Sínodo de los Obispos de 1990. Estudio introductorio
P. Jan P. Schotte, cicm.
Los pastores son don
La Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis (PDV), que el Papa Juan Pablo II ha emanado después de la celebración de la Octava Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos de 1990, lleva un título extraído del libro del profeta Jeremías: "Os daré pastores según mi corazón" (Jer 3,15), dejando entender inmediatamente que el tema de aquel documento tiene en cuenta a los pastores colocados a apacentar la grey de Dios.
Este escrito, como tantos otros publicados al concluir la asamblea sinodal, representa la intervención autorizada final del Sumo Pontífice, que otorga resultado eficaz a todo el proceso sinodal. En él, la amplia meditación preparatoria de toda la Iglesia y el consenso sinodal de los padres expresado en las Proposiciones quedan sustancialmente acogidas y elevadas con un acto explícito en el magisterio apostólico ordinario.
En la fase sinodal los tratados de los pastores de la Iglesia, considerados como el final de una formación específica, han sido extensamente estudiados y profundizados en sus diversos aspectos, primero en las diversas instancias de las Iglesias particulares, después en la confrontación de los padres reunidos en Sínodo.
La Exhortación Apostólica, como culminación post-sinodal de todo el itinerario articulado, presenta de manera oficial las cualidades propias de los mismos pastores y tras éstas emerge inmediatamente con evidencia primaria el carácter de don. ¡Los pastores son don de Dios!
Decir "don de Dios" significa decir gratuidad, pero también inviolabilidad.
Se trata, en efecto, de una dádiva divina, que en cuanto dádiva es expresión de liberalidad y de gracia; en cuanto divina se sustrae a cualquier posible violación y crimen.
La voluntad irrevocable del Padre de proveer con los pastores a las necesidades de su pueblo imprime a la guía y a la asistencia de sus hijos el sello de su paternidad y de su fidelidad testimoniada en el ministerio de los mismos pastores.
"Todos estamos llamados a compartir la confianza en el cumplimiento ininterrumpido de la promesa de Dios" (PDV n. 1,6)
El corazón de los pastores
El don que Dios hace a su pueblo manifiesta no sólo la promesa de un afectuoso y duradero apoyo, sino también la predeterminación que su intervención conseguirá un éxito seguro y correspondiente a su proyecto de misericordia.
Dios, en efecto, se reserva a sí mismo el acto de escoger y de enviar a los pastores y, al mismo tiempo, entiende constituirlos con todas las cualidades adecuadas a su nivel. De este modo serán formados según su corazón, responderán a su íntima exigencia, representarán en imagen física la altura y la profundidad de los pensamientos generacionales de Dios y su invisible ternura.
"Os daré pastores según mi corazón": la certeza del cumplimiento de la promesa comporta el efecto de la coherencia entre la intención y el resultado. Y si del corazón de Dios brota un deseo, el corazón de quien es el término de aquella voluntad se reviste de señales y de actos, que la expresan en modo conforme y eficaz.
En el corazón del pastor, por lo tanto, vive un diseño divino hecho carne, que, mientras por su origen alcanza las máximas cualidades de la vocación, de la misión y de la promesa, en los gestos visibles se revela con la caridad, la compasión, la misericordia, la custodia de quien permanece en el amor y en la búsqueda de quien termina extraviado.
Entre el corazón de Dios y el corazón del pastor se establece una correlación, que confiere a los pensamientos y a la praxis del pastor la altísima dignidad del origen y al mismo tiempo la exigencia urgente de la conformidad.
En el corazón de la Trinidad divina, en virtud de las relaciones subsistentes, se expande la vida de la perfecta, eterna, indecible comunión, que alcanza de una persona a la otra y retorna en perenne impulso de absoluta donación y de recíproca interioridad. En aquella gloriosa correlación se encuentra la fuente de toda posible oblatividad también para aquellos que en las cosas santas están sometidos a aquella originaria ejemplaridad trinitaria.
En el corazón del Hijo, enviado al mundo, encuentra el corazón del Padre la sede encarnada de la correspondencia primordial, porque en Jesús, príncipe de los pastores, pastor bueno, pastor grande de las ovejas, pastor y guardián (episkopos) de las almas, todo se ha realizado y recapitulado para que obtuviese el primado sobre todas las cosas y habitase en él toda la plenitud.
