“Lucas, el médico”, es el único Evangelista que nos ha conservado este detalle de la Pasión de Nuestro Señor: estando en el Huerto de los Olivos, Jesús “cayendo en agonía, prolongó su oración. Y le sobrevino un sudor como gotas de sangre, que fluyó hasta el suelo” (Lucas, xxn, 43-44).
Después, cierto número de Santos y de piadosos personajes han presentado sudores de sangre. Así Santa Lutgarda (1182-1246), cuando meditaba la pasión del Salvador, era a menudo arrebatada en éxtasis. Entonces su cuerpo se inundaba de sangre, que fluía a la vista de todos, por su cara y sus manos.
Lo mismo hallamos en la bienaventurada Cristina de Stumbeln (1242-1312), Magdalena Morice (1736-1769), María Dominga Lazzari (1815-1848), M. Catalina Putigny (1803-1885), etcétera.
Por otra parte, cierto número de místicas, como Rosa María Andriani (1786-1845) y Teresa Neumann, vertieron lágrimas de sangre.
El carácter de los personajes religiosos de que nos ocupamos, la oportunidad y la legitimidad de los fenómenos abarcados en relación a las circunstancias en que se producen, y la grandeza de los sentimientos de que nacen, nos autorizan a colocar sobre otro plano que el patológico una buena cantidad de sudores y lágrimas de sangre, encontradas en la historia religiosa.
Benedicto XIV, después de Suárez, Cartani, Maldonnat, Dom Calmet y muchos otros teólogos, ha pensado que el sudor de sangre de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos pudo ser natural: el cáliz atroz de dolores que se le ofrecía para redimir a la especie humana, y cuya amargura abarcaba la perfección de su espíritu, era suficiente para poner a prueba su cuerpo en el grado extremo.
Por amor de Cristo, algunos Santos han podido compartir lo suficiente las escenas de la Pasión, como para traducir su emoción y su piedad en su cuerpo hasta la sangre.
Mas ¿una participación tal del dolor puede establecerse hasta ese grado por un acto puramente humano? Los místicos son los primeros que nos dicen que han suplicado al Señor de asociarlos a su obra redentora; son los primeros que nos dicen que Cristo los ha escuchado, permitiendo a sus cuerpos de ser heridos como fuera herido el suyo. Y nos dicen también, como ha sido frecuente para los estigmas, que ellos han pedido los dolores, pero no la manifestación exterior de los mismos. Todo su deseo residía en ser liberados de esos estigmas y todos sus esfuerzos tendían a disimularlos.
Se establecen así, en una serie infinitamente variada, fenómenos que van de las pobres debilidades humanas a las grandes mortificaciones físicas bajo la obra de almas excepcionales y en testimonio de la unión divina.
ESTIGMATIZACIÓN
La estigmatización es el prodigio sangriento más importante. Y consiste en la aparición espontánea de lecciones que recuerdan las que las torturas de la Pasión imprimieron sobre el cuerpo de Jesús.
Descripción general
Los estigmas revisten la forma de llagas, de yemas, de hemorragias, con o sin erosión de los tejidos, asestadas en las manos, en los pies, en la cabeza o en el costado.
Se admite la existencia de estigmas invisibles, consistentes en fenómenos dolorosos de asiento en los mismos
lugares, pero sin manifestación externa visible.
Problema médico-religioso
La aparición de los estigmas, en la mayoría de los casos, ha sido considerado durante la vida de los estigmatizados como debido a una acción sobrenatural, tanto por los sujetos mismos, como por gran parte de las personas que los rodearon. Cierto número de ellos fueron objeto de proceso de canonización y los estigmas tomados en consideración como manifestación sobrenatural.
Por eso la Iglesia ha instituido las fiestas de la Impresión de los estigmas de San Francisco de Asís (17 de setiembre) y de Santa Catalina de Sena (1° de abril) y la Transverberación del corazón de Santa Teresa (27 de agosto). En sus oficios ha mencionado las estigmatizaciones de Santa Clara de Montefalco, de Santa Francisca Romana, Elisabet de Reute, Mateo Carreri, Estefanía de Sonsino, Lucía de Narni, Catalina de Racconigi, Catalina de Ricci, Carlos de Sezze y de Santa Verónica Giuliani.
El carácter milagroso de los estigmas en los Santos no ha sido admitido por la Iglesia más que después de encuestas médicas ordenadas por ella, tanto durante la existencia del estigmatizado como después de su muerte; y es por el testimonio de los médicos y de los sabios de que los estigmas considerados no pueden explicarse naturalmente, que la Iglesia ha tomado sus decisiones, después de haber logrado también las pruebas teológicas de su origen sobrenatural. A la Iglesia importa, pues, en máximo grado que los médicos tengan un conocimiento muy exacto de la posibilidad de las estigmatizaciones naturales o sobrenaturales, y de sus caracteres biológicos distintivos.
Por otra parte, si la Iglesia admite el carácter sobrenatural de ciertos estigmas —y los presenta a nuestra veneración como una manifestación divina, destinada a reavivar nuestra fe y a enseñarnos a condividir los sufrimientos que el Hombre Dios ha padecido en la cruz por nuestra salvación—, ella no se pronuncia absolutamente sobre la naturaleza de los estigmas en el mayor número de los estigmatizados. El caso de éstos pertenece a la apreciación individual y naturalmente, la opinión de los médicos y los biólogos está a la base de esa apreciación.
El problema se plantea, pues, de esta forma: “la Iglesia atribuye un carácter sobrenatural solamente a un pequeño número de estigmas y no se pronuncia más que de acuerdo a la opinión de médicos y sabios”. ¿Cuándo podrá un médico afirmar que el estigma no es de origen natural? Y ¿hay estigmas naturales? ¿Cómo se los reconoce? Y ¿cómo se atienden o se cuidan?
