Escucha Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas. (Dt 6,4-9).
Es constante en la Tradición cristiana, como también en la hebrea, que la primera y más incisiva transmisión de la fe a los hijos acontezca en el seno de la familia
La familia: Iglesia doméstica
Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la “familia de Dios”. Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, “con toda su casa”, habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase “toda su casa”. Estas familias convertidas eran como islas de vida cristiana en un mundo no creyente. CCC. 1655
Los Padres de la Iglesia, en la tradición cristiana, han hablado de la familia como “iglesia doméstica”, como “pequeña iglesia’’. Se referían así a la civilización del amor como un posible sistema de vida y de convivencia humana. “Estar juntos” como familia, ser los unos para los otros, crear un ámbito comunitario para la afirmación de cada hombre como tal, de “este” hombre concreto. A veces puede tratarse de personas con limitaciones físicas o psíquicas, de las cuales prefiere liberarse la sociedad llamada “progresista”. lncluso la familia puede llegar a comportarse como dicha sociedad. De hecho lo hace cuando se libra fácilmente de quien es anciano o está afectado por malformaciones o sufre enfermedades. Se actúa así porque falta la fe en aquel Dios por el cual todos viven” (Lc 20, 35) y están llamados a la plenitud de la vida. (Carta a las familias 15)
La educación a la fe desde la más tierna edad de los hijos: enseñar a rezar
La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Díos. La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres. CCC 2226
La familia, comunión de personas
El matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia; en efecto, dentro de la familia la persona humana no sólo es engendrada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también en la familia de Dios. que es la Iglesia.
La familia humana, disgregada por el pecado, queda reconstituida en su unidad por la fuerza redentora de la muerte y resurrección de Cristo. El matrimonio cristiano, partícipe de la eficacia salvífica de este acontecimiento, constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia.
El mandato de crecer y multiplicarse, dado al principio al hombre y a la mujer, alcanza de este modo su verdad y realización plenas.
La lglesia encuentra así en la familia, nacida del sacramento, su cuna y el lugar donde puede actuar la propia inserción en las generaciones humanas, y éstas, a su vez, en la Iglesia.
Las Laudes en familia en el Día del Señor
Particularmente eficaz se ha demostrado para la transmisión de la fe a los hijos la “celebración doméstica de las Laudes” en familia, el Domingo por la mañana, donde todos se encuentran unidos en la oración litúrgica y en la escucha de la Palabra de Dios: los padres, los hijos, los abuelos, los tíos: todos los que componen la familia.
La experiencia demuestra que estas catequesis familiares, recibidas por los niños, de los 6 a los 12 años, quedan grabadas para toda la vida. En estas celebraciones domésticas, que se desarrollan, cuidando los signos litúrgicos (el mantel blanco sobre la mesa, dos cirios encendidos, las flores, la Biblia), después del canto de los Salmos de las Laudes del Domingo, que los hijos acompañan con algunos instrumentos, el padre proclama un texto de la Escritura, y luego, después de haber actualizado la Palabra, coadyuvado por la madre, empieza un diálogo con los hijos, preguntándoles qué les dice la Palabra proclamada a su vida personal, en la relación con los hermanos y los padres, el ambiente de la escuela, de los amigos .
Para los hijos se trata de una ocasión inmejorable para que se puedan abrir en un contexto litúrgico, por debajo de la Palabra, como también los padres, y poder manifestar los problemas que encuentran y ser ayudados por la experiencia de los hermanos mayores y de los padres. El padre recoge luego el eco de la familia y cierra las Laudes con el canto del Benedictus, las oraciones espontáneas, y al final bendiciendo a los hijos.
