Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.
(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)
XI
SEMINARIOS Y NOVICIADOS
“Yo soy el primer Sacerdote, y cubro las faltas de los míos, aunque con mi Corazón amargado y triturado. Así han de ser los Obispos, deben cubrir con caridad las faltas de sus hijos; pero a la vez, los han de apartar de las ocasiones peligrosas.
Pero hay a veces descuidos punibles en ordenar a los que por experiencia se veían con malas inclinaciones y poca virtud. De ahí se originan males sin cuento; y después vienen las penas y lamentaciones, y los excesos y crímenes del altar que tanto ofenden. Más vale pocos sacerdotes puros y no muchos que no lo son.
Los Seminarios deben ser semilleros de santos o gérmenes de santidad. Que pidan mucha luz para los encargados de esos planteles de virtudes; es poco redoblar ahí la vigilancia y la piedad, en esas almas que van a ser mías. Hay que pedir también por los Noviciados. Que nadie suba al altar sin las condiciones muy afinadas para ello: que los que formen esos corazones sean santos, sean aptos, sean espejos en donde ellos se miren.
Que el Espíritu Santo reine en esos lugares como primer factor, y la Inmaculada sea su amor y su vida.
Los Seminarios y los Noviciados son el porvenir de la Iglesia y de las almas; y los Obispos hacen bien de preocuparse y consagrar toda su atención a ellos, sacrificándolo todo en su favor. Con esto ¡cuántos futuros martirios me evitarán y cuántos castigos del cielo!
A las veces los ordenados son buenos y hasta después se vuelen malos. Pero siempre hay en el fondo de ciertas almas tendencias no santas que ellos deben conocer.
Y ¿cómo? De muchos modos, pero más con la oración, y la luz sobrenatural del Espíritu Santo. Y en caso de duda, mejor nada que un futuro desastroso y terrible.”.
Que el Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús,
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“A los Sacerdotes,
hijos predilectos de la Virgen Santísima.”
Mi adversario logra deteneros con las dudas y os paraliza con la desconfianza. Ya os he revelado mi plan de batalla, mientras os he formado y os he conducido de la mano para prepararos al gran combate que os espera.
Estáis listos si usáis las armas que os he dado: la oración, vuestra oración sacerdotal, el rezo frecuente del Santo Rosario, y el sufrimiento, vuestra inmolación sacerdotal.
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