FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. CXI: RESURRECCIÓN DE LA CARNE.

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a Sus hijos predilectos.


 CXI

 RESURRECCIÓN DE LA CARNE



 "El cuerpo resucita en virtud de que Yo glorifiqué a la carne con el contacto purísimo de mi Divinidad; y para esa resurrección la carne tiene virtud sólo por Mí.  Esa doble caridad, que el hombre nunca agradece, fue efecto de la Encarnación del Verbo. Porque nada de lo que toca a la Divinidad se destruye o perece; menos el hombre, de quien el Verbo quiso tomar su misma substancia humana, su carne mortal, su materia misma.

 Y mi resurrección es la prenda segura de la resurrección de los cuerpos, no por virtud propia, como la mía: sino por mi virtud, que quise concedérsela al hombre, como una gracia participada, por el contacto de mi Divinidad con la carne humana. Sólo que, por el pecado original, la carne sólo puede tener esa transformación de crisálida en mariposa, por un milagro estupendo de mi Poder infinito que, con el divino Soplo, rehace y vuelve a unir eternamente el cuerpo con el alma que le cupo en suerte, ya para salvarse, ya para condenarse, según sus obras.

 Es un deber de justicia para Mí, a la vez que de misericordia, la unión del alma con el cuerpo, a quien animó y con quien pecó y mereció también. No sería Dios justo , si una carne que se sacrificó en la tierra en su honor pereciera para siempre sin tener su recompensa. Dios es justo y no deja sin premio ni un ápice de los sacrificios que el hombre hace por Dios en su cuerpo o en su alma; es justo en glorificar o en castigar eternamente el cuerpo, instrumento del alma que se santificó, reprimiendo sus apetitos sensuales, o que lo ofendió, siguiendo sus inclinaciones pecaminosas.

 Amo no solo a las almas, sino también a los cuerpos, envolturas de esas almas y templos vivos del Espíritu Santo.

 Claro está que el alma con sus potencias induce al cuerpo al bien o al mal; pero el cuerpo, aunque materia muerta sin el alma, presta su concurso mientras el alma lo alienta, y sirve para el bien como para el mal.

 Por eso también debe participar del premio o del castigo, porque el hombre no es sólo alma ni sólo cuerpo sino, las dos cosas; aunque el cuerpo debe estar subordinado al espíritu, que lleva la imagen divina de la Trinidad, y prestarle su concurso para la mortificación y la Cruz. Mientras más padezca el cuerpo por Cristo, más glorificado será con Cristo.

 Y muy grande misericordia mía es también glorificar la carne sólo por el contacto que tuvo con el Verbo que la purificó, la divinizó, y le comunicó con ese purísimo contacto el derecho de la resurrección en el último día.

 Amo a esa carne humana de la que se revistió un Dios hombre; y entre otras cosas ¿saben por qué? --Porque me ayudó con su concurso a padecer, a redimir con dolor, el género humano.  Por eso a mi carne misma, a la que tomé en el seno purísimo de María, la resucité luego sin esperar la resurrección del fin del mundo, pues fue impecable; y, además, para dar con ella la garantía de la resurrección final. Porque si tuvo un Dios hombre poder para resucitar por Sí solo,  ¿cómo no lo ha de tener para resucitar a todos los muertos de todos los siglos?

Yo vencí a la muerte, y de aquí que los muertos obedezcan mi voz, de lo que di algunos ejemplos a mi paso por la tierra. Era imposible a la ternura de mi Corazón permitir que los cuerpos, perecieran y fueran destruidos para siempre, estando mi Cuerpo glorificado.

La Encarnación tuvo ya, entre sus inmensos actos de caridad para con el hombre, éste de la resurrección de la carne, en virtud de haberse unido la Divinidad con la carne; y éste es un punto en el que casi no se piensa, ni se agradece, a pesar de ser un inmenso beneficio.