La celebración doméstica de las laudes tiene que ser cuidada al máximo y permite un diálogo sincero con los padres, para ver juntos la vida, los aspectos positivos y problemáticos a la luz de la fe. Es una última escuela de saneamiento, sobre todo cuando los hijos van a la escuela. Los padres han recibido el mandato de transmitir la fe: por eso es deber de los padres informarse no sólo de cómo les va a los hijos en la escuela, como preocupados sobre todo por el rendimiento escolar, o del éxito, sino preguntar a los hijos sobre lo que aprenden en la escuela, que les enseñan, especialmente en lo concerniente a la moral, a la sexualidad, a la historia de la Iglesia, a la religión, enterándose de que amigos frecuentan. Y que deshagan las mentiras con la verdad de la revelación, de la tradición y del magisterio. No hace falta una gran cultura, ni es cuestión de tener unos complejos de inferioridad respecto a los estudios de las escuelas superiores que hoy están en manos de docentes a menudo laicistas y ateos, basta el sensus fidei, para desmontar las mentiras del demonio y comunicar la luz de la revelación a los hijos.
La inserción en la Comunidad y en la Parroquia
Los padres están llamados a acompañar a los hijos en su preparación a la Primera Comunión en la parroquia, y después a la Confirmación, explicando mano a mano a los hijos el profundo significado de estos acontecimientos en su vida. Así introducen a los hijos en la propia Comunidad Neocatecumenal después de la Primera Comunión, participando por primera vez en la celebración de la Eucaristía donde hacen las moniciones, proclaman la Palabra y comulgan el Cuerpo y Sangre de Cristo, en un clima de acogida y de fiesta.
La participación en la celebración de la Pascua
Es fundamental para la transmisión de la fe la participación desde la más tierna edad a la fiesta de la Pascua. participando en la medida de lo posible en las solemnidades del Triduo Pascual, sobre todo de la Vigilia Pascual. Según la edad empiezan a participar en parte al ayuno pascual, preparan los cantos, viven la espera de la Vigilia Pascual. A través de los cantos, las tinieblas y la luz, el incienso, los cantos, las preguntas de los niños y las respuestas de los padres, los Bautismos por inmersión, la Eucaristía solemne, los niños empiezan a vivir este evento como el evento principal del año y de su vida.
A la edad de los 13 años los hijos inician la catequesis y entran en una comunidad neocatecumenal
A la edad de los 13 años los hijos inician la catequesis y entran en una comunidad neocatecumenal propia, en la cual junto con los hermanos recorrerá el camino de iniciación hacía una fe adulta, de modo que poco a poco la fe recibida por los padres se convierte en algo propio para afrontar como cristiano adulto la vocación a la que Dios le llama.
El futuro de la humanidad depende de la familia
El valor esencial de la familia cristiana
“Responderéis: éste es el sacrificio de la Pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas y salvó de Egipto cuando hirió a los egipcios”(Ex 12,27).
La elección de Dios y la misión que nos confía no implica solamente a los padres, sino que junto a ellos también a los hijos, según afirmó el Papa entregando el Crucifijo a más de cien familias enviadas en misión a los lugares más pobres y necesitados de la tierra:
“Hoy, queridos hermanos y hermanas, estáis aquí para testimoniar precisamente la dimensión misionera y profética de vuestro camino de fe. Y queréis subrayar que esta dimensión misionera enviste a la familia en cuanto tal, ya que el renacimiento bautismal no atañe a los componentes sólo singularmente, sino que los implica todos juntos empeñándolos como comunidad familiar en un más profundo vínculo de unidad en la caridad y en un más vivo impulso misionero”(Lunes 12 de Diciembre de 1994).
Importancia de los abuelos en la transmisión de la fe a los nietos
Considerando la vida familiar, hemos examinado las relaciones entre generaciones “en la biología de la generación está inscrita la genealogía de la persona”(Carta a las Familias, n. 9). Un fuerte realce ha sido dado a la contribución de los abuelos en la educación de sus nietos.
