Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a sus hijos predilectos
LXXV
SUFRIMIENTOS SACERDOTALES
“Los
sacerdotes transformados en Mí tienen poderes santos y
carismas y gracia de
valor infinito para el cielo.
Sobre ellos
descansan las miradas del Padre, las complacencias del Padre; porque con mi
omnipotencia divina, ellos como que desaparecen en Mí; y entonces el Padre no
ve a tal o cual sacerdote, sino a Mí, su Hijo amadísimo. Mi Divinidad los
absorbe, los endiosa; y aunque claro está que no desaparece la criatura humana
ni se destruye su personalidad, el hombre sin embargo es sublimado, divinizado,
transformado en Mí. Pero no se crea que por esto los sacerdotes no sientan el
peso de sus miserias ni dejen de tener luchas y tentaciones, porque bien en la
tierra y son de la tierra; lo que sucede es que, transformados en Mí, pesa más
en ellos lo divino que lo humano; y con los dones con que los regalo tienen más
fortaleza para resistir el mal, más energía divina para rechazarlo, más
libertad para volar, menos cadenas que los aten, más impulsos santos que los
eleven, más valor para el sufrimiento, están más libres de sí mismos y más
unidos y compenetrados Conmigo.
Además, los
dolores y sufrimientos de un sacerdote transformado en Mí son penas y
sufrimientos redentores, porque
están unidos con los míos, porque tienen esa virtud que Yo les comunico, porque
entonces sus dolores son mis dolores; me duelen a Mí, a mí me dolieron ya y por eso tienen mérito infinito, por
cuanto tienen de Mí, Dios-Hombre.
Esos
dolores, ya sean del cuerpo o del alma, ya sean impuestos o buscados por la
penitencia o por otras causas, ya sean enviados directamente por Mí y sufridos
en mi unión, tienen valor de expiación, tienen valor de impetración, son
dolores redentores que arrancan
gracias, que detienen la justicia de un Dios airado, que aplacan su enojo y que
consuela, que unen y santifican.
Esta verdad
debiera llenar de gozo a mis sacerdotes para que se lanzaran intrépidos a
alcanzar cuanto antes su transformación en Mí. ¿No es acaso su misión salvar
almas, purificarlas y santificarlas? Pues aquí está el canal más abundante en
donde deben fijar sus miradas; aquí está la fuente en donde deben saciar su
sed.
Se
desperdician muchos sufrimientos en la tierra por no unirlos a los míos, y esto
hablando en general. Pero más me duele -¡y cuánto!- que mis sacerdotes desperdicien
también esos caudales con que se compra el cielo para las almas. En este punto
capital muchos de mis sacerdotes no se fijan, no paran mientes. ¿Quién no sufre
en la tierra? Y ¿qué sería del mundo sin el contrapeso santo del dolor?
Pues bien,
si los sacerdotes quieren llenar mis designios, no dejar lagunas en su vida
sacerdotal, no desperdiciar tesoros y comprar gracias a las almas, la manera
más fácil, más rápida, más eficaz, santa y fecunda es la de su transformación en Mí.
Porque, si
todos los dolores de las almas adquieren valor sobrenatural y mérito cuando se
unen a los míos; con más razón, con más fuerza, con más versad, los de mis
sacerdotes transformados en Mí; porque entonces no sólo son ellos los que sufren,
sino en cierto sentido Yo sufro en ellos y con ellos. Yo hago que desaparezcan
ellos en Mí, y tomando sus dolores como míos, los presento a mi Padre y vuelven
a su seno convertidos más que en oro purísimo, más que en perlas preciosas,
porque más que todo lo creado es lo increado, lo divino, las gracias que Dios
derrama en las almas para santificarlas y salvarlas.
Este es un
punto muy serio y muy capital; ésta es una fibra dolorosa de mi Corazón que hoy
descubro: el desperdicio de los
sufrimientos sacerdotales, por la falta de transformación en Mí. Y también las deficiencias en sus deberes
para con las almas, desperdiciando los tesoros que debían emplear en su favor.
Todo esto se remediará con su transformación en Mí.
Yo no digo
que no tenga valor, como para cualquiera alma, unir sus penas con las mías o
con mi Pasión en la tierra. Sí, tienen valor, pero no hay comparación entre esa
manera de sufrir (hasta cierto punto aisladamente de Mí) a sufrir en íntima y
perfecta transformación en Mí, en cuanto es posible en la tierra.
De esta
última manera, Yo mismo, con dolores y sufrimientos míos, los ofrendo al Padre,
y El amorosa y tiernamente los mira como de su propio Hijo; no tan sólo recibe
esos dolores como míos, sino
transformados en mis mismos dolores redentores, por la transformación del
sacerdote en Mí, en la unidad de sacrificios y de inmolaciones, y envueltos en
lo divino que hay en Mí.
Es como si
un alma le ofreciera a mi Padre plata y otra oro; más aún, porque mucho va de
lo humano –aun unido a lo divino- a lo
mismo divino ofrecido a la divinidad. Que esto es lo que pasa en la
transformación: desaparece por decirlo así la criatura, absorbida en cierto
sentido por el poder divino, u entonces los pensamientos de la criatura son
divinos, sus actos divinos, sus dolores divinos, en cuanto que está la criatura
en Jesús, en Mí, Dios-Hombre, que doy vida, mérito y valor a los actos del
hombre.
Que mis
sacerdotes mediten seriamente, detenidamente y muy a menudo estas gracias con
que Dios los ha favorecido, al darles valor divino a sus actos, al divinizar al
hombre en el Dios-hombre, al tomar sus dolores como propios ante el Padre
celestial, y tantos y tantos otros carismas que tienen y que tendrán por su
transformación en Mí.
Pero que
también midan y pesen lo que no han hecho por las almas: las faltas en sus
deberes íntimos y aun exterior para con esas almas a quienes se deben poder ser
sacerdotes, por la fecundación del Padre en ellos, por el santo y fecundo
ministerio de paternidad para con las almas y por su obligación de unir sus
penas a mis penas, transformados en Mí para divinizarlas en su favor.
Hay muchas
grandes deficiencias en el cumplimiento de este deber íntimo y sobrenatural de
los dolores sacerdotales respecto de las almas, y hay que activar el celo
exterior que debe brotar del celo interior y de la unión y transformación del
sacerdote Conmigo.
Un sacerdote
no debe “dormirse sobre sus laureles”, no debe descansar en inmolares, no debe
ceder el campo a Satanás y al mundo; sino antes bien, luchar a brazo partido,
no tan sólo con sus propios enemigos, sino con los enemigos de las almas, que más claramente los verá y los
conocerá, cuanto más transformado este en Mí.
¿No soy Yo
la luz del mundo? El alma que está más unida a Mí, y más compenetrada Conmigo
tiene más luz para conocerme a Mí, para conocerse a sí misma y para conocer a
Satanás y descubrir su falsedad y sus procedimientos traidores.
Que las
almas no cesen de pedir esa transformación de los sacerdotes en Mí para
utilizar hasta la quinta esencia sus penas, dolores, tribulaciones, sufrimientos,
sus cruces, en fin, para su bien y para el bien de las almas”.
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