Historia
Se admite habitualmente que San Francisco de Asís fue el primero en recibir los estigmas en 1224. Pero según ciertos autores y místicos, la frase de San Pablo al final de su Epístola a los Gálatas. “…porque yo llevo en mi cuerpo los estigmas del Señor Jesús”, se debe entender literalmente y no en sentido figurado como se hace generalmente.
Por otra parte, en el siglo IV, San Ambrosio escribe: “Jesucristo te ha marcado con su sello imprimiéndote el signo de la Cruz para que te asemejes a Él también en los sufrimientos”.-Finalmente Héfélé, en su Histoire des Conciles, relata que en el sínodo de Canterbury, que tuvo lugar en 1222, se condenó a un impostor que se había impreso en las manos y en los pies las impresiones cruentas de la Cruz. Tal impostura no se concibe absolutamente sin la existencia de algún estigmatizado anterior.
Finalmente, advirtamos que la Mystique chrétienne de Gorres, en 1836, no registra más que ochenta estigmatizados, mientras que el Dr. Imbert-Goubeyre señala trescientos veintiuno, y en su segunda edición en 1898, cita un corresponsal que le señala omisiones y lo invita a practicar investigaciones en los archivos de los conventos españoles. La historia de la estigmatización no es, por lo tanto, más que esbozada y descubrirá probablemente estigmatizados anteriores a San Francisco.
De todos modos, después de San Francisco contamos con una treintena de estigmatizados en el siglo XIII, veintitrés en el siglo XIV, veinticuatro en el siglo XV, cerca de sensenta en el XVI, ciento veinte en el XVII, treinta aproximadamente en el XVIII, unos cuarenta en el XIX, y el siglo XX no le va en zaga a los precedentes. Notemos que si se ha reprochado al Dr. Imbert-Goubeyre una facilidad demasiado grande en inscribir personajes como estigmatizados, sobre todo como estigmatizados invisibles, la dificultad de las búsquedas en los antiguos manuscritos, en los archivos eclesiásticos poco accesibles, el hecho que la humildad de los estigmatizados o la prudencia de las autoridades eclesiásticas hacen que se mantengan en secreto tales manifestaciones, permiten afirmar que us errores no sólo son compensados, sino que sus cifras deberán ser excedidas en proporción considerable, cuando el problema se ahonde mayormente.
ESTIGMATIZACIONES EN LOS SANTOS
A) San Francisco de Asís, 1182-1226. — En 1224, a la edad de cuarenta y dos años, San Francisco entrega a Pedro de Catania el cuidado de sus monjes y se retira a la montaña de Alvernia, para vivir allí ascéticamente y en contemplación. Pasó la noche que precede la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, solo, en oración, no lejos de la ermita. Al llegar la mañana tuvo una visión que Tomás de Celano describe en Acta Sanctorum, octubre, tomo II, pág. 709, de la siguiente manera: “El percibió a un hombre de Dios, una especie de serafín, que tenía seis alas y se tenía sobre él con las manos extendidas, los pies juntos, como clavado en una cruz. Dos alas se elevaban por sobre su cabeza, dos se desplegaban para volar y dos finalmente le ocultaban todo el cuerpo. Al ver eso, el bienaventurado servidor del Altísimo se llenó de admiración, pero ignoró el sentido de esa visión y rebosaba de alegría, cuando consideraba la belleza del serafín, lleno de tristeza cuando pensaba en su suplicio y en sus dolores. Ahora bien, mientras que reflexionaba con inquietud sobre lo que significaría esa visión, comenzaron a aparecer (coeperunt apparere) las marcas de los clavos en sus pies y en sus manos”. Al lado derecho había una llaga que parecía hecha con un golpe de lanza.
Después de este relato, Tomás de Celano describe los estigmas: “Sus manos y sus pies estaban clavados en su centro; las cabezas de los clavos, redondas y negras, estaban en el dorso de las manos y de los pies; las puntas algo largas aparecían por el otro lado, encorvándose y sobresalían de la carne, donde salían. El costado derecho estaba como perforado por una lanza y la sangre fluía a menudo de la cicatriz”. San Buenaventura, que era niño a la muerte del Santo, da exactamente la misma descripción según el testimonio ocular, especialmente del papa Alejandro IV. Más de cincuenta Hermanos, Santa Clara y sus Hermanas pudieron ver los estigmas, cuando murió San Francisco. Son el tema de una nota de Fray León y de una carta de Fray Elias de Cortona.
B) Santa Verónica Giuliani, 1669-1727. — La Iglesia celebra los estigmas de esta Santa en muchos pasajes de su oficio, el 9 de julio, sobre todo en la lección V: “Entretanto, Jesús enriqueció a su esposa con los dones más ricos de su gracia. Como lo atestigua la historia con sus múltiples pruebas, fué decorada de los sagrados estigmas, honrada con la corona de espinas y recibió la gracia de éxtasis casi perpetuos”. Y en las Laudes, la oración reza así: “Señor Jesucristo, que habéis decorado a la Virgen Verónica con los estigmas de vuestra Pasión, sednos propicio y acordadnos de crucificar nuestra carne para alcanzar también los goces eternos”. Santa Verónica Giuliani recibió en 1697 los estigmas en las manos, en los pies, en torno de la cabeza en forma de círculo rojo con relieves que parecían espinas, y una llaga en el costado. Se reprodujeron durante 30 años. Los médicos trataron de curar sus llagas y encerraron sus manos en guantes sellados, pero sin éxito.
