ENTREVISTA CON COMOLLO Y PRECIO DE UN CÁLIZ
SUEÑO 13.—AÑO DE 1847.
(M. B. Tomo III, págs. 30-31)
Luis Comollo fue compañero de San Juan Bosco en el Seminario de Chieri; joven de raras virtudes, pronto entabló estrecha amistad con el Santo. Luis era el monitor de Juan y viceversa. Amistad pura, desinteresada, de noble, de verdadera emulación. De salud enfermiza, Comollo ¡legó a desmejorar visiblemente y acentuándose el mal, murió santamente el 2 de abril de 1839. Esto afligió profundamente el corazón sensibilísimode Juan, causándole al mismo tiempo graves trastornos en la salud.
Los dos amigos y émulos en la virtud, discurrieron sobre cosas espirituales, llegaron a prometerse recíprocamente, entre broma y serio, el comunicarse después de la muerte la suerte corrida al pasar los umbrales de la eternidad; promesa que conocían muchos otros de sus compañeros. Y precisamente la noche del 3 al 4 de abril o la inmediata siguiente al sepelio de Comollo, hacia la madrugada, y cuando todos dormían, oyóse un estruendo formidable en el dormitorio de Juan, mientras una luz vivísima avanzaba hacia su cama y una voz le decía clara y distintamente:
—¡Bosco, Bosco, me he salvado! Cesó seguidamente el ruido y poco a poco desapareció la luz. Juan, incorporado en el lecho y sobrecogido ante aquella visión, distinguió perfectamente la voz de su amigo, quien había venido a cumplir ¡a palabra empeñada.
Los seminaristas que ocupaban las camas inmediatas, también lo oyeron. Los más, aterrados, saltaron del lecho y agrupados entorno al vigilante pasaron levantados el resto de la noche, no faltando quienes fueron a refugiarse a la Capilla.
El hecho produjo el consiguiente revuelo, pero todo sirvió para poner de relieve la recia personalidad del seminarista de Becchi. Este llevó, sin embargo, la peor parte, pues el acontecimiento le costó una enfermedad larga y penosa. Después, amaestrado por esta experiencia, solía aconsejar que no se hicieran tales pactos; pues no es fácil a la flaqueza humana soportar ¡as relaciones con lo sobrenatural. Al producirse, pues, el sueño que vamos a exponer a continuación y en el que aparece nuevamente Luis Comollo, habían pasado ya más de seis años de la muerte de éste.
He aquí lo que narra Don Lemoyne: «La habitación ocupada por San Juan Bosco fue siempre considerada por los jóvenes como el santuario de las más bellas virtudes; como un tabernáculo en el cual la Santísima Virgen se complacía en manifestarle la voluntad divina; como un vestíbulo que ponía al Oratorio en comunicación con ¡as regiones celestes. Y cuantos se personaban en ella, no podían por menos de experimentar un sentimiento de profunda reverencia. Mamá Margarita no pensaba diversamente. Ella misma había trasladado su propio lecho a la habitación más próxima a la de su hijo. Estaba persuadida, pues así se lo habían demostrado algunos detalles, de que su hijo pasaba en oración gran parte de la noche y de que en aquellos días sucedía algo sorprendente que ella no se sabía explicar.
En efecto: Margarita contaba al joven Santiago Bellia que en cierta ocasión, algunas horas antes del amanecer, había oído hablar a [San] Juan Bosco en su habitación.
Unas veces parecía que contestase a las preguntas que se le hacían y otras, que respondía a su interlocutor. A pesarde la atención de la buena mujer, no pudo entender ni unasola palabra de aquel extraño diálogo. Por la mañana,aunque tenía la seguridad de que nadie podía entrar en la habitación de [San] Juan Bosco sin que ella lo notase,preguntó a su hijo con quién había estado hablando.
Este lecontestó:
—He hablado con Luis Comollo.
—Pero Comollo hace años que murió, —replicó
Margarita.
—Y con todo, es así. He hablado con él.
San Juan Bosco no añadió explicación alguna, dandomuestras de que una gran idea le preocupaba. Encendidoel rostro como una brasa y con los ojos extraordinariamente brillantes, fue presa de una emoción que le duró varios días.
El joven Santiago Bellia, que figura en este relato, fue uno de ¡os afortunados elegidos por San Juan Bosco en 1849 para formar la Congregación Salesiana. Vistió el hábito clerical de manos del fundador el 2 de febrero de.1851.
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«Poco tiempo después —continúa Don Lemoyne— [San] Juan Bosco necesitaba un cáliz y no sabía cómo adquirirlo, pues no disponía de la cantidad necesaria para comprarlo.
