FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. CXII: JESÚS-MEDIADOR.

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a Sus hijos predilectos.


CXII


JESÚS- MEDIADOR



"Si soy redentor, soy también por este mismo hecho, el Mediador supremo entre los hombres y la Trinidad, entre la Trinidad y los hombres.

¡Qué dicha para los hombres tener a un Dios-Hombre, a un Corazón de Hombre-Dios, que lleva sus mismas entrañas de amor!  ¿Qué haría la humanidad, si el Verbo no hubiera tomado su carne misma?

Sólo por esta unión del Verbo con el hombre tienen los hombres derecho al cielo; sólo por el Verbo hecho carne tienen valor sobrenatural sus actos; sólo por el Verbo hecho carne tienen vida en abundancia, -la mortal y la eterna-  vida verdadera, porque Yo soy la Vida.
En Mí está la Vida verdadera, la Luz indeficiente, la Verdad infalible; en Mí está todo, porque soy el lazo divino que une la tierra con el cielo.

Yo soy el Dios Creador, el Dios Redentor, el Dios Remunerador, la Bondad misma, la Caridad infinita y me gozo como Dios-hombre en amar, no tan sólo como Dios, sino también con las fibras del hombre, con el corazón y con el amor del hombre.

Y este es un punto hermoso, como todo lo de la Divinidad: todo en Mí es presente, es decir, está siendo; no sólo fue o será, sino que es, siempre es, por el Ser simplísimo e infinito de la unidad.

Para Dios no fue la Creación, ni la Encarnación, ni la Redención, ni la Glorificación, ni la Resurrección, como casas pasadas; sino que están siendo, se están obrando, y siempre, siempre, lo están glorificando.  Porque en el seno de la Trinidad no existe cosa que no lo glorifique: el cielo y el infierno, el pasado, el presente y el futuro; y todo esto, siempre dentro de Dios mismo, en el mismo Seno de su divino Poder.

En este sentido, El conoce qué almas se salvan y cuáles se condenan; pero solamente por ser Dios, porque dada su ciencia infinita, las cosas no pueden ser de otro modo en Dios.  Pero su voluntad amorosa, su Ser de Caridad y el Corazón de Dios-hombre no quieren, no, que ninguna alma se pierda; sino impartir su felicidad, de eternidad a eternidad, a todo ser creado y aun por crear; porque Dios lo tiene todo presente, lo creado y lo que está por crear.

Un espejo refleja a la persona que está frente a él. Pero Dios refleja todo en sí mismo, no fuera de El, sino en El: y allí, dentro de esa unidad insondable, cabe todo, está todo, germina todo, se crea todo y abarca todo en la unidad, sin salir de la unidad,  todo lo produce la unidad: seres y criaturas, premios y castigos, ángeles y hombres, cielo e infierno, que lo glorifican eternamente.

Yo estoy en  Dios y soy Dios, como segunda Persona de la Trinidad; y hombre unido al Verbo con los lazos indisolubles de la unión hipostática.

Y el Verbo se hizo carne porque quiso; y se ofreció inmaculado al Padre porque quiso su Caridad expiar los pecados de una carne que quería purificar y salvar, para premiar y remunerar al hombre eternamente.

Al tomar Carne el Verbo santificó la carne, enalteció al hombre y le conquistó la resurrección de su carne. ¿Cómo abandonarla, si Él se había revestido de la naturaleza humana?  ¿Cómo dejarla perder, si le había servido de envoltura a la naturaleza divina, a la Persona divina, a su alma creada, nítida y pura, luminosa y transparente, toda serena, santa y sin mancha?  ¿Cómo no remunerar a esa carne que le dio un Corazón, que el Verbo Encarnado toma como centro infinito de su ternura, por su unión con lo divino del amor?

¡Ahi en mi Corazón, cupo el amor divino con el amor humano; el amor de un Dios con todo el purísimo amor del hombre!

¿No vislumbran con esto algo de la grandeza, de la munificencia, de los sentimientos amorosos, divinos y humanos, de un Dios hombre?

¿No contemplan la elevación del hombre sólo debido al contacto del Verbo de Dios con la carne humana; abajamiento incomparable e incomprensible, a pesar de la purezas del seno inmaculado de María donde se realizó?

Esto asombra al mismo cielo; esto arrebata en éxtasis de admiración y de adoración a todas la jerarquías angélicas.  ¿Qué importa el pecado, en cierto sentido, si tenía un redentor que lo borra con su propia vida?
Siempre Dios sobrepuja en caridad: siempre sale adelante cuando se trata de amor; siempre gana, y no con armas y proyectiles, sino con amor, con eterno e infinito amor.

El hacerse el Verbo hombre fue también para tener un motivo, una ocasión, digna de todo un Dios, de probar su amor al hombre; para desplegar ente sus ojos materiales la magnitud del amor divino humanado. Se hizo carne para que la carne se divinizara con Él, se purificara en Él. Se abajó, se anonadó hasta el hombre para que el hombre se hiciera en cierto sentido Dios y se consumara en su unidad.

Pero uno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en Él y con Él, al sacerdote, haciéndolo semejante a Él, transformando la misma carne humana en Él al divinizarla. Y para esto, para tener ese grupo escogido en la tierra, esa legión de criaturas más que angélicas, formó la Iglesia para que los alimentara y los educara en su seno para el altar, para que los angelizara para el sacrificio, para que los transformara en Él y prolongara su Pasión y muerte, en las Misas, en favor de todas las almas que por ellos, en Él, se salvarían.

Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el Sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante.  Porque mis sacerdotes, no sólo deben perpetuar la Eucaristía por el poder divino que les fue dado por  Dios, al pronunciar las palabras de la consagración de las que son depositarios; sino ellos mismos, en su perfecta transformación en Mí, no sólo deben ser copones que me contengan, sino otros Yo mismo, mi mismo Cuerpo, mi misma Sangre, en su transformación en Mí.

¿Ven cuántas cosas ha hecho el amor de un Dios? La Creación, la Redención, la Iglesia amada con todos mis sacramentos y los recursos de su caridad en favor de los pecadores para salvarlos.

Y lo más grande es la Iglesia con sus sacerdotes; otros Yo en la tierra para regenerar a las almas; esos Pontífices y sacerdotes transformados en Mí, que perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra.

Al decir en la última Cena: "Éste es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre", tenía en mi mente la extensión de este Cuero y de esta Sangre en mis sacerdotes transformados en Mí, hechos también, en este sentido, eucaristías vivientes, y con el mismo fin, el de vivir inmolados en favor de todo el mundo.

Tenía entonces en mi alma que ellos desaparecieran, y en cierto sentido, como la substancia del pan y del vino, y quedaran transformados en Mí para la salvación de las almas.

Verlos otros Jesús ha sido la mente del Padre, la ilusión de un Dios-Hombre.  Quiero en ellos un Jesús perfecto.  Y ¿cómo? por mi imitación y por su transformación exterior e interior mediante las virtudes y el amor de ellos en Mí.  No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora -por el amor y por el dolor-hasta la consumada transformación en Mí.

Bajo cualquier aspecto que me vea, tiene que copiarme en sí mismo el sacerdote transformado en Mí; pero mi genuino aspecto en la tierra fue el amor inmolado, la inmolación por amor.

Tiene el sacerdote perfecto que ensanchar su alma, sus miras, su corazón, sus energías, su pureza,sus virtudes, sus cualidades recibidas y hasta su misma vitalidad espiritual para recibir ese parecido, esa semejanza Conmigo, en todos los aspectos de caridad, de paciencia, de humildad, de sacrificio, de docilidad, de abnegación, de obediencia y de amor.  Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas.

¡Oh, si mis sacerdotes se penetraran de estos pensamientos, cómo adelantarían en su transformación indispensable en Mi --más que nunca en estos últimos tiempos necesaria-- y harían circular por todo su ser esa savia divina, unificados en la unidad de la Trinidad!

Este fue y es el ideal del Padre al escogerlos para que fueran otros Yo y complacerse en ellos como en su Hijo muy amado.  Que no desperdicien el don de Dios, que aceleren esa circulación de la vida divina en sus almas y en sus cuerpos, como prueba de su fe y de su esperanza en la Trinidad y del amor y gratitud que debe distinguirlos hacia Mí, que tan hondo los llevo en mi Corazón y en mi alma".


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