Las llagas del costado dieron lugar a experiencias practicadas en 1707 por el padre Capellati, en 1714 por el padre Crivelli y en 1726 por el padre Guelfi, cuyas declaraciones bajo juramento forman parte de las actas de canonización. El obispo, monseñor Eustachi, había llamado al padre Crivelli, jesuíta renombrado y sabio, para poner a prueba a Verónica. El padre la hizo llegar al confesonario y le ordenó pedir a Dios que le hiciera conocer lo que él, su confesor, le ordenaría mentalmente. Después de algunos instantes de oración, ella conoció los mandamientos formulados de pensamiento por el P. Crivelli y que eran:
1. que la llaga del costado, que entonces estaba cerrada, se abriera de nuevo y sangrara como las de las manos y las de los pies;
2. que se quedara todo el tiempo que él quisiera;
3. que se cerrara cuando él la ordenara y esto en presencia de todos los testigos que le plugiera traer;
4. que sufriera de manera visible, cuando lo estimara conveniente, todos los dolores de la Pasión;
5. que después de haber sufrido la crucifixión, extendida en su lecho, la sufriera también de pie y en el aire, como se le ordenara, delante de él y de todos los que se agregaran.
Algunos días después el Padre le ordenó que cumpliera la primera orden durante la Misa y pidió insistentemente el favor a Dios. Esto se realizó. Prohibió que la llaga se cerrara y previno al obispo. Veintitrés días más tarde, se presentó con el obispo a la reja del coro. El padre Crivelli pasó unas tijeras a Santa Verónica y le ordenó que cortara sus ropas sobre la llaga del costado. Ambos comprobaron que la herida estaba abierta y sangraba. El confesor ordenó que la llaga se cerrara inmediatamente, y ambos testigos vieron cerrarse la llaga, sin rastro alguno de cicatriz.
C) Santa María Francisca de las Cinco Llagas, 1715-1791. — Los estigmas de esa Santa se presentaron en las manos, en los pies y en el costado. Los de las manos y de los pies ofrecían la particularidad de ser transparentes, de manera que se podía ver a través de ellas. Se recubrían en seguida con una ligera membrana, que no impedía sin embargo de ver la luz por transparencia.
ESTIGMATIZACION EN PERSONAS PIADOSAS
A) Pasidea Grogi, 1564-1615. — Ofrecía la misma particularidad que Santa Francisca de las Cinco Llagas de tener las llagas traspasadas, lo que se verificó por el paso de un pequeño bastón. El orificio de la palma de la mano y del dorso del pie era redondo, del tamaño de un dinero, el del dorso de la mano y de la planta de los pies era puntiforme. La llaga del costado estaba a la izquierda y medía dos dedos. La cabeza llevaba los estigmas de la corona.
B) Domenica Lazzari, 1815-1848. — Es una de las estigmatizadas del Tirol que dio lugar a ardientes polémicas entre 1830 y 1840. Los estigmas del dorso de las manos y de los pies, de un diámetro de tres centímetros, tenía a menudo forma de llagas cóncavas cónicas, a menudo un relieve rodeado de líneas irradiantes que sangraban.
Ernesto de Moy, profesor de derecho de la Universidad de Munich, escribe: “Lo que nos sorprendió mucho, es que la sangre, en lugar de fluir hacia abajo por el costado del tobillo y del talón, se remontaba hacia la extremidad de los dedos y de allí descendía sobre la planta de los pies”. Edmundo de Cázales, que acompañaba a de Moy, confirma el fenómeno, que también fué comprobado por lord Shrewsbury: “La sangre fluía bajo los dedos de los pies, como si María Dominga hubiera pendido realmente de la cruz. Ya habíamos oído hablar de esa anulación de las leyes de la naturaleza y tuvimos toda la comodidad de poder comprobarlo con nuestros propios ojos.”
C) Teresa Miollis, 1806-1877. — Fué observada por el doctor Reverdit, que a este respecto escribió: “Resulta que es bien cierto y bien comprobado por mí:
1° que la señora Miollis estaba afectada por una gastro-duode-no-hepatitis crónica, con cirro del píloro, desde los 14 años;
2° que a los síntomas diversos y somáticos vinculados a ese estado patológico, se asocian o se sustituyen a menudo en ella otros, de los que el arte no puede hallar explicación o que la ciencia no sabe cómo atribuir ni atender;
3° que entre estos últimos cabe señalar las estigmatizaciones frecuentes en la palma de las manos, menos frecuentes en el pecho, más raras en el dorso de los pies y en la cabeza, pero que yo he visto y vuelto a ver en cada uno de esos puntos, como otras personas desinteresadas;
4° que el flujo de sangre o hemorragia ocurre sin desnudación de la piel, en el caso más frecuente y del cual no queda rastro alguno sobre el sistema cutáneo; que conserva siempre sobre el pecho, sobre la parte posterior (?) del esternón la forma de una cruz; que ha brindado el viernes santo de esa última cuaresma, a diecisiete personas que la han visto como yo, la forma de escara en la palma de las manos y de una desnudación viva sobre el dorso de los pies;
5° que se presenta siempre en forma de gotitas alrededor de la frente; que la flictena pemfigoide (pequeño tumor vesicular o en forma de campana) producida como por una quemadura sobre la región precordial, precedida de dolores internos y vivos en el corazón, se ha desarrollado muchas veces y en circunstancias en las que seguramente no se había aplicado ningún rubefaciente ni vesicante, y cuando no existía ninguna otra flictena sobre la superficie cutánea;
6° que las estigmatizaciones con diapedesis o sudor de sangre se produjeron bajo mis ojos, sin que ninguna causa apreciable hubiera podido explicar su origen, ya sea por picadura, presión, etc.; que ellas se manifestaron indiferentemente antes, durante y después de la época menstrual sin que parecieran experimentar influencia alguna de las medicaciones o régimen prescripto, del estado morboso habitual y de las involuciones o recrudescencias del mismo;
7° que, bien distintamente de los síntomas de la afección orgánica o material existente, los síntomas sobrenaturales o extraordinarios de la estigmatización se manifeslaban los días de fiesta o de devoción, y siguiendo las horas de la oración, de la meditación, etc., sin alguna regularidad y sin que pareciera participar en ello la voluntad, sino con el recogimiento fervoroso que acompañaba siempre la oración; otras veces la voluntad no participaba en absoluto, siendo involuntaria la cstigmatización o apareciendo hasta contra la voluntad…”
D) Padre Pío de Pietrelcina. (Según la tesis del Dr. Abadir).— Mucho ruido se hizo acerca del Padre Pío entre 1917 y 1927. Su verdadero nombre era Francisco Forgione. Nació de pobres campesinos de Pietrelcina (Benevento) en 1887. Muy religioso, entró en la Orden de los Capuchinos, tomando el nombre de Pío. De tiempo en tiempo había que enviarlo de vuelta a su pueblo natal, a causa de su salud, minada por enfermedades de carácter oscuro, localizadas en los instestinos. En 1917 fué exceptuado por las autoridades militares, después de un examen radioscópico, por tuberculosis pulmonar. Caía, por otra parte, a menudo en estados de ausencia, mientras celebraba la Santa Misa. Pero no se ha comprobado que sufriera de estados epilépticos.
