"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO
"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.
Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo
Vigésimo Quinto Escalón: de la Humildad.
1. Quien quiere describir, por medio de palabras, el sentimiento y la operación del amor del Señor de una manera clara, la santa humildad de forma apropiada, la bienaventurada pureza con veracidad, la iluminación divina con claridad, el temor de Dios sin mentiras, la certeza íntima del corazón sin error; quien se imagina que la explicación de cosas de esta naturaleza puede instruir a aquellos que no tuvieron jamás esta experiencia, parece un hombre que quiere, por medio de palabras y de comparaciones, hacer conocer la dulzura de la miel a quien jamás la ha gustado. El segundo habla en vano, por no decir parlotea; y el primero da la impresión de no saber de qué habla o bien de haber llegado a ser juguete de la vanagloria.
2. Este escalón nos presenta un tesoro encerrado para que podamos reconocer su valor en vasos de arcilla, es decir, en nuestro cuerpo. Ningún discurso puede hacer conocer sus cualidades. La inscripción misma que lleva en la parte de arriba no puede ser asida y les da un trabajo inmenso y sin fin a aquellos que intentan explicarlo con la ayuda de palabras.
Ésta es la inscripción: "La santa humildad."
3. Que todos aquellos que son conducidos por el Espíritu de Dios, se unan a nosotros en este consejo espiritual y pleno de sabiduría, que tiene en sus manos espirituales las tablas de la ciencia grabadas por Dios mismo. Nosotros estamos reunidos; juntos buscamos y escrutamos trabajosamente el sentido de esta preciosa inscripción. Uno dijo: "Es el constante olvido de las virtudes adquiridas." Otro: "Es estimarse como el último de los más grandes pecadores." Y otro: "Es reconocer en su espíritu su propia debilidad y su propia impotencia." Incluso otro: "En las disputas, es adelantarse al prójimo poniendo primero fin a la cólera." Otro: "Es el reconocimiento de la gracia divina y de la divina misericordia." Otro todavía: "Es el sentimiento de un alma contrita y la renuncia a su propia voluntad." Pero yo, después de haber escuchado todo esto y después de haber reflexionado con circunspección y en calma, descubrí que no había sido posible, para mí, aprender a sentir esta virtud bienaventurada escuchando hablar de ella. Por eso, a lo último de todo, habiendo recogido lo que caía de los labios de esos padres bienaventurados y dotados de conocimientos, como un perro que recoge las migajas que caen de la mesa, di esta definición: "La humildad es una gracia inefable en el alma, cuyo nombre sólo es conocido por aquellos que lo aprendieron a través de la experiencia. Es una riqueza indecible, un nombre del mismo Dios y un don que proviene de Él, pues ha dicho: Aprended, no de un ángel, ni de un hombre, sino de mí, es decir, de mí que estoy y permanezco en vosotros con mi luz y mi gracia, pues soy manso y humilde de corazón, de pensamientos y de espíritu; así hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11:29).
4. El aspecto de esta santa viña es uno durante el invierno de las pasiones; otro, en la primavera, cuando se forman los frutos; y todavía otro, en el tiempo de la cosecha de las virtudes. Y, sin embargo, todas estas frases concurren a una única alegría y a una única fructificación; por eso, cada uno, a su manera, posee signos y presagios seguros de los frutos que vendrán. En efecto, desde que empieza a florecer en nosotros el racimo de la santa humildad, comenzamos a odiar, no sin trabajo, toda gloria y toda alabanza humana y a desterrar de nuestra alma la irritación y la cólera. A medida que esta reina de las virtudes progresa en nuestra alma y crece espiritualmente, comenzamos a considerar como nada, o mejor aún, como una abominación, todo el bien que hemos llevado a cabo, y estimamos que nuestra culpa se agranda al dilapidar nuestros bienes sin saberlo; en cuanto a la abundancia de la gracias divinas que nos son otorgadas, consideramos que agravan nuestro castigo, pues no somos dignos de ellas. Nuestro espíritu permanece exento de todo pillaje, pues descansa en lugar seguro en el cofre de la modestia; escucha sólo los golpes y las bromas de los ladrones, sin poder ser ofendido por ellos de ninguna manera, pues la modestia es un asilo inviolable.
5. Nos aventuramos a disertar en pocas palabras sobre el florecimiento y el rápido crecimiento de este fruto inmarchitable. Pero ¿cuál es la perfecta recompensa de esta virtud santa? Pregúntenle al Señor mismo, ustedes, los familiares del Señor. Es imposible apreciar la cantidad de esta santa riqueza, más imposible todavía expresar su calidad. Intentaremos, sin embargo, decir lo que llega a nuestro espíritu sobre estas propiedades.
6. El arrepentimiento trabajoso, la aflicción que purifica de toda mancha y la santa humildad de los principiantes son tan diferentes una de otra como la levadura y la harina, del pan. El alma es triturada y refinada por el verdadero arrepentimiento; por medio del agua de una aflicción sincera, es conducida a una unión cierta con Dios y amasada, por así decir, con Él; sometida, luego, a la acción del fuego del Señor, llega a ser pan, y la santa humildad toma consistencia exenta de la levadura del orgullo. También, cuando esta santa cuerda de tres hebras, o mejor aún este arco iris, se resuelve en una sola entidad, que tiene una misma fuerza y una misma operación, adquiere caracteres y cualidades propias, y lo que designas como el signo de uno de sus elementos, es también la marca de los otros. Intentaré confirmar lo que acabo de decir a través de una breve demostración.
7. La primera y más eminente propiedad de esta excelente y admirable trinidad es la aceptación, plena de alegría, de la humillación, que el alma recibe y acoge, con las manos extendidas, como un remedio que alivia y cauteriza sus enfermedades y sus faltas graves. La segunda propiedad es la pérdida de toda irritabilidad y la modestia que acompaña a este apaciguamiento. El tercer grado, el más elevado, es una sincera desconfianza de lo que se posee de bueno y el continuo deseo de instruirse.
8. "El fin de la Ley y de los profetas es Cristo para justificación de todo creyente" (Rm 10:4). Y el fin de las pasiones impuras es la vanagloria y el orgullo para cualquiera que no esté atento. Pero esta cierva espiritual (cf. Sal 41:2) es la destructora de ellos y mantiene invulnerable de todo veneno mortal a aquel que la tomó por compañera. ¿Puede aparecer el veneno de la hipocresía en la humildad? ¿Y el veneno de la detracción? ¿Cómo una serpiente hará en ella su nido para ocultarse en él? ¿No será que ha sido sacada del corazón, a la vista de todos, para que muera y sea aniquilada? En aquel que tiene humildad, jamás se da ninguna apariencia de odio, ningún indicio de contradicción, ninguna veleidad de desobediencia, excepto si la fe está en duda.
9. Quien la tomó por esposa es dulce, inteligente, pleno de compunción, compasivo con todos, apacible, radiante de alegría, dócil, vigilante, activo y, para decir todo, impasible, pues "en nuestra humillación se acordó de nosotros y nos libró de nuestros adversarios" (Sal 135:23-24), de nuestras pasiones y de nuestras manchas.
10. El monje humilde no se introduce en los secretos inefables; por el contrario, el orgulloso quiere penetrar en los juicios de Dios.
11. Los demonios se aparecieron visiblemente a uno de los hermanos más dotados de conocimiento y le dirigieron alabanzas. Pero este hombre y sabio les dijo: "Si dejan de alabarme por los pensamientos de mi corazón, cuando partan, llegaré a la conclusión de que soy grande; pero si continúan alabándome, su propia alabanza me hará tomar conciencia de mi impureza, pues 'Yahvé abomina al de corazón altivo' (Pr 16:5). Váyanse, pues, y yo llegaré a ser grande; o bien diríjanme alabanzas y, gracias a ustedes, obtendré una humildad más grande." Sacudidos de estupor por este discurso embarazoso, desaparecieron inmediatamente.
12. Que tu alma no sea para esta agua vivificante una cisterna, por momentos, desbordante, y por momentos, seca, por el calor abrasador de la gloria y la elevación; pero que llegue a ser una fuente de impasibilidad de donde brote siempre el río de la pobreza.
