Comparto con nuestros lectores dos cartas pastorales originadas en nuestro hermano país México en el año 2009 y en el año 2013 respectivamente, cuyos mensajes profundizan en la misión objetiva del sacerdote. En aquel año 2009, durante el Año Sacerdotal y en este año 2013, Año del la Pastoral Litúrgica. Ambas cartas tratan de cómo el sacerdote puede, mediante la celebración del Nacimiento del Salvador, obtener la promesa del Señor de ser los brazos de Dios y abrazar, no solo este acontecimiento especial, sino abrazar su misión en la tierra de renovar las esperanzas de salvación de todas las alma y de ser mensajeros puros de las palabras celestiales como siervos de Dios por Él elegidos.
CARTA DE ADVIENTO.
"Carta a mis Hermanos Sacerdotes"
Por Mons. Jonás Guerrero Corona
Obispo Auxiliar de México
Año 2009
NAVIDAD: ESPERANZA SACERDOTAL
Hermanos sacerdotes: “El Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Rm 15, 13). El tiempo del Adviento y la perspectiva de la Navidad animan a toda la Iglesia a mantenerse despierta en la invocación de su Señor que viene: ¡Maranathá! La certeza del Dios-con-nosotros es, sin duda, la garantía interior que nos mueve para entregarnos siempre con más generosidad al ministerio que hemos recibido. En este Año Sacerdotal, el actual tiempo litúrgico es por demás propicio para renovar nuestra esperanza en el Señor Jesús y para dejar que el Espíritu Santo dinamice, desde nuestra entrega amorosa a Cristo y a su Iglesia, el ministerio que desempeñamos en favor de nuestros hermanos, tan necesitados de una palabra de ánimo.
1. Cristo, nuestra esperanza. En realidad, sólo Cristo es nuestra esperanza (cf. 1Tm 1, 1). Sólo a Él debemos mirar constantemente para que de la contemplación de su rostro brote el impulso que nos hace caminar con la frente en alto hacia el futuro. Estos tiempos litúrgicos nos mueven a reconocer dos facetas en las que Cristo es nuestra esperanza. Por una parte, porque hacia Él se dirige toda la historia de la humanidad. En Él se encuentra el faro de nuestro reposo eterno y, lo aclamamos como juez poderoso y misericordioso que entrega a cada hombre su recompensa en razón de las obras de misericordia que ha realizado en su vida. Por eso no desfallecemos cuando el mundo contesta incluso, agresivamente nuestra vida de caridad y, por eso deseamos valorar cada vaso de agua que entregamos al sediento, cada prenda que damos al desnudo, cada gesto de aliento que brindamos al decaído, porque en todo ello sabemos que llevamos a cabo la hermosa vocación cristiana de vivir en el amor y, lo hacemos reconociendo a Cristo presente en nuestros hermanos, los hombres. Esta certeza debe renovarnos interiormente para calibrar nuestra respuesta, siempre con mayor generosidad y libertad. Pero en este tiempo aclamamos al Señor en su primera venida, la que nos permitió reconocer la cercanía de Dios en nuestras vidas y su oferta de salvación. Delante del Niño Dios en el pesebre volvemos a sentir el gozo característico de la esperanza (cf. Rm 12, 12) y, la convicción interior de que la esperanza no puede desilusionarnos (cf. Rm 5, 5).
2. El sacerdote, hombre de esperanza. El sacerdote, como todo cristiano, está llamado a vivir la virtud de la esperanza como uno de los ejes de su espiritualidad. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “la virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la esperanza de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (n. 1818). En este sentido, la esperanza corresponde plenamente al espíritu evangélico, que convierte en aquellos que se han despojado de las vanidades del mundo en receptáculos disponibles para la acción de la gracia divina, lo cual se convierte en un cántico de alabanza al Dios misericordioso.
