiores. De esto se hace evidente que la principal condición externa para observar el celibato es que el sacerdote se sienta bien en el lugar de su residencia y en el desempeño de su tarea.
Entre las causas internas que minan el compromiso del celibato, se señalan: la carencia de fe, la ausencia de la meditación cotidiana y de la oración, la pérdida de una visión sobrenatural de la vocación sacerdotal. Todos estos factores hacen más difícil el celibato. Mientras que una fe sólida, la meditación diaria, el espíritu de oración ayudan por el contrario a la vida célibe.
Algunos sacerdotes dicen que el espíritu mundano es enemigo de la vida sacerdotal. El celibato exige muchas renuncias, las que horrorizan al mundo. Se pueden citar por otra parte las siguientes causas que constituyen también un estorbo para la observancia del celibato a quien cultiva una vida interior profunda y está acostumbrado a la mortificación y a los sacrificios: el sacerdote en su actividad pastoral saborea frustraciones, tiene la sensación de ser rechazado por la sociedad civil, sufre dudas acerca de su identidad sacerdotal. Por las dificultades y la carencia de comunión fraterna de parte de los hermanos en el sacerdocio y de los superiores, el sacerdote se desanima fácilmente, y en este caso se expone a la tentación de encontrar consuelo en un vínculo distinto.
En la actualidad también contribuyen a hacer más difícil el celibato los instrumentos de comunicación social, la prensa, la radio, la televisión, el cinema, la moda desvergonzada del vestir. Todo esto tienta al sacerdote. El mismo hablar y disputar frecuente sobre el celibato, tantos casos tristes de defecciones sacerdotales lo hacen difícil. Se exalta demasiado la importancia del matrimonio; se habla del maniqueísmo más que lo conveniente; y se acusa a la historia pasada de la Iglesia de estar manchada de este mal. Se presenta el placer como un bien decoroso independientemente de las obligaciones. Algunos psicólogos afirman que sólo el hombre casado y que ha hecho la experiencia del matrimonio es un hombre perfecto. Todas estas cosas debilitan el entusiasmo de las almas por el celibato y destruyen la esperanza existente hasta ahora respecto a éste. Se dice que algunos candidatos accederían al sacerdocio con este propósito: si no puedo observar el celibato, dejaré el estado sacerdotal.
Actualmente muchos sacerdotes, especialmente jóvenes, demandan excesiva libertad, llevando sólo ropa civil, buscando la compañía de jóvenes y de muchachas. Con frecuencia tal compañía mixta la encuentran en ocasiones de excursiones y de trabajos comunes. Es evidente que así pueden poner en peligro el celibato. Al respecto se habla también de una educación menos idónea para la vida sacerdotal impartiría en los seminarios y en las facultades de teología. Es clarísimo que se concibe un matrimonio sin restricciones y perfecto. Pero poco se enseña que en el matrimonio pueden suceder dificultades de diverso género, especialmente en la educación cristiana de los hijos.
Para el sacerdote secular, que por lo general debe vivir en una parroquia rural, solo, sin hermanos sacerdotes, es de gran importancia la sirvienta de la casa o la así llamada "perpetua". Si se puede encontrar una mujer de edad conveniente y de carácter equilibrado, ésta puede serle de gran ayuda. Pero ayudantes similares se encuentran hoy a duras penas, porque los trabajos en el mundo les permiten ganar mejor. Es de desear que se pueda fundar un instituto secular para realizar tal tarea en las casas de los sacerdotes.
Una mirada a las respuestas dadas me hace recordar que las ideas peligrosas procedentes del Occidente son trasplantadas muy rápidamente a nuestras regiones. Para la divulgación de ideas acerca de una vida más cómoda no hay límites ni derechos de importación. Del todo gratuitamente se asegura que algunas costumbres especiales pueden ser permitidas tan sólo en determinada Iglesia particular, sin tener en cuenta a las otras Iglesias particulares.
La condición de la Iglesia en nuestra zona es en este momento quizá mejor que la de la Iglesia en algunas zonas ricas, pero la diferencia va disminuyendo aceleradamente. En más de veinte años sólo algunos sacerdotes en el citado territorio han dejado el estado sacerdotal. Entre los sacerdotes jóvenes y especialmente entre los clérigos, ya se nota un espíritu penetrado de peligrosas ideas modernas. En los últimos años las vocaciones están disminuyendo rápidamente. Eso se puede atribuir en parte a la escuela marxista, a la propaganda contra la fecundación y en favor de la limitación de la natalidad y a la disminución de los nacimientos.
a encuesta a la cual nos referimos lleva a esta doble conclusión:
a) si las condiciones externas del sacerdote son convenientes y sanas, el celibato se observa con más facilidad; b) una ferviente vida espiritual es el fundamente interno necesario de la vida sacerdotal en celibato.
La doctrina cristiana es y seguirá siendo la fe en Cristo crucificado. Contra el espíritu mundano de la comodidad y del placer del cuerpo no se puede encontrar una solución en el relajamiento y en el abandono de la ley del celibato, sino más bien en la afirmación de la vida sobrenatural. Contra las dudas y los puntos oscuros en la doctrina de la fe se debe exponer la verdad clara y auténticamente proclamada. Contra los contestatarios de toda especie, la autoridad y el magisterio de la Iglesia deben ser evidenciados como un servicio que se presta a toda la Iglesia para remediar la intensidad de la actual crisis de fe.
Mons. José Emanuel Santos Ascarza,
Obispo de Valdivia (Chile)
Teológicamente no existe un vínculo necesario entre el celibato y el sacerdocio. Sin embargo, motivos válidos militan por su conveniencia sancionada por una antigua ley eclesiástica en asunto de tal importancia. Durante muchos siglos la Iglesia latina movida por el Espíritu Santo, ha visto en el carisma del celibato la señal para reconocer la vocación de los aspirantes al sacerdocio. La Iglesia ciertamente puede cambiar esta praxis, pero para abolir una tradición tan antigua necesita basarse no sobre argumentos románticos, como tan a menudo se han escucharlo en el aula, sino sólo sobre el signo de la obediencia al Señor, el único a quien le corresponde trazar el camino de la Iglesia, y con señales claras. El camino permanece abierto, pero solamente para el bien de toda la Iglesia, al menos de la latina de la cual estamos tratando, y no para aportar remedios en casos particulares. Sabemos, como afirmaba el cardenal Suenens, que no pocos son los hombres casados que quisieran verse honrados con el sacerdocio, pero no sé con qué fundamento se pueda hablar de derecho a recibir la ordenación, cuando esto es un don del Señor el cual llama a quien él quiere. Hemos escuchado también a un obispo misionero que se preguntaba cuál sería el estado de su diócesis si hubiese tenido misioneros no de Europa sino del Oriente. Al mismo tiempo me viene a la memoria un asunto distinto: ¿por qué el encargo de anunciar el Evangelio ha sido asumido por los misioneros célibes y no por los casarlos? Si se hubiera tenido que esperar la llegada de éstos ¿no estaríamos todavía sumidos en las tinieblas del paganismo? Por lo demás, tal disputa, al menos al inicio, no ha sido movida por laicos casados sino por los mismos sacerdotes.
Mons. Deodato Yougbare,
Obispo de Koupela en el Alto Volta
Tomo la palabra en nombre de la Conferencia Episcopal del Alto Volta-Niger.
Nuestra Conferencia Episcopal defiende decididamente el mantenimiento de la ley del celibato sacerdotal en la Iglesia latina, en conformidad con las decisiones del Concilio.
Al leer la abundante literatura que llega hasta nuestros países sub-desarrollados, tenemos la penosa impresión de que se está conduciendo con grandes sumas de dinero una especie de cruzada para liberar a los presbíteros del vínculo del celibato, el cual sería inadmisible, injusto, inhumano. Con agrado es presentado como vencedor de todas las victorias el presbítero que casi exhausto de aliento espiritual, ha arrojado al fuego los compromisos solemnes de su sacerdocio, no obstante que sería tan fácil a las almas caballerosas encontrar en otro lugar, distinto al caso de los presbíteros, situaciones realmente intolerables que merezcan una campaña de liberación. Pensemos en las esclavitudes de todo tipo causadas en el mundo actual por las formas de miseria: el hambre, la emigración, la pobreza, el sub-desarrollo, la enfermedad. Incluso en los países ricos se encontrarán, sin lugar a dudas, personas necesitadas a las que una indigencia extrema obliga a vivir como eunucos, porque no tienen los bienes indispensables para llevar a cabo un matrimonio. Estos son los que se hunden en un celibato forzado, pero no así el presbítero que ha elegido libremente y deliberadamente su estado de vida. Su elección es quizá una locura a los ojos de los sabios y prudentes de este mundo. Permanece firme la realidad que el cristiano es libre de seguir a su Cristo en la locura de la cruz y de llegar hasta ese punto en el cual la fe, el amor y la gracia, unidos en conjunto, dan al hombre la voluntad y la fuerza de hacerse eunucos por el reino. Y si se debe hablar siguiendo una lógica humana, nosotros pensamos que los riesgos asumidos por el presbítero célibe no son más temibles que aquellos aceptados en el matrimonio.
|El joven que se compromete al celibato por el reino en la expectativa del nuevo mundo futuro y para estar totalmente disponible al servicio de sus hermanos en el mundo presente, realiza un acto de valentía y de decisión que merece la admiración y el apoyo de todo el pueblo de Dios, al igual que el soldado en el campo de batalla merece los elogios y los estímulos de la patria. Si desgraciadamente los presbíteros disminuyen en número (cosa que sucede sólo en una modesta proporción) eso no significa que el camino emprendido por ellos sea malo: significa solamente que el hombre permanece siempre vulnerable.
Y la batalla de la fe también tiene sus derrotas.
Se dice aquí y allá que esta ley del celibato ha sido impuesta por la Iglesia de Occidente por motivos que no tienen nada que ver con el Evangelio, únicamente en la preocupación de aplicar los principios del Antiguo Testamento sobre la pureza legal y bajo el influjo de las concepciones maniqueas, platónicas y estoicas. ¿Se quisiera que la Iglesia de Dios cambiase ahora su disciplina para responder a la propaganda insolente de un innegable mundo consumista? La renuncia a los gozos y a las ventajas de la vida conyugal constituye una forma excelente de esta pobreza evangélica, cuyo testimonio es hoy tanto más necesario.
El Concilio Vaticano II ha reafirmado claramente la legislación de la Iglesia sobre el celibato de los presbíteros. Nosotros tenemos el deber de estar atentos a aquello que el Espíritu le dice a la Iglesia: no podemos esperar que el Espíritu nos hable más y mejor que en un Concilio.
Mons. Juan Kwao Amuzu Aggey,
Arzobispo de Lagos (Nigeria)
La Conferencia Episcopal de Nigeria considera que la disciplina del celibato sacerdotal debe ser absolutamente mantenida en su integridad. Entre otras razones son dignas de mencionar las consecuencias negativas que derivarían si la disciplina del celibato fuese cambiada. Por ejemplo: los laicos quedarían negativamente maravillados; los religiosos y las religiosas querrían también ellos contraer matrimonio; el sacerdocio católico sería ridiculizado en algunos lugares; el dinero de la Iglesia sería encaminado a numerosos sobrinos y parientes; jóvenes generosos que siempre son numerosos en el mundo, no ingresarían al seminario, y teólogos católicos poco a poco elaborarían argumentos a favor del divorcio, del aborto y hasta de la poligamia, etc. etc.
