Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a sus hijos predilectos.
XCVII
MARÍA Y LA SANTÍSIMA TRINIDAD
"Si María es Esposa del Espíritu Santo, también es para engendrar de Él, las vocaciones sacerdotales que sirven a la Iglesia; para protegerlas, cuidarlas, formarlas, alimentarlas, sin dejarlas jamás. Ella está presente gozándose en la ordenación de los sacerdotes; los acompaña en los altares, a la hora del sacrificio de la Misa; y Ella, con el Espíritu Santo, se encarga de cultivar el germen que el mismo Espíritu Divino pone en el alma del sacerdote por la encarnación mística en las Misas, cuidando de formar a Jesús, de hacerlo crecer, y de perfeccionar, rasgo por rasgo, no sólo la imagen, sino en cierto sentido al mismo Jesús en el alma de los sacerdotes que se prestan para que se realice la transformación perfecta y consumada de ellos en Mí.
Como Hija del Padre, María es la viviente sumisión a su voluntad santísima, al aceptar la maternidad divina,con todo el doloroso futuro que le reservaba esta insigne prerrogativa. Y su "fiat" hizo sonreír al Padre, enternecido de amor paternal hacia Ella, la única escogida y formada eternamente por Él con este santo fin, el de ser Madre de su Verbo Encarnado, por obra del Espíritu Santo, porque nadie como María fue Hija perfectísima de ese Padre amado.
Sin María, Dios quiso que no pudiera haber Redención, ni Iglesia, ni Eucaristía, ni salvación del género humano
María fue la criatura que la Trinidad quiso que fuese indispensable para realizar sus planes; y en esa Inmaculada Virgen tuvo a bien vincular secretos y misterios para la realización de su ideal respecto de la humanidad perdida. María fue el estandarte de su conquista, después de Mí, hecho hombre; y Ella correspondió desde el primer instante de su ser, creciendo siempre en gracia, poseída por la Trinidad.
Y llegó la Encarnación, y fue Madre Virgen, por medio del Espíritu Santo, con la fecundación purísima del Padre; y llenó su papel de Madre con la perfección más grande que la de todas las madres, y se identificó con su Hijo Divino. Ni un solo pensamiento, ni un solo deseo tuvo María que no fuera enderezado a ejecutar la voluntad del Padre en Mí. Y aún en los actos naturales de una Madre para con su Hijo, fue María sobrenatural y perfecta, porque sabía muy bien que su Hijo era Dios.
¡Qué ternuras, qué cuidados, qué delicadeza usó Conmigo María!... ¡Qué olvido propio, qué abnegaciones, qué sencillez, qué delicadeza, qué pureza en pensamientos, palabras y obras tenía María! ¡Qué encantos y consuelos para Mí encerraba aquella Madre admirable consagrada en absoluto a mi servicio exterior e íntimo! ¡Me estudió, se calcó en Mí, viviendo a lo divino sin dejar lo humano! ¡Qué confidencias tuve con mi Madre que toda era para Mí, que todo lo merecía, cuyo Corazón palpitaba al unísono del Mío, cuyos dolores eran mis dolores, y mis ideales sus ideales, y su alma como mi misma alma!
Pero fue preciso para mi tierno Corazón el crucificarla, el amargarle su vida con la profecía de Simeón, con la voluntad torturante, aunque amorosa, del Padre, con el sacrificio terrible que la hacía temblar, en espera siempre de las ignominias y de la sangre para salvar al mundo ingrato.
¡Nada ignoraba María, y su Corazón de Madre sangraba siempre ante esa perspectiva dolorosa que debía llegar, y a la que Ella, el alma mas enamorada de Mí, no opondría la más mínima resistencia! ¡Cómo nos comprendíamos!... ¡Cómo estaba identificado nuestro amor al Padre en un mismo amor y nuestras voluntades a la suya en una sola voluntad! ¡Y nuestra vida, en unión de San José, fue amor y martirio, martirio y amor!
Y Ella al pie de la cruz vio nacer a mi Iglesia y en San Juan aceptó como hijos a todos los sacerdotes en su Corazón, en lugar Mío, y además, a toda la humanidad.
Y con sus martirios de soledad compró, en unión con mis méritos, todas las gracias para sus nuevos hijos que, nacidos apenas en su Corazón en el Calvario, no podía abandonarlos, y era necesario que se injertaran en su Hijo Divino y se salvaran por sus dolores, que eso cuestan las gracias: sangre y dolor.
Claro está que Yo compré con mi pasión y muerte y con mi vida humana, toda de cruz, estas gracias; pero tenían que pasar por el Corazón de mi Madre, canal único por donde se derraman las gracias a la humanidad, pero sobre todo para mis sacerdotes.
Y ¿por qué? Porque Ella fue la Corredentora, la primera que continuó mi Pasión en la tierra, la que fundó con mis Apóstoles la Iglesia, la Protectora y la Madre de los sacerdotes, la Reina de todos los santos.
Pero no acabó ahí su papel con la Trinidad Beatísima. Era María Esposa del Espíritu Santo y tenía que prestarle su ayuda para darle hijos a Jesús, es decir para tornar a Jesús en el corazón de los sacerdotes, para transformarlos en Mí, a fin de que quedaran en el mundo no muchos sacerdotes, sino un solo Sacerdote, Cristo; un solo Salvador de las almas, Yo en ellos y ellos en Mí, con el fin de que el fruto de las almas fuera durable y verdadero, porque nadie que no esté unido a la Vid dará fruto de vida eterna.
Y este es el papel de María, del que muchos sacerdotes casi no se han dado cuenta; ése ha sido y es el papel activo de la Esposa del Espíritu Santo en la Iglesia: velar por los sacerdotes, cuidar de los sacerdotes, rogar y orar continuamente por esa parte escogida, acompañarlos en todos sus ministerios y especialmente -siempre a su lado- en las Misas, y trabajar en ellos para que imiten a Jesús y lleguen a transformarse en El, de manera que, en cierto sentido, desaparezca la criatura y sean otros Cristos.
María es la que realiza esas perfectas transformaciones como en el alma de San Pablo que decía: "Vivo, mas no yo, Cristo es quien vive en mí". Y hasta entonces estará satisfecha, porque hasta entonces cumplirá en la tierra, en la Iglesia de Dios, su título glorioso de Esposa del Espíritu Santo.
Y si el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, María es un instrumento precioso que no tan solo calca en el alma de los sacerdotes a Jesús, sino que los hace su mismo Jesús, los transforma en Él. ¿Y para qué? Para la gloria de la Trinidad.
María es la que más conoce, la que más se ha acercado a la contemplación de esa Trinidad Beatísima, por esa cierta afinidad o parentezco que la liga con las tres Divinas Personas. María se goza y tiene sus delicias en esa unidad de esencia y simplicidad de sustancia, porque a Ella más que a ninguna criatura le llegarán tan luminosas y profundas esas claridades divinas que la envuelven y la penetran. Nadie ha entrado como Ella al Santuario de la Divinidad y contemplado los ideales divinos de la Trinidad, en su Iglesia y en sus sacerdotes. Por eso María, Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, es la directamente encargada de armonizar esa Iglesia, unificar a los sacerdotes y consumarlos en la unidad de la Trinidad.
Pero, ¿cómo lo llevará a cabo María? -Por la transformación de los sacerdotes en Mí. Y si logra esto es feliz, porque su dicha está ligada a la dicha de la Trinidad y a la gloria de la Trinidad.
¡Oh, es preciso que conozcan o recuerden estas verdades, que no son fantasías ni paradojas ni invenciones humanas, sino realidades divinas, que mis sacerdotes deben tener muy en cuenta y aprovecharlas!
He tenido a bien descorrerles este velo, como una prueba más de mi amor al hacerles saber cómo mi Madre se ocupa de ellos, ruega por ellos, trabaja sin descanso por ellos especialmente. Y si llegan a ser otros Yo, a transformarse en Mí, será el mayor obsequio que pueden hacerle, y entonces María los amará como a Mí, con finas delicadezas de su amor maternal, y los asistirá con su presencia más o menos sensible, pero siempre real, hasta conducirlos al cielo,
Pero si les he pedido a mis sacerdotes pureza, fidelidad y amor para con mi Iglesia, más les pido esto para que no lastimen ni de lejos a María, mi Madre, para que la traten como Yo lo hice, con todo respeto filial, a la vez que de toda la confianza y la intimidad de un hijo.
Con un clamor que sale de lo íntimo de mi alma les grito hoy directamente:
¡Sacerdotes del Señor, amad a María y transformaos en Mi por María!
¡Qué más puedo decirles y qué más puedo darles? Ha descorrido mi amor muchas velos ante sus ojos; que lo agradezcan, amando a María y poniéndose dócil y amorosamente en manos de María para su transformación en Mí".
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