3. Un ministerio de esperanza. Nuestro tiempo, en particular, requiere de testigos de la esperanza y, una de las facetas de nuestro ministerio sacerdotal debe ser precisamente impregnar la vida de los fieles de esperanza. Hay muchas razones humanas para el desaliento. Pero siempre hay una razón superior para la esperanza. Cuando la violencia nos amenaza, cuando el mercantilismo hedonista nos asfixia, cuando las rupturas familiares y sociales nos desmoronan y cuando el individualismo nos repliega al rincón de nuestros caprichos, la paz, la reconciliación, la libertad y el amor son la única verdadera esperanza que hemos de brindar al mundo. Es verdad que no podemos ignorar las dificultades, particularmente duras en nuestra cultura, tanto por las abundantes exigencias del ministerio como por las incomprensiones e incluso persecuciones que lo acompañan. Pero hoy más que nunca es necesario vestirnos de la armadura de la justicia, para poder brindar esperanza a nuestros hermanos. En nuestro ministerio hay una original referencia comunitaria: hemos de vivir la esperanza y hemos de comunicar esperanza. Pablo lo decía:“Nuestra esperanza respecto a ustedes está firmemente establecida, sabiendo que como son copartícipes de los sufrimientos, así también lo son de la consolación” (2 Co 1, 7). Es momento de buscar la esperanza como una realidad común. “No se llega a la esperanza única a la que hemos sido llamados, si no se corre hacia ella con el alma unida a los demás” (S. Gregorio Magno, Regla Pastoral, III, 22). Es verdad que atendemos realidades muy diversas y, que requerimos de una gran flexibilidad, sobre todo en el prisma multicolor de nuestra ciudad. Más que nunca se aplica aquí aquel comentario que San Juan de Ávila hacía dirigiéndose a los párrocos: “Menester es mucha prudencia para saber llevar a tanta diversidad de gentes y, aplicar a cada uno su medicina según a cada uno conviene” (Escritos Sacerdotales, Católica, Madrid 2000, 175). Pero sin duda una medicina que hoy todos necesitamos es la esperanza. Todos los recursos de nuestro ministerio tienen una dimensión de esperanza, a fin de que cada ministro del Evangelio seamos BUENA NUEVApara: las familias, los alejados, los jóvenes y los pobres de nuestra Arquidiócesis; ellos esperan de nosotros el anuncio de la Palabra que no pasa, la administración de los Sacramentos de la Vida Eterna, la animación de la comunión y la caridad sobre la que hemos de ser juzgados en el último día.
4. Spes nostra, Salve! La figura de María, mujer de Adviento, es también en este caso un referente obligado. Es ella quien esperó en su seno el nacimiento del salvador y, debido a ello, es por excelencia la mujer de la esperanza. La disponibilidad total a la Palabra de Dios —realización eficaz de la esperanza— se expresó en el “Fiat!” del que misteriosamente Dios quiso hacer depender nuestra redención. También ella, después del misterio Pascual, perseveró con los apóstoles en la oración implorando el Espíritu que habría de conducir a la Iglesia hacia la verdad completa. Bajo su protección ponemos los esfuerzos y la cotidiana entrega generosa de nuestros sacerdotes.
NAVIDAD: ESPERANZA SACERDOTAL
Hermanos sacerdotes: “El Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Rm 15, 13). El tiempo del Adviento y la perspectiva de la Navidad animan a toda la Iglesia a mantenerse despierta en la invocación de su Señor que viene: ¡Maranathá! La certeza del Dios-con-nosotros es, sin duda, la garantía interior que nos mueve para entregarnos siempre con más generosidad al ministerio que hemos recibido. En este Año Sacerdotal, el actual tiempo litúrgico es por demás propicio para renovar nuestra esperanza en el Señor Jesús y para dejar que el Espíritu Santo dinamice, desde nuestra entrega amorosa a Cristo y a su Iglesia, el ministerio que desempeñamos en favor de nuestros hermanos, tan necesitados de una palabra de ánimo.