La opinión general en Nigeria está sólidamente a favor del celibato sacerdotal. Y nosotros, humildemente, no queremos importar de otras naciones crisis y soluciones.
Creemos, por lo tanto, que la disciplina del celibato sacerdotal deba ser conservada. Este santo Sínodo debe dar sobre este tema una respuesta clara y definitiva, a fin de que los seminaristas y algunos sacerdotes, que alimentan la esperanza del matrimonio, se pongan frente a la realidad de la situación. La actual condición de inseguridad y de discusión no anima, más bien es nociva. Un sacerdote de nuestro país dijo el mes pasado: "La nueva iniciativa del presbítero casado es una pura propaganda. Yo pienso que un nuevo verdadero amor sea una buena propuesta. Es como agregarse una nueva esposa o una concubina de la que pronto se divorciará".
Mons. Ignacio A. Hayek,
Patriarca de Antioquia de los Sirios
Las tradiciones del Oriente y del Occidente son con frecuencia diferentes. Es así que en Occidente la Iglesia latina ha impuesto el celibato a los sacerdotes mientras que en Oriente el matrimonio de los presbíteros es admitido por las Iglesias orientales, las cuales sin embargo reconocen -al igual que la Iglesia latina- no la superioridad del sacerdocio célibe sobre el sacerdocio casado, porque no existe sino un solo sacerdocio, pero sí la superioridad del celibato libremente aceptado por el reino de los cielos en relación al estado matrimonial. Es en este sentido que el Vaticano II ha declarado: "El celibato tiene una consonancia múltiple con el sacerdocio. Observando la virginidad o el celibato por el reino de los cielos, los sacerdotes se consagran a Cristo en modo nuevo y privilegiado; ellos están más libres para dedicarse, en él y por medio de él, al servicio de Dios y de los hombres, más disponibles para servir a su reino, etc.".
Por esto la Iglesia siria de Antioquía, que tengo el honor de representar, tiene un clero célibe, no monástico, que existe en ella desde hace casi un siglo. Ella no tiene en nuestros días sino seis sacerdotes casados. Además, nuestro Sínodo siriaco de Charfet, tenido en el Líbano en el año 1888, y que marca una fecha importante en nuestra historia, ha impuesto el celibato en estos términos: "A pesar de que los romanos pontífices no hayan condenado la disciplina de los orientales, que les permite a los diáconos y a los presbíteros permanecer con sus esposas, ni hayan prohibido sus costumbres, sin embargo este Sínodo ordena y establece que el celibato ahora observado por la mayor parte de los presbíteros de nuestra Iglesia, sea común a todos...".
Por lo demás, nuestra Iglesia ha prohibido siempre el matrimonio después del sacerdocio y las segundas nupcias después de la viudez.
Sin embargo, añade nuestro Sínodo: "Este Sínodo no prohíbe a los presbíteros y a los diáconos que el día de hoy están casados permanecer con sus esposas. Asimismo, este Sínodo faculta al patriarca permitir, en caso de necesidad, que sea promovido al orden superior el clérigo casado y que pueda continuar cohabitando con la esposa".
Por eso, nosotros, con los venerables obispos consultados en el Sínodo reunido en Beirut en el mes de mayo de este año, estamos por el mantenimiento de nuestra tradición en el sentido señalado por nuestro Sínodo de Charfet, tradición mantenida por otra parte en la codificación oriental y respetaría por el Vaticano II.
No obstante algunas dificultades, se puede decir que la situación es aceptable. El clero célibe y el clero casado viven en paz cerca de nosotros y todos tienen en vista sólo el servicio de las almas.
Si por la situación propia de nuestra Iglesia nosotros pensamos conservar nuestra tradición, no estamos menos conscientes de la obligación grave que nos toca: vigilar para una mejor formación clerical de los sacerdotes casados y asegurarles a ellos un buen sustento.
¿Se puede decir que lo mismo sucedería en Occidente y que la situación sería aceptable si el sacerdocio fuese conferido a hombres casados?
Nosotros, por nuestra parte, proponemos dar a las Conferencias Episcopales la facultad que nuestro Sínodo dio al patriarca. Las Conferencias Episcopales seguirían siendo árbitros en sus países de conceder el sacerdocio a hombres casados en el caso de "necesidad pastoral. La necesidad de la Iglesia es el motivo más válido, por no decir el único, para que el Occidente se acople a la tradición del Oriente.
A los padres del Sínodo que conocen bien la situación de sus países y la mentalidad de sus fieles, corresponde juzgar la oportunidad de nuestra propuesta, que no pretende de ningún modo ser una solución fácil a la falta de fe o a la relajación de costumbres, sino una solución requerida por la carencia de sacerdotes y por la solicitud pastoral.
Es evidente que esta propuesta no sería oportuna, si con ella se favorecerá la escalaría que ya se sabe, es decir, hacer extender los casos de necesidad a todas las diócesis sin distinciones y una vez ciado el paso, permitir el matrimonio de todos los presbíteros, hasta el de aquellos que están definitivamente obligados al celibato, y que continúen ejerciendo su ministerio.
Sería catastrófico si la admisión de hombres casados al sacerdocio debiese apoyar la teoría de aquellos que quieren reconducir el sacerdocio a sus justas dimensiones y que son, según esta teoría, puramente funcionales.
