La Navidad es un tiempo de mucho trabajo para casi todo el mundo. Mejor dicho, es un trabajo lograr que las personas descansen y realmente se relajen. Es un tiempo en el qué hay mucho movimiento suscitado por el consumismo pero muy poco espacio para la vida interior.
Actualmente, las personas viven más pensando en qué hacer para alcanzar el mayor placer. Es un placer a costa del cansancio, producto de la exageración en querer salir del propio corazón divagando por el borde superficial de las cosas.
Navidad es el llamado a preparar el pesebre en el corazón de cada uno para que el niño Jesús nazca en él. Es transformar ese lugar particular de nuestro ser en el centro de la adoración propia de todos nosotros, los cristianos, como es el maravilloso misterio del Nacimiento.
Nuestra Madre, en Medjugorje, constantemente nos invita a orar con el corazón para estar bien dispuestos a recibir ese gran tesoro que es su Hijo. Y a orar con el corazón se aprende orando.
Dios los bendiga y puedan lograr esa intimidad con el silencio, para descubrir La Paz a la que nos invita María, pues ella sabe que el silencio es la manifestación de Dios. Me refiero al “silencio de Dios” como la preparación para recibir el gran don de la Palabra encarnada que rompe ese silencio, por eso debe ser un silencio interpretado como nuestra disposición para que sea solo Dios el que irrumpa en nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario