Capítulo VI.- Sus Presas Preferidas
Los santos nos lo dicen: Satanás tiene víctimas preferidas para sus ataques. No ataca a todos los hombres con el mismo furor. Los cristianos mediocres y los pecadores inveterados son ya suyos. Su rabia se despliega especialmente contra los convertidos, que se han sustraído a su imperio. Se ensaña contra los cristianos fervientes, contra los militantes empeñados con todas sus fuerzas en el Reino de Dios. Se desencadena por fin y sobre todo contra los santos y los devotos de la Virgen María. "El demonio tienta sobre todo a las almas hermosas, observa el Cura de Ars. Siempre que el demonio prevé que alguien hará el bien redobla sus esfuerzos." Y añade: "los santos más grandes son los que han sido más tentados". Satanás se enfrenta con cualquiera que trabaja por la extensión del Reino de Dios.
Santo Tomás observa que "Satanás se esfuerza de manera muy especial en dificultar la predicación evangélica". Piensa también que "es un honor ser atacado por el demonio, puesto que tiene especial inquina contra los santos".
El diablo, indican también los maestros espirituales, se ensaña sobre todo contra la oración y, más en particular, contra la contemplación. ¿No es ésta uno de los resortes más poderosos de la Iglesia en sus diversas actividades? Y la oración contemplativa ¿no es uno de los modos más elevados de rendir homenaje a Aquel que es objeto de un odio implacable por parte de Satanás y de sus ejércitos?
Para poner adecuadamente en práctica su programa de odio, Satanás necesita poder pasar desapercibido. "La insidia más conseguida del diablo es la de persuadirnos de que no existe", escribía en el siglo pasado Charles Beaudelaire, mientras que un escritor alemán afirmaba con humor macabro que "nada alegra tanto al diablo como leer el anuncio de su muerte en los periódicos".
Curioso contraste: mientras que los grandes de este mundo están ávidos de publicidad, mientras que los hombres políticos, los hombres de negocios, los artistas, las estrellas del cine y del mundo de deporte desean que los medios de comunicación hablen de ellos, Satanás, por el contrario, desaparece. Se esconde. Disimula. Se disfraza. Este monstruo de orgullo puede parecer un modelo de humildad..., por su esfuerzo en no aparecer. ¿Su gran aspiración? Pasar totalmente inadvertido para realizar mejor así sus planes de odio hacia Dios y de envidia a los hombres. "¿Para qué atraería inútilmente la atención e indicaría abiertamente su presencia, cuando su poder de disimulo es su medio de acción más eficaz?".
Algunos indicios reveladores
¡Cómo se deben regocijar las potencias de las tinieblas al constatar hoy en día el silencio casi completo de los medios de comunicación sobre el diablo! ¡Y cómo deben exultar ante las timideces de ciertas personas de la Iglesia que no osan pronunciar el nombre de Satanás! Citemos, por poner un ejemplo, la consigna dada por un sacerdote a los catequistas de su parroquia: "Sobre todo ¡no habléis del diablo a los niños! Y esto por dos motivos. Primero, porque hay que evitar traumatizarlos. En segundo lugar, porque el diablo no existe".
Un catequista objetó: "No puede ser, padre, el diablo existe porque el Cura de Ars ha tenido relación con él...". El eclesiástico respondió: "¡Sí el Cura de Ars hubiese comido menos patatas hervidas, no habría visto al diablo!".
Estos silencios culpables nos permiten comprender mejor el deseo de Pablo VI de que los responsables de la evangelización concedan una atención más grande a la presencia activa de Satanás en el mundo y en la Iglesia.
Pablo VI se preguntaba si tales síntomas permiten identificar con certeza la presencia de las fuerzas satánicas. ¡Problema importante, ciertamente, pero qué delicado! Pablo VI estima que la respuesta a esta pregunta "requiere mucha prudencia, incluso si los signos del maligno parecen algunas veces evidentes". Y el Papa precisa: "Podríamos suponer su siniestra intervención donde se niega a Dios de un modo radical, sutil y absurdo, donde la mentira hipócrita se afirma con fuerza contra la verdad evidente, donde el amor es ahogado por un egoísmo frío y cruel, donde el nombre de Cristo es objeto de un odio constante y salvaje (cfr Co 16, 22; 12, 3); donde el espíritu del Evangelio es desnaturalizado y desmentido por los hechos; donde se afirma que la desesperación es la única perspectiva, etc".
El Papa reconoce que "se trata de un diagnóstico demasiado vasto y demasiado difícil", que por el momento no podría profundizar y autentificar. "Este diagnóstico posee, sin embargo, un interés dramático para todos. La literatura moderna le ha consagrado, en efecto páginas célebres. El problema del mal sigue siendo para el espíritu humano uno de los más importantes y de los más permanentes, incluso después de la victoriosa respuestas que le ha dado Jesucristo. "Nosotros sabemos, escribe San Juan Evangelista, que hemos nacido de Dios, pero que el mundo entero gime bajo el imperio del Maligno" (1 Jn 5, 19)."
Juan Pablo II lo ha dicho en su Mensaje a los jóvenes del mundo entero (31 de marzo de 1985): "No hay que tener miedo en llamar por su nombre al primer artífice del mal: el Maligno. La táctica que ha aplicado y que aplica consiste en no revelarse, para que el mal, difundido por él desde el origen, se desarrolle por la acción del mismo hombre, por los sistemas y por las relaciones entre los hombres, entre las clases y entre las naciones..., para que el mal se convierta cada vez más en un pecadoestructural y se pueda identificarlo cada vez menos como pecado personal. Es decir, para que el hombre se sienta en un cierto sentido "liberado" del pecado mientras que, al mismo tiempo, se hunda cada vez más en este pecado". Como afirma Juan Pablo II "no hay que tener miedo en llamar por su nombre al primer artífice del mal: el Malvado", es decir, el diablo, del que el Padre Nuestro nos hace pedir cotidianamente que nos libere (Mt 6, 13).
Si nos hace implorar cada día esta liberación, es porque el Maestro es quien mejor comprende la profundidad de nuestra innata debilidad y la extensión de la perniciosa empresa de Satanás.
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