A todas las almas las gana el amor paciente, el amor humilde, el amor sacrificado, el amor sacrificado en Mi.
Siempre el Padre escucha a su Hijo; siempre lo atiende amoroso; siempre, obligado dulcemente por el amor a su Hijo, le concede lo que le pide hasta enviar al Espíritu Santo al mundo.
Amo no solo a las almas, sino también a los cuerpos, envolturas de esas almas y templos vivos del Espíritu ¨Santo.
Mi resurrección es la prenda segura de la resurrección de los cuerpos, no por virtud propia, como la mía: sino por Mi virtud, que quise concedérsela al hombre, como una gracia participada, por el contacto de mi Divinidad con la carne humana.
"En estas confidencias íntimas de corazón a Corazón; les voy a confiar un SECRETO que dejé traslucir: LA DEBILIDAD, le llamaremos así, del Corazón de un Dios Salvador, de Jesús Redentor. Y ¿Cual es esta divina debilidad? Es el AMOR, el amor que me vence, que me domina, que se sobrepone a mi Justicia misma; que me hace abajarme y olvidar y borrar, y perdonar, y besar y estrechar contra mi Corazón ardiente a las almas pecadoras, a las almas injustas, a las que me han ofendido y olvidado y ¡HASTA ODIADO!
Es el Espíritu Santo para el hombre el fruto de mi oración, de mi ardiente plegaria; es decir, el grito inefable del amor de mi Corazón de Dios-Hombre, la mayor de mis ternuras en favor del mundo, y sobre todo, de mis sacerdotes.
Lo que Dios hace NO lo destruye y lo que el Espíritu Santo fecunda es ETERNO.
Si mis sacerdotes quieren transformarse en Mí, el gran transformador, el único que transforma, purifica y santifica es el Espíritu Santo.
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