Por Elvio Teodoro Aguirre
Sacerdote salesiano
POR GRACIA DE DIOS soy sacerdote desde el 27 de marzo (Jueves Santo)de 1975. Una de mis experiencias sacerdotales se refiere al uso permanente del distintivo clerical. En los primeros años de sacerdocio no lo quise usar por una falsa humildad, queriendo pasar desapercibido en la sociedad. En esos primeros años el ver a algunos sacerdotes y religiosos por las calles con sus hábitos religiosos y el distintivo clerical, siempre me llamó positivamente la atención: me causaba una profunda alegría y veneración hacia esas personas consagradas porque me hablaban de Dios. Mejor dicho, me hacían ver a Dios. Fue madurando en mí la convicción de la necesidad de usar en forma permanente el distintivo clerical y así lo hice desde el 1983. Los siete años sin el uso permanente del distintivo clerical me parecen años perdidos y procuraré explicar el porqué. Ante todo debo confesar que me fue muy difícil el comenzar a usar en forma permanente el distintivo clerical por la vergüenza que sentía entre mis hermanos sacerdotes y religiosos. Sabía que esto sería para mí motivo de discriminación y crítica... y burla; no así entre la gente y entre los jóvenes. Recuerdo en esos primeros años al subir a los buses y por las calles recibía muestras de aprobación y aprecio: “le felicito padre”. Cuántas veces no me han cobrado el boleto en transportes públicos porque me veían sacerdote
Narraré algunos hechos que me llamaron la atención.
Hacia fines de febrero de 1990 iba de peregrinación en tren de París a Lourdes, en la medida que nos íbamos acercando a la meta los coches iban quedando vacíos y así me vi solo en mi compartimento. En la ciudad antes de llegar a Tarbes, sube una joven, abre la puerta del compartimento donde me encuentro solo y, al ver a un sacerdote, entra y se sienta delante de mí. Me di cuenta de que quería entablar conversación conmigo. Me pregunta sobre la hora, hablamos de temas intrascendentes para luego terminar en temas religiosos. Al descender y despedirnos cordialmente, me dice: “Padre, le prometo volver a la Iglesia”. Estaba en la estación de autobuses buses cuando un drogadicto que hacía huir a la gente se me acerca y me besa la mano y se retira del lugar.
El sacerdote no puede perder tiempo, en todo tiempo y lugar, particularmente por las calles tiene que llamar la atención hacia Dios, tiene que predicar: con la palabra y con la presencia silenciosa hecha signo viviente ante el mundo con el distintivo religioso y clerical.
El distintivo clerical, ¿me aleja de la gente o me acerca? ¿acorta la distancia? Esta experiencia mía de tantos años me dice que el distintivo clerical, “me separa del mundo pero me acerca a las almas”, acortando la distancia sin necesidad de presentación personal. Me separa del mundo para ponerme en el mundo de Dios que busca el corazón del hombre, que desde lo más profundo grita: “Queremos ver a Jesús”.
El distintivo religioso y clerical es un signo que grita, ¿a quién? Grita en una doble dirección: ante todo a mí, sacerdote, que me exige ser otro Cristo en todas partes, particularmente en los ambientes más secularizados, por mi forma de caminar, de mirar, de hablar a la gente...
Es además un signo para el mundo a quien grita fuerte por las calles: ¡Dios existe!, ¡No os olvidéis de Dios!, ¡Dios no puede ser arrinconado en lo íntimo de la conciencia!...
Sí, quiero llamar la atención en todas partes, no quiero perder mi tiempo, quiero irradiar a Cristo. Me arrepiento y pido perdón a Dios por los siete primeros años de sacerdocio, perdidos inútilmente por no usar en forma permanente el distintivo sacerdotal.
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