Sus superiores se decidieron a enviarlo al convento de San Giovanni Rotondo, localidad conocida por su salubridad. Se hallaba allí desde varios meses, cuando el 17 de setiembre de 1918 recibió los estigmas, de los que no habló a nadie. Pero, tres días más tarde, durante la celebración de la Misa, cayó de pronto de espaldas; los que lo levantaron y lo acostaron en el lecho, notaron entonces que sus manos y sus pies estaban atravesados por llagas sangrientas; en el costado izquierdo se veía una herida como la que podría causar un arma punzante. El padre Provincial llamó al Dr. Luis Romanelli de Barletta, que después de un examen renovado varias veces, redactó una descripción minuciosa de las llagas, que terminaba diciendo:
“He visitado cinco veces al Padre Pío en quince meses y he comprobado modificaciones en sus llagas; pero no he hallado una sola nota clínica que me autorice a determinar su naturaleza”.
El Dr. Ángel María Merla, viejo alcalde socialista de San Giovanni Rotondo, que nunca ponía el pie en la Iglesia, cuidó del Padre Pío durante años y declaró que sus llagas eran realmente, a su parecer, de naturaleza sobrenatural.
Se hizo llamar entonces al Dr. Amico Bignami, profesor de la Universidad de Roma, célebre por sus trabajos en la materia, que permaneció en San Giovanni solamente dos horas. Este profesor declaró que el Padre Pío estaba sano, en absoluto libre de tuberculosis, perfectamente normal en su sistema nervioso y en su aparato circulatorio; que no se trataba de un simulador o de un sujeto psicopático y que la actitud del Padre le había dejado una excelente impresión. Comprobó la existencia de las lesiones en las manos y los pies, pero juzgó que las heridas en los pies no eran profundas. Efectuó finalmente el vendaje habitual de las manos, que cerró con un sello de seguridad, esperando obtener de este modo la curación de las llagas en pocos días. Muchos días después del término fijado, el vendaje fué quitado: las llagas aparecieron sin alteración alguna; fluía de ellas todavía sangre viva y brillante.
Tres meses después, las autoridades eclesiásticas solicitaron al Dr. Jorge Festa de Roma que visitara a su vez al Padre Pío para dar una información exacta sobre sus lesiones y al mismo tiempo sus impresiones científicas. El doctor hizo la visita en octubre de 1919. Comprobó la existencia de las llagas en las manos y los pies; pero encontró que ya no correspondían a las primeras descripciones dadas por el Dr. Romanelli.
La membrana que las recubría había desaparecido; las lesiones Penetraban en el tejido subcutáneo y secretaban continuamente sangre, a través de una delgada escara… La herida del costado tampoco correspondía más a la descripción que había hecho el Dr. Romanelli. Se presentaba en forma de una cinta del largo de dos centímetros aproximadamente, con contornos muy netos. El color era rosado; la llaga estaba recubierta al centro por una escara de un rojo parduzco. Auque la lesión era superficial, manaba gotas de sangre en gran cantidad, a tal punto que al levantar la venda de tela que la cubría y que estaba toda empapada de sangre y habiéndola reemplazado por un pañuelo blanco, el Dr. Festa lo retiró completamente impregnado después de unas diez horas. Esta emisión sero-sanguínea era continuada.
El Dr. Festa confirmó su relación con una nueva visita hecha al Padre Pío, juntamente con su colega, el Dr. Romanelli, en julio de 1920, para truncar algunas divergencias existentes entre sus comprobaciones y las del Dr. Bignami, acerca de la profundidad de los estigmas de los pies.
Más de cinco años después, en octubre de 1925, el Dr. Festa operó al Padre Pío de una hernia que le atormentaba desde unos siete años.
En esta ocasión, pudo nuevamente estudiar los estigmas del capuchino, en condiciones interesantes. Comprobó que todos los días alrededor de un vaso de sangre y agua mojaba las vendas que el Padre llevaba constantemente sobre sus heridas. No se nota en ellas la menor traza de infección.
El Padre Pío, que ha presentado también fenómenos de levitación, lectura del pensamiento, etc. vive actualmente (1935) retirado en un convento de su Orden.
ESTIGMATIZACIONES PRESUMIBLEMENTE DIABÓLICAS
Tomaremos como ejemplo el caso reciente de la hermana N…., que constituyó el tema de la tesis de doctorado en teología del abate Segaud (Lyon, 1899). Los hechos se han desarrollado en 1890 y 1891.
Los dolores y los estigmas tenían lugar a veces en el coro de la capilla de la Casa. Allí, en éxtasis, los ojos fijos sobre una visión invisible para todos los demás presentes, la señora N. permanecía largo tiempo en esa actitud, con los brazos en cruz y la frente sangrando en forma tal que sus compañeras debían secarla con paños.
A menudo también, arrodillada en la barra de hierro de su lecho o en otro lugar, y en éxtasis, se mantenía en posturas asombrosas y naturalmente imposibles, de equilibrio inestable.
La señora N. tenía estigmas en seis regiones diferentes de su cuerpo; en la cabeza, en la mano derecha, en la izquierda, en el pie derecho, en el izquierdo y en el costado izquierdo del pecho.
1. En la cabeza: Sobre la región situada inmediatamente sobre la frente, se ve cierto número de manchas sembradas irregularmente a través de los cabellos. Algunas son simplemente rosadas, otras negruzcas a raíz de la presencia de una costra delgada de sangre seca adherente. Examinadas con lupa, cada mancha está cubicita por una epidermis resquebrajada y aparentemente estriada. Alfunas tienen el largo de una lenteja, otras son casi puntiformes. En su conjunto, esas manchas o estigmas forman una banda transversal de unos diez centímetros de largo por siete u ocho de ancho.
Nada semejante hallamos en las regiones parietales y occipitales del cuero cabelludo.
2 y 3. En las manos: La disposición de los estigmas es exactamente la misma en ambas manos. Sobre la cara dorsal, como sobre la palmar de cada mano, el estigma es representado por una placa roja netamente delimitada, regular, de forma rectangular, con el largo más grande en el sentido del eje de la mano.
La dimensión de esta placa roja es de 10 milímetros de ancho por 13 de largo. Su situación es exactamente al nivel del tercer metacarpo, tres centímetros sobre la interlínea articular metacarpofalangial. El estigma dorsal y el palmar se corresponden con tal precisión, que si una aguja traspasara las manos perpendicularmente, penetrando por el centro del estigma, saldría por el centro del otro. La superficie de cada estigma es de un rojo de mediana intensidad; tiene algunos desechos de epidermis, muchos de tinte negruzco en caso de una hemorragia reciente.
4 y 5. En los pies: La descripción precedente se adapta en todos sus puntos a los estigmas de los pies, en forma, color, aspecto y situación.
6. En el costado izquierdo: Un poco atrás del seno, debajo de la axila, al nivel de un espacio intercostal, existe una placa roja, de forma oval, con su diámetro mayor dirigido desde adelante hacia atrás, de la dimensión de una pieza de cinco francos; esa placa es más profunda en la zona central que en la periférica. La presión digital provoca en ella un dolor muy vivo.
Tres meses después de este primer examen que nos diera las comprobaciones citadas, los estigmas nuevamente examinados habían crecido en forma notable y estaban más rojos. Este del costado medía ocho centímetros de largo por tres de ancho, su forma era la de un rombo muy alargado. Se distinguía una zona media de un rojo más vivo, recubierta de una epidermis rugosa y pardo-negruzca, indicio de hemorragia y una suerte de levantamiento ampollar de data reciente.
Hemorragias. A través de estos estigmas se producían dos clases de flujos: uno poco abundante e inconstante, compuesto de un líquido amarillento sero-fibrinoso, que mojaba la ropa; el otro más frecuente y marcado, constituido por sangre pura de un rojo vivo. La cantidad de sangre perdida es muy apreciable, a veces leve, a veces abundante. Las hemorragias mayores ocurren en los estigmas frontales y en el del costado izquierdo del pecho; las de los pies y de las manos son y fueron raras, muy pronunciadas en los primeros tiempos y reducidas más tarde a un rezumo.
La hemorragia de los estigmas frontales impregna toda la venda de la frente, la atraviesa y fluye sobre las mejillas de la vidente y hasta la losa donde se halla arrodillada.
En el costado izquierdo del pecho, el estigma da también un flujo importante que pasa a través de los vestidos.
Estas hemorragias y los dolores que la acompañan, acontecen durante el éxtasis, pero también fuera de él y a menudo durante el Santo Sacrificio de la Misa”.
Una vez ocurrió también que la vidente las sufrió sentada a la mesa, mientras que un sacerdote extranjero, del que no conocía la presencia, celebraba Misa.
Uno de los comisarios investigadores nombrado por la autoridad diocesana, vio a la vidente el coro de la capilla, las manos juntas en actitud de éxtasis frente a una visión para él invisible. Durante todo el éxtasis, casi una hora, de su frente manó sangre muy pura que las demás religiosas secaban con un paño, y ella mantenía los brazos en cruz sin rigidez ni cansancio.
Los médicos que examinaron a la estigmatizada, llegaron a esta conclusión: “No es posible admitir que la concentración del pensamiento, por fuerte e intensa que se quiera, logre producir tales prodigios. Se trata de fenómenos de orden sobrenatural”. Además la estigmatizada tenía visiones, éxtasis, discernimiento de conciencias, vista a la distancia, etc.
El examen de la causa, muy voluminoso, fué confiado a un teólogo muy versado en esta materia, que concluyó su informe así:
1° La mayoría de los fenómenos ocurridos a la señora N. no se pueden explicar naturalmente. Sobrepasan la fuerza de la naturaleza.
2° Ninguno de los fenómenos citados exige la intervención de Dios: no necesita, para ser realizado, de la omnipotencia divina.
3° Finalmente, en muchos de estos fenómenos hay el indicio, la marca de la influencia diabólica.
Estas tres conclusiones fueron desarrolladas y demostradas en una relación oral de casi cuatro horas ante el Obispo y su Consejo Episcopal, y se juzgó que todos los hechos acaecidos a la señora N. se debían a la intervención del demonio y que en consecuencia debían ser considerados y creídos como tales. El obispo era monseñor Perraud, antiguo normalista, superior del Oratorio, académico y luego cardenal.