Porque Dios no hace las cosas a medias, y al unir el alma con el cuerpo, sabiendo que el pecado había de traer la muerte al mundo; y al enviar a su Verbo, al dar a su propio Hijo para redimir al hombre, en su infinita caridad, ya tenía preconcebida la resurrección de la carne; tanto en virtud de que lo que hace Dios no lo deshace, cuanto por haberse unido en unión hipostática la naturaleza divina con la naturaleza humana; la Persona divina con la carne humana, aunque pura y limpia, tomada de una Virgen sin mancilla, para reparar con esa pureza las manchas de cieno en el cuerpo del hombre.

Necesita venir a la tierra una carne inmaculada para purificar la corrupción del hombre, y más aún, para que la redención de esa carne corrompida alcanzara nueva vida el día de la resurrección final.

Por lo tanto, la Redención del Hijo de Dios en el mundo, no sólo fue para las almas, sino que también con ella compró los cuerpos, fueron también redimidos los cuerpos de la eterna destrucción y guardados como cosas santas que se deben respetar, por llevar algo del sello de la Divinidad, que no desaparece, sino que espera el día de la Resurrección.

La destrucción de los cuerpos es efecto del pecado que mancha el alma y el cuerpo; pero la rehabilitación de los cuerpos es efecto de la Encarnación y de la Redención del Hijo de Dios, Verbo y Carne, que no hace las cosas a medias sino completas para manifestar su munificencia, su grandeza, su poder y su caridad infinita.

Así es que el Soplo del Espíritu Santo hará la resurrección de la carne, y entonces las almas se unirán a sus propios cuerpos para que glorifiquen a Dios, ya sea en la eterna dicha, o en el penar eterno, en el infierno, que ambas cosas lo glorifican en sus atributos.

Esta resurrección de la carne participa de la transformación en Mí, por la unidad; es una participación de mi Resurrección gloriosa, del poder infinito que tuve sobe la muerte cuando resucite glorificado para confirmar mi doctrina salvadora, mi Evangelio.

Si las almas y los sacerdotes se transforman en Mí desde la tierra, esa transformación, ese ser otros Yo, en su vida y en su muerte, alcanza también a la resurrección; no porque ellos no resuciten como todos, sino porque su resurrección será mas gloriosa, mas divina, en el esplendor de sus cuerpos, en las dotes mas especiales con que en el mismo cielo se distinguirán.

A medida que la unión Conmigo en la tierra será la glorificación de los cuerpos en el cielo.  Mientras más unión, más compenetración con mi Carne misma glorificada, más luz, más fulgor, más hermosura, más acercamiento a la misma Divinidad.  Esa carne que alimentó mi Carne, que se transformó en Mí crucificado, que se sustentó con mi Sangre, que se sacrificó en honor mío, tendrá también más premio, más Yo mismo en el cielo.

Pues mis sacerdotes que fueron otros Yo, que tuvieron la dicha de transformarse en Mí en el altar, cuyos labios dijeron centenares de veces, con certeza absoluta: "Este es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre", justísimamente en la resurrección de la carne se distinguirá esa carne mía, que se transformó en Mí, se distinguirá de los demás cuerpos resucitados, y más y más, según el grado de unión y de transformación en Mí que tuvo en este mundo.

Hasta allá alcanza mi Bondad y mi santa Justicia a los sacerdotes transformados en Mí; porque voy a descubrirles un secreto y es que la transformación del alma en la tierra alcanza también al cuerpo aun en la tierra; y Dios no destruye este elemento que divinizó al cuerpo y que en su destrucción no se aparta de él, como no se apartó de mi Cuerpo cuando murió. Queda el germen bendito en aquellas cenizas que resurgirán gloriosas con las dotes más elevadas, el día bendito de la Resurrección de la Carne, para más triunfo del cuerpo y del alma, para más gloria de Dios.

Hasta más allá dela muerte alcanzará a los sacerdotes transformados en Mí el premio y mis recompensas eternas; las recompensas de un Dios hombre que les participa de su propia gloria a los que fueron otros Cristos en la tierra y apuraron el mismo cáliz y le consagraron sus cuerpos y sus almas.

Y como Dios con nada se queda, sino que abunda y sobreabunda en bondad y justicia; no se conformó con hacer felices a las almas, sino también con sempiterna dicha a los cuerpos que acompañaron a esas almas; y más, mucho más, infinitamente más a los sacerdotes que se transformaron en Mí".

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