¿Quién soy yo? Soy menos que un granito de polvo frente al universo, soy menos que una gotita invisible frente al océano, soy menos que un repugnante gusanillo que se arrastra en el fango de la tierra.
Soy un pobre sacerdote, entre tantos, el menos culto, el menos docto, el más desprovisto, un pobre sacerdote rico sólo en innumerables miserias de toda naturaleza.
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(Continuación)
SE PONEN EL MONO
Vuelvo, hijo, sobre un razonamiento que ya te he hecho, pero sobre el que es necesario parar frecuentemente vuestra mente para pensar y meditar, para después pensar y meditar de nuevo. Quiero referirme a la renovación del santo Sacrificio de la Cruz continuado perpetuamente en la Santa Misa.
Tú sabes cómo son de pocos los sacerdotes que se acercan al Altar para realizar la Acción tres veces santa con el debido espíritu de fe y de gracia.
No hablamos de aquellos que profanan sacrílegamente mi Cuerpo y mi Sangre, y que no son pocos. Hablamos otra vez de los que se preparan para vestirse las vestiduras sagradas con la desenvoltura y con la mentalidad de los obreros que, antes de comenzar su trabajo manual se ponen el mono charlando de esto y de aquello.
Sin ningún pensamiento de recogimiento, proceden a la celebración del Rito Sagrado, mientras su mente discurre por las cosas más extrañas. Llegan a la Consagración, bien lejos de darse cuenta de que en ese momento en sus manos se repite el prodigio de los prodigios: se realiza la Encarnación, de Mí, Verbo de Dios.
"Et Verbum caro factum est"[10]. No se dan cuenta que en sus manos, en ese momento, provocan la intervención simultánea de la Santísima Trinidad.
Mi Madre, con su fiat provocó la intervención simultánea
- del Padre que creó en Ella el alma humana de Mí, Verbo,
- de Mí, Verbo que me uní al alma creada por el Padre.
- del Espíritu Santo, causa eficiente de mi virginal concepción en el seno purísimo de María.
Desde ese momento fui verdadero Dios y verdadero hombre.
Entre las manos del sacerdote celebrante, en el momento de la Consagración se renueva realmente el Misterio de la Encarnación. Muy pocos de mis sacerdotes piensan en esto.
Quitada esta fe, esta convicción vivida, resulta evidente el porqué el sacerdote celebrante realiza la más santa entre todas las acciones, como el obrero realiza su trabajo cotidiano. El sacerdote se vuelve un obrero, eso es todo.
En su cara no vislumbrarás un sólo signo de compunción y de recogimiento. Así, con la misma indiferencia repugnante se continúa hasta el fin, hasta la Comunión, obligándome a Mí, Víctima, a soportar el atroz sufrimiento de la Cruz.
El amor rechazado
Hijo mío, ¡hiere más agudamente a mi Corazón misericordioso, la actitud apática de mis sacerdotes que la rabiosa ofensa de los sacerdotes míos que habitualmente me tratan así!...
Es el Amor que choca contra una barrera de frialdad, de indiferencia. Es el Amor rechazado a pesar de todas las gracias dadas gratuitamente y de ningún modo debidas...
No desciendo en particular para decirte todas las faltas de delicadeza y licencias que se toman en relación Conmigo y que bien se cuidarían de tomárselas con tantas otras personas del mundo así llamadas importantes. Sólo Conmigo todo es lícito...
Me ven y me miran como un vago y lejano recuerdo histórico, ignorando culpablemente la Realidad viva de la que ellos tienen parte tan importante.
Aunque teóricamente admitieran que el santo Sacrificio de la Misa es el mismo Sacrificio de la Cruz, en la práctica lo niegan con un comportamiento que revela la ausencia de la fe, de la esperanza y del amor.
Hijo ¡Qué océano infinito de miserias, de profanaciones, de traiciones, de oscuridad espiritual!
¡Oh, si todos mis sacerdotes estuvieran animados por una fe viva, por un amor ardiente cuando me tienen entre las manos ¡cuántos ríos de gracia podrían arrancar de mi Corazón misericordioso, aun para ellos y para las almas que ellos deben apacentar!