FENÓMENOS PATOLÓGICOS COMPARADOS A LOS ESTIGMAS
Muchas tesis se han consagrado a este tema. Las mismas citan casos de hematidrosis, como los que hemos citado de esas tesis al hablar de los sudores cruentos. Esta comparación es evidentemente válida para los estigmas, que se limitan a exudados sanguíneos y nos remitimos a lo que hemos dicho acerca de la aplicación de los resultados fisiológicos en los sudores de sangre. Pero hemos visto que los estigmas pueden ser verdaderas llagas, hasta traspasadas de lado a lado, y nada hemos hallado de parecido en patología.
ESTIGMAS EXPERIMENTALES
A) Debemos reunir en este caso las curaciones de verrugas por sugestión, publicadas por el Dr. Bonjour de Lausana y el profesor Bloch de Zurich.
B) Bernhein recuerda la experiencia de Beaunis, que ordenó a una somnámbula tener una marca roja en un punto que él tocó. El eritema se produjo, duró quince minutos y se diluyó gradualmente. El mismo cita el caso de una somnámbula en la que Focachon, farmacéutico de Charmes, obtuvo por acción hipnótica una vesicación con supuración aplicando durante treinta y seis horas ocho sellos postales.
C) Caso de Magdalena X. — Esta enferma pasó 7 años en la Salpétriére (de 1896 a 1904), en observación del Dr. Pierre Janet.
Durante ese tiempo, ella presentó unas veinte veces pequeñas ampollas seguidas por escoriación primero en el dorso del pie derecho, luego en el izquierdo, y finalmente en las palmas de las manos y en el pecho. Las mismas curaban pronto, pero reaparecían en el mismo lugar. Su aparición parecía coincidir con las grandes solemnidades religiosas, en el curso de las que Magdalena caía en sueños extáticos en actitud de crucificada.
Janet ensayó aparatos oclusivos. “Debajo del aparato de cobre, relata, de caucho y de vidrio que había sido sellado sobre la cara dorsal del pie derecho, la epidermis se levantó sin alguna acción exterior aparente; se formaron ampollas que cesaron poco después y durante algunos días dieron salida a una serosidad sanguinolenta”. Ulteriormente, la enferma fué sorprendida tocando el vendaje colocado sobre la llaga y el Dr. Janet comprobó lesiones de raspaduras.
Esta enferma, aunque obsesionada por la idea de la levitación nunca experimentó este fenómeno. Murió en 1918, en perfecta salud desde 1904.
D) Caso de Elisabet… — El Dr. Lechler, en un folleto publicado en 1933, afirma haber tratado de producir por sugestión en una enferma mental de nombre Elisabet, fenómenos análogos a los que ocurren a Teresa Neumann. Obtuvo así, mediantes sugestiones repetidas en el estado hipnótico y en el estado de vigilia, algunas lágrimas de sangre, pequeñas llagas pasajeras en las manos y en los pies y erosiones en la frente.
E) Los doctores Podiapolsky y Finne pudieron obtener por sugestión, ya sea de quemadura anterior, ya por aplicación de una pieza metálica, la aparición de quemaduras con vesículas. El Dr. Soumbatoff también habría obtenido de ese modo edemas y erupciones (Métalnikov).
FALSOS ESTIGMAS
Después del caso condenado en 1922 por el Concilio de Canterbury, se hallan algunos más, como el de Magdalena de Córdoba, cierta María de la Visitación que con su cómplice Magdalena de la Cruz engañó a todo un pueblo, y hasta al Venerable Luis de Granada, advertido sin embargo por Catalina de Ricci. El General de los Dominicos, Sixto Fabri fué eliminado de su cargo por el Papa, por haberse equivocado en este caso. Más cerca de nosotros, Rosa Tamisier hizo una cantidad de timos, y Hebra, en un Traite des maladies de la peau, cita a una pretendida estigmatizada en Austria, cuya fraudulencia fué develada por una atenta vigilancia.
ESTIGMAS INVISIBLES
Los estigmas invisibles consisten en dolores con asiento en los lugares habituales de los estigmas. Son ya primitivos, ya secundarios de estigmas visibles. Su realidad se ha confirmado de dos maneras: a veces los estigmas invisibles se han tornado visibles con la muerte: es el caso de Santa Catalina de Sena (1347-1380) y el de Nicolás de Ravena (fallecido en 1398), que hiciera estudios de medicina. A veces el estigmatizado, como en el caso de la Venerable Magdalena Rémuzat (1698-1730), comienza a dudar del origen sobrenatural de sus dolores, y los estigmas se tornan visibles.
EXAMEN CRÍTICO
La estigmatización ofrece, pues, caracteres de la mayor complejidad: alcanza a sujetos de todas edades: Magdalena Morice (1736-1769) fué estigmatizada a los ocho años; Delicia de Giovanni (1560-1642) a los setenta y cinco. Toca a los hombres y mujeres, a religiosos y laicos, a vírgenes y a madres de familia. Ocurre en enfermos y en sanos que llevan una vida normal y cuyos estigmas fueron descubiertos recién después de la muerte.