Cuando he aquí que una noche le fue indicado en un sueño que en su baúl había una cantidad suficiente para tal objeto. A la mañana siguiente fue a Turín para varios asuntos y mientras caminaba con la mente fija en el sueño que había tenido la noche precedente, pensaba al mismo tiempo en la satisfacción que sentiría si aquel sueño se hubiese trocado en realidad; de forma que se decidió a volver a casa para registrar el baúl. Al hacerlo, se encontró en él ocho escudos. Precisamente la cantidad que necesitaba para la compra del cáliz. Ningún extraño podía haber puesto aquella suma allí, porque la casa estaba siempre cerrada. Su madre no disponía de dinero como para proporcionarle semejantes sorpresas, quedando también ella gratamente sorprendida cuando supo lo sucedido».
EL EMPARRADO
SUEÑO 14.—AÑO DE 1847.
(M. B. Tomo III, págs. 32-37)
En 1864, una noche, después de las oraciones, Don Bosco reunía en su habitación para darles una conferencia, según era su costumbre, a los jóvenes que integraban la Congregación, entre los cuales se hallaban Don Victorio Alasonatti, [Beato] Miguel Rúa, Don Juan Cagliero, Don Celestino Durando, Don José Lazzero y Don Julio Barberis.
Después de haberles hablado del desapego de las cosasdel mundo y de la familia, para seguir el ejemplo de
Jesucristo, les contó un sueño que había tenido diecisiete años atrás. He aquí sus palabras:
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«Les he contado ya muchas cosas en forma de sueñode las que podíamos deducir lo mucho que la SantísimaVirgen nos ama y nos ayuda; mas, ya que estamos reunidosaquí nosotros solos, para que cada uno de los presentestenga la seguridad de que es la Santísima Virgen la quequiere nuestra Congregación y a fin de que nos animemoscada vez más á trabajar para la mayor gloria de Dios, oscontaré, no ya un sueño, sino lo que la misma Madre deDios me hizo ver. Ella quiere que pongamos en su bondadtoda nuestra confianza. Yo os hablo como un padre a susqueridos hijos, pero deseo que guardéis absoluta reservasobre cuanto os voy a decir y que nada comuniquéis de estoa los jóvenes del Oratorio o a las personas de fuera, para no dar motivos a malas interpretaciones por parte de los malintencionados.
Un día del año 1847, después de haber meditado yomucho sobre la manera de hacer el bien, especialmente en provecho de la juventud, se me apareció la Reina de los Cielos y me condujo a un jardín delicioso. En él había un rústico pero al mismo tiempo bellísimo y amplio pórtico construido en forma de vestíbulo. Plantas trepadoras adornaban y cubrían las pilastras, y sus grandes ramas, exuberantes de hojas y de flores, superponiéndose las unas a las otras, se entrelazaban al mismo tiempo, formando un gracioso toldo. Este pórtico daba a un bello sendero, a lo largo del cual se extendía un hermosísimo emparrado, flanqueado y cubierto de maravillosos rosales en plena floración. También el suelo estaba cubierto de rosas. La Santísima Virgen me dijo:
—Avanza bajo ese emparrado; ese es el camino que debes recorrer.
Me descalcé para no ajar aquellas flores. Me sentí satisfecho de haberme descalzado, pues hubiera sentido tener que pisar unas rosas tan hermosas. Y sin más, comencé a caminar; pero pronto me di cuenta de que aquellas rosas ocultaban punzantes espinas; de forma que mis pies comenzaron a sangrar. Por tanto, después de haber dado algunos pasos, me vi obligado a detenerme y seguidamente a volver atrás.
—Aquí es necesario llevar el calzado puesto, —dije a
mi guía.
—¡Cierto! —me respondió— Se necesita un buen
calzado.
Me calcé, pues, y volví a emprender el camino con algunos compañeros, los cuales habían aparecido en aquel momento, pidiéndome que les permitiera acompañarme. Accedí y siguieron detrás de mí bajo el emparrado, que era de una hermosura indecible; pero, conforme avanzaba, me parecía más estrecho y más bajo. Muchas ramas descendían de lo alto y subían como festones; otras avanzaban erectas hacia el sendero. De los troncos de los rosales salían algunas ramas acá y acullá horizontalmente; otras formaban un tupido seto, invadiendo gran parte del camino; otras crecían en distintas direcciones a poca altura del suelo. Todas, sin embargo, estaban cuajadas de rosas; yo no veía más que rosas a los lados, rosas encima de mí, rosas delante de mis pasos. Mientras tanto sentía agudos dolores en los pies y hacía algunas contorsiones con el cuerpo al tocar las rosas de una y otra parte, comprobando que entre ellas se escondían espinas aún más agudas. Con todo, proseguí adelante. Mis piernas se enredaban en las ramas tendidas por el suelo produciéndome dolorosas heridas; al intentar apartar una rama atravesada en el camino o al agacharme para pasar por debajo de alguna otra, sentía las punzadas de las espinas, no sólo en las manos, sino en todos mis miembros. Las rosas que veía por encima de mí, también ocultaban una gran cantidad de espinas que se me clavaban en la cabeza. A pesar de ello,
animado por la Santísima Virgen proseguí mi camino. De cuando en cuando experimentaba punzadas aún más intensas y penetrantes que me producían un dolor agudísimo.