13. Debe saber, amigo, que los valles producen abundancia de trigo y de frutos espirituales. El valle es el alma que permanece humilde entre las montañas, es decir, entre las virtudes espirituales, sin orgullo e inquebrantable.
14. No fue dicho: "Hice ayuno," "Hice vigilia" o "Dormí sobre la tierra desnuda," sino "Estaba yo postrado y el Señor me salvó" (Sal 114:6).
15. El arrepentimiento eleva, la aflicción golpea a la puerta del cielo y la santa humildad la abre. Proclamo y venero la trinidad en la unidad y la unidad en la trinidad.
16. El sol ilumina todo lo que vemos y la humildad fortifica todo lo que la razón nos incita a hacer. En ausencia de la luz todo está oscuro; donde falta la humildad, todo lo que poseemos se marchita.
17. En toda la creación, sólo uno es el lugar que vio el sol una sola vez; y uno solo, a menudo, el pensamiento que engendró la humildad. Uno solo fue el día en que el mundo se regocijó de alegría; y esta virtud es la única que permanece inimitable para los demonios.
18. Una cosa es ensalzarse; otra, no ensalzarse y otra, humillarse. En el primer caso se juzga cada día a los otros; en el segundo no se juzga a los otros ni se condena a uno mismo; en el tercero, uno se condena a sí mismo, aunque sea inocente.
19. Una cosa es ser humilde; otra esforzarse por llegar a serlo, y otra, alabar a aquel que es humilde. Los perfectos están en el primer caso; al segundo pertenecen los verdaderos obedientes, y al tercero, todos los fieles.
20. Si alguien se humilló en su corazón, sus labios no dejarán escapar palabras orgullosas; pues la puerta no puede dar paso a lo que el tesoro no guarda.
21. Cuando el caballo está solo, a menudo se imagina que galopa; pero cuando corre con otros, descubre su lentitud.
22. Cuando nuestro pensamiento no se eleva más hacia los dones naturales, comienza a recobrar la salud. Pero mientras sienta la hediondez, no podrá percibir el agradable olor del perfume.
23. Mi amado, — dice la santa humildad —, no censurará, no juzgará, no será autoritario, no hará ostentación de su sabiduría, hasta que esté unido a mí. Después de nuestra unión, ninguna ley nos será impuesta (cf. 1 Tm 1:9).
24. Los demonios malvados sembraron alabanzas en el corazón de un asceta que se esforzaba por adquirir la bienaventurada humildad; pero gracias a una inspiración divina, encontró el medio de vencer la malicia de los espíritus por medio de una piadosa artimaña. Escribió en la pared de su celda los nombres de las virtudes más sublimes: el amor perfecto, la humildad angelical, la oración pura, la castidad incorruptible y otras semejantes. Y cuando los pensamientos comenzaron a alabarlo, les dijo: "Vamos al juicio." Y, dirigiéndose a los nombres escritos, los leía y se gritaba a sí mismo: "Cuando poseas todas esas virtudes sabrás qué lejos estás todavía de Dios."
25. No podemos describir la potencia ni la esencia de este sol; pero a partir de sus acciones y sus propiedades podemos concebir su naturaleza intrínseca.
26. La humildad es un velo divino que nos impide ver nuestras virtudes. La humildad es un abismo de desprecio de sí mismo inaccesible a cualquier ladrón. La humildad es "una torre fuerte frente al enemigo" (Sal 60:4). "No lo ha de sorprender el enemigo, el hijo de iniquidad no lo oprimirá; yo aplastaré a sus adversarios ante él, heriré a los que lo odian" (Sal 88:23-24).
27. Además de las propiedades características que acabamos de indicar, el feliz poseedor de esta riqueza todavía posee otras en su alma. Pues las primeras, excepto una, son un signo visible de esta riqueza. Reconocerás sin riesgo de equivocarte que posees en ti esta santa realidad con una abundante luz inefable, con un indecible amor por la oración. Antes de llegar a esto, el corazón no debe juzgar más las faltas de los otros; y el precursor de todo esto es el odio por toda vanagloria.
28. Quien se conoce a sí mismo con una extremada sensibilidad del alma, arroja una semilla en la tierra; pero aquellos que no sembraron así no pueden ver florecer la humildad.
