Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus hijos predilectos
LXXXIX
EL SACERDOTE TRANSFORMADO REFLEJA AL PADRE
“He aquí otra prerrogativa insigne que llevan en sí mismos mis sacerdotes, sin que piensen en ella; y ciertamente es un pensamiento atrevido por su grandeza y sublimidad, pero no por eso deja de ser real; porque el amor realiza cosas estupendas que el espíritu humano no puede ni sospechar.
Verme a Mí y ver al Padre es la misma cosa; porque el que me conoce a Mí, conoce a mi Padre, de quien tengo no sólo la semejanza, sino la misma naturaleza divina. Yo estoy, por decirlo así, saturado de amor del Padre; y el Padre y Yo somos una misma cosa. Y aun cuando Yo procedo de Él, soy una misma cosa con Él, en cuanto Dios, porque Él y Yo, con el Espíritu Santo, sólo somos un solo Dios, una sola unidad, una única Divinidad.
Pues bien, si Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí, si verme a Mí es ver al Padre, si sólo Yo lo puedo dar a conocer, si el que me conoce a Mí, lo conoce a Él; se deduce que, si los sacerdotes son otros Yo, por su transformación en Mí, participan de lo que Yo participo; ellos, en cierto sentido, también representan a mi amado Padre, porque se le comunica esa unidad de la Trinidad por la que no pueden separarse las Personas Divinas en el fondo de su esencia, en la unidad de su sustancia, en la única e indivisible Divinidad que poseen.
Por tanto, un sacerdote transformado en Mí, tiene que reflejar al Padre; y a medida de esa transformación, tendrá más parecido con el Padre, más unión con el Padre, será más padre con las almas, y las almas verán en él, por Mí, al Padre y conocerán más al Padre; porque conociéndome a Mí, en ellos, conocerán a mi Padre.
¡Oh! Hemos llegado al punto culminante que Yo quería para honrar a mi Padre, para glorificar al Padre en mis sacerdotes. Extender la gloria del Hijo es extender la del Padre; asemejarse al Hijo es asemejarse al Padre: tomar el parecido del Hijo es tomar el parecido del Padre, es reflejar al Padre, identificarse con el Padre, es ¡ser padre!
Y no es que mis sacerdotes sean el Padre; pero sí que siendo Yo, pareciéndose a Mí, se parezcan al Padre y den a conocer la hermosura del Padre, la Divinidad del Padre, y los rasgos de su unidad con el Hijo, por el Espíritu Santo, por el amor que une, que difunde esa única fisonomía divina, la misma del Padre en el Hijo, la misma del Hijo en el Padre.
Y llegar a ese extremo santo es mi más ardiente anhelo, que las almas se acerquen a mis sacerdotes transformados en Mí, y que me vean y me contemplen a Mí en ellos, y en ellos –en Mí- al Padre, conozcan su belleza y se internen muy hondamente, muy profundamente, muy íntimamente en su Divinidad, para adorar al Hijo, y en el Hijo al Padre, movidos por el motor divino, el Espíritu Santo, que impulsa a lo divino.
Y así, en cada sacerdote transformado en Mí tendrá gloria mi Padre, y Yo, la felicidad más grande para Mí, que es ver honrado a mi Padre celestial.
¡Si Yo, como hombre, soy sólo escalón para llegar al fin, y ese fin –mi Padre- es a la vez el principio de todas las cosas, el alfa y la omega de cuanto existe!
Yo, como hombre, a eso vine al mundo, a llevar almas hacia mi Padre, a orientarlas hacia la unidad de las Divinas Personas, a sublimar sus anhelos, a levantarlas de lo terreno hacia lo divino, a ser el divino medio que uniera la tierra con el cielo. Y mi amor era y es mi Padre, de quien llevo el parecido, la imborrable fisonomía divina; y por eso mismo, el que me conoce a Mí conoce a mi Padre.
Pues este altísimo fin quiero y pretendo al ansiar esa consumación transformante de mis sacerdotes en Mí; que reflejen la imagen sacrosanta y bendita de mi Padre, al parecerse a Mí.
Por tanto, ya se comprende más el por qué los quiero perfectos como mi Padre celestial es perfecto; para que no desvirtúen esa Belleza, esa Hermosura divina, para que no la manchen ni con el menor soplo de tierra. ¡Cómo deben protegerla, cuánto deben cuidarla, cómo deben evitar que esta santísima fisonomía de mi Padre celestial se desvirtúe por su culpa en las almas!
Y esto realmente no es una novedad, puesto que toda alma lleva el reflejo de la Trinidad en sí misma y el sello de la unidad. Pero en el sentido en que voy hablando, ese parecido del sacerdote con mi Padre, por su transformación en Mí, es gracia aparte; es gracia incomparable de elección, es el broche de oro, la quintaesencia de mi amor hacia Él.
Por esto mismo, ya se puede comprender lo que me duelen las faltas de mis sacerdotes, sus pecados e ingratitudes, su indiferencia y frialdad, que me causan mil heridas en mi alma; ¡porque al despreciarme a Mí, desprecian a mi Padre, y evitan el conocimiento de mi Padre, la honra de mi Padre, el amor a mi Padre!
¿Se dan cuenta mis sacerdotes de qué manera tan profundo penetro hasta el secreto más íntimo de los corazones sacerdotales? Cuántos sacerdotes han pasado por alto esas delicadezas de mi Corazón, que constituyen un deber para ellos, una omisión incomparable con la que quitan gloria, conocimiento y amor a mi Padre, por su falta de transformación en Mí, por no ser otros Yo para dar a conocer al Padre en Mí y en ellos; porque el que me conoce a Mí, conoce a mi Padre; y el que conoce a un sacerdote transformado en Mí, igualmente conoce a mi Padre.