De todas formas el documento que el Sínodo prepara sobre el sacerdocio debe pronunciarse con claridad y precisión tanto sobre las cuestiones que son de fe, como sobre aquellas otras que no lo son, pero que deben ser mantenidas y esto contra todos los que reclaman un nuevo tipo de sacerdote para los nuevos tiempos y creen que los hombres de hoy no tienen ya necesidad de sacerdotes que vivan en el celibato. Quisiéramos también que este documento rindiese homenaje a la mayoría de sacerdotes que confiando en la gracia de Dios han aceptado libremente el celibato, permanecen fieles a sus compromisos y se dedican con serenidad y dignidad al servicio de las almas. La santidad de los sacerdotes de hoy es la que incrementará el número de los sacerdotes de mañana.
Cardenal Antonio Poma,
Arzobispo de Bolonia
a) Nosotros debemos buscar siempre una norma pastoral, especialmente en un período de tiempo posterior al Concilio Vaticano II, el cual hasta en la exposición de la doctrina se circunscribió a una motivación de carácter pastoral. El criterio pastoral consiste en proponer al pueblo de Dios y a todos los hombres las cosas que mayormente son útiles para la salvación, no genéricamente, como es evidente, sino según la condición actual de los hombres y de la Iglesia.
Para el sacerdocio ministerial el motivo pastoral hay que encontrarlo en su propia misión, expuesta y explicada por el Concilio, tenida presente principalmente la evangelización. Si hoy insistimos con más precisión en la misión profética, no es porque la función cultual languidezca; es más, se ha de considerar a la liturgia como "la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de dónde proviene toda su energía".
Más bien, en nuestro tiempo, han sido operadas una conexión y una síntesis, por lo cual con una cierta razón profunda se dice convenientemente: "La palabra se agrega a la materia y se tiene el sacramento".
Si la palabra de Dios se presenta con claridad, la acción sacramental se cumple en la fe y en la caridad, para que los fieles se hagan "concordes en el amor" y "observen en la vida cuanto han recibido con la fe".
La estima y credibilidad del ministerio de la Palabra depende de la inserción que tenga en la vida del sacerdote y de la misma comunidad. En este sentido se piensa que sólo debido a esta conformidad la Iglesia se hace creíble. Por eso nos preguntamos si hoy, para promover con más eficacia el anuncio de la palabra de Dios, sea verdaderamente útil la disciplina del celibato sagrado.
b) Sería provechoso recordar que el celibato sacerdotal no consiste simplemente en un tipo de vida negativa y extrínseca; es un acto de caridad con el cual el sacerdote se consagra a Cristo para la salvación de los hermanos. Esto se realiza "por el reino de los cielos" para que el sacerdote busque con mayor solicitud "las cosas que son del Señor... cómo puede agradar a Dios".
Por eso no es sólo un ofrecimiento humano y religioso sino evangélico, enraizado en el ejemplo y en la palabra de Cristo, el cual invitó a los Apóstoles a dejarlo todo para seguirlo. Eso se hace en favor de los hermanos, de modo que Pablo pudo decir: "Pues siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos, para ganar a muchos".
c) No podemos olvidar que muchas veces en la historia de la Iglesia se ha planteado la cuestión del celibato. Una rápida investigación histórica podría decirnos cuáles fueron los motivos alegados en el pasado para proponer esta cuestión en modo positivo o negativo.
En este recorrido histórico, se puede aprehender más fácilmente que la cuestión ha sido propuesta y debatida en circunstancias ciertamente diversas, pero jamás separadamente de otras cuestiones. Alguna vez la oposición nace del relajamiento de las costumbres, alguna vez de una agresión al mismo ministerio sacerdotal, otras veces de un cierto motivo de humanidad.
También en nuestro contexto histórico la diagnosis es de una cierta importancia, porque no falta en nuestra sociedad actual una relajación de costumbres y no falta en la Iglesia una merma de la doctrina del sacerdocio. Pero es necesario cuidar más bien al movimiento contrario hoy y en la historia, y la evolución positiva de la renovación en la profesión del sagrado celibato. Después de las dificultades en el período del Renacimiento, como se le llama, y de la Reforma, y no obstante la turbación de los espíritus y los choques polémicos, hubo un tiempo en el cual el sacerdocio ministerial alcanza poco a poco un tal florecimiento que algunos afirman que alcanzó en la Iglesia vértices quizá nunca conquistados. Dejemos el juicio a los cultores de la historia, pero el esfuerzo fue verdaderamente ingente y perseverante; no faltaron los frutos en la renovación espiritual de toda la comunidad. Eso fue un ejemplo de la renovación pastoral gradual obtenida por medio de la residencia de los obispos y de su actividad ejemplar, del celo de los párrocos en el empleo de la catequesis, particularmente por la institución de los seminarios, el culto eucarístico, la influencia de la santidad de los obispos y de los sacerdotes.
Ciertamente no basta el recurso a la renovación de la vida espiritual y a la cooperación comunitaria. Se plantea el problema más concreto y urgente de la disminución numérica actual de los sacerdotes. Pero el problema no se resuelve con la abolición del sagrado celibato, como se confirma por una experiencia distinta, aquella de los lugares donde no rige la ley del celibato. Se trataría, ahora, no de introducir una nueva ley sino de abolir una ley secular con la cual el sacerdocio ministerial floreció más abundantemente en la Iglesia. Las defecciones actuales de algunos sacerdotes no dependen de la existencia de esta ley, como es claro, por ejemplo, de la análoga dificultad de la vida religiosa. La causa es, pues, más profunda.
