Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus hijos predilectos.
Jesucristo a sus hijos predilectos.
XCVI
María y la transformación del sacerdote
“La unión con María facilitará a mis sacerdotes su transformación en Mí. Ella
nació para ser la primera alma sacerdotal digna de ofrecerme al Padre: primero
por su pureza y luego por sus ardientes deseos que trajeron a la tierra al
Salvador. Ella fue la escogida entre todas las mujeres para que en su virginal
seno se obrara la Encarnación del Divino Verbo; y desde aquel instante, la sin
mancha, la Madre Virgen, la que aceptó con el amor y la sumisión más grande que
ha existido en la tierra hacia mi Padre –después de la mía- la Encarnación del
Verbo en su seno, no ha cesado de ofrecerme a Él como Víctima que venía del
cielo a salvar al mundo, pero sacrificando al mismo tiempo su Corazón de Madre
a la divina voluntad de ese Padre amado.
Y me alimentó para ser
Víctima y consumó la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado.
Y un mismo sacrificio era el mío en la cruz y el de su Corazón, que continuó
después en el martirio de su soledad, con el martirio de los recuerdos,
ofrecido todo al Eterno Padre en mi unión.
Siempre María me ofreció al Padre, siempre desempeñó cierto
papel sacerdotal, al inmolar su Corazón inocente y puro en mi unión. Acabó,
como he dicho, la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su
Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia,
es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas.
Y María asiste de una manera particular en cada Misa porque
donde está mi sacrificio allí está María; y por eso María es indispensable a
cada sacerdote y su íntima presencia con él en el altar. Y ¿por qué? Ya lo
dije: porque en el sacerdote me ve a Mí,
en la transformación del sacerdote lo contempla Ella convertido en Mí; y de Mí
nunca se separa María ni menos en mis inmolaciones, aun cuando sea incruento el
sacrificio de los altares. Basta que sea sacrificio para que esa Madre bendita
esté siempre al lado de su Hijo amadísimo.
Y si los sacerdotes son otros Yo, no sólo a la hora de la
Misa, sino siempre, siempre, María estará a su lado, María los amará con la
ternura misma que a Mí me ama. María será más
su Madre, en grado y en calidad. Porque en San Juan –que representa a todos
los sacerdotes- se los dejé como hijos de una manera muy especial. Y María los
aceptó como hijos. Pero se los dejé como especiales
hijos, teniendo en cuenta la transformación de los sacerdotes en Mí; es
decir, como si Yo mismo me le entregara como Hijo único en ellos, para que mi
Madre amadísima me viera a Mí en cada sacerdote y los amara a todos como a Mí.
Por tanto, los sacerdotes deben amar a María con el mismo
amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza
con que Yo la amé. Y esa Virgen Madre corresponderá a los sacerdotes que en
Ella pongan toda su confianza, ayudándoles día por día, minuto por minuto, en
su transformación en Mí.
A María deben
recurrir los sacerdotes y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo,
conforme a su Hijo Jesús. Nadie como María, después de mi Padre, me conoció más
íntimamente, me estudió, me reprodujo en su alma; y mis sentimientos eran sus
sentimientos, y mis ideales sus ideales, y mis anhelos los suyos, y mi amor al
Padre su mismo amor.
Por eso al dejar Yo el mundo, al alejarme de mis discípulos
que eran mis sacerdotes, les dejé a María, que me representaba en sus virtudes,
en sus ternuras, en su Corazón, eco
fidelísimo del Mío y elemento necesario para el fundamento de mi Iglesia, a
la vez que para el sostén espiritual de mis Apóstoles y primeros discípulos.
En María se apoyaba la naciente Iglesia y María la sostenía
con sus dolores y sus virtudes, sus oraciones y su amor.
Y por eso, al enviar al Espíritu Santo a mis Apóstoles, no
excluí a María –aun cuando Ella estaba plena de gracia, llena de mi Espíritu-,
y fue con el fin de que la Iglesia la tuviera por Reina, de que los sacerdotes
la consideraran indispensable, de
que a ellos y a los fieles no les faltara el calor y la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto
por donde pasara toda la gracia del Divino Espíritu para las almas.
¿Cómo ha de poder el sacerdote estar apartado de María? ¿Cómo María, al recibir en su seno, en cierto
sentido, la vocación, -por la unión del sacerdote con el Sacerdote eterno, por
aquella fibra que puso el Padre cerca del Verbo, en aquel seno virginal--, no
han de ser más hijos de María, más amantes de María, más todos de María; y como Ella, puros; y como Ella, humildes y amantes
con el amor de María, que es el del Espíritu Santo?
Ya he dicho que el Espíritu Santo por María hará esa
evolución, ese triunfo más en la Iglesia:
la transformación de los sacerdotes en Mí… Ya he dicho que el reinado del
Espíritu Santo se debe obtener por María, en el mundo y en los corazones, sobre
todo, sacerdotales.
Quiero también que el
mundo honre esos años de soledad de María en los que sus dolores de
ausencia fueron terribles, lentos, penosísimos; martirio de recuerdos y de
soledad y con el cual, unido a mis dolores, compró las gracias a los hijos que
le nacieron en su Corazón por mis palabras, cuando estaba al pie de la Cruz.
Ahí pronunció María el segundo “fiat” y aceptó como hijos a
la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan,
para comprarles gracias, alimentarlos con la doctrina salvadora y no
desampararlos jamás, hasta su arribo al cielo.
Si un hijo cuesta tanto, ¡qué sería para María comprar
gracias con sus dolores para tantos hijos y en unos años acumular el precio de
la salvación en unión con mis méritos, para los hijos que tenía presentes y
para los futuros hasta el fin de los siglos!
Esta etapa de la vida
de María, la más dolorosa, no se ha tenido en cuenta para agradecerla, siglos y
más siglos; y es tiempo de que sea honrada, por un nuevo impulso de amor de
los sacerdotes, y de que sea conocida para glorificarla. Un nuevo nimbo de luz,
un nuevo resplandor, una corona más espera Ella de sus sacerdotes, dando a
conocer esta casi olvidada época de la vida de María, y que debe honrarse con
gratitud muy grande.
El Espíritu Santo honrará a María, y por María el Espíritu
Santo será honrado, comenzando por el corazón de los sacerdotes. Esas dos
glorias le esperan al mundo: el reinado
del Espíritu Santo por María y el avivar el recuerdo de los años dolorosos y
amorosos de la soledad de María, por el Espíritu Santo, en el mundo espiritual
y cristiano. Y en esas dos cosas seré honrado con mi Padre de quien no me
separo, en unidad del Espíritu Santo.
Pues bien, si quieren progresar mis sacerdotes en las
virtudes, será por María; si quieren crecer en el conocimiento y amor al
Espíritu Santo, que se hagan más suyos y que la den a conocer más y que la
glorifiquen.
Nada como valerse del Espíritu Santo y de María para su
transformación en Mí; y aún más para la perfecta consumación –en cuanto es
posible en la tierra- de la unión entre sí de los miembros de la Iglesia, y de
su unidad en la Trinidad, que vengo buscando en tantas formas”
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