El sacramento de la Reconciliación es un regalo de la misericordia de Dios y nos permite participar del banquete de la Eucaristía.
Muchas veces por temor, vergüenza o por influencias del mundo que nos dice que no necesitamos a Dios, dejamos pasar o tratamos de no darle importancia a un sacramento tan bello y lleno de misericordia como es el de la Reconciliación. Este sacramento nos abre las puertas a ser partícipes del banquete de la Eucaristía y revestirnos de la santidad y gracia que Dios nos regala.
Les dejamos estas respuestas para que saquemos de nuestra vida estas excusas, vayamos corriendo al encuentro del Señor y ayudemos a otros a hacerlo:
«Incluso la vergüenza es buena, es salud tener un poco de vergüenza, porque avergonzarse es saludable. Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un «sinvergüenza». Pero incluso la vergüenza hace bien, porque nos hace humildes, y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios perdona […] No tener miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse, siente todas estas cosas, incluso la vergüenza, pero después, cuando termina la Confesión sale libre, grande, hermoso, perdonado, blanco, feliz. ¡Esto es lo hermoso de la Confesión!» (Papa Francisco, Audiencia General, 19 de febrero de 2014)
2. No me siento perdonado cuando me confieso:
Si los sacramentos se celebran correctamente, su eficacia no falla (en latín se dice que actúan “ex opere operato”), es decir que tienen una fuerza tal, que por gracia divina realizan aquello que dicen, independientemente del estado de ánimo o de gracia de la persona que lo realiza (no depende ni de la santidad del sacerdote ni de la mía, ni de cómo nos sentimos en ese momento). Claro está, que mientras mejor es mi disposición interior, mayor serán los efectos de aquella gracia recibida en mi vida.
3. Ese sacerdote siempre me reta y me regaña, es muy exagerado:
Pregúntate con humildad ¿No será más bien que yo estoy siendo orgulloso y le echo la culpa al cura porque me duele aceptar mis pecados? Si no fuese este el caso, entonces pregúntese ¿Quizá Dios se vale de este sacerdote gruñón para hacerme crecer en humildad? Si tampoco este es el caso, entonces busque un sacerdote más calmado, y rece mucho por aquel a quien no le tiene mucha estima.
4. No me gusta el sacerdote, no me escucha:
Hable con el sacerdote si puede, dígale lo que piensa con caridad, explíquele su situación. Si no, busque otro sacerdote. Y sobre todo rece mucho para Dios mande cada vez más sacerdotes atentos, pacientes… santos.
5. Yo me confieso directamente con Dios:
Este sacramento es la vía más segura para confesarse directamente con Dios. Él sabe perfectamente cuánto necesitamos la certeza concreta y física de estar perdonados; que para nuestra naturaleza humana no nos basta con solo entablar un diálogo interior y espiritual. Recuerde, Él es nuestro Creador, nos conoce mejor que nosotros mismos. Por eso Cristo se hizo carne y habitó entre nosotros. Por eso también instituyó los sacramentos como mediaciones visibles, concretas, tangibles, encarnadas… para acceder a las gracias invisibles. Esto son los verdaderos diálogos directos. Así es, es tiempo de revisar las definiciones.
6. Hay mucha fila, me da pereza esperar:
Te dejo esta cita: «Si por pereza dejas de poner los medios necesarios para alcanzar la humildad, te sentirás pesaroso, inquieto, descontento, y harás la vida imposible a ti mismo y quizá también a los demás y, lo que más importa, correrás gran peligro de perderte eternamente». (J.Pecci –León XIII -, Práctica de la humildad, 49). Te recomiendo hacer la fila y dejar la pereza.
7. No he matado, no he robado, soy bueno:
A los santos les parece tan increíble que la gente los considere santos, que desmienten a los que lo dicen. Han percibido con tal sensibilidad el amor de Dios, que se experimentan siempre en falta. Pero mientras más confiesan su pecado y los límites de su amor, más se abren a la misericordia de Dios, y así irónicamente más confirman y afianzan su santidad. Por el contrario, quien se cree bueno sufre del “efecto farisaico”, y comete el pecado más terrible: la soberbia de sentirse justificado. Si usted sufre de este efecto preocúpese, porque es inversamente proporcional.
8. Escuchar misa, eso sí es importante:
No vaya solo a escuchar misa, es importante comulgar, y para comulgar, los pecados hay que confesar. Recuerde las palabras de Cristo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron: el que coma este pan vivirá para siempre» (Jn6 56-58) y las que nos refuerzan la importancia de confesarnos de San Pablo: «Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo»(I Cor 11, 27-29).
9. Lo haré cuando esté realmente arrepentido:
Esta afirmación es en parte correcta. La confesión requiere del arrepentimiento auténtico para que sea fructífera. En todo caso sería bueno que se esfuerce y se proponga alcanzarlo lo antes posible. ¿Cómo? Rece más, lea la Biblia, medite más y haga un profundo examen de conciencia. ¿Por qué? Porque la vida pasa y todos necesitamos arrepentirnos para poder pedir con sinceridad perdón, y pedir perdón es fundamental para poder convertirnos; y convertirnos, para llegar al cielo. «No te desesperes – decía San Agustín- se te ha prometido el perdón -Gracias a Dios por estas promesas –respondía otro– a ellas me atengo. «Ahora, pues, vive bien –replicaba este– Mañana viviré bien- el otro contestó: Te ha prometido Dios el perdón, pero el día de mañana nadie te lo ha prometido» (San Agustín, Comentario sobre el salmo 101).