29. Quien se conoce a sí mismo obtiene en su espíritu el temor de Dios y quien avanza apoyado sobre este temor alcanza la puerta del amor.
30. La humildad es la puerta del Reino, que deja entrar a todos los que se aproximan. De ella, creo, hablaba el Señor cuando dijo: "Todos los que han venido delante de mí, son ladrones y salteadores; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto" (Jn 10:8-9).
31. Los que queremos conocer nuestro estado, no cesamos de interrogarnos a nosotros mismos. Y si estimamos, con un profundo sentimiento del corazón, que nuestro prójimo es mejor que nosotros, desde todo punto de vista, es que tenemos cerca la misericordia.
32. Es imposible que la nieve arda; es todavía más imposible que la humildad exista entre los heterodoxos. Es parte de aquellos que creen con piedad y solamente cuando fueron purificados.
33. Casi todos nos consideramos pecadores y quizás lo pensamos sinceramente; pero la humillación es la que pone a prueba el corazón.
34. Aquel que se encamina hacia ese puerto tranquilo, no cesará jamás de meditar, de reflexionar y de hacer todo, por medio de sus formas de obrar, sus palabras, sus pensamientos, sus intenciones ocultas; por medio de preguntas, búsquedas, procedimientos, ingenio, oraciones, súplicas, con aplicación de espíritu y reflexión, hasta que con la ayuda de Dios, por la práctica de los ejercicios más humillantes y más viles, libera la barca de su alma del mar siempre tempestuoso del orgullo. Para el que se liberó de esta pasión, habrá, a la hora del juicio, más consideración con respecto a los otros pecados.
35. Algunos, para promover su humildad durante toda su vida, se valen del recuerdo de sus pecados del pasado, incluso de los ya perdonados y, por este medio, golpean en pleno rostro la vana estima de sí mismos. Otros piensan en la Pasión de Cristo y se consideran siempre como deudores. Otros se tienen por poca cosa, a causa de sus faltas cotidianas. En otros, las tentaciones que renacen sin cesar, las debilidades y los pecados mortificaron el orgullo. Otros, por la penuria de sus gracias, alcanzaron la madre de todas las gracias. También existen — ¿existen todavía?; no me corresponde decirlo — quienes, acerca de los propios dones de Dios y en la medida en que éstos se acrecientan, se humillan a sí mismos y pasan así su vida considerándose indignos de tales riquezas y como si, cada día, se acrecentara su deuda. Ésta es la humildad; ésta, la beatitud; ésta, la perfecta recompensa.
36. Cuando veas o escuches decir que alguien llegó en pocos años a la más sublime impasibilidad, deberás concluir que tomó este camino que es un bienaventurado atajo.
37. La caridad y la humildad forman una santa asociación: la primera eleva y la segunda, sosteniendo a los que fueron elevados, no permite que caigan jamás.
38. Una cosa es la contrición; otra, el conocimiento de sí mismo y otra, la humildad.
La contrición es engendrada por una caída. Quien cae, se quiebra y se mantiene en la oración sin confianza filial, pero con una laudable desvergüenza; como se siente agobiado, se apoya sobre el bastón de la esperanza y se sirve de él para cazar al perro de la desesperación.
El conocimiento de sí mismo es una conciencia lúcida de su propia medida y un recuerdo, que no desfallece, de sus mínimos desfallecimientos.
La humildad es la doctrina espiritual de Cristo, doctrina que se une, espiritualmente y en el secreto del corazón, a aquellos que fueron considerados dignos de ella, doctrina que las palabras humanas no pueden expresar.
39. Quien declara sentir plenamente en sí mismo el olor de un perfume de tal naturaleza, si se conmueve en su corazón, es sólo por un corto instante, en el momento en que se ve alabado; si se detiene a medir la fuerza de esas palabras, para no engañarse, ya fue engañado.
40. Escuché decir a alguien con profundo sentimiento del alma: "¡No a nosotros, Yahvé, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria!" (Sal 113:1). Pues sabía que la naturaleza humana no puede, por ser como es, recibir elogios sin perjuicio. "De ti viene mi alabanza en la gran asamblea" (Sal 21:26), es decir, en el siglo venidero; antes no puedo tolerarlo sin peligro.