1. Cristo, nuestra esperanza. En realidad, sólo Cristo es nuestra esperanza (cf. 1Tm 1, 1). Sólo a Él debemos mirar constantemente para que de la contemplación de su rostro brote el impulso que nos hace caminar con la frente en alto hacia el futuro. Estos tiempos litúrgicos nos mueven a reconocer dos facetas en las que Cristo es nuestra esperanza. Por una parte, porque hacia Él se dirige toda la historia de la humanidad. En Él se encuentra el faro de nuestro reposo eterno y, lo aclamamos como juez poderoso y misericordioso que entrega a cada hombre su recompensa en razón de las obras de misericordia que ha realizado en su vida. Por eso no desfallecemos cuando el mundo contesta incluso, agresivamente nuestra vida de caridad y, por eso deseamos valorar cada vaso de agua que entregamos al sediento, cada prenda que damos al desnudo, cada gesto de aliento que brindamos al decaído, porque en todo ello sabemos que llevamos a cabo la hermosa vocación cristiana de vivir en el amor y, lo hacemos reconociendo a Cristo presente en nuestros hermanos, los hombres. Esta certeza debe renovarnos interiormente para calibrar nuestra respuesta, siempre con mayor generosidad y libertad. Pero en este tiempo aclamamos al Señor en su primera venida, la que nos permitió reconocer la cercanía de Dios en nuestras vidas y su oferta de salvación. Delante del Niño Dios en el pesebre volvemos a sentir el gozo característico de la esperanza (cf. Rm 12, 12) y, la convicción interior de que la esperanza no puede desilusionarnos (cf. Rm 5, 5).
2. El sacerdote, hombre de esperanza. El sacerdote, como todo cristiano, está llamado a vivir la virtud de la esperanza como uno de los ejes de su espiritualidad. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “la virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la esperanza de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (n. 1818). En este sentido, la esperanza corresponde plenamente al espíritu evangélico, que convierte en aquellos que se han despojado de las vanidades del mundo en receptáculos disponibles para la acción de la gracia divina, lo cual se convierte en un cántico de alabanza al Dios misericordioso.
3. Un ministerio de esperanza. Nuestro tiempo, en particular, requiere de testigos de la esperanza y, una de las facetas de nuestro ministerio sacerdotal debe ser precisamente impregnar la vida de los fieles de esperanza. Hay muchas razones humanas para el desaliento. Pero siempre hay una razón superior para la esperanza. Cuando la violencia nos amenaza, cuando el mercantilismo hedonista nos asfixia, cuando las rupturas familiares y sociales nos desmoronan y cuando el individualismo nos repliega al rincón de nuestros caprichos, la paz, la reconciliación, la libertad y el amor son la única verdadera esperanza que hemos de brindar al mundo. Es verdad que no podemos ignorar las dificultades, particularmente duras en nuestra cultura, tanto por las abundantes exigencias del ministerio como por las incomprensiones e incluso persecuciones que lo acompañan. Pero hoy más que nunca es necesario vestirnos de la armadura de la justicia, para poder brindar esperanza a nuestros hermanos. En nuestro ministerio hay una original referencia comunitaria: hemos de vivir la esperanza y hemos de comunicar esperanza. Pablo lo decía:“Nuestra esperanza respecto a ustedes está firmemente establecida, sabiendo que como son copartícipes de los sufrimientos, así también lo son de la consolación” (2 Co 1, 7). Es momento de buscar la esperanza como una realidad común. “No se llega a la esperanza única a la que hemos sido llamados, si no se corre hacia ella con el alma unida a los demás” (S. Gregorio Magno, Regla Pastoral, III, 22). Es verdad que atendemos realidades muy diversas y, que requerimos de una gran flexibilidad, sobre todo en el prisma multicolor de nuestra ciudad. Más que nunca se aplica aquí aquel comentario que San Juan de Ávila hacía dirigiéndose a los párrocos: “Menester es mucha prudencia para saber llevar a tanta diversidad de gentes y, aplicar a cada uno su medicina según a cada uno conviene” (Escritos Sacerdotales, Católica, Madrid 2000, 175). Pero sin duda una medicina que hoy todos necesitamos es la esperanza. Todos los recursos de nuestro ministerio tienen una dimensión de esperanza, a fin de que cada ministro del Evangelio seamos BUENA NUEVApara: las familias, los alejados, los jóvenes y los pobres de nuestra Arquidiócesis; ellos esperan de nosotros el anuncio de la Palabra que no pasa, la administración de los Sacramentos de la Vida Eterna, la animación de la comunión y la caridad sobre la que hemos de ser juzgados en el último día.