¡Oh, y qué sublimidades son éstas que sólo pueden haber sido concebidas por el amor infinito de todo un Dios! Y en resumen, esto no es más que un matiz de la unidad del Padre en Mí, de Mí en el Padre, y de los sacerdotes en Mí, y de Mí en ellos.
¿Y cuál es la fisonomía de mi Padre? ¿No la adivinan? Es la misma Mía; la que encierra toda la belleza, creada e increada: ¡EL AMOR! ¿Cómo había de separarse el Amor, la Persona del Amor, del Padre y del Hijo? ¡Imposible! El Amor es la fisonomía del Padre, la Hermosura del Padre, la Belleza del Padre. Pero por la belleza creada –mi Humanidad santísima- puede subirse a la Belleza increada; porque nadie conoce al Padre, si Yo mismo no lo enseño, no lo descubro, no lo doy a conocer.
Mi Padre es la perfección, es la unidad por esencia, es la Santidad misma, ¡es el Amor!
Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí; y el mismo Amor que todo lo ilumina, que todo lo matiza, que a todo le da vida, que es el Espíritu purísimo, fecundísimo, santísimo, nos enlaza eternamente y circula –por decirlo así- por las arterias divinas. ¡Amor, amor, y sólo amor, aquilatado en perfumes, en armonías, en conocimiento, en sabiduría, en inmensidad, en poder, en fecundidad, en unos deleites que en la tierra no se pueden comprender y de los cuales muchos están reservados sólo a la Divinidad!
Es éste otro secreto: el que se transforma en Mí, no sólo lleva la fisonomía de mi Padre en lo divino, sino que recibe una luz superior, una luz sobrenatural, con la que me ve más perfectamente a Mí, me conoce más; y al conocerme conoce a mi Padre, se le abren las puertas y su conocimiento, y lo enajena su hermosura y lo absorbe su Divinidad.
Porque nadie puede acercarse a Dios sin sentir la atracción de Dios que lo aspira, que lo pierde en Él; y en esa feliz pérdida del alma en Dios, ahí ve y conoce, ahí palpa y siente el alma con mayor o menor intensidad lo divino. Porque para dar a Dios hay que estar impregnado de Dios. Y por eso mismo las almas ven a Dios en los sacerdotes transformados en Mí; porque ellos están antes afocados a Dios, abrasados por Dios, aspirados por Dios y perdidos en Dios, por los grados de su transformación en Mí.
Esta es una hermosa lección que hoy quise dar a mis sacerdotes, una nueva luz, un conocimiento más de mi infinito amor hacia ellos; el elevarlos a la sublime altura del mismo parecido con la Divinidad, por medio de mi cocimiento, por el escalón de Jesús al Padre, del hombre Dios a la Divinidad de Dios.
Los sacerdotes que estas páginas mediten, que en estos misterios ahonden, si humilde y amorosamente los reciben, encontrarán luces y gracias jamás imaginadas; conocerán deficiencias y culpas hasta entonces desconocidas, y una gratitud sin límites a mi amor infinito, cuya magnitud nunca alcanzarán a comprender en la tierra.
Aquí está el secreto atractivo de los santos; en su parecido conmigo, en el conocimiento de mi Padre, en su amor a la Trinidad. Y esto que he explicado es la meta, el punto culminante de su transformación en Mí; porque en mi Padre está la consumación de todas las cosas, de todos los amores, y amor es la transformación, y amor es el sacerdocio, y esa consumación en el Padre-en cuanto es posible en la tierra- tendrá su perfección en el cielo por toda la eternidad.
Sólo el que me conoce a Mí puede darme a conocer a las almas; sólo el que conoce por Mí a mi Padre, puede darle honra y gloria en las almas.
Pues bien, que vengan a Mí todos los sacerdotes, que me conozcan como hombre y como Dios que soy. Que se enamoren de Mí y pasen por Mí al conocimiento que les traerá la felicidad en la tierra y les asegurará el cielo. Mi Padre, no tan sólo me verá a Mí en ellos, sino que se verá a Él en ellos; y ya he dicho que su reflejo es Él mismo; y cuando esto llegue a suceder, cada corazón sacerdotal será un cielo, porque estará absorbido por la Divinidad y endiosado en el mismo Dios; que hasta esa altura tiene que estar por derecho y por justicia mis sacerdotes que son otros Yo, que reflejan en sí mismos el parecido del Padre, a la misma Divinidad.
¡Qué prodigios realiza el amor; hasta dónde alcanza, hasta lo más alto, hasta lo más sublime, hasta el Padre mismo, y cómo también de Él nace la vocación sublime del sacerdote que salió del Padre y vuelve al Padre, después de realizar por Él, con Él y en Él, su misión de paz de unión y de caridad en la tierra!
Hasta allá llega la transformación de los sacerdotes en Mí; esa transformación implica el conocimiento de Mí; y el que me conozca a Mí, conocerá a mi Padre; y el grado que alcance ese conocimiento de Mí, será el grado que alcance el alma sacerdotal en el conocimiento de mi Padre.
¡Yo sí que le conozco en toda su extensión y profundidad, en todos sus atributos, en todas sus excelsitudes, en el fondo de su infinito amor!
A Mí me ama mi Padre como a su Hijo unigénito, engendrado por Él desde la eternidad; pero también me ama con ternísimo amor, como hombre, Redentor y Salvador, con cuyos títulos lo honro y lo glorifico, con igual honra y unidad con las que Él se glorifica a Sí mismo, en la unidad del Espíritu Santo, en cuanto que los tres formamos una sola y purísima Divinidad”
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