Entretanto, todos aquellos, y eran muchísimos, que me veían caminar bajo aquel emparrado, decían:
¡Oh! Vean cómo [San] Juan Bosco camina siempre entre rosas; él sigue adelante sin dificultades; todo le sale bien.
Pero los tales no veían las espinas que desgarraban mis miembros. Muchos clérigos, sacerdotes y seglares, por mí invitados, comenzaron a seguirme con premura, atraídos por la belleza de aquellas flores; pero cuando se dieron cuenta de que era necesario caminar sobre punzantes espinas y que éstas brotaban por todas partes, comenzaron a decir a voz en grito:
¡Nos han engañado!
—El que quiera caminar sin dificultad alguna sobre las rosas — les decía yo— que se vuelva atrás; los demás que me sigan. No pocos volvieron atrás. Después de haber recorrido un buen trecho de camino, me volví para observar a mis compañeros. Pero ¡cuál no sería mi dolor!, al ver que Una gran parte de ellos había desaparecido y otra parte, volviéndome las espaldas, se alejaba de mi.
Inmediatamente volví atrás para llamarlos, pero todo fue inútil, pues ni siquiera me escuchaban. Entonces comencé a llorar desconsoladamente y a querellarme diciendo:
—¿Es posible que tenga que recorrer yo solo este camino tan difícil?
Pero pronto me sentí consolado. Vi avanzar hacia mí un numeroso grupo de sacerdotes, de clérigos y de personas seglares, los cuales me dijeron:
—Aquí nos tienes; somos todos tuyos y estamos dispuestos a seguirte.
Poniéndome entonces al frente de ellos reemprendí el camino. Solamente algunos se desanimaron, deteniéndose, pero la mayoría llegó conmigo a la meta. Después de haber recorrido el emparrado en toda su longitud, me encontré en un nuevo y amenísimo jardín, rodeado de todos mis seguidores. Todos estaban macilentos, desgreñados, cubiertos de sangre. Entonces se levantó una suave brisa y al conjuro de la misma todos sanaron. Sopló nuevamente otro vientecillo y, como por ensalmo, me encontré rodeado de un inmenso número de jóvenes y de clérigos, de coadjutores y de sacerdotes, que comenzaron a trabajar conmigo guiando a aquella juventud. A algunos no los conocía, otras fisonomías, en cambio, me eran familiares.
Entretanto, habiendo llegado a un paraje elevado del jardín, me encontré con un edificio colosal, sorprendente por su magnificencia artística, y al cruzar el umbral penetré en una espaciosa sala tan rica, que ningún palacio del mundo podría contener otra igual. Estaba completamente adornada con rosas fragantísimas y sin espinas, de las que emanaba un suavísimo olor. Entonces, la Santísima Virgen, que había sido mi guía, me preguntó:
—¿Sabes qué es lo que significa lo que estás viendo ahora y lo que has observado antes?
—No —respondí—, os ruego que me lo expliquéis.
Entonces Ella dijo:
—Has de saber que el camino por ti recorrido entre rosas y espinas significa el cuidado con que has de atender a la juventud; debes caminar con el calzado de la mortificación. Las espinas que estaban a flor de tierra representan los afectos sensibles, las simpatías o antipatías humanas que apartan al educador de su verdadero fin, que lo hieren o lo detienen en su misión, que le impiden avanzar y cosechar coronas para la vida eterna. Las rosas son símbolo de la caridad ardiente que debe ser tu distintivo y el de todos tus seguidores. Las otras espinas son los obstáculos, los sufrimientos, los disgustos que tendréis que soportar. Pero, no te desanimes. Con la caridad y con la mortificación superaras todas las dificultades y llegaras a las rosas sin espinas.
Apenas la Madre de Dios hubo terminado de hablar, volví en mí y me encontré en mi habitación».
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Notable es la circunstancia y muy digna de señalar, de que San Juan Bosco no habla aquí de un simple sueño, sino de una verdadera y auténtica visión. Al comenzar a expresarse, el siervo de Dios dice categóricamente: «...A fin de que nos animemos a trabajar cada vez más a la mayor gloria de Dios, ¡es contaré, no ya un sueño, sino lo que la misma Madre de Dios me hizo ver».
Terminando su relato con las siguientes palabras: «Apenas la Madre de Dios hubo terminado de hablar, volví en mí y me encontré en mi habitación».Tanto una como otra expresión ponen de manifiestoque aquí se trata de una verdadera visión.
A los 9 años tiene Juan Bosco el primero de sus 159 sueños proféticos. Se le aparece Jesucristo junto con la Virgen María y le presentan un gran número de fieras que luego se convierten en corderos. Luego le muestra una multitud de jóvenes y le dicen: "Este será tu oficio: cambiar jóvenes tan difíciles como fieras, en buenos cristianos tan dóciles como corderos".
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