Los estigmas ofrecen los aspectos más diversos, desde una simple mancha hasta las llagas traspasadas o los relieves en forma de clavos; desde un simple rezumo hasta las hemorragias abundantes. Su ubicación es igualmente de las más variadas: a veces en el centro de la mano, a veces en el puño, a veces a la derecha y otras a la izquierda, a menudo en corona alrededor de la cabeza o en forma de interesar todo el cuero cabelludo, como si fuera debida a un gorro de espinas. Las llagas son redondas, ovales, rectangulares o cuadradas y pueden tener las mismas dimensiones en el dorso y en la palma o en la planta; también a veces la llaga de entrada, correspondiente a la cabeza del clavo, es voluminosa, mientras que la otra es puntiforme. La llaga principal puede ser palmar o dorsal. Los estigmas no son, pues, una reproducción de las llagas de Cristo, y por otra parte no parecen ser la reproducción de imágenes de Cristo que los estigmatizados hayan podido tener en la vida. Por eso numerosos estigmatizados, anteriores al siglo XVII, tienen la llaga del costado a la izquierda, mientras que todos los Cristo de esa época, siguiendo la tradición, tienen la llaga a la derecha. Del mismo modo, no conocemos un solo Crucifijo, en que la cabeza del clavo sea dorsal, como lo muestran ciertos estigmas, como el de Teresa Neumann, que forman una ancha placa dorsal y un agujero puntiforme palmar.
Recordemos que la mayor parte de los estigmatizados presentan fenómenos complementarios, como éxtasis, levitación, comuniones milagrosas visibles, don de idiomas, lectura del pensamiento, premoniciones o profecías durante su vida y el hecho de que el cuerpo de muchos goza de incorruptibilidad después de su muerte.
Los médicos se han dividido en dos escuelas en el asunto de los estigmas: unos han querido atribuirles siempre un origen sobrenatural, ya sea divino ya sea diabólico; otros un origen natural por acción psíquica.
El origen siempre sobrenatural tiene en su contra el hecho de que la Iglesia, suprema autoridad en la materia, no ha reconocido ese origen más que en número restringido de estigmas, y que ella exige otras pruebas que la sola existencia de los estigmas, para formular esa opinión.
Por otra parte, el Dr. von Arnhard, que el Dr. du Prel afirma era muy versado en la literatura oriental, habló a menudo de numerosos estigmas en los ascetas musulmanes, que se dedican profundamente al estudio de la vida de Mahoma; se referirían a las heridas recibidas por el Profeta durante sus batallas.
Los yoghi y los ascetas de Brahma serían capaces de producir fenómenos análogos a los estigmas (Abadir). Sin embargo ignoramos si se trata de verdaderas llagas o de simples sufusiones sanguíneas.
Finalmente, los hechos experimentales, a pesar de su rareza y de las condiciones muy excepcionales en que se obtuvieron, deben ser tomados también en consideración.
El origen siempre natural levanta objeciones muy grandes. En primer lugar la autoridad de la Iglesia, que en las disciplinas teológicas y las luces espirituales que recibe, tiene elementos de conocimiento superiores a los de las ciencias biológicas.
La ausencia de estigmatizados anterior al siglo XIII, siempre que sea exacta, se torna incomprensible si los estigmas son naturales: el ardor de fe de los primeros cristianos, su aspiración al martirio, a la que a veces se ha atribuido un carácter morboso, deberían haber engendrado una abundancia de estigmatizados, con el ejemplo del suplicio de la cruz aplicado muchas veces bajo sus mismos ojos. Más tarde, al acercarse el año 1000, la exaltación religiosa hubiera debido hacerlos abundar. Finalmente los Flagelantes de la Edad Media poseían todo lo que era necesario como neurosis y fanatismo, para hacer abrir estigmas naturales.
No, se comprende tampoco cómo los protestantes, mucho más nutridos con las Escrituras que los católicos, y cuya piedad llegó a menudo al fanatismo, no hayan realizado ninguna estigmatización.
Mas, sobre todo, a pesar de los millones de heridos en la guerra de 1914 a 1918, observados y seguidos de cerca en hospitales bien organizados y por médicos atentos a descubrir toda anomalía o superchería, nunca se descubieron:
1° hombres con heridas porque se sintieron heridos o fueron tocados, sin penetración, por una bala perdida, el estallido de un obús sin fuerza, una piedra, etc.;
2° hombres que reprodujeron heridas vistas en sus camaradas heridos;
3° heridos en que el deseo intenso de no sanar, para no ser devueltos a la hoguera de la primera línea, haya impedido la cicatrización de sus llagas en los plazos normales. En todos los casos de llagas de cicatrización tardía, se halló siempre el agente material de entretenimiento.
Finalmente, a estas objeciones teológicas, históricas y estadísticas, contra la estigmatización siempre natural, se agregan las debidas a la incertidumbre de las doctrinas médicas.
Gilles de la Tourette admitió que la histeria puede causar: la dermografía, la asfixia local, la urticaria histérica, el edema histérico blanco, rojo o azul, el pémfigo, el herpes gangrenoso de Kaposi, el vitíligo, la eritromelalgia, las equimosis espontáneas, etcétera.
Babinski, y con él H. Dutil y Laubry, rechazan tal capacidad de la histeria. “Es verdad, dicen, que antiguas experiencias parecen probar la posibilidad de provocar o curar esos trastornos por sugestión… pero tales experiencias… han sido reanudadas recientemente por Babinski sobre grandes histéricas hipnotizables, una de ellas particularmente sujeta otras veces a Investigaciones idénticas coronadas por éxitos notables. Ahora bien, le fué imposible reproducir por sugestión trastornos de esa naturaleza, cuando el sujeto se mantuvo bajo rigurosa vigila y alejado de toda acción física que pudiera determinar alteraciones cutáneas”. Bernheim tampoco pudo obtenerlas (De la suggesiion, Cap. IV).
Agreguemos que una de las afecciones especialmente invocadas para explicar naturalmente los estigmas, da lugar a las siguientes declaraciones de Darkier, en su Précis de Dermatologie (1909): “El pémfigo histérico no existe; investigaciones y discusiones recientes lo han demostrado formalmente… No es posible invalidar la exactitud de la fórmula de Babinski, la histeria es incapaz de provocar trastornos tróficos de la piel”.