10. No tengo tiempo, mejor comulgo y luego me confieso:
Lo decíamos en otro punto. Si realmente no ha podido confesarse por motivos de fuerza mayor (no valen argumentos como “no alcancé porque estaba viendo el partido de fútbol”) y realiza una contrición perfecta, usted podría comulgar. Lo dice el Catecismo en el 1452. Ahora bien, obtiene el perdón de los pecados mortales con esta contrición, bajo una condición importante: «si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cf Concilio de Trento: DS 1677)». Esto quiere decir, que al final de la misa debe buscar al sacerdote para pedir la confesión (o lo antes posible). Si no es esta su intención, pone en cuestión la perfección de su contrición y por lo mismo el perdón de los pecados mortales cometidos. En todo no es muy aconsejable aprovecharse de esta posibilidad, pues es muy difícil tener la certeza de la perfección de la contrición. Vaya por lo seguro. Llegue a tiempo y confiésese con tranquilidad. No se arriesgue. Recuerde también de las palabras de San Pablo que hemos citado en el punto 8
11. Con las oraciones que hago diario, los sacrificios, las obras de caridad, se me perdonan los pecados:
La Biblia nos dice: «el amor cubre multitud de pecados» (1Pe 4,8). Y lo confirma el Catecismo en el número 1452: La contrición cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas se llama “contrición perfecta”(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental». La confesión no es una imposición externa o una cuestión opcional. Más bien, es un regalo que Dios nos hace en su misericordia, ya que es muy difícil estar seguros de haber hecho una contrición perfecta, y Dios nos da maneras para confirmarla. Es poco aconsejable comulgar sin tener certeza del perdón. De hecho, quien pudiendolo confirmar a través de las mediaciones seguras, prefiriese no hacerlo, por considerarlas innecesarias, pone en cuestión al mismo Dios y pone en cuestión la perfección de su contrición.
12. No me confieso con un pecador, él no puede perdonarme:
Cuando el sacerdote dice “Yo te absuelvo” ocurre un gran milagro. Sucede lo mismo que cuando dice: “este es mi Cuerpo”. No es el Cuerpo del sacerdote. Sépalo usted, allí quien habla ya no es solo el sacerdote. Ese “Yo” que usted escucha es la voz del mismo Cristo. Sí, es una voz que viene desde lo más alto de los cielos y desde las profundidades del corazón. Qué no la engañen sus sentidos. Ese “Yo” le pertenece a Cristo. Es difícil de creer, pero es la pura verdad. A usted quien lo perdona es Cristo, cierto, a través del sacerdote. Jesús dijo a sus apóstoles: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a quienes se los retengan, les quedarán retenidos» (Jn. 20, 22-23)
13. No lo necesito, soy consciente de mis errores y puedo corregirlos solo:
Habría que distinguir. Mejorar sus errores es una cosa, perdonar sus pecados es otra. Sobre lo primero tiene usted razón. Puede y debe mejorar sus errores. Eso sí, no diría solo, porque la gracia de Dios es siempre necesaria. Sobre lo segundo en cambio se equivoca. Si se trata de pecados, la confesión es imprescindible. Solo Dios perdona los pecados a través de la confesión.
14. Dios no me va a perdonar:
Dios quiere, puede y te va a perdonar porque es infinitamente misericordioso, sin importar lo que hayas hecho. Dios no se cansa de perdonarnos, nos lo repite siempre el Papa Francisco. Dios es siempre fiel y llama todo el tiempo a nuestra puerta. Somos nosotros los que por desconfianza, vergüenza, falsa autocompasión, etc. nos quedamos comiendo solos, encerrados en los pequeños y terribles rincones de nuestra pusilánime soledad.
15. Conozco al sacerdote, me da mucha vergüenza contarle lo que he hecho:
Decía el santo Cura de Ars que el demonio antes de pecar te quita la vergüenza y te la restituye cuando vas a confesarte. La vergüenza puede ser negativa si evitas que confieses con humildad y arrepentimiento tu pecado. Pero por el contario, puede ser muy positiva si es que nos lleva a una confesión más profunda y dolida, y evita que volvamos a caer muy seguido en los mismos pecados. Por eso usted tiene que aprovechar su mucha vergüenza como catalizador para salir como el hijo pródigo decidido a la casa del Padre buscando perdón. Si le cuesta mucho, entonces busque a otro sacerdote o un confesionario con rejilla.
16. No tengo por qué contarle mis pecados a otro, es un asunto privado:
La Biblia es firme: «Si decimos que no pecamos, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros; pero si confesamos nuestros pecados, Dios nos perdonará. Él es fiel y justo para limpiarnos de toda maldad.» (1Jn1, 8-10) Y el Papa Francisco insiste: «Uno puede decir: yo me confieso sólo con Dios. Sí, tú puedes decir a Dios «perdóname», y decir tus pecados, pero nuestros pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia, a los hermanos, en la persona del sacerdote […]. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decir al sacerdote estas cosas, que tanto pesan a mi corazón. Y uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con el hermano. No tener miedo de la Confesión». (Audiencia General, 19 de febrero de 2014)
FUENTE: pildorasdefe.net
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