41. Si el modelo terminado, la expresión perfecta y el carácter propio del máximo orgullo es fingir virtudes que no tenemos para extraer gloria de ello, el signo de la más profunda humildad es simular, a veces, para despreciarnos a nosotros mismos, defectos de los que estamos exentos. Es lo que hicieron el que tomó en sus manos pan y queso, y el otro, campeón de la castidad, que en la impasibilidad del alma, recorrió toda la ciudad despojado de sus vestimentas. Ellos no se preocuparon por el escándalo de los hombres; ya obtuvieron a través de la oración una fuerza invisible que les daba plena seguridad en todo. Quien se preocupa por el primero, demuestra que la otra le hace falta. Cuando Dios está listo para escucharnos, podemos hacer todo.
42. Vale más ofender a los hombres que a Dios. Dios, en efecto, se alegra cuando nos ve sufrir humillaciones para reprimir, golpear y aniquilar la vana estima de nosotros mismos.
43. El exilio voluntario practicado en su más alto grado hace posibles tales combates. Pues sólo los que son verdaderamente grandes pueden soportar el escarnio de su prójimo. No te sorprendas de lo que acabo de decir, pues nadie puede subir jamás una escalera de un salto.
44. Todos sabemos que somos discípulos de Dios, no por el hecho de que los demonios se nos sometan sino porque nuestros nombres están escritos en el cielo de la humildad (cf. Jn 13:35; Lc 10:20).
45. Así es el limonero que empuja sus ramas hacia lo alto cuando es estéril; pero cuanto más se inclinan hacia el suelo, tanto más se carga de frutos. Quien tenga algo de inteligencia captará el significado de esto.
46. Este grado de la santa humildad recibió de Dios el poder para hacer que subamos con un beneficio de treinta, sesenta o cien por uno (cf. Mc 4:20). Este último se presenta a quienes lograron la impasibilidad; el segundo, a los que poseen coraje; y todos pueden alcanzar el primero.
47. El que se conoce a sí mismo jamás es arrastrado a emprender lo que lo supera; sino que marcha seguro de aquí en adelante en el camino de esta bienaventurada humildad.
48. Los pájaros temen el aspecto del halcón y los que trabajan para practicar la humildad temen mucho el sonido de la contradicción.
49. Muchos obtuvieron la salvación sin predicciones, ni iluminaciones, ni señales, ni prodigios; pero sin humildad no entrará nadie en la cámara nupcial. En efecto, la humildad es guardia-na de esos dones y, sin ella, conducirán a la ruina a las almas demasiado ligeras.
50. Para aquellos de nosotros que no quieren humillarse, el Señor, en su providencia, dispuso que nadie mejor para ver nuestros defectos que nuestro prójimo. Así estamos obligados a atribuir nuestra curación con acción de gracias no a nosotros mismos, sino a él y a Dios.
51. El humilde de espíritu siempre odia su propia voluntad porque es engañosa y en las oraciones se dirige al Señor, se aplica con una fe inquebrantable a instruirse y a obedecer.
No presta atención a la conducta de los que le enseñan, sino que se dirige enteramente a Dios que se valió de un asno para hacer que Balaam supiera lo que era necesario.
Un trabajador como él, aunque se aplique en hacer pensar y decir todo lo que es conforme a la voluntad de Dios, sin embargo jamás confía en sí mismo. Para el humilde la autosuficiencia es una carga muy pesada, más pesada que la voluntad para el que es orgulloso.
52. Me parece que sólo es propio de un ángel no cometer jamás un pecado, ni siquiera por sorpresa; escuché, en efecto, que un ángel terrenal decía: "Cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor" (1 Co 4:4). Por eso debemos condenarnos sin cesar y hacernos reproches para rechazar las faltas involuntarias con humillaciones voluntarias. De otra manera, nos demandarán severamente que rindamos cuenta a la hora de la muerte.
53. Quien pide a Dios menos de lo que merece, seguramente recibirá más de lo que merece. Es lo que se ve claramente en el ejemplo del publicano: pedía el perdón y recibió la justificación (cf. Lc 18:10); y el ladrón pedía sólo que el Señor se acordara de él en su Reino, pero recibió el paraíso como herencia (cf. Lc 23:43).