¿Por qué muchos sacerdotes míos están tan lejos y obstinados, están tan reacios a mis repetidas invitaciones a la conversión?
Orgullo, presunción, vanidad, impureza. ¡Cuántos se pierden, ellos, los corredentores!
¡Qué tormento tan atroz su infierno! Eran los dispensadores y depositarios de los frutos de mi Redención.
Ellos, los amigos predilectos, no me han querido conocer, su obra en mi Cuerpo místico ha quedado estéril por haber apagado la fe en su corazón, por haberse negado a seguirme en el camino de la cruz, por haber roto la unidad de mi Cuerpo místico.
Movido por el amor
Hijo, tú estás avisado por la insistencia con la que regreso a estos penosos asuntos.
Es urgente poner a la propia luz una situación en alto grado dolorosa, para que cuando el desmoronamiento inicie su acción destructora, cuando se conozca la acción rigurosa de la Justicia de mi Padre, se sepa con claridad que no faltaron avisos, intervenciones y llamadas, por muchos no escuchados, para evitar a la cristiandad los indescriptibles males que la esperan.
Todavía es necesario que se sepa, especialmente por los buenos, que el Padre, en el rigor de su Justicia, siempre está movido por el amor porque Dios es Amor. Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.
Al no haber acogido los hombres, y también muchos de mis sacerdotes, las reiteradas invitaciones a la conversión, no habiendo sacado provecho de los castigos parciales, permitidos y queridos para llamarlos a la realidad, estallará sobre ellos la ira divina.
Han borrado a Dios de su Corazón.
En su necedad dicen que Dios no existe, y Dios borrará de la faz de la tierra los frutos de su locura y de su orgullo
Hijo mío, reza y haz rezar; el desmoronamiento está ya en marcha.
16 de Septiembre de 1975
EL DON DEL BAUTISMO
- Señor, ¿Cuál es la participación de nosotros, sacerdotes, en el Misterio de la Encarnación?
Hijo, ya te he respondido indirectamente a esta pregunta en nuestros anteriores coloquios.
Todos los cristianos han sido regenerados por la Gracia, todos han sido hechos hijos de Dios. Este es un hecho tan grande y tan sublime que es necesario darle un relieve adecuado.
Mira, hijo mío: en este siglo materialista vuestra generación infiel da más importancia a lo exterior que al hecho sobrenatural del Bautismo, el cual graba de una manera sustancial el alma del niño para el tiempo y para la eternidad.
Por consiguiente, no es considerado sino en una mínima parte el Don, no debido, sino dado con divina generosidad al bautizado.
A este marco pagano que circunda al Bautismo se han adaptado mis sacerdotes con desenvuelta superficialidad; quiero decir que no ha habido reacción a este paganismo que, como densa sombra, esconde a los ojos de los fieles el precioso don de Dios.
Las imperantes costumbres paganas de vida ofuscan las más bellas Realidades divinas.
La gracia conferida al bautizado transforma y transfigura el alma del que recibe este Sacramento, hecho posible por el Misterio de la Encarnación. Por consiguiente, todo bautizado participa en el Misterio de la Encarnación.
Esta participación debe, o debería intensificarse con el desarrollo y el incremento de mi Vida divina mediante la colaboración requerida y necesaria de una educación cristiana por parte de los padres y de quienes hacen sus veces.
Esta educación debe ser iniciada desde los primeros meses. Desgraciadamente ya casi no se acostumbra; nada se ve en el niño de este pueblo pagano fuera de la naturaleza humana.
Ha faltado y falta por parte de mis sacerdotes la solícita vigilancia sobre este punto central de la vida cristiana.
Los cristianos participan todos en el Misterio de la Encarnación (por consiguiente, en mayor medida los sacerdotes) con la firme adhesión a la fe en este gran misterio.
Si Yo, Verbo de Dios, me he encarnado para poder comunicar a los hombres mi Vida Divina, para levantarlos, ayudarlos y encaminarlos a la vida eterna, los hombres, razonablemente, deberían aceptar con alegría todas las consecuencias derivadas de este gran Misterio, viviendo con fidelidad en su vida cotidiana.
Hijo, tú mismo puedes considerar cómo el paganismo ha alejado a mis fieles, y con ellos a muchos sacerdotes míos de la Realidad divina, reduciendo todo a los más o menos fastuosos ritos paganizantes.
Coherentes con el bautismo
Y ahora respondo directamente a tu pregunta, aunque la respuesta la puedes encontrar en un coloquio anterior.
Vosotros, sacerdotes, no sois simples cristianos; Yo os he escogido para ser mis Ministros sobre la tierra. Os he escogido para ser el objeto de mi predilección y de mi amor.
Yo os he sacado del mundo, aunque dejándoos en el mundo, para que vosotros seáis instrumentos, colaboradores y corredentores en la realización del Misterio de la Salvación.
Yo os he revestido de una dignidad y potencia de la que no tenéis plena conciencia, y de la que bien poco os servís para la eficacia de vuestro ministerio.
Vosotros deberíais, con mayor rigor, ser firmísimamente coherentes con vuestro Bautismo, con vuestra Confirmación, con vuestro y mi Sacerdocio.
Como fue para mi Madre, que pronunciando su “fiat”, fue causa de un prodigio tan grande que cielo y tierra no pueden contener (cuyas consecuencias han cambiado la suerte de toda la humanidad, en el tiempo y en la eternidad) así es para vosotros, sacerdotes, que pronunciáis las palabras de la Consagración.
Debéis creer que Yo, Verbo de Dios, me hago Carne y Sangre, Alma y Divinidad en vuestras manos.
Como mi Madre, en el momento en el que dio su libre, consciente y responsable consentimiento, provocó la intervención simultánea de Mi, Uno y Trino, así vosotros en la Consagración provocáis la simultánea intervención de la Trinidad divina, estando presente también la Madre mía y vuestra.
Creer firmemente
Hijo, si un sacerdote está penetrado y compenetrado por esta fe, si un sacerdote cree firmemente en esta Realidad divina, testimonio del Amor infinito de Dios, este sacerdote se transforma; su vida se vuelve maravillosamente fecunda.
En el Misterio de la Encarnación (que por obra suya, Dios renueva en sus manos, no sin alguna causa consagradas), él encuentra la fuente inagotable de los dones de mi Corazón misericordioso. Ninguna potencia adversa los podrá resistir, porque Yo estoy en él y él en Mí.
Hijo mío, hemos visto juntos otro aspecto de la sordidez que esta generación incrédula manifiesta. Ámame, tiende a Mí día y noche, recompénsame con tu amor y con tu fe de la frialdad de tantos ministros míos, a los que amo mucho y que quiero salvos.
Te Bendigo; contigo bendigo a las personas queridas. Recuerda que mi Bendición es paraguas de protección y escudo de defensa.
17 de Septiembre de 1975
SOMBRAS DE MI CUERPO MÍSTICO
Hijo, todos los miembros de un cuerpo tienden armoniosamente a un único fin; la conservación y el crecimiento del mismo cuerpo.
Así en mi Cuerpo Místico, todos los miembros deberían tender razonablemente al supremo bien del Cuerpo Místico, que es la salvación de todos los miembros de los que esta formado.
El hecho de que estos miembros sean libres e inteligentes, capaces de discernir y de querer el bien o el mal, constituye una razón más para que todos tiendan al bien común. Sin embargo no es así.
Seducidos y engañados muchos miembros, rompiendo la armonía del Cuerpo del que forman parte, persiguen el mal tenazmente, dañando no sólo a sí mismos, sino a todos los otros miembros del cuerpo.
Si además, estos miembros son sacerdotes, ellos destruyen la armoniosa cohesión con un daño incalculable para sí mismos y para comunidad cristiana entera.
En mi Iglesia todos los sacerdotes deben tender esforzadamente al bien común de todas las almas; para esto han sido llamados, sin ninguna excepción.
No hay en Mi Iglesia distinción de fines: la finalidad es una sola para todos los miembros, de modo muy particular para mis sacerdotes: salvar almas, salvar almas, salvar almas.
El último sacerdote, (último en la forma vuestra de decir, porque podría ser el primero, como el Santo Cura de Ars, último y primero), digo el último sacerdote que gasta su vida en el ofrecimiento de sí mismo en el Santo Sacrificio de la Misa en comunión Conmigo delante de mi Padre, es hasta más grande que muchos dignatarios que no siempre lo hacen.
En mi Cuerpo Místico hay muchos miembros terriblemente enfermos de presunción, de soberbia, de lujuria.
En mi Cuerpo Místico hay muchos sacerdotes obreros, más preocupados por el lucro que por la salvación de las almas.
Hay muchos sacerdotes orgullosos de su "saber hacer”, es decir de su astucia. Olvidando que a menudo, aunque no siempre, el arte del saber hacer es el arte del mentir: esta es la perfidia o la astucia de Satanás.
Vuestro lenguaje sea simple y sincero: si es sí, sí; si es no, no: la verdad es caridad.
No sus palabras
En Mi Iglesia hay sacerdotes que se predican a sí mismos. En el rebuscamiento del lenguaje, en la elegancia del decir, y con otros cien recursos, buscan llamar la atención de los oyentes para hacerlos converger sobre sí.
Es verdad que mi palabra es por sí misma eficaz, ¡pero mi Palabra, no su palabra!. Mi Palabra, antes de ser anunciada ha de ser leída, meditada y absorbida; después dada con humildad y simplicidad.
En mi Cuerpo Místico hay focos de infección, hay llagas purulentas.
En los seminarios hay gente infectada que contamina a aquellos que deben ser mis ministros del mañana ¿quién puede valorar el mal?
Si en una clínica o en una comunidad se manifiesta una enfermedad contagiosa, se recurre a los remedios con gran solicitud, con informaciones y aislamientos, con medidas enérgicas y repentinas. En mi Cuerpo Místico se manifiestan males mucho más graves, y hay aquiescencia como si nada estuviera pasando. Miedos y temores injustificados, se dice.
¡No es amor, no es caridad el permitir difundirse los males que llevan a las almas a la perdición!
Hay abuso exagerado de la Misericordia de Dios como, si con la Misericordia, no coexistiese la Justicia...
Quién está investido de responsabilidad, actuando con rectitud, no debe preocuparse por las consecuencias cuando necesita tomar medidas para cortar el mal en curso.
Hijo, ¿qué decir luego de tantos sacerdotes míos, del modo del todo irresponsable con el que llevan a cabo una tarea delicadísima, como es la de la enseñanza religiosa en las escuelas?
De acuerdo que no faltan sacerdotes bien formados y conscientes, que cumplen sus deberes de la mejor manera. Pero junto a los buenos, ¡cuántos superficiales, inconscientes, incluso corruptos! Han hecho y hacen un mal inmenso, en lugar del bien, a los jóvenes, tan necesitados de ser ayudados moral y espiritualmente.
La comprensión para estos sacerdotes míos no debe justificar licencia.
Un hábito apropiado
De lo alto han sido impartidas disposiciones con relación al hábito sacerdotal. Mis sacerdotes, viviendo en el mundo han sido segregados del mundo.
Quiero a mis sacerdotes distintos de los laicos, no sólo por un tenor de vida espiritual más perfecta, sino también exteriormente deben distinguirse con su hábito propio.
¡Cuántos escándalos, cuántos abusos y cuántas ocasiones más de pecado y cuántos pecados más!
¡Qué inadmisible condescendencia por parte de los que tienen el poder de legislar! Y junto con el poder, tienen también el deber de hacer respetar sus leyes. ¿Porqué no se hace?
Lo sé: las molestias no serían pocas. Pero Yo no he prometido jamás a nadie una vida fácil, cómoda, exenta de disgustos.
Quizá teman reacciones contraproducentes. No, el relajamiento provoca un mayor relajamiento.
Funcionarios estatales, de empresas, de entes militares visten su uniforme. Muchos sacerdotes míos se avergüenzan, contraviniendo las disposiciones, compitiendo en coquetería con los mundanos.
¿Cómo, hijo, puedo no dolerme amorosamente? Quien no es fiel en lo poco, tampoco lo es en lo mucho.
¿Qué decir, luego, del modo en que se administran mis Sacramentos por tantos de mis sacerdotes? Se va al confesionario en mangas de camisa, y no siempre con la camisa, sin estola.
Si se debe hacer una visita a una familia de respeto, se ponen la chaqueta, pero la casa de Dios es mucho más que cualquier familia de respeto.
También está prescrito vestido talar para el ejercicio del propio ministerio: asistencia a los enfermos, enseñanza en las escuelas, visitas a los hospitales, celebración de la Santa Misa, administración de los Sacramentos. ¿Quién se pone ahora el vestido talar para todo esto?
Esto, hijo mío, es indisciplina que roza en la anarquía.
¿Que decirte de tantos sacerdotes míos que no tienen tiempo de rezar, atosigados como están en tantas actividades inútiles, aunque aparentemente santas?
Actividades inútiles porque les falta su alma, porque les falta mi presencia. Donde Yo no estoy no hay fecundidad espiritual.
Pero cuántos sacerdotes tienen tiempo para ir a ver películas inmorales y pornográficas, con el pretexto de que se necesita conocer para juzgar. Esta justificación es satánica.
Los santos sacerdotes, que jamás se permitirían tales inmoralidades, no serían hábiles para orientar y aconsejar a las almas...
El deber de la obediencia
Aquí tienes hasta qué punto hemos llegado.
Pero lo hay peor todavía. Yo, hijo mío, he constituido la Iglesia jerárquica, y no se diga que los tiempos han cambiado y que por eso es necesario cambiar todo.
En mi Iglesia hay puntos firmes que no pueden variar con el mudar de los tiempos. Jamás podrá ser cambiado el principio de autoridad, el deber de la obediencia.
Podrá ser cambiado el modo de ejercer la autoridad, pero no podrá ser anulada la autoridad.
¡No se confunda jamás la paternidad requerida en las altas esferas con la debilidad! La paternidad no excluye sino, al contrario, exige la firmeza.
Hijo mío, ¿porqué he querido sacar a la luz una parte de los muchos males que afligen a mi Iglesia? Lo he hecho para poner a mis sacerdotes frente a sus responsabilidades. Quiero su regreso para una vida verdaderamente santa.
Quiero su conversión porque los amo. Sepan que su conducta a veces es causa de escándalos y de ruina para muchas almas.
¡No es justo que se abuse del amor de Dios, confiando en su misericordia e ignorando casi enteramente su justicia!
Hijo, te he dicho repetidamente que el alud está ya en curso. Sólo el regreso sincero a la oración y a la penitencia de todos mis sacerdotes y de los cristianos podría aplacar la Ira del Padre y detener las justas y lógicas consecuencias de su justicia, siempre movida por el Amor.
He querido decirte esto porque quiero hacer de mi "pequeña gota de agua que cae hacia abajo" un instrumento para el plan de mi Providencia.
Te bendigo, oh hijo. Quiéreme mucho; reza, repara y recompénsame con tu amor de tanto mal que arrecia en mi Iglesia.
También mucho bien
Es bien cierto que en mi Iglesia hay también mucho bien, ¡Ay si no fuera así! Pero Yo no he venido por los justos; ellos no tienen necesidad. He venido por los pecadores; ¡a éstos quiero, a éstos debo salvar!
Por eso he dado el toque en alguna de las muchas llagas y heridas, causa de la perdición de almas.
Se dice que no se va al infierno. O se niega el infierno o se apela a la Misericordia de Dios que no puede mandar a ninguno al infierno.
No por estas herejías y errores deja de existir el Infierno. No por esto muchos impenitentes, también sacerdotes, evitan el Infierno...
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