Y si Abadir en su tesis de 1932 sostiene la posibilidad del origen psíquico de los estigmas, H. Codet y M. Cénac, en su Pratique médico-chirurgicale de 1931, no admiten con grado de autenticidad en la histeria más que “los trastornos vaso-motores que es clásico observar en los estados emocionales: eritema púdico, dermografismo, accesos sudorales, ptialismo, etcétera.”
Finalmente, hay que desconfiar de las analogías. Si el Dr. Podiapolsky obtuvo quemaduras por sugestión hipnótica, es necesario para ello que el paciente “haya padecido anteriormente el efecto de una quemadura verdadera con la formación de una ampolla”. Se hubiera necesitado la elaboración de un verdadero reflejo condicional. Y éste no es el caso de los estigmatizados religiosos. Por otra parte, si el aflujo seroso que destaca las zonas mortificadas de la epidermis de las zonas vivientes de la misma, es un fenómeno fisiológico, la rotura de vasos, la necrosis de las células para formar una llaga, ya no lo son. Entre quemaduras, vesicativos, etc., y estigmas puede haber alguna analogía, pero no identidad.
La medicina nos deja, pues, en plena incertidumbre, aun para el enorme grupo de estigmatizaciones a las que la Iglesia se rehusa de atribuir un carácter sobrenatural.
Podemos, por lo tanto, clasificar las estigmatizaciones en:
1° Estigmatizaciones de origen divino,
2° Estigmatizaciones de origen diabólico,
3° Estigmatizaciones de origen indefinido.
Los caracteres médicos que distinguen los estigmas de origen sobrenatural de los de origen natural, no podrán establecerse netamente, sino cuando el tercer grupo habrá sido disociado por una ciencia médica más avanzada y con la ayuda de la teología.
Actualmente, parece que debe inclinarse por la hipótesis sobrenatural, en presencia de estigmas pue presentan una instantaneidad especial de aparición y desaparición, importantes modificaciones tisulares, la persistencia a pesar de todas las medidas de protección y de tratamientos empleadas (los casos de los doctores Janet y Lechler son fugaces), la ausencia de supuración (el seudo-vesicante de Focachon supuraba todavía a los quince días; Luisa Lateau (1850-1883) supuraba en la menor llaga accidental, mientras que los estigmas permanecían absolutamente limpios). La ausencia de síntomas neuropáticos será evidentemente un factor considerable, pero no es determinante, porque hasta se habría probado que algunos estigmas pueden ser debidos a origen psíquico; no podríamos vincular obligadamente los estigmas de un sujeto a su neuropatía, en la misma forma que una diarrea, en un neurópata puede ser de origen nervioso, pero también de etiología enterítica: la opinión del médico no podrá ser por lo mismo más que un factor de presunción, ya sea desde el punto de vista sobrenatural, ya sea desde el punto de vista natural.
La Iglesia, considerado ese factor con la ayuda de la teología y de las luces espirituales de que goza, es la sola que puede pronunciarse definitivamente; el médico encuentra en esa decisión un alimento para su fe y para su ciencia, y, en los casos indeterminados, elementos individuales de edificación sobrenatural o de conocimiento científico.
APLICACIONES PRÁCTICAS
Realmente, las estigmatizaciones, ya sean ellas sobrenaturales, ya sean naturales, implican grandes lecciones tanto morales como científicas.
La Iglesia nos enseña a ver en las estigmatizaciones de origen divino:
A) Una lección de piedad. Nuestro Señor acuerda a algunas almas de elección que, en su amor por Él, en su reconocimiento por la Redención que nos ha dado, desean compartir los sufrimientos de su Pasión, el privilegio de realizarla efectivamente en sus cuerpos. Corona su amor cumpliendo su deseo y con eso los admite en su obra redentora.
B) Un testimonio de la solicitud divina. Gracias a la estigmatización, la Pasión redentora de Nuestro Señor, para las almas que comprenden su perpetuo renovarse en el Santo Sacrificio de la Misa, se convierte en otra cosa que el hecho histórico perdido en la lejanía de los siglos, sino en un hecho divino recordado a sus sentidos y a su espíritu por el milagro actualmente presente. De allí las numerosas conversiones realizadas.
C) Un acto redentor. Nuestro Señor acuerda a los estigmatizados de participar realmente a los sufrimientos de la Pasión, y así, dada la reversibilidad de los méritos de la Comunión de los Santos, de merecer para los pecadores la gracia de la conversión o la remisión de una parte de la pena que corresponde a sus pecados.
En las estigmatizaciones naturales (que puedan ser reconocidas como tales), deben hacerse dos amplias divisiones.
A) Estigmatizaciones fisiológicas. En tal caso se trataría de individuos de sistema cutáneo, nervioso y psíquico normal; pero en ellos la intensidad de las representaciones psíquicas de las fases de la Pasión crearía lesiones análogas a las que son el objeto de su meditación.
En este caso la estigmatización sería un “test” del grado de elevación alcanzado por el sentimiento religioso del sujeto. Estos estigmatizados serían a la vez modelos de piedad y ejemplos del poder que puede tener el psiquismo en un desarrollo genial.
B) Estigmatizaciones patológicas. Se trataría entonces de individuos con taras cutáneas, circulatorias, nerviosas o psíquicas. En ese caso la estigmatización podría proceder ya sea de una desviación patológica del sentimiento religioso, ya sea de una sobreactividad neurológica o de un trastorno circulatorio o cutáneo, siendo normal, o por lo menos mediano, el sentimiento religioso. Correspondería al médico establecer el diagnóstico exacto y realizar las terapéuticas necesarias.
Fuente: Dr. Henri Bon, Medicina Católica, (1942)
FUENTE: forosdelavirgen.orG
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