Mons. Miguel Gonzi,
Arzobispo de Malta
Hablo en nombre de la Conferencia Episcopal de Malta. Hoy, ya sea entre los ministros sagrados, especialmente jóvenes, ya sea entre personas y grupos de todo tipo de nuestra sociedad, se discute con frecuencia acerca del celibato de los sacerdotes; y el clero, así como también numerosos laicos, espera con ansia que el Sínodo que estamos celebrando establezca algo de manera clara y definitiva, ya sea sosteniendo de todos modos el celibato o mitigándolo de alguna manera.
De otro lado el Sínodo no podía desentenderse de una cuestión tan importante y por eso también nosotros, miembros de las conferencias episcopales de la Iglesia universal, hemos solicitado hacer una investigación y un examen de la situación de nuestras Iglesias respecto a esta materia y particularmente sobre cómo nuestro clero piensa acerca del celibato.
Y esto ha sido realizado por casi todas las conferencias episcopales.
No se puede negar que varios de los miembros del clero, especialmente jóvenes, llamados por Dios y consagrados al sacerdocio, y también muchísimos no pertenecientes a la categoría de sacerdotes, no aprecian suficientemente el nexo existente entre el celibato y la vida sacerdotal. Por otro lado la consagración al ejercicio del ministerio sacerdotal pone de relieve el motivo del sagrado celibato. "El celibato dice el cardenal Höffner- observado por el reino de los cielos, a pesar de que no es exigido como un elemento esencial, tiene una múltiple conveniencia para, el sacerdocio.
Hoy, unos cuantos son contrarios al sagrado celibato porque la fe y la caridad se han enfriado en ellos. En efecto, mientras más disminuye la fe y se enfría la caridad, tanto más aumenta la oposición a la virginidad consagrada y al sagrado celibato, cosa que desgraciadamente vemos verificarse en muchas de nuestras zonas. Además hay que reconocer que la secularización y la idolatría del sexo que emergen más o menos violentamente por todas partes, ponen el celibato sacerdotal en gravísimo peligro.
Pero -dicen los favorecedores de la abolición del celibato- la escasez de sacerdotes necesarios para asistir a las parroquias en algunos países, aconseja que la disciplina de la Iglesia latina sea cambiada y sean admitidos sacerdotes casados.
Según nuestro parecer, la concesión del matrimonio a los sacerdotes no podría de ninguna manera remediar la escasez de sacerdotes. En los países y entre las confesiones protestantes, en los cuales hasta a los mismos obispos se les permite contraer matrimonio -por ejemplo en Inglaterra- se tiene la misiva insuficiencia de sacerdotes que en la Iglesia católica.
Por otro lado, aún si por un cierto tiempo fuese posible que el número de sacerdotes creciese con la abolición del celibato, sin embargo, con el correr de los años el perjuicio emergente sería más grande que la utilidad, porque en la vida de la Iglesia aumentaría siempre más la tendencia a obedecer a la así llamada ,ley de la costumbre, que ya ahora parece casi omnipotente y que ha acarreado hasta este momento daños más que suficientes.
No faltan asimismo aquellos que por sostener sus demandas en pro del clero casado, aducen el ejemplo de las Iglesias orientales. Pero, en primer lugar, de todo lo que hemos oído de la jerarquía de las Iglesias orientales, muchas cosas se tornan en favor del celibato; y luego, la disciplina de aquellas Iglesias no puede constituir un ejemplo válido para nosotros, porque se trata de una institución antiquísima, que no ha nacido absolutamente de un reclamo obstinado o de cualquier influencia de opiniones en boga, o de propaganda de los llamados grupos de presión.
En fin, el celibato significa y realiza la plena dedicación del sacerdote a Cristo y a las almas y hace disponible al sacerdote, de modo que él pueda responder adecuadamente a las necesidades del ministerio pastoral que aumentan de día en día. No hay nadie que no vea que hoy, más que en los tiempos pasados, el sacerdote deba gastarse a sí mismo y lo que le pertenece, alma y cuerpo, fuerza y tiempo, para ejercer convenientemente la misión de buen pastor. Pero, ¿cómo podrá -observan oportunamente algunos- un sacerdote casado atender a las necesidades de tantas almas si debe preocuparse del cuidado y del mantenimiento de la esposa y de los hijos?. Por eso, en nuestra opinión, el celibato debe ser conservado tal como es ahora.
No creemos, sin embargo, que por esto se deba excluir absolutamente que en algunos países, en los cuales desde hace ya tiempo las condiciones son angustiosas por las múltiples necesidades pastorales, que hombres casados puedan ser admitidos al sacerdocio. Pero en todo caso el hecho debería ser considerado como excepcional y ser realizado de manera que no exceda los límites de la necesidad, del tiempo y del lugar. Por eso la cuestión no debe resolverse mediante la decisión de sólo Iglesias particulares, sino debe ser reservada a las deliberaciones y al examen de toda la Iglesia a la cual es necesario que le corresponda establecer las condiciones.
Además, para que sea mejor valorizada la naturaleza y la importancia del celibato y los candidatos y ministros lo acepten y lo vivan con mayor plenitud, es necesario que al formar a los candidatos al sacerdocio la espiritualidad sacerdotal sea colocada a plena luz, y a dichos candidatos -a muchos de los cuales les falta todavía la experiencia que demuestre como el sacerdote con la sincera donación de sí mismo hecha a Cristo, puede encontrar su identidad y ocupar su propio puesto y desempeñar su tarea en la sociedad de hoy.
Como bien observa en su relación el cardenal Höffner, "el oficio de ministro no puede ser considerado como una ocupación accidental o una calificación accesoria de menor importancia".
Cualquiera sea la decisión de la Iglesia sobre este problema, ella será saludable y fecunda sólo si los motivos, tanto evangélicos como pastorales, son claramente comprendidos y valorizados.
El mantenimiento del celibato sagrado, como se tiene actualmente, quizá alejará a algunos jóvenes de abrazar el sacerdocio, pero creemos firmemente en la providencia de Dios, que no abandonará a su Iglesia y le dará siempre sacerdotes santos y activos, según las necesidades.
Cardenal José Parecattil,
Arzobispo metropolita de Brnakulam de los Malabares (India)
Quisiera hablar en nombre de nuestra Conferencia Episcopal Siro-Malabar de rito oriental en India.
En nuestra Iglesia malabar está vigente la ley del celibato y la mayor parte de los sacerdotes desea que esta disciplina continúe siendo válida. También los laicos son casi unánimes en desear que se conserve y no quieren que a su servicio estén hombres casados.
Todavía no hay escasez de sacerdotes en nuestra Iglesia. Tenemos muchas vocaciones tanto para el estado clerical como para la vida religiosa. Según estadísticas recientes el sesenta por ciento de los sacerdotes y el setenta y siete por ciento de las hermanas en toda la India proceden de nuestra región, el Kerala, y la mayor parte de estas vocaciones provienen de nuestra comunidad.
La abundancia de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa puede considerarse una señal, aunque no la única, de la vitalidad de todas las Iglesias particulares.
La vida familiar cristiana, el ejemplo de los padres, la oración cotidiana, especialmente la recitación del santo Rosario, la frecuencia de los sacramentos, la instrucción religiosa en las escuelas católicas y otras iniciativas más contribuyen muchísimo a alimentar e incrementar las vocaciones, como consta de nuestra experiencia.
Si la ley del celibato fuese abolida, significaría ciertamente un retroceso para nuestra Iglesia particular, pues esto tendría un reflejo en toda la vida cristiana, y es más, causaría una disminución de las mismas vocaciones. Quitando el celibato disminuiría el aspecto de heroicidad en la vida sacerdotal y por ello, tal estado ejercería sobre los jóvenes una atracción menor.
Sin peligro de vanagloria se puede decir que la Iglesia malabar ocupa un honroso puesto entre las Iglesias orientales y esto parece que pueda atribuirse a la disciplina del celibato sacerdotal. Con esta afirmación no pretendo criticar en lo más mínimo la diversidad de disciplinas que por motivos legítimos, fundamentados en la historia y en la tradición, está vigente y es gloria en las otras Iglesias orientales.
Generalizando, se puede atribuir al celibato de sus sacerdotes la vitalidad de toda la Iglesia católica como lo dijo una vez Mahatma Gandhi: "El celibato de los presbíteros es lo que conserva joven a la Iglesia católica".
Admitido esto quisiera presentar las resoluciones aceptadas por unanimidad por nuestra conferencia respecto a tales problemas:
a) la ley del celibato debe ser mantenida irrestrictamente en nuestra Iglesia;
b) en las regiones que padecen por escasez de sacerdotes pueden ser promovidos al estado presbiteral hombres probados y convenientemente instruidos, aunque estén casados.
Mons. José Cordeiro,
Arzobispo de Karachi, relator del círculo menor de lengua inglesa A
El círculo desea que la presente ley sobre celibato permanezca vigente. Pero recomienda sentidamente que el valor y la motivación del celibato sean presentados de manera positiva.
Mons. Enrico Bartoletti
Arzobispo titular de Mindo, administrador apostólico "sede plena" de Lucca, relator delcírculo menor de lengua italiana
Todos los padres de nuestro círculo menor, no sólo exaltan unánimes en su valor al celibato por el reino de los cielos, sino creen que la disciplina actual de la Iglesia latina no sólo deba ser confirmada integralmente, sino más bien reforzada con muchos argumentos nuevos, es decir, renovada.
En efecto, en el mundo de hoy en el cual crece el secularismo y el hedonismo, el celibato sacerdotal es un testimonio tanto más necesario y eficaz de un radical seguimiento de Cristo, libre y pleno, de una donación de la vida al servicio de los hombres, de la sublimación del amor y de la fidelidad.
Pero debido a que el celibato en las condiciones socioculturales de hoy es practicado con mayor dificultad y su valor positivo no es fácilmente entendido por todos, los sacerdotes deben ser constantemente ayudados con estructuras pastorales más idóneas, con una comunión humana y espiritual del presbiterio, pero sobre todo con la comprensión de la comunidad cristiana, con la oración y el amor.
Mons. Octavio N. Derisi,
Obispo titular de Raso, auxiliar de La Plata, (Argentina), relator del círculo menor de lengua español-portuguesa A
a) Como Cristo se consagró totalmente y se inmoló sobre la cruz en obediencia a su Padre por la salvación de las almas, así el sacerdote, su ministro, debe consagrarse e inmolarse a Dios por el pueblo. De esta consagración e inmolación total por el reino de los cielos, con la cual restituye la presencia de Cristo en la Iglesia y en el mundo, es signo y expresión el celibato sacerdotal.
b) Nuestro círculo considera que los argumentos habituales y los recientes que puedan ser encontrados deben proponerse de manera nueva conforme a las circunstancias actuales, para que el celibato se muestre en toda su validez y necesidad para el mundo de hoy.
c) Por los argumentos aducidos en las reuniones generales de este Sínodo, todo los padres de este círculo consideran que se deba conservar la ley actual del celibato y rechazar sin ninguna duda el celibato opcional.