4. Spes nostra, Salve! La figura de María, mujer de Adviento, es también en este caso un referente obligado. Es ella quien esperó en su seno el nacimiento del salvador y, debido a ello, es por excelencia la mujer de la esperanza. La disponibilidad total a la Palabra de Dios —realización eficaz de la esperanza— se expresó en el “Fiat!” del que misteriosamente Dios quiso hacer depender nuestra redención. También ella, después del misterio Pascual, perseveró con los apóstoles en la oración implorando el Espíritu que habría de conducir a la Iglesia hacia la verdad completa. Bajo su protección ponemos los esfuerzos y la cotidiana entrega generosa de nuestros sacerdotes.
(...)
CARTA DE NAVIDAD.
Mensaje de Navidad y Año Nuevo a los sacerdotes y diáconos de esta Diócesis
Seminario Conciliar de Querétaro, Qro., lunes 16 de diciembre de 2013
Año Jubilar Diocesano – Año den la Pastoral Litúrgica
Por Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro
Queridos hermanos sacerdotes,estimados diáconos:
“Ven, Señor, a visitarnos con tu paz, para que nos alegremos delante de ti, de todo corazón” (Antífona de comunión de la I feria de la III Semana de adviento). Con estas palabras que la Iglesia dirige a su Señor en la liturgia de este día, quiero iniciar este sencillo mensaje que dirijo a cada uno de ustedes en la cercanía de las fiestas navideñas, pues reflejan el sentido más genuino y atentico de la Navidad. El deseo que la presencia de Cristo, príncipe de la paz, alegre nuestro corazón, nuestra vida y nuestro ministerio, no es sólo un sentimiento que brota en este momento de mi corazón, es el deseo que quiere transformarse en una súplica a Dios, de manera que cada uno de ustedes se encuentre en la noche de navidad con Jesús, el Niño de Belén, y en él, la plenitud de sus alegrías y de sus gozos personales y ministeriales.
Me complace poder encontrarme con cada uno de ustedes en esta convivencia fraterna y sacerdotal, y juntos así, prepararnos a la celebración gozosa de la venida de nuestro Salvador Jesucristo. Pues Él, es origen permanente y siempre nuevo de la salvación, es el misterio principal del que deriva el misterio de la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa, llamada a ser signo e instrumento de redención. Cristo sigue dando vida a su Iglesia por medio de la obra confiada a los Apóstoles y a sus Sucesores. Y en este tiempo propicio de la historia lo confía a cada uno de nosotros.
