"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO
"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.
Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo
Vigésimo primer Escalón:
de la Vanagloria en sus Múltiples Formas.
1. Algunos teólogos prefieren distinguir la vanagloria del orgullo, y le consagran un capítulo aparte. Ellos afirman que hay ocho vicios principales. Pero otros, entre ellos Gregorio el Teólogo, no describen más que siete.
Yo me inclino por estos, ya que ¿quién conserva el orgullo después de haber vencido la vanagloria?
La diferencia es la misma que existe entre un niño y un hombre; entre el trigo y el pan, porque la vanagloria es el principio y el orgullo el fin.
Es entonces la ocasión para hablar brevemente del comienzo y final de todos los vicios: la impía vanidad; ya que el que lo quiera tratar en extenso, se asemejará al que pretendiera pesar el viento.
2. La vanagloria es, en cuanto a su esencia, cambio del orden natural, corrupción de costumbres, descubridor de defectos ajenos: los orgullosos hacen estragos con sus "buenas obras" y acusan a los otros de defectos para engrandecerse ellos.
Según su calidad, la vanagloria es perversión del trabajo, pérdida de sudores, dispersión de tesoros, precursor de la soberbia, hija de la infidelidad, naufragio en el puerto, hormiga que, aunque pequeña, daña los frutos y el trabajo del labrador. Como la hormiga aguarda a que el trigo esté en el granero, así la vanagloria espera a que el hombre acopie riquezas espirituales. Aquélla goza hurtando, ésta destruyendo.
3. El espíritu de la desesperación se alegra cuando ve multiplicarse los vicios, y la vanagloria cuando ve crecer las virtudes; las múltiples llagas permiten la entrada a la primera, y la riqueza de nuestros trabajos introducen a la segunda.
4. Mira atentamente y verás que esta peste no deja al hombre sino hasta su muerte; la encuentras en sus vestiduras, en sus perfumes, en su ostentación y en todas sus cosas.
5. Como el sol que brilla para todos por igual, así la vanagloria se regocija en todas nuestras actividades. Por ejemplo: si ayuno me alabo, y cuando suspendo el ayuno, para que no me señalen, pondero mi prudencia. Si visto bien me lleno de orgullo, si me visto mal exalto la pobreza de mis vestiduras. Cuando hablo, ella me domina, y lo hace también si callo. Es como un abrojo, de cualquier forma que le tome para librarme de él, siempre me punzará.
6. El vanidoso es adorador de ídolos; aparenta honrar a Dios, pero lo que busca es complacer a los hombres, y no a Dios.
7. Todo amigo de la ostentación es vanidoso, su ayuno no tendrá recompensa ni su oración fruto, ya que lo hace por contentar a los hombres.
8. El monje vanidoso se perjudica dos veces: mortifica su cuerpo con trabajos, y no recibe recompensa.
9. Quién no observará al siervo de la vanagloria durante los cánticos, si, movido por ella unas veces ríe y otras llora.
10. Dios esconde algunas veces a nuestros ojos las virtudes que poseemos. Pero ese que nos halaga, o mejor dicho nos engaña, abre nuestros ojos con sus alabanzas, y abiertos éstos, nuestro tesoro se disipa.
11. El lisonjero es un servidor de los demonios, introductor del orgullo, destructor de la compunción, ruina de las virtudes, guía ciego; porque como dijo el Profeta Isaías:
"Los que te llaman bienaventurado son los que te engañan."
12. Un espíritu elevado soporta con coraje y alegría las injurias, y puede llegar a ser santo y elegido si huye de las alabanzas.
13. He visto hombres llorar por sus pecados e inflamarse de cólera al sentirse elogiados, y así cambiar una pasión por otra.
14. "Nadie conoce los pensamientos de un hombre sino su propio espíritu, que está dentro de él" — dice la Biblia-. Por esto avergüéncense y enmudezcan los que son llamados bienaventurados.
15. Si tu prójimo o tu amigo te critica, estando tú presente o no, es el momento de mostrarte caritativo y alabarlo.
16. Es un gran mérito sacudirse las alabanzas de los hombres, pero es mayor cuando rechazamos las de los demonios que solapadamente intentan hacernos ereer que somos algo.
17. No es humilde el que se desprecia a sí mismo y hace gala de humildad -porque ¿quién no se soporta a sí mismo? — sino aquel que a pesar de ser maltratado e injuriado guarda caridad hacia los demás.
18. Cierta vez noté que el demonio de la vanidad reveló a un monje los malos pensamientos con que había hecho prisionero a otro, para que éste, por boca del otro, oyendo lo que pasaba en su corazón, lo tuviera por profeta y lo alabase. Este es un espíritu tan poderoso que hasta puede imprimir movimiento a nuestros miembros.
19. No prestes oídos cuando este enemigo te sugiera aceptes un obispado, magisterio o doctorado, ya que es difícil ahuyentar al perro del patio del carnicero.
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