EL MONTRUO
SUEÑO 65.—AÑO DE 1868.
(M. B. Tomo IX, págs. 155-156)
El 29 de abril [San] Juan Don Bosco anunció a los jóvenes: Mañana por la noche y el viernes y el domingo, tengo algo que decirles, pues si no lo hiciera, creo que moriría antes de tiempo. Tengo algo desagradable que comunicarles. Y deseo que estén presentes también los artesanos.
En la noche del 30 de abril, jueves, después de las oraciones, los artesanos desde el pórtico que solían ocupar vinieron a unirse a sus compañeros los estudiantes para oír las buenas noches del [Santo], que comenzó a decir:
Mis queridos jóvenes: Ayer noche les dije que tenía algo desagradable que contarles. He tenido un sueño y estaba decidido a no decirles nada, ya porque dudaba de que se tratara de un sueño, ya porque siempre que conté alguno, hubo algo que objetar o que observar por parte de alguien. Pero otro sueño me obliga a hablarles del primero, tanto más que desde hace algunos días he vuelto a ser molestado de nuevo por ciertas visiones o fantasmas, especialmente hace tres noches. Pues bien: saben que marché a Lanzo en busca de un poco de tranquilidad; la última noche que pasé en el Colegio, al ir a la cama y cuando comenzaba a dormirme vi en mi imaginación cuanto voy a decirles:
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Me pareció ver entrar en mi habitación un gran monstruo que, adelantándose, fue a colocarse a los pies de la cama. Tenía una forma asquerosísima de sapo y era grueso como un buey.
Yo lo miraba fijamente, conteniendo la respiración. El monstruo poco a poco iba aumentando de volumen; le crecían las patas, el cuerpo, la cabeza y cuanto más aumentaba su grosor más horrible era. Era de un color verde con una línea roja alrededor de la boca y del pescuezo que le hacían aún más terriblemente espantoso.
Sus ojos eran de fuego y sus orejas muy pequeñas. Yo decía entre mí mientras lo observaba: Pero el sapo no tiene orejas.
De su hocico partían dos cuernos y de los costados dos grandes alas de un color verduzco. Sus patas se parecían a las del león y por detrás tenía una larga cola que terminaba en dos puntas.
En aquel momento me pareció no tener miedo, pero aquel monstruo comenzó a acercarse cada vez más a mí, alargando su boca amplia y guarnecida de fuertes dientes.
Yo entonces me sentí invadido de un terror indecible. Lo creí un demonio del infierno, pues de ello tenía todas las trazas. Hice entonces la señal de la Cruz, pero de nada sirvió; toqué la campanilla, mas a aquella hora nadie acudió, nadie la oyó; comencé a gritar, pero todo fue en vano; el monstruo permanecía impasible.
—¿Qué quieres de mí —dije entonces—, demonio infernal?
Pero él se acercaba cada vez más enderezando y alargando las orejas. Después puso las patas anteriores sobre el borde de mi lecho y aferrándose con las patas posteriores a los barrotes, permaneció inmóvil un momento tras de haber saltado encima, con su mirada fija en mí.
Después, alargando el cuerpo, puso su hocico cerca de mi cara. Yo sentí tal escalofrío, que de un salto me senté en el lecho estando dispuesto a arrojarme al suelo; pero el monstruo abrió la boca. Hubiera querido defenderme, apartarlo de mí, pero era tan asqueroso que ni en aquellas circunstancias me atreví a tocarlo. Comencé a gritar, eché la mano hacia atrás buscando la pila del agua bendita, pero sólo lograba tocar la pared sin encontrar lo que buscaba, y el monstruo me aferró con su boca por la cabeza de tal forma que durante unos instantes la mitad de mipersona permaneció dentro de aquellas horribles fauces.
Entonces grité:
—En el nombre de Dios. ¿Por qué haces esto conmigo?
El sapo al escuchar mi voz se retiró un poco, dejando libre mi cabeza. Hice nuevamente la señal de la Santa Cruz y habiendo logrado meter los dedos en el agua benditabrocié con ella al monstruo. Entonces aquel demonio, lanzando un grito horrible, saltó hacia atrás y desapareció, pero mientras lo hacía, pude oír una voz que desde lo alto pronunció claramente estas palabras:
—¿Por qué no hablas?
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El Director de Lanzo, Don Lemoyne, se despertó aquella noche al escuchar mis ayes prolongados y oyó también cómo yo golpeaba la pared con lás manos. Por la mañana me preguntó:
—[San] Juan Don Bosco, ¿ha soñado esta noche?
—¿Por qué me lo preguntas?
—Porque he oído sus gritos.
De esta manera supe que era la voluntad de Dios que les contara lo que había visto, por lo que he determinado narrarles todo el sueño; de lo contrario traicionaría a mi conciencia; de esta forma creo también que me veré libre de ¡a presencia de ciertos fantasmas o apariciones que me atormentan.
Demos gracias al Señor por su misericordia y procuremos poner en práctica ¡os avisos que se nos den y servirnos de los medios que nos sean sugeridos para ayudarnos a conseguir la salvación de nuestras almas. En esta ocasión pude conocer el estado de la conciencia decada uno de vosotros.
Y dichas estas palabras [San] Juan Don Bosco se dispuso a narrar a sus muchachos el sueño siguiente.
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