Pastor de los pastores
En virtud del misterio de la exaltación del Resucitado y de la gracia de la correspondencia del corazón concedida a los pastores, el Hijo de Dios hecho hombre y glorificado se hace el príncipe de los pastores, el pastor supremo, el pastor de pastores.
Su preeminencia y excelencia, fuera de toda atribución impropia por antonomasia, es apoyo y garantía de aquella correspondencia, la atestigua, la alimenta, la defiende, la promueve y la lleva, en los pastores terrenos, a los grados más altos de la imitación, de la sumisión y de la donación de sí mismo.
Poniendo al Hijo como fuente humanamente revelada de la correlación y de la ejemplaridad, Dios nuestro Señor lo acredita de un primado insustituible, absoluto y exclusivo. Ningún otro, en efecto, puede llamarse "pastor bueno" ni tampoco "puerta de las ovejas". Mientras que sobre él no hay nadie, detrás de él y debajo de él la multitud de pastores son enviados a la salvación de "muchos". Y al lado de él, y solamente de él, ellos caminan, portando la imagen refleja y prolongada en los gestos de la misericordia, de la donación, de la guía, riel discernimiento, de la corrección y del servicio.
Pero, como exclusiva es la dignidad eficazmente ejemplar del pastor de pastores, otro tanto exclusivas son las exigencias que El coloca en el corazón y en la mente de los pastores mismos, para que, en la tarea de conducir a las ovejas, ellos mismos conozcan primero "la fuente de agua viva" en vez de los pozos infectados.
Al frente de la Iglesia
El número 22 de la Pastores dabo vobis presenta de modo sugestivo la figura del "Pastor de la Iglesia" e ilustra las características típicas, que representan una exigencia de ejemplaridad para todos los pastores enviados, a fin de que sean conducidos a convertirse a su vez en modelos de la grey.
Una nota singular de las relaciones intermitentes entre el Pastor supremo y la Iglesia se deduce de la carta a los Efesios, que ve en el Señor la doble imagen del Pastor-Esposo, "el cual amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua en virtud de la palabra, y presentársela a sí mismo resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada" (Ef 5, 25-27).
El "presentarse ante" indica la correlación esponsal que redefine la relación pastoral, con la intención última de elevar a un grado más personal, más refinado, más profundo, más total la simbología de la mutua pertenencia.
En efecto, "la Iglesia es, desde luego, el cuerpo en que está presente y operante Cristo Cabeza, pero es también la Esposa que nace, como nueva Eva, del costado abierto del Redentor en la cruz; por esto Cristo está "al frente" de la Iglesia, "la alimenta y la cuida" (Ef. 5,29) mediante la entrega de su vida por ella.
Por el principio vital y eficaz de la ejemplaridad del Señor, esta atribución esponsal espontáneamente pone una exigencia de imitación en la vida de los pastores: "El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo esposo de la Iglesia: ciertamente él permanece siempre parte de la comunidad como creyente, junto a todos los otros hermanos y hermanas convocados por el Espíritu, pero en fuerza de su configuración a Cristo Cabeza y Pastor se encuentra en una posición esponsal frente a la comunidad. "En cuanto representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, el sacerdote se coloca no sólo en la Iglesia, sino frente a la Iglesia"... Su vida debe ser iluminada y orientada también por este trato esponsal, que le pide ser testigo del amor esponsal de Cristo, de ser por lo tanto capaz de amar a la gente... con dedicación plena... con una ternura que se revista hasta del matiz del afecto materno".
La puerta de las ovejas
En el capítulo 10 del evangelio de Juan Jesús dice: "Quien... entra por la puerta es el pastor de las ovejas... va caminando el frente de ellas... yo soy la puerta de las ovejas".
La lectura de todo aquel capítulo revela de modo claro e inequívoco una nota distintiva de Jesús: la relación de unidad y de exclusividad con sus ovejas.
Tal exclusividad empuja al Señor a expresar una semejanza impensable: yo soy la puerta... yo soy el pastor. ¡Puerta y pastor al mismo tiempo y en la misma persona! No queriendo entrar en el mérito de las alusiones polémicas del evangelista con el ambiente judaico de la época, baste coger, como una sorpresa luminosa, esta inusual presentación de la persona del Buen Pastor.
Los pastores que quieran imitarlo en la donación a la grey, deben pasar por él y las ovejas que buscan los pastizales de la salvación no tienen otra puerta.