Los abuelos comunican con especial ternura una experiencia de vida y de fe, y son hoy, a menudo, un importantísimo factor de evangelización, especialmente cuando la misión de transmitir la fe va a menos por distintos motivos. En la transmisión de los valores y de manera singular de los religiosos, el papel de los abuelos se revela hoy de una importancia fundamental. frente al peligro de un vacía de la educación a este respecto. (Congreso Teológico-Pastoral sobre los hijos, organizado por eh Pontificio Consejo para la Familia, 11-13 de Octubre de 2000).
Seguir el camino del hijo sobre todo en la edad de la adolescencia
Los padres están llamados a seguir a los hijos y a continuar la transmisión de la fe también cuando ellos siguen el Camino en su propia Comunidad. Considerando los tiempos difíciles, sobre todo en la edad de la adolescencia, la etapa más delicada de la formación, el paso de la infancia a la edad adulta, los padres están llamados a seguir con vigilancia el camino de sus propios hijos, animándolos sin desfallecer.
Los hijos, al crecer, entran en un periodo particularmente importante, delicado y difícil de su educación. La necesaria conquista de la propia identidad lleva a los adolescentes a una autoafirmación, que con frecuencia va acompañada por la tentación de adoptar una actitud de contestación a la autoridad de los padres, con cierto distanciamiento del ambiente familiar, que hasta entonces había sido casi el único ámbito vital. Precisamente en esta edad se produce el fascinante descubrimiento del otro sexo y se acentúa la influencia de los elementos extra-familiares en la vida del adolescente, sobre toda de los medios de comunicación social, de los grupos de amigos, de la escuela. Todo esto hace más difícil, pero no por esto menos importante, la acción educadora de los padres, confiada ya sobre todo a la fuerza seductora del ejemplo y del influjo discreto de una actitud prudente, que cultive un vínculo profundo con el joven, adecuado en la forma y en el estilo a su edad y a sus características personales.
Dedicándole el tiempo y la atención necesarios, los padres conseguirán ciertamente que el joven experimente cuánto lo quieren de modo fiel, tenaz, respetando su personalidad y libertad, y siempre dispuesto a ayudarlo y acogerlo, sobre todo en los momentos de necesidad. (Juan Pablo II, Al Pontificio Consejo para la Familia, 26 de mayo de 1984).
Educación en los valores de la persona, espíritu de sacrificio: Santa María Goretti
No tener miedo de proponer unos ideales altos cuyo alcance solicita a veces unas renuncias, unos sufrimientos y el ir contracorriente.
Conscientes de esto y de las dificultades reales que existen hoy en no pocos países para los jóvenes, especialmente en presencia de factores de degradación social y moral, los padres han de atreverse a pedirles y exigirles más. No pueden contentarse con evitar lo peor – que los hijos no se droguen o no comentan delitos – sino que deberán comprometerse a educarlos en los valores verdaderos de la persona, renovados por las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor. la libertad, la responsabilidad la paternidad y la maternidad, el servicio, el trabajo profesional, la solidaridad, la honradez, el arte, el deporte, el gozo de saberse hijos de Dios y, con esto, hermanos de todos los seres humanos, etc. (S. h. 49)
El Papa, en la pasada fiesta de Santa María Goretti, ofrecía a los jóvenes de hoy un modelo:
Se concluye hoy, 6 de julio, la celebración del centenario de la muerte de santa María Goretti.
¿Qué dice a los jóvenes de hoy esta muchacha frágil, pero cristianamente madura, con su vida y sobre todo con su muerte heroica?
Marietta – así la llamaban familiarmente – recuerda a la juventud del tercer milenio que la verdadera felicidad exige entereza y espíritu de sacrificio, rechazo de cualquier componenda con el mal y disposición a pagar personalmente, incluso con la muerte, la fidelidad a Dios y a los mandamientos.
¡Qué actual es este mensaje! Hoy se exaltan a menudo el placer, el egoísmo o incluso la inmoralidad, en nombre de falsos ideales de libertad y de felicidad. Es necesario reafirmar con claridad que se debe defender la pureza del corazón y del cuerpo, porque la castidad “custodia” el amor autentico (Joan Pablo II, Angelus, 6 de julio de 2003).
Respetar las crisis del hijo
En la etapa que va de la adolescencia a la edad adulta, lo normal es que los hijos pasen por períodos de crisis. Es en esta etapa que el joven está llamado a hacer suya la fe recibida a través de los padres, y en este hacer suya la fe siempre hay un proceso de lucha, lo mismo que nos pasó a nosotros. También los hijos están llamados a experimentar la lucha de Dios con Jacob, para hacer de ellos Israel, para que reconociendo y aceptando su debilidad vivan apoyados en Dios, se conviertan en Israel, “fuerte con Dios”.
En los momentos de dificultad con algunos hijos los padres están llamados a vivir a la luz de la fe y no de la carne.
En ciertos momentos se tratará de tener paciencia, rezar por el hijo y respetar que tenga unos momentos de crisis, en los que se puede alejar del Camino. Pero, si las bases son buenas, volverá más fortalecido.
No hay formulas para solucionar los casos más difíciles. Cada hijo tiene su personalidad y Dios hace una historia con cada uno en el respeto de la libertad personal. Por eso es importante evitar en las comunidades los juicios sobre los hijos de las otras familias, sobre el modo de educar de otros padres. No existen normas únicas para todos; con cada familia el Señor hace una historia particular, como con cada persona. Ciertamente los padres están llamados a confiar en una asistencia particular del Espíritu Santo, ligada al sacramento del matrimonio, que los asiste y aconseja, en cada caso, con cada hijo.
Ni siquiera en la asunción de sus responsabilidades hay que tener demasiado miedo a equivocarse: puesto que cuando se actúa con recta intención, buscando el bien de los hijos, el Señor sabe sacar el bien también de nuestros inevitables errores. Para consuelo de los padres, estas palabras de San Agustín, un hijo rebelde que hizo derramar tantas lágrimas a su madre, y por estas lágrimas y súplicas fue salvado:
“Después que vosotros, padres, hayáis hecho todo lo posible para educar a vuestros hijos, si no creen como os esperabais, no os olvidéis nunca que hay Otro que tiene más interés que vosotros en su educación, el que es su verdadero Padre”.
El peligro de la apostasía del hijo
Distinto es el caso de algún hijo, – y gracias a Dios se trata de casos muy puntuales, pero siempre posibles – que para afirmar su autonomía respecto a los padres, reniega de la fe.
A lo mejor se declara ateo, y comienza a tener unas actitudes contrarias a la vida cristiana: o metiéndose en la droga, o viviendo una vida libertina, de fornicación o adulterio y, a lo mejor, pretendiendo quedarse en la casa y campar a sus anchas con los horarios, llevando una vida abiertamente pagana, exigiendo a los padres ser respetado e incluso ser apoyado económicamente.
En estos casos es necesaria una actitud decidida y firme por parte de los padres. No de enfado, porque no se trata de eso, sino con serenidad y tranquilamente, pero sobre todo con firmeza, afirmar que la suya es una familia cristiana, y que si el hijo quiere llevar una vida pagana, o respeta las normas de la familia, o bien se marcha de la casa y que haga lo quiera.
Los padres rezarán por él, para que el Señor lo vuelva a traer al recto camino, y como en la casa del hijo pródigo estarán siempre contentos de volver a acogerlo cuando decida llevar una vida cristiana. Para los judíos a un hijo que apostataba se le consideraba como muerto; la Iglesia, comunidad de comunión, familia de Dios, excomulgaba a quien había tenido un comportamiento contrario a Dios, a los apóstatas, a los adúlteros y a los asesinos, no para su condenación, sino rezando por ellos y esperando y deseando su retorno a la comunión, a la que volvían a ser admitidos después de un tiempo transcurrido en la orden de los penitentes.
FUENTE: servicocatholicohispano.wordpress.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario