EL CELIBATO: UN COMPROMISO POR FORTALECER. |
Selección de textos: -Continuación-
(Vea primera parte aquí)
El Espíritu Santo ejerce una acción especial en el alma que vive con delicadeza la santa pureza
El Espíritu Santo ejerce una acción especial en todos los hombres que son puros en sus intenciones y afectos (San Basilio, Coment. sobre Isaías, 3).
Quítame, Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual que recubre mi corazón, para que sienta y siga con facilidad los toques del Paráclito en mi alma (J. Escrivá de Balaguer, Camino, n. 130).
Gula y lujuria
Entre la gula y la lujuria existe un parentesco y una analogía peculiares (Casiano,Colaciones, 5, 10).
La gula es la vanguardia de la impureza (J. Escrivá de Balaguer, Camino, n. 126).
Mal se podrá contener en la lujuria quien no corrija primero el vicio de la gula (Casiano, Colaciones, 5, 10).
Especial necesidad de los medios sobrenaturales para vivir esta virtud
Cierto que para todo progreso en la virtud y para alcanzar el triunfo sobre un vicio cualquiera se necesita la gracia de Dios y es suya la victoria. Pero hay en la adquisición de la pureza una gracia particular del Cielo, un don especial (Casiano,Instituciones, 6, 6).
Para conservar la castidad no bastan ni la vigilancia ni el pudor. Es necesario también recurrir a los medios sobrenaturales: a la oración, a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y a una ardiente devoción hacia la Santísima Madre de Dios (Pío XII,Sacra virginitas, 25-3-1954).
Que nadie piense que ha adquirido la castidad a base de su trabajo personal. Nadie puede vencer la inclinación de la naturaleza; y por eso, cuando la mala inclinación ha sido vencida, hemos de reconocer que ha habido una intervención de Aquel que está por encima (San Juan Clímaco, Escala del paraíso).
Belleza de la castidad
Es digna de ser amada la belleza de la castidad, cuyo paladeo es más dulce que el de la carne, pues la castidad encierra un fruto muy suave y es la belleza sin mancha de los Santos. La castidad ilumina la mente y da salud al cuerpo (San Isidoro, Sobre el bien supremo, II, 1, 9).
Necesidad de la mortificación. Otros medios
No paséis con ligereza por encima de esas normas que son tan eficaces para conservarse dignos de la mirada de Dios: la custodia atenta de los sentidos y del corazón; la valentía —la valentía de ser cobarde— para huir de las ocasiones; la frecuencia de los sacramentos, de modo particular la Confesión sacramental; la sinceridad plena en la dirección espiritual personal; el dolor, la contrición, la reparación después de las faltas. Y todo ungido con una tierna devoción a Nuestra Señora, para que Ella nos obtenga de Dios el don de una vida santa y limpia (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 185).
La castidad no se adquiere de una vez para siempre, sino que es el resultado de una laboriosa conquista y de una afirmación cotidiana (Pablo VI, Enc. Sacerdotalis coelibatus, 24-VI-1967, n. 73).
Si vemos así la pureza como fruto y fuente de amor, la consolidaremos en nuestra vida, la amaremos y la custodiaremos en toda su maravillosa extensión y grandeza: Dios nuestro Señor nos pide la pureza de cuerpo, de corazón, de alma y de intención.
La pureza es una virtud frágil, o mejor, llevamos el gran tesoro de esta virtud en vasos frágiles —in vasis fictilibus—; por esto le hace falta una custodia prudente, inteligente y delicada.
Pero para la custodia y para la defensa de esta virtud tenemos armas invencibles: las armas de nuestra humildad, de nuestra oración y de nuestra vigilancia. (S. Canals, Ascética meditada, p. 97).
La pureza del alma está en razón directa de la mortificación del cuerpo. Ambas van a la par. No podemos, pues, gozar de la castidad si no nos resolvemos a guardar una norma constante en la temperancia (Casiano, Instituciones, 5, 9).
(La penitencia) purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad (San Agustín, Sermón 73).
A la impureza debemos poner el remedio de la oración. Como los ojos de los siervos están pendientes de las manos de sus señores, así debemos mirar al Señor Dios nuestro, hasta que tenga piedad de nosotros. Sólo Él es purísimo y sólo Él puede limpiar a quien ha sido concebido en pecado. Además, contra nuestros pecados instituyó el remedio de la Confesión, pues este Sacramento todo lo lava (San Bernardo, Hom. en la festividad de todos los Santos, 1, 13).
Si queremos guardar la más bella de todas las virtudes, que es la castidad, hemos de saber que ella es una rosa que solamente florece entre espinas; y, por consiguiente, sólo la hallaremos, como todas las demás virtudes, en una persona mortificada (Santo Cura de Ars, Sermón sobre la penitencia).
Difícilmente se refrenarán las pasiones ocultas y más violentas de la carne, si [.] se es incapaz de mortificar siquiera un instante las delicias del paladar (Casiano, Colaciones,5, 11).
No se puede andar haciendo equilibrios en las fronteras del mal: hemos de evitar con reciedumbre el voluntario in causa, hemos de rechazar hasta el más pequeño desamor; y hemos de fomentar las ansias de un apostolado cristiano, continuo y fecundo, que necesita de la santa pureza como cimiento y también como uno de sus frutos más característicos (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 186).
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