Otra anotación oportuna está hecha a propósito de un coherente y vinculante desarrollo en la revelación de los oficios propios del Pastor y del Esposo. En efecto, no se puede ignorar el nexo de sentido y de hechos entre el "caminar delante" del Pastor y el "estar delante" del Esposo en los gestos de guía afectuosa y de donación exclusiva.
La puerta única
Esta exclusividad es argumento en consonancia con la plena donación de sí y de aquella condición de vida que la hace accesible y satisfactoria, a saber, la virginidad casta y fiel.
Leyendo el texto evangélico se nota que otras obligaciones de cualquier tipo están excluidas en la relación entre Pastor y las ovejas, como entre el Esposo y la Esposa. Intrusiones extrañas e imprevistas son intentonas de ladrones y bandidos. Una sola es la puerta viable que da acceso a la salvación de las ovejas y a la donación del pastor.
La virginidad, el celibato como forma irrevocable de vida, prepara y expresa perfectamente la unicidad y la exclusividad de la dedicación del pastor a su grey y también la correspondencia de la grey hacia el pastor. La puerta permanece abierta perennemente a todos porque es única: no hay otra y ninguno puede ir a otro lugar si quiere entrar.
Es verdad que con frecuencia han sido usadas imágenes diversas para aludir a la virginidad, como sucede para la Virgen María exaltada con títulos, que en un primer momento parecerían ir en sentido contrario a aquel de "puerta" abierta.
Se trata de los símbolos de hortus conclusus, fons signatus. Las dos imágenes bíblicas están extraídas del versículo duodécimo del cuarto capítulo del Cantar de los Cantares, donde se encuentran expresados en endíadis sinonímicas de intensa sugestión y expresividad. El símbolo que encierran no es aquél del rechazo o de la repulsa sino aquél de la dedicación exclusiva. El jardín germina, la fuente mana no por una auto-expansión posesiva y egoísta, sino por una donación de abundante exhuberancia hacia la unicidad del fin.
En esta tensión hacia el don exclusivo los símbolos de la puerta, del jardín cerrado, de la fuente sellada convergen y se iluminan recíprocamente.
En confirmación parece oportuno recurrir a símbolos análogos referentes a María, la cual en cierta inspiración literaria es llamada "ventana" ("por ti tu Hijo y el del Sumo Padre, / oh ventana del cielo luciente, / vino a salvarme en los últimos días" F. Petrarca, Vergine Bella... 30-31) y en la liturgia latina es exaltada como pervia coeli porta, ianua coeli, Inviolata, integra et casta es, Maria, quae es effecta fulgida coeli porta. "Con la metáfora de la puerta los santos Padres de la Iglesia señalaban a la Beata Virgen María, poniendo a la luz su rol de nueva Eva, su maternidad virginal, su intercesión por los fieles". (Misa de la Beata Virgen María, CEI, 1987, pág. 148).
Además los escritores eclesiásticos y doctores de la Iglesia la llaman variamente liber obsignatus (san Gregorio Taumaturgo), liber vere unicus Verbi (san Andrés de Creta) o es cantada de la manera siguiente: "El arcángel, contemplándote, oh Casta, / como libro vivo, sellado por el espíritu, / exclama vuelto a ti; / Exulta, oh tesoro, de aquel gozo / que desata la maldición / de la primera madre" (José el Himnógrafo).
En la misma línea semántica se mueve la simbología del campo y de la tierra que no conoce arado: "Salve, tú, cual terreno providencialmente no arado has germinado la divina espiga" (Himno Akathistos); "Adán fue sacado de la tierra virgen; Cristo fue concebido de María Virgen; el seno materno de ella no había sido todavía abierto; el seno de ésta no fue jamás violado; Adán es plasmado con el fango por las manos de Dios; Cristo es formado en un seno virginal por el Espíritu Santo" (san Ambrosio). Es contemplada como terra non secta, inaratus ager (san Germán de Constantinopla): "tierra virgen" (san Ireneo); "tierra nueva" (Tertuliano); tu, convallis humilis /terra non arabilis / quae fructum parturiit (Adán de San Víctor).
La imagen de la intangibilidad o de la segregación es asimilable a una cautela oblativa y está en función de la adhesión a un exclusivo destino superior.
Se puede, pues, concluir razonablemente que la imagen de la puerta única se refiere al don total de la vida por la grey de parte del Pastor, como también a la dedicación virginal ilimitada de los pastores a las ovejas a ellos confiadas.
El pastor figura
Uno de los principios que están como fundamento en la Exhortación post-sinodal Pastores dabo vobis consiste en la verdad varias veces afirmada de la configuración del presbítero con Cristo.