Mons. Francisco Hengsbach,
Obispo de Essen, relator del círculo menor de lengua alemana
El ministerio sacerdotal es "ser para Dios"; esta vocación y voluntad debe seguirla el sacerdote sin ningún respeto humano y ser para la Iglesia y para todos, para cuyo servicio necesita estar libre en todo momento.
Ahora bien, el celibato es muy conveniente al sacerdocio. En efecto, el sacerdote se dedica al servicio de la nueva humanidad que Cristo suscita en el mundo por su Espíritu; mediante el celibato por el reino de los cielos realiza en la forma de su vida el seguimiento de Cristo, consagrándose a El más fácilmente con el corazón indiviso de manera total para el servicio del Evangelio. Además, el celibato consiste en un signo del mundo futuro ya presente mediante la fe y la caridad.
No es fácil para la sociedad moderna el acceso al anuncio escatológico de Cristo. La predicación basada sólo sobre las palabras no logra suscitar la fe en la plena realización escatológica. Por eso, en las condiciones actuales conviene que la Iglesia latina llame al ministerio sacerdotal sólo a aquéllos que con su vida célibe constituyen un signo de la esperanza escatológica. Además, el celibato responde al funcionalismo de nuestro tiempo, dado que favorece la disponibilidad del sacerdote para el ejercicio de su ministerio.
Ahora bien, para que el celibato sea un signo auténtico tiene que ser vivido con sencillez evangélica y con generosa entrega de sí mismo. Háganse más idóneas las condiciones y la situación para vivir el celibato a fin de que éste, sea un verdadero testimonio.
Este Sínodo afirma su intención de conservar la ley del celibato en la Iglesia latina por la congruencia que existe entre sacerdocio y celibato.
El parecer de la minoría, con seis votos, suena así: a causa de la gran correspondencia del vínculo que existe entre este ministerio sacerdotal y el celibato, este Sínodo desea que en la Iglesia latina se conserve la regla según la cual la ordenación sacerdotal debe ser conferida sólo a aquéllos que tienen el firme propósito de permanecer célibes.
Mons. Roger Etchegaray,
Arzobispo de Marsella, relator del círculo menor de lengua francesa C
Con relación al celibato sería muy bueno que el Sínodo manifestase su pensamiento sobre las siguientes interrogantes:
a) quede expresado con claridad el valor de la ligazón entre celibato y ministerio apostólico: este nexo, en efecto, aún si no prueba la necesidad, expresa algo más que una simple correspondencia: expresa una "coherencia existencial",
b) ¿está la Iglesia latina firmemente decidida a llamar al ministerio sacerdotal, entre aquellos que no están casados, solamente a quienes elijan para toda la vida el celibato por el reino de Dios?
Mons. Pablo José Schmitt,
Obispo de Metz, relator del círculo menor de lengua francesa C
Conviene reforzar la convicción común del valor del celibato en vista del reino. Esto es responder a la expectativa del pueblo cristiano. También en ello se expresa el Espíritu Santo.
Con este fin se necesita también eliminar las motivaciones imperfectas y poner de relieve las motivaciones verdaderas.
Las motivaciones más profundas del celibato presbiteral residen en el seguimiento de Cristo entendido según el radicalismo del Evangelio.
Jesús pidió a sus Apóstoles "dejarlo todo" por la misión. La vida apostólica implica la exigencia de sacrificar todo por el reino.
La tradición de la Iglesia debe ser entendida a la luz del Espíritu Santo que ha hecho tomar conciencia gradualmente del nexo existencial entre el "discipulado" (el estado de discípulo al cual debe adherirse el presbítero) y el celibato consagrado.
En nuestro mundo particularmente sensible a motivos psicológicos y sociológicos, estos merecen igualmente ser puestos de relieve (publicidad no pagada).
El hecho de que el celibato en la Iglesia latina sea una "ley" irrita a algunos. Es conveniente hacerles notar a ellos la diferencia entre "ley", que es objetiva, y la "elección" que es de orden subjetivo.
"Ley del celibato" quiere decir que en la Iglesia latina el celibato se encuentra también universalmente calificado. La libertad se encuentra en el llamado, el cual puede aceptar o no el estado de vida del ministro, que implica la exigencia del celibato.
Padre Joseph Lecuyer,
Superior general de la Congregación del Espíritu Santo bajo la tutela del Corazón Inmaculado de la Beatísima Virgen, relator del círculo menor de lengua francesa.
A fin de que no sea pura y simplemente afirmada la ley del celibato, el Sínodo deberá indicar las condiciones humanas y eclesiales requeridas para que los sacerdotes puedan vivir serenamente y con alegría una vida célibe. Estas condiciones han sido enumeradas óptimamente por mons. Schmitt en su relación.
Padre Teodoro Van Asten
Superior general de los Misioneros de África, relator di círculo menor de lengua inglesa C
Nuestro círculo pide que en el documento sinodal se expongan las razones bíblicas y teológicas que pongan de relieve el valor positivo y escatológico del celibato. Se debe insistir en la fortaleza de ánimo.
Sean reconocidas también las dificultades y las causas de la actual crisis en materia de celibato. Hay que señalar:
a) el celibato constituye un signo que debe ser puesto en el lugar que le corresponde entre los demás valores evangélicos, entre los que están la pobreza y la humildad;
b) el argumento referente a la mayor disponibilidad del sacerdote célibe no aparece muy convincente ante los muchachos de hoy, los cuales ven cuántas veces en la industria moderna los laicos son trasladados de un sitio a otro;
c) no siempre los presbíteros abandonan su ministerio por contraer matrimonio, sino más bien piensan en el matrimonio después, cuando ya han dejado el ministerio;
d) los verdaderos motivos a favor del celibato son con frecuencia menos "ideales" que las razones aducidas en la relación referente a las cuestiones prácticas.