54. No se puede ver fuego, ni grande, ni pequeño en ninguna criatura natural; de la misma manera, es absolutamente imposible encontrar algo de orden material en la verdadera humildad. Cuando cometemos faltas voluntarias, esta humildad no está en nosotros; lo opuesto es signo de su presencia.
55. El Señor, que sabe que la apariencia exterior forma a su imagen la virtud del alma, tomó un lienzo (cf. Jn 13:4) para indicarnos el camino a seguir en la vía de la humildad; el alma llega a ser semejante al comportamiento exterior; se modela en sus actividades y recibe su impronta.
56. El ejercicio de la autoridad llegó a ser para uno de los ángeles ocasión de orgullo, aunque no la había recibido para ello.
57. Las disposiciones del que preside desde el trono son unas, y otras, las del que está sentado sobre el estiércol.
Quizás, por eso, ese gran justo se sentó sobre el estiércol fuera de la ciudad; habiendo alcanzado la perfecta humildad, dijo con un profundo sentimiento del alma: "Por eso me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza" (Jb 42:6).
58. Creo que Manases pecó como ningún otro hombre, mancillando con ídolos el templo de Dios y todo el divino culto. Aunque el mundo entero hubiera ayunado por él, no habría podido compensar dignamente su crimen. Pero la humildad tuvo el poder de sanar en él lo que era incurable.
59. "Pues no te agrada el sacrificio; si ofrezco un holocausto no lo aceptas," dijo David a Dios (Sal 50:18), pues se trata de cuerpos consumidos por el ayuno. "El sacrificio a Dios" y lo que sigue en el salmo todos lo conocen.
60. "Pequé contra el Señor," le gritó un día a Dios la bienaventurada humildad después de un adulterio y de un homicidio (cf. 2:5;12:13); y escuchó inmediatamente: "El Señor perdonó tu pecado" (íbid).
61. Los padres dignos de memoria eterna dijeron que los trabajos corporales son la vía y el sostén de la humildad. Por mi parte, agregaría la obediencia y la rectitud del corazón, porque por naturaleza se oponen al orgullo.
62. Si el orgullo pudo convertir en demonios a ciertos ángeles, la humildad, sin ninguna duda podrá convertir en ángeles a demonios. ¡Que quienes cayeron tengan ánimo!
63. Apresurémonos y luchemos con todas nuestras fuerzas para establecernos en la cabeza de la humildad; si no llegamos allí, por lo menos subamos a su espalda. Y si tampoco logramos esto, al menos no caigamos de sus brazos; pues sería sorprendente que un hombre recibiera el don eterno si acaba de caer.
64. Los nervios que fortifican la humildad y las vías que conducen a ella son: la no posesión, el exilio voluntario y secreto, el disimulo de la propia sabiduría, la simplicidad en las palabras, la demanda de limosna, el silencio sobre la nobleza de nacimiento, la renuncia a la libertad de palabra y, de paso, el alejamiento de habladurías; pero éstos no son signos de que se ha llegado.
65. Nada puede humillar tanto al alma como ese estado de privación donde se debe mendigar la subsistencia; pues solamente entonces nos mostramos amigos de la sabiduría y de Dios, cuando pudiendo elevarnos, escapamos irrevocablemente de la elevación.
66. Si tomas las armas contra cualquier pasión, escoge a la humildad por aliada, pues ella "pisoteará a la víbora y al basilisco," es decir, al pecado y a la desesperanza; y ella "hollará al león y al dragón" (Sal 90:13), o sea, al diablo y al dragón del cuerpo.
67. La humildad es un torbellino celeste que puede sacar al alma del abismo del pecado y elevarla hasta el cielo.
68. Alguien vio un día en su corazón la belleza de la humildad y admirado le pidió que le dijera el nombre del que la había engendrado. Con una sonrisa luminosa y apacible, ella respondió: "¿Por qué deseas saber el nombre del que me engendró? No tiene nombre y no puedo decírtelo antes de que hayas alcanzado a Dios." A Él gloria de los siglos. ¡Amén!
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