En esta luz adquiere particular importancia el carisma del celibato, en cuanto condición especial de coherencia con la vida y la persona del Señor Jesús, Pastor Bueno que da la vida por las ovejas.
En el n. 29 el documento tiene las siguientes palabras: "Es particularmente importante que el sacerdote comprenda la motivación teológica de la ley eclesiástica sobre el celibato. En cuanto ley, ella expresa la voluntad de la Iglesia, antes aún que la voluntad del sujeto expresada por su disponibilidad. Pero esta voluntad de la Iglesia encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo Cabeza y Esposo de la Iglesia. La Iglesia, como Esposa de Jesucristo. desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo Cabeza y Esposo la ha amado. Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor".
En la configuración a Cristo se encuentra la raíz más profunda de la exigencia identificadora del celibato. En ella, en efecto, la calidad constitutiva y las actitudes típicas del presbítero reciben de la gracia del Señor no sólo un cauce de espontáneo y fluido desarrollo, sino sobre todo el motivo que ilumina, justifica, gratifica, sostiene y alimenta la misma condición de vida célibe del presbítero.
La primera de ellas es aquella de la caridad teologal, cristológica y pastoral. Es por el amor de Dios difundido en el corazón por el Espíritu que los discípulos de Cristo, llamados al ministerio del orden presbiteral, están constituidos y trabajan en el servicio de pastores enviados a reproducir y hacer manifiesto el amor del Pastor de los pastores. "La formación al don generoso y gratuito de sí mismo, favorecido también en la forma comunitaria normalmente asumida en la preparación al sacerdocio, representa una condición irrenunciable para quien es llamado a hacerse epifanía y transparencia del Buen Pastor que da la vida (cfr. Jn 10, 11.15). Bajo este aspecto la formación espiritual posee y debe desarrollar su intrínseca dimensión pastoral o caritativa... El sacerdote es, por lo tanto, el hombre de la caridad, que está llamado a educar a los otros en la imitación de Cristo y en el mandamiento nuevo del amor fraterno (cfr. Jn 15,12). Pero esto exige de él mismo dejarse educar continuamente por el Espíritu en la caridad de Cristo... En la perspectiva de la caridad, que consiste en el don de sí por amor, encuentra su puesto en la formación del futuro sacerdote la educación a la obediencia, al celibato y a la pobreza" (PDV 49). Es así que, después, se hace posible la llamada al "seguimiento" del Pastor. En fuerza de la configuración al Señor Pastor el pastor enviado puede adherirse a todo lo que le exige su ministerio que lo asocia a la obra salvífica, después de haberlo habilitado y dedicado a seguir al Pastor donde quiera que él vaya o le pida ir.
En el carisma del celibato el pastor recibe el acceso a aquella condición especial que predispone la "vocabilidad integral" del presbítero. Se trata, de la "vocabilidad" eclesial, cristológica, misionera, oblativa , testimonial.
En efecto, en la Iglesia está llamado a identificarse y configurarse al Señor, en la misión del don total de sí, en testimonio por el mundo, en el mundo, sin pertenecer a él.
Celibato y episcopado
Si en el Sínodo de los obispos el carisma de la virginidad por el reino de Dios ha concentrado de manera tan penetrante la atención de los obispos, no parecerá inapropiado plantearse algunas preguntas.
¿Los obispos son sólo testigos del celibato de los presbíteros?
En la Iglesia local el obispo representa, expresa, sustenta la unidad en nombre y por cuenta, por mandato y por gracia del único Pastor de la grey, puerta santa de las ovejas, umbral inmaculado de la salvación.
El obispo es maestro del celibato. Lo solicita en nombre del Señor, lo enseña con la doctrina del Evangelio y de la Iglesia, lo indica y lo testimonia con su celibato personal como ampliación también geográfica de su total dedicación a la grey íntegra de su territorio y de toda la Iglesia, encontrando también en este carisma un signo precioso de comunión con sus hermanos en el sacerdocio de los ritos católicos orientales.
El obispo es garante del don de Dios para su pueblo a través del don de sí de los pastores enviados.
El obispo vigila y custodia el celibato, como oficio expreso inherente a su misión apostólica, en el espíritu de aquella fraternidad presbiteral que "presta una atención especial a los presbíteros jóvenes, mantiene un diálogo cordial y fraterno con los de media edad y los mayores, y con los que, por razones diversas, pasan por dificultades; también a los sacerdotes, que han abandonado esta forma de vida o que no la siguen, no sólo no los abandona, sino los acompaña aún con mayor solicitud fraterna" (PDV, n. 74).