Prescindiendo de otras causas, parece que la crisis actual sea debida:
a) a una carencia de vida espiritual que se observa en muchos sacerdotes;
b) a la rápida evolución del mundo actual;
c) a la insuficiente formación (porque los sacerdotes no están preparados para afrontar los cambios modernos del mundo);
d) a la desaparición de las defensas tradicionales del celibato.
Padre Eduardo Heston,
Presidente de la Comisión Pontificia para los medios de Comunicación Social, relator del círculo menor de lengua inglesa B
Según el pensamiento de nuestro círculo es absolutamente necesario que sea eliminada toda inseguridad o duda que todavía existe respecto a la confirmación de la tradición del celibato en la Iglesia latina: si efectivamente la trompeta emite un sonido inseguro... El término "celibato opcional" debería ser quitado de nuestro medio porque podría llevar a engaño. Tampoco creemos que es conveniente la expresión "ley del celibato"; el celibato debe ser presentado más bien como una calificación que se supone en aquél que se presenta al obispo para recibir las órdenes en la Iglesia latina. Tal aceptación de parte del candidato confiere a aquella calificación el valor de ofrecimiento público delante de toda la Iglesia, de un verdadero y auténtico sacrificio que, por medio del obispo, lo acepta y lo ratifica la Iglesia. Esta opción positiva del celibato por motivos sobrenaturales difiere del todo de la elección de quien prefiere simplemente la vida célibe a la vida matrimonial.
El círculo ha examinado a continuación la relación entre celibato y ministerio sacerdotal. La conclusión ha sido que ninguna de las consideraciones asumidas individualmente es suficiente para demostrar un nexo necesario, y, mucho menos, sustancial entre la vida célibe y la vida sacerdotal. Sin embargo, se pueden aducir algunas reflexiones que tienen un valor propio para la Iglesia latina, sin ningún prejuicio de aquellas Iglesias orientales en las cuales ha estado en vigencia, y está todavía vigente, una disciplina distinta. Así, por ejemplo, el celibato hace posible una consagración total a Dios y a la expansión de su reino. Y luego, esta consagración total exige un sacrificio total. El celibato es vocación a la consagración total plena a Cristo y a la identificación con él. Aún más, la vocación al celibato es de parte de Dios ejercicio del supremo dominio sobre toda la vida de cada una de sus criaturas, la cual debe luego responder a tal llamada. El celibato permite al sacerdote vivir aquel "despojo" por el cual se hace partícipe del despojo de Cristo mismo, hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación. Se decía además que por el bautismo todos somos hijos de Dios. Y el sacerdote, que acepta el celibato, se muestra tan persuadido de la realidad de tal filiación divina, que está plenamente dispuesto también a cualquier vocación ulterior particular y personal dando así un elocuente testimonio a la anticipación de aquella plenitud de amor que se manifestará en la llegada del reino de Dios. También algunos padres han creído que un argumento a favor del celibato se puede sacar del hecho que los jóvenes de hoy parecen muy proclives a adoptar medios "radicales", como se les llama, para expresar sus propias convicciones. ¿Por qué el sacerdote no podría también él usar un medio "radical" para demostrar su total pertenencia a Dios?
En conclusión, casi es innecesario señalar que ninguna de estas consideraciones tiene algún valor, si no es a la luz de los principios de la fe.
Todos los padres del círculo estaban de acuerdo en decir que el celibato no será en ningún modo suficiente para hacer que el sacerdote sea un hombre más fervoroso o más apostólico. El celibato, al igual que el mismo matrimonio, es entrega verdaderamente positiva y para que alcance sus fines debe, como se dice, "ser vivido" plenamente; es más, debe renovarse cada día. El motivo es del todo esencial y este motivo pertenece a un orden plenamente sobrenatural.
Mons. Juan Fremiot Torres Oliver,
Obispo de Ponce, Relator del círculo menor de lengua española-portuguesa.
El círculo completo se adhiere a todo aquello que ha sido ya dicho en el aula acerca del valor del celibato sacerdotal. A los padres del círculo les han sido presentados dos propuestas para que fueran votadas:
a) ¿Se debe mantener íntegra la disciplina vigente sobre el celibato sacerdotal?
Resultado de la votación: afirmativo unánimemente.
b) ¿Se puede admitir la conveniencia de la ordenación de hombres casados en el momento actual de la Iglesia (se entiende latina)?
Resultado de la votación: trece dieron un voto negativo, dos placet iuxta modum.
Patriarca Ignacio Pedro XVI Batanian,
Patriarca de Cilicia de los Armenios, relator del círculo menor de lengua latina.
A pesar de que desgraciadamente, no faltan defecciones de sacerdotes por la inobservancia del celibato, sin embargo muchísimos sacerdotes no cesan de permanecer fieles al mismo celibato rezando y vigilando para ser gloria de la Iglesia.
En el Sínodo los padres latinos y orientales han reconocido unánimemente el valor del celibato sacerdotal, cuyos bienes espirituales redundantes en el apostolado de la Iglesia son preciosos e inestimables. Por eso, los padres del círculo de lengua latina quieren que la ley del celibato sagrado permanezca íntegra en la Iglesia latina. En cuanto concierne al problema de la ordenación - en determinadas circunstancias - de hombres casados de edad avanzada, los padres de nuestro círculo, exceptuados dos padres orientales, han considerado que eso no sea ni oportuno ni útil, más bien quizá dañino, porque con esta concesión se podría abrir en las actuales circunstancias la vía para la abolición del celibato.
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