A lo largo de este año que estamos apunto de terminar, hemos sido testigos de una serie de acontecimientos que nos han marcado, particularmente la elección del papa Francisco, quien con claridad y parresia nos llama a vivir nuestro ministerio con alegría y con fidelidad, de manera que seamos testigos insignes, en medio de nuestro pueblo, de la unción que hemos recibido con el “oleo de la alegría” (cf. Homilía de la Misa Crismal 2013). Es por ello que esta mañana deseo agradecer a cada uno de ustedes su entrega generosa, la cual día con día realizan en las comunidades cristianas, dispersas en nuestra querida Diócesis. Créanme que no se los digo por hacerles un cumplido, lo expreso porque reconozco que en ustedes está la presencia gozosa del Espíritu que los lanza a llevar el mensaje del Evangelio; de verdad valoro su trabajo y su esfuerzo. Considero que como presbiterio existe una grande riqueza humana y sacerdotal en cada uno de ustedes; la variedad de carismas y ministerios me ha dado una muestra clara de que es posible trabajar juntos por un mismo objetivo y por una misma misión. Sin embargo, es preciso que no descuidemos y olvidemos la necesidad de estar unidos, de valorar la comunidad presbiterio. Por el contrario, nos veremos aislados y poco favorecidos en la comunión. Es importante que cada uno de nosotros nos sintamos parte de esta comunidad, que en ella fortalezcamos nuestras debilidades, compartamos nuestros esfuerzos, pero sobretodo tomemos fuerzas para vivir en la fidelidad a Cristo y a nuestro ministerio. Ustedes saben que estos tiempos no son tiempos fáciles, es necesario vivir unidos para poder fortalecernos.
“El presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debe poder encontrar los medios específicos de santificación; aquí mismo debe ser ayudado a superar los límites y debilidades propios de la naturaleza humana, especialmente aquellos problemas que hoy día se sienten con particular intensidad” (cf. Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, 27).
Otro acontecimiento que ha marcado la vida de nuestra Iglesia, ha sido sin duda el año de la fe, el cual buscó ser una oportunidad para fortalecer nuestro compromiso bautismal, y tomar conciencia de la necesidad de vivir unidos a Cristo, el único que sacia nuestras esperanzas y nos impulsa a llevar el mensaje del evangelio. Cristo, queridos sacerdotes y diáconos, en esta Navidad nos enseñará cómo hacernos pequeños y cercanos a los hombres y mujeres y puedan ellos así, encontrarse con su amor y con su redención. Dejemos que él nos siga enseñando cómo.
Finalmente, no quiero terminar este sencillo mensaje sin dejar de mencionar el papel y la fuerza que ha tomado en cada uno de nosotros la celebración jubilar por los 150 años de nuestra Diócesis; este acontecimiento sin duda, no se ve aislado de todo el proceso evangelizador y misionero que nuestra Iglesia vive y donde cada uno de nosotros somos pieza clave. De manera especial en la misión. Nuestro Plan de Pastoral nos anima y nos lanza a seguir haciendo efectiva la obra de Dios en medio de su pueblo, especialmente en el año de la Pastoral Litúrgica que estamos viviendo. Que este año que se avecina de fiesta y celebración sea verdaderamente un tiempo de gracia y salvación.
Termino con las palabras del Papa Francisco que dirigió a los sacerdotes en la Misa Crismal de este año: “Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido” (cf. Homilía Misa Crismal 2013).
¡¡¡Feliz Navidad y Año Nuevo. Muchas felicidades!!!
FUENTES: -vicariadepastoral.org.mx/
-diocesisqro.org/
“Ven, Señor, a visitarnos con tu paz, para que nos alegremos delante de ti, de todo corazón” (Antífona de comunión de la I feria de la III Semana de adviento). Con estas palabras que la Iglesia dirige a su Señor en la liturgia de este día, quiero iniciar este sencillo mensaje que dirijo a cada uno de ustedes en la cercanía de las fiestas navideñas, pues reflejan el sentido más genuino y atentico de la Navidad. El deseo que la presencia de Cristo, príncipe de la paz, alegre nuestro corazón, nuestra vida y nuestro ministerio, no es sólo un sentimiento que brota en este momento de mi corazón, es el deseo que quiere transformarse en una súplica a Dios, de manera que cada uno de ustedes se encuentre en la noche de navidad con Jesús, el Niño de Belén, y en él, la plenitud de sus alegrías y de sus gozos personales y ministeriales.
