Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.
("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)
LXI
VERGÜENZA
Sanciona la Trinidad lo que el sacerdote hace; le sirve, se abaja para que use de Ella, del atributo de su divino poder, que nunca rehúsa el sacerdote por indigno que éste sea. Enemigo de Dios, alejado de Dios por el pecado mortal, Dios cumple, sin embargo, Dios perdona, Dios se humilla, por decirlo así, ante el sacerdote en pecado cuando ejerce el ministerio en el sacramento de la confesión; y más aún, con el pecado mortal actual que comete al impartir el sacramento no estando limpio.
"¡Hay! ¡hasta dónde va el sacerdote en pecado con su rastrera malicia, con la bajeza inconcebible de su conducta y poca delicadeza usando de la Trinidad, siendo enemigo de la Trinidad! Y si en el mundo es imperdonable una falta de delicadeza al usar de las riquezas de un ofendido, ¿qué será la vileza de usar de los tesoros de la Iglesia, que son los tesoros de Dios, con los que enriquece y salva a otros, mientras se hunde a si mismo y me ofende?
Y aún suspenso por su Obispo, al sacerdote, en caso grave,se le deja la facultad de absolver; ¡que tal es mi celo por las almas y el amor al sacerdote que no le quito lo que una vez le de, que me dejo manejar y pongo mis tesoros inmortales a su disposición, siempre que los merece y aun sin merecerlo, en caso de que peligre un alma!
Pero mi Corazón de hombre siente las indelicadezas del hombre muy hondamente, y como soy uno con la Divinidad por ser Dios hombre, me lastima muy duramente un sacerdote en pecado, al impartir os sacramentos; y sufro el bochorno ante mi Padre de que reparta sus riquezas quien no merecía tocarlas.
Se forjan a veces también los sacerdotes una idea alta de Mí -como debe ser-, pero que en cierto sentido les perjudica; me ven por las alturas, se sienten muy lejos de Mí. Me contemplan sólo en el trono de la Divinidad. Todo esto muy bueno es; pero no se impregnan de la idea de que soy también hombre a la vez que Dios, que vivo en constante roce con ellos -no sólo en la Eucaristía-, en una unión más que íntima en el cumplimiento de los deberes de su ministerio; que sé sentir las delicadezas, los abandonos, y que me contristo cuando me posponen a una criatura, a una vana ocupación, aún al pecado que mi delicadeza cubre.
Yo quiero más pundonor en mis sacerdotes, más delicadeza y fidelidad Conmigo, más trato íntimo y santa familiaridad con su Jesús.
Que se hagan más el cargo mis sacerdotes de que si soy Dios, también soy hombre, y con un corazón que los ama tiernamente y que ansía sólo su bien. Para esto quiero su transformación en Mí, para esto persigo la unidad de todos en Mí, para consumarla en la Trinidad.
¡Si mis sacerdotes comprendieran a fondo la ternura y delicadeza con que los amo, y por qué los amo, y por qué quiero hacerlos felices, y anhelo su identificación Conmigo! ¡No le basta a mi amor infinito el ver a mis sacerdotes otros Yo en el altar, quiero verlos siempre así, quiero que estén penetrados de Mí, palpitando, viviendo, obrando, amando, Yo en ellos! ¡Oh, éste es el ideal de todo un dios en la tierra, y por alcanzar este ideal quiero volver al mundo en ellos, ostentar mi poder, y hacerme patente a las almas, y arrebatarlas al infierno!
No otro fin llevan estas Confidencias en su fondo, la transformación de los sacerdotes en Mí y la salvación y regeneración del mundo por Mí en ellos. Es un nuevo impulso de mi caridad, es un nuevo empuje de mi amor, de ese amor que hace abajarse a todo un Dios para mendigar el amor de sus criaturas.
No se conoce a fondo mi Corazón, no se ahonda en los abismos de ternura que encierra, no se mide ni se piensa en lo infinito de ese amor, de esa locura de amor, de ese volcán de fuego divino que quiere abrasar los corazones de los sacerdotes por el Espíritu Santo.
Quiero pureza, quiero delicadeza, quiero cruz en mis sacerdotes; pero sobre todo, quiero fundirlos en Mí para que todos formemos uno en mi Iglesia, en las almas, en el Seno del Padre, en María, en la Trinidad.
Tampoco quiero que mis sacerdotes comuniquen a las almas esa como tirantez con Dios, prefiero la santa y respetuosa confianza que da el amor.
Hay sacerdotes adustos, reservados, secos, ensimismados en sus opiniones y aferrados a su manera de ser, por carácter, y que comunican a las almas y aun les exigen esa manera alejada y exageradamente temerosa de tratarme y de amarme que inspira miedo y seca las fuentes de la ternura.
Y es que no ahondan en lo que digo, que si me abajé para hacerme hombre fue para no deslumbrar al hombre con los esplendores de mi majestad, sino para que se me acerque sin miedo y me ame con esa amable y digna confianza que da el verdadero y santo amor.
Que me muestren mis sacerdotes tal cual soy, no el Dios del Sinaí nada más, sino un Dios hombre que dio su sangre y su vida por el hombre y que tiene sus delicias en el acercamiento y amor confiado de las almas".
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