El obispo propone a los jóvenes el entusiasmo del don exclusivo de sí mismos y acompaña en los adultos la constancia de aquel entusiasmo.
Todo esto sucede porque "el primer representante de Cristo en la formación sacerdotal es el obispo" (PDV, n. 65).
Justamente de aquí nace una urgencia particular para el obispo: a través del gozoso don de sí a los presbíteros ya ordenados o en vías de formación, vive con ellos la manifestación y la proclamación del carisma a toda la Iglesia particular.
"Si todos pueden "acercarse" al obispo porque es Pastor y Padre de todos, lo pueden de un modo particular sus presbíteros, por la común participación en el mismo sacerdocio y ministerio. El obispo -dice el Concilio- debe considerarlos y tratarlos como "hermanos y amigos"... Los presbíteros reciben su sacerdocio a través de él y comparten con él la solicitud pastoral por el Pueblo de Dios" (PDV, nn. 65; 79).
Obediencia y episcopado
La Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores debo vobis en el n. 66, tratando de la comunidad educativa del seminario, ofrece la siguiente recomendación: "La comunidad presbiteral de los educadores debe sentirse solidaria en la responsabilidad de educar a los aspirantes al sacerdocio. A ella, siempre contando con la conjunta valoración del obispo y del rector, corresponde en primer lugar la misión de procurar y comprobar la idoneidad de los aspirantes en lo que se refiere a las dotes espirituales, humanas e intelectuales, principalmente en cuanto al espíritu de oración, asimilación profunda de la doctrina de la fe, capacidad de auténtica fraternidad y al carisma del celibato".
El discernimiento pertenece en una forma constitutiva al ministerio del obispo, que, en cambio, la etimología de "episcopo" apenas descubre en su estado embrional.
No es ciertamente una determinación facultativa asociar en el mismo grado de dignidad y urgencia el espíritu de oración, la doctrina de la fe, la fraternidad y el celibato. El Santo Padre hace esto en el documento y llama al obispo a la ponderación de cada una de las instancias en vista del discernimiento en la síntesis.
Para esta función el obispo está habilitado, de modo privilegiado, por la obediencia a las señales de Dios en el corazón de los hombres que El llama. Nunca como en este caso se excluye la consideración de la obediencia como acto pasivo o acomodación indolente.
Es el mismo mandato apostólico el que se invoca, en la adhesión a la condición sacramental del ministerio y de la responsabilidad episcopal, con el objeto de poner el fundamento del presbiterado en la Iglesia latina.
El Papa lo recuerda a los obispos, después que ellos mismos en el Sínodo, en espíritu de solidaridad colegial, han reafirmado enérgicamente la necesidad de contemplar el esplendor de la verdad del celibato presbiteral.
Pobreza y episcopado
La reflexión sobre la pobreza en referencia a la obra del obispo en el discernimiento del carisma del celibato puede llevar a una aparente antinomia o también a una estimulante paradoja.
El Señor Jesús ha recomendado rogar al dueño de la mies para que mande operarios a su mies, que es mucha, mientras que los operarios son pocos.
De esto se arguye que también en el campo de las insondables intervenciones de Dios, como en aquel de la oración, la cantidad no es indiferente. La cantidad tiene un peso, también delante de Dios. Por esto, también Jesús la recomienda. El discurso podría parecer contradictorio, en cuanto se piense, por ejemplo en el hecho que a causa de un sólo hombre la muerte ha entrado en el mundo y que a causa de un sólo hombre ha venido la redención. En este caso la relación entre cantidad y cualidad alcanza su punto crítico en relación ya sea a las consecuencias como a la dignidad de la acción. Lo mismo, por otra parte puede suceder y de hecho sucede, en la existencia de las personas singulares, como podrían ser los santos o algunos filósofos o los cabecillas políticos que con su obra individual logran arrastrar a multitudes.
Esto, sin embargo, contribuye a demostrar también el valor de la cantidad, si, precisamente, aquella conducta la tuviesen no sólo algunos sino muchos.
Se añade además la consideración de la urgencia de proteger a la "mucha mies", mientras los operarios son pocos, y se eleva la invocación al dueño para que los mande. Y de esta manera el programa queda cumplido. Esto respeta la naturaleza primaria e insustituible de la obra decisiva de Dios respecto a los operarios, que, siendo pocos, deben pedir el aumento, permaneciendo de cualquier modo siempre limitados en el número y en la calidad frente a Dios; pocos y pequeños.
Esto se dice hoy tomando en cuenta las condiciones de una gran parte de la Iglesia latina, que lamenta la escasez de pastores, mientras frecuentemente se atribuye a la ardua dificultad del celibato la causa de la baja numérica de las vocaciones. Si el carisma del celibato es una prerrogativa elevada de los pastores, ella exige primero el don de Dios, después la custodia y la adhesión educativa y espiritual de parte del hombre. Si el carisma del celibato "representa un valor profético para el mundo actual... signo del reino que no es de este inundo, signo del amor de Dios a este mundo, y del amor indiviso del sacerdote a Dios y al pueblo de Dios... enriquecimiento positivo del sacerdocio" (PDV, n. 29), como los obispos han afirmado nuevamente en el Sínodo, significa que el primado de la calidad no ha recibido sacudida alguna en las intenciones del episcopado de la Iglesia.
De eso resulta que en la praxis cotidiana no se puede ciertamente exceptuar la coherencia de parte de los obispos, los cuales, en el ejercicio de su oficio concurrente y de discernimiento del carisma riel celibato y de gobierno pastoral de la grey a él confiaría, sustrayesen, en casos particulares, a algunos presbíteros de la obra pastoral para destinarlos a la formación de otros presbíteros, obra particularmente exigente, especialmente en relación y en referencia a la educación y a la testificación del celibato.
Y porque "el primer representante de Cristo en la formación sacerdotal es el obispo" (PDV, n. 65), los padres sinodales han propuesto a sí mismos y a los hermanos en el episcopado indicaciones que comprometen con respecto al celibato. "Los obispos, junto con los rectores y directores espirituales en los seminarios, establezcan principios, ofrezcan criterios y ofrezcan ayudas para el discernimiento en esta materia. Son de máxima importancia para la formación de la castidad en el celibato la solicitud del obispo en la vida fraterna entre los sacerdotes" (PDV, n. 50).
En virtud de este servicio eclesialmente necesario es propio del obispo vigilar sobre el celibato de los presbíteros, convirtiéndose de esta manera en testigo y educador.
Favorecer el cultivo de este elevado carisma significa proclamar el don de Dios y la donación de sí mismo a la Iglesia, no tanto arriesgar una disminución numérica de las adhesiones.
En todo caso, también frente al fenómeno de la carencia numérica, se haría un llamado particular al espíritu de pobreza, que exige una confianza total en la calidad del don del dueño, más que en la cantidad de los "pocos" operarios.
Celibato y praxis
En la Iglesia la doctrina de la fe está por su naturaleza ordenada a la testificación, que puede asumir manifestaciones diversas tales como el estudio personal o escolástico, la proclamación y la confesión en la liturgia, la contemplación y la oración, la conducción de la vida individual o comunitaria, las obras de la fe o de la caridad. A propósito del celibato esto sucede puntualmente y se reviste más bien de sorprendente variedad y esplendor. El celibato, la virginidad por el reino de Dios, es carisma para la Iglesia. El sujeto destinatario es cogido de modo directo y exclusivo, su vida individual es tocada en las fibras más personales e íntimas, pero el carisma no es don circunscrito a la esfera privada, ni limitado a alguna categoría. El don es otorgado por Dios a las personas más diversas por temperamento psicológico, educación humana, clase social, vocación religiosa. Hombres y mujeres, personas que viven en comunidad o solitarias, en las misiones o en los monasterios, en las parroquias o en los seminarios, en juventud o en vejez, todas tienen en común el carisma que hace de ellos personas de la Iglesia, para la Iglesia, testigos de la fidelidad y de la unidad de la caridad. El presbítero tiene que dar su testimonio al celibato, en el celibato.
Su forma de vida lo llama a revelar la persistente voluntad de Dios de atraer a sí todas las cosas, creadas vírgenes, y de llevarlo a aquel estado de pertenencia constitutiva a El.
Todo el ministerio del presbítero en la variedad de sus intervenciones, no sólo hace más fácil su libertad interior y exterior por vínculos restrictivos, sino se convierte en el campo del desenvolvimiento de su solidaridad con Dios, todo en todos, y de la donación de sí, todo a todos.
FUENTE: www.celibato.org/
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