Me complace poder encontrarme con cada uno de ustedes en esta convivencia fraterna y sacerdotal, y juntos así, prepararnos a la celebración gozosa de la venida de nuestro Salvador Jesucristo. Pues Él, es origen permanente y siempre nuevo de la salvación, es el misterio principal del que deriva el misterio de la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa, llamada a ser signo e instrumento de redención. Cristo sigue dando vida a su Iglesia por medio de la obra confiada a los Apóstoles y a sus Sucesores. Y en este tiempo propicio de la historia lo confía a cada uno de nosotros.
A lo largo de este año que estamos apunto de terminar, hemos sido testigos de una serie de acontecimientos que nos han marcado, particularmente la elección del papa Francisco, quien con claridad y parresia nos llama a vivir nuestro ministerio con alegría y con fidelidad, de manera que seamos testigos insignes, en medio de nuestro pueblo, de la unción que hemos recibido con el “oleo de la alegría” (cf. Homilía de la Misa Crismal 2013). Es por ello que esta mañana deseo agradecer a cada uno de ustedes su entrega generosa, la cual día con día realizan en las comunidades cristianas, dispersas en nuestra querida Diócesis. Créanme que no se los digo por hacerles un cumplido, lo expreso porque reconozco que en ustedes está la presencia gozosa del Espíritu que los lanza a llevar el mensaje del Evangelio; de verdad valoro su trabajo y su esfuerzo. Considero que como presbiterio existe una grande riqueza humana y sacerdotal en cada uno de ustedes; la variedad de carismas y ministerios me ha dado una muestra clara de que es posible trabajar juntos por un mismo objetivo y por una misma misión. Sin embargo, es preciso que no descuidemos y olvidemos la necesidad de estar unidos, de valorar la comunidad presbiterio. Por el contrario, nos veremos aislados y poco favorecidos en la comunión. Es importante que cada uno de nosotros nos sintamos parte de esta comunidad, que en ella fortalezcamos nuestras debilidades, compartamos nuestros esfuerzos, pero sobretodo tomemos fuerzas para vivir en la fidelidad a Cristo y a nuestro ministerio. Ustedes saben que estos tiempos no son tiempos fáciles, es necesario vivir unidos para poder fortalecernos.
“El presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debe poder encontrar los medios específicos de santificación; aquí mismo debe ser ayudado a superar los límites y debilidades propios de la naturaleza humana, especialmente aquellos problemas que hoy día se sienten con particular intensidad” (cf. Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, 27).
Otro acontecimiento que ha marcado la vida de nuestra Iglesia, ha sido sin duda el año de la fe, el cual buscó ser una oportunidad para fortalecer nuestro compromiso bautismal, y tomar conciencia de la necesidad de vivir unidos a Cristo, el único que sacia nuestras esperanzas y nos impulsa a llevar el mensaje del evangelio. Cristo, queridos sacerdotes y diáconos, en esta Navidad nos enseñará cómo hacernos pequeños y cercanos a los hombres y mujeres y puedan ellos así, encontrarse con su amor y con su redención. Dejemos que él nos siga enseñando cómo.
Finalmente, no quiero terminar este sencillo mensaje sin dejar de mencionar el papel y la fuerza que ha tomado en cada uno de nosotros la celebración jubilar por los 150 años de nuestra Diócesis; este acontecimiento sin duda, no se ve aislado de todo el proceso evangelizador y misionero que nuestra Iglesia vive y donde cada uno de nosotros somos pieza clave. De manera especial en la misión. Nuestro Plan de Pastoral nos anima y nos lanza a seguir haciendo efectiva la obra de Dios en medio de su pueblo, especialmente en el año de la Pastoral Litúrgica que estamos viviendo. Que este año que se avecina de fiesta y celebración sea verdaderamente un tiempo de gracia y salvación.
Termino con las palabras del Papa Francisco que dirigió a los sacerdotes en la Misa Crismal de este año: “Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido” (cf. Homilía Misa Crismal 2013).
¡¡¡Feliz Navidad y Año Nuevo. Muchas felicidades!!!
FUENTES: -vicariadepastoral.org.mx/
-diocesisqro.org/
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