Este sábado 23 de mayo el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, beatificó en la Plaza del Salvador del Mundo de San Salvador al que fuera arzobispo de la diócesis, Óscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 cuando tenía 62 años y había alcanzado celebridad mundial con sus denuncias contra el régimen salvadoreño.
Con ese motivo, el historiador y periodista Santiago Mata ha escrito una importante biografía de monseñor Romero: Monseñor Óscar Romero. Pasión por la Iglesia(Palabra), una extensa y amena obra que explica a la perfección las complejidades del personaje y de la situación social y política en la que le tocó vivir y morir. Monseñor Romero será beatificado como mártir, es decir, muerto in odium fidei [en odio a la fe].
-¿No hubo en su asesinato razones políticas?
-El odio a la fe no excluye otras motivaciones que pueda haber y que de hecho hay. Por ejemplo, San Maximiliano Kolbe murió voluntariamente en sustitución de otra persona, y esta otra persona había sido condenada con otras aleatoriamente a muerte como castigo por la fuga de un preso, y eso no es un motivo de odio a la fe. Pero si no fuera por el odio que los nazis tenían a la fe y a los que la representaban, Kolbe no habría sido enviado a un campo de concentración, y por tanto el odio a la fe es un motivo necesario en su muerte.
-¿Y en el caso de Romero?
-Romero fue asesinado a raíz de una homilía en la que predicó: “Ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: no matar... Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios... Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla... Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado”.
-¿Cómo fueron entendidas esas palabras?
-Una persona para la cual decir eso convierte a alguien en reo de muerte, y que de hecho lo ejecuta, es alguien que rechaza (odia, en el sentido en que, según San Agustín, el pecado es odio a Dios) la Ley de Dios y prefiere el pecado.
-¿Hubo debate durante el proceso sobre la cuestión del martirio?
-Aunque yo no he participado en el proceso ni las discusiones de sus teólogos se hayan hecho públicas, entiendo que la clave está en mostrar que en el hecho de su muerte el motivo de rechazo a la fe (o la moral) católica esté claro, y aquí me parece que lo está.
-¿Cuál fue la relación de monseñor Romero con la teología de la liberación?
-Romero fue un místico que predicaba el Amor a Dios, y en este sentido siempre precisaba que hablaba de liberarse del pecado, y no de una opresión temporal. Pero por si acaso, además de esta precisión, casi siempre añadía que él, cuando hablaba de liberación, lo hacía en el sentido en que habían hablado el papa Pablo VI, o los obispos reunidos en el Vaticano II o en Medellín, o en Puebla, o como hablaba el cardenal argentino Pironio. Quería evitar que se entiendiera que hablar de liberación significaba tomar partido por unos, los oprimidos, que serían los buenos, y atacar a los opresores malos. Él dejaba claro que el pecado acecha a todos.
-¿Documenta usted en su libro esa predicación?
-Está muy claro esto, por ejemplo, en una homilía que predicó el 16 de julio de 1977: “Hay muchos injustos en esta hora y hay muchos atropellos a la dignidad humana, y hay muchas injusticias con el pobre y el pobre también las comete contra el rico, hay muchas situaciones de pecado. Así lo dijeron los obispos autorizados por el Papa reunidos en Medellín: en América Latina hay una situación de pecado, hay una injusticia que se hace casi ambiente y es necesario que los cristianos trabajen por transformar esta situación de pecado. El cristiano no debe tolerar que el enemigo de Dios, el pecado, reine en el mundo. El cristiano tiene que trabajar para que el pecado sea marginado y el Reino de Dios se implante. Luchar por esto no es comunismo. Luchar por esto no es meterse en política”.
-¿Cuál fue su relación con el Opus Dei?
-Desde fines de los años 50, cuando los primeros sacerdotes del Opus Dei llegaron a El Salvador y comenzaron a viajar a la ciudad donde Romero vivía (San Miguel), él participó en los retiros que ofrecían para la formación sacerdotal. Y así continuó hasta el día de su muerte, cuando asistió por la mañana a una reunión con sacerdotes para comentar un documento de Juan Pablo II.
-¿Conoció al fundador de la Obra?
-A San Josemaría pudo conocerlo en 1970, y como muestra de aprecio, cuando el fundador del Opus Dei murió en 1975, Romero escribió una carta a Pablo VI pidiendo que se abriera su proceso de beatificación.
-Sin embargo, Romero fue alguna vez crítico con el Opus...
-Siendo ya arzobispo de San Salvador, a fines de 1978 mencionó en una homilía el medio siglo que cumplía el Opus Dei, para felicitar a sus miembros, y en 1979 acusó recibo en otra homilía de una afectuosa carta de adhesión que le enviaba el entonces presidente general y hoy beato Álvaro del Portillo. Si alguna vez hizo críticas no era al espíritu del Opus Dei, que le parecía providencial, sino a personas que, debiendo seguir ese espíritu, no lo hacían.
-¿Lo hizo públicamente?
-Así sucedió en la homilía del 1 de julio de 1979, al recordar el cuarto aniversario de la muerte de Escrivá, con estas palabras: “El espíritu del Opus Dei, que muchos miembros no lo practican, yo creo que lo encontramos en el capítulo cuarto de la Constitución sobre la Iglesia [del Vaticano II, n.n.], todo ese capítulo del laico. Es un ejército ya de miembros del Opus Dei, pero dirigentes de ellos me han confesado que muchos no lo entienden bien y se fanatizan, pero si vivieran de verdad ese capítulo cuarto, que es precisamente la espiritualidad del Opus Dei, ´el laico en el mundo´, contaríamos con muchos cristianos que desde su profesión y su santidad están haciendo mucho bien”.
-¿Cómo percibía monseñor Romero el peligro del comunismo?
-Romero previno en numerosas ocasiones sobre el comunismo, sobre todo a raíz de los sucesos de 1954 en Guatemala, refiriéndose a los cuales escribía el 16 de julio de ese año: “Es imposible un nuevo orden sin la justicia y la caridad de Cristo: se destruirán ciertas injusticias, pero se entronizarán otras peores”. Sin embargo, en El Salvador, por entonces, el comunismo tenía poca fuerza, y a Romero le preocupaba más denunciar a la masonería.
-Es llamativo...
-Lo hizo el 31 de mayo de 1961, al publicar en el mismo semanario de la diócesis de San Miguel: “¿No es una vergüenza para nuestra libertad democrática tener leyes de evidente cuño masónico para regir un pueblo que se llama católico?”. Es cierto que, con el paso del tiempo, el comunismo se hizo fuerte en la Universidad de El Salvador, y Romero fue de los que pidieron abiertamente al gobierno la destitución del rector, y que permitiera abrir una universidad católica, en 1965.
-¿Cambió su forma de ver las cosas el triunfo sandinista?
-Romero no solía comentar públicamente la situación de otros países, pues bastantes problemas tenían en el suyo. Sobre Nicaragua (que no tiene frontera terrestre con El Salvador) habló el domingo siguiente a la caída de Somoza, y tras mostrar alegría por “el inicio de su liberación” se mostró seguramente más prudente que muchos de los no-comunistas que luchaban en el bando sandinista, al manifestar en la misma frase su preocupación “para que ese alborear de libertad no vaya a ser una frustración”.
-¿Pero no veía un peligro similar en El Salvador?
-De forma genérica, unía El Salvador y Nicaragua en una comparación diciendo que le daban ambos pena por parecer “como un rebaño sin pastor” y pedía en consecuencia “que tanto Nicaragua como nuestro país y todos los países del mundo que se encuentran en problemas, en momentos críticos, miren hacia el Buen Pastor, el Pastor-Rey”.
-¿Qué diferencias había entre la situación en ambos países?
-Por encima de esa comparación genérica, la situación en El Salvador era mucho más complicada, ya que no era la dictadura de una familia, sino de una oligarquía económica que permanecía en el anonimato, mientras la vida social la controlaban unos militares bien organizados y muy despiadados. El triunfo sandinista en Nicaragua no daba más posibilidades de triunfo