Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a sus Hijos Predilectos
LXXVI
LA SALVACIÓN DEL MUNDO Y LA TRANSFORMACIÓN DE LOS SACERDOTES
“Como no hay más que un Jesús –Hijo Eterno del Padre,
segunda Persona de la Trinidad… que se hizo hombre en María Virgen, tampoco hay
ni puede haber más que un Salvador, Yo mismo, en razón de la unidad de Dios. No
hay muchos salvadores, sino un solo Salvador en mis sacerdotes, porque lo que
salva es lo divino y sólo puede haber una sola Divinidad. Así es que para
salvar a las almas necesitan los sacerdotes poseer lo divino; y lo poseerán en
más o menos grados por medio de su transformación en Mí.
Es evidente que los tesoros celestiales de mi doctrina y de
mis sacramentos les pertenecen y por ellos salvan a las almas; más la fuente de
lo divino de esos tesoros está en Mí, como Dios.
Pero yo quiero ir mas adentro, ahondar más y no me conformo
con que las manos sacerdotales repartan mis riquezas, sino que quiero poseer sus almas, su voluntad, sus
facultades íntimas, los latidos de su corazón; esa unión absoluta y
compenetrante de todo el sacerdote en Mí, era transfundir, por decirlo así,
todo mi Ser en él.
Porque es ya tiempo de que todos los sacerdotes completen al
Salvador del mundo, todos fusionados e identificados en un solo Sacerdote, en
Mí, sumo y eterno Sacerdote, que los eligió y los formó para el Santuario, para
que impartieren mi doctrina, para que continuaran en la tierra mi dulce y
abnegado oficio de Salvador.
¡Cuánto amo Yo a un sacerdote transformado en Mí! Y lo amo
cuanto más tenga de Dios: porque Dios no ama ni puede amar nada fuera de Sí
mismo, y Yo soy Dios y para amar necesito divinizar.
Y aquí está el punto que pocos entienden y aquí está el secreto también de mis
predilecciones de amor.
Dios se ama en sus criaturas, pero más se ama en sus
sacerdotes; y cuanto más Dios tengan más los amará.
¿Entienden mis sacerdotes esta nueva luz, este nuevo matiz
en la transformación del sacerdote en Mí?
Los sacerdotes pueden completar al Dio-Hombre, no en el
sentido de que a Mí me falte algo, sino en el sentido de continuar en la tierra
al Salvador, de seguir extendiendo mi doctrina, única verdadera, de transformarse en Mí; y si ellos no son
Dios, si se divinizan, y entran en posesión más o menos íntima –aunque velada-
de la Divinidad.
Y eso es preciso que la tengan, porque el sacerdote tiene
que trascender virtud; el sacerdote que me
respeta tiene que cumplir de verdad esta misión, tiene que representarme de hecho por su transformación en Mí.
No es una mera fórmula ésta, ni es ya un solo deseo y anhelo
ardentísimo de mi Corazón de Dios-Hombre; sino un deber dulcísimo, por una parte; y por otra, una apremiante
necesidad de los tiempos actuales en los que languidece la fe y se tiene al
sacerdote no en lo que debe ser –un
Salvador de almas, un representante Mío, otro Jesús en la tierra-, porque muchos,
¡ay!, no lo son.
Y esto urge, porque el mundo se
desmorona, se desvía de su fin, se hunde en el materialismo, y sólo el
sacerdote santo, el sacerdote salvador, el sacerdote divinizado y transformado
en Mí puede salvarlo.
Viene de muy alto este empuje
nuevo para mi Iglesia amada, y no puede quedar estéril y sin fruto, porque trae
la savia del cielo, germen divino para salvar y espiritualizar. Soy el mismo
Salvador que vino a la tierra para convertirla y llevarla al cielo. Soy Jesús,
soy Jesús, el que llama a sus apóstoles sacerdotes para hacer en ellos y por
ellos prodigios de caridad en el mundo; quiero que evolucionen los corazones y
se orienten hacia lo divino; pero más, mucho más mis sacerdotes, que para ser
salvadores tienen antes que ser Jesús, que ser Yo, que transformarse en Mí.
Muchos medios les he dado para
activar esa transformación que vengo persiguiendo, ya con mis quejas, poco con
mis amenazas y muchas veces con amor que pide,
con amor que perdona, con amor que suplica, con amor que ofrece, con amor que no mide, con amor de Padre, de Hermano,
de Maestro, de Hijo, de Dios-Hombre, de redentor; con amor de instancia, con
amor infinito, con amor de Jesús que sólo sabe hacer el bien y que ansía
arrebatar a Satanás y a sus secuaces los tantos y tantos corazones sacerdotales
que desgraciadamente posee y que Él quiere poseer.
¿A qué se comprometieron los
sacerdotes el día de su ordenación que debía ser para ellos inolvidable?
Que recuerden sus compromisos y
los dulces lazos que los estrecharon Conmigo, que recuerden las santas
emociones de su primera Misa y sus promesas amorosas, y las renueven, y que se
apresuren generosamente a cumplirlas. Yo les ayudaré en esa reacción; pero que
me den su voluntad, que no escatimen sacrificios y que se lancen a una nueva
vida de fervor, que se crucifiquen.
Esta reacción es necesaria en mi Iglesia
por los tiempos actuales; hay que avivar el fervor, que si cada sacerdote
reprodujera mi vida de Salvador en la tierra, pronto se transformarían las
almas; y Satanás, que se ha enseñoreado de muchos corazones haciendo guerra a
mi Iglesia, quedaría corrido.
El demonio trabaja de muy hondo
en mis sacerdotes y sus mejores tiros los asesta en esa parte escogida de mi
Corazón, como he dicho; y en adelante trabajará más contra ellos con mil trazas
y de mil maneras y desatará una guerra más encarnizada contra mi Iglesia; y si
los sacerdotes no están blindados Conmigo mismo, si no se encuentran
transformados en Mí, muchos se bambolearán.
Por eso quiero anticiparme a ese
torrente desbordado de malas pasiones que vienen contra los míos, por eso
quiero escudarlos; para que transformados en Mí, salven y se salven con mi
doctrina, con mi Evangelio puesto en práctica y amparen a mi Iglesia santa y
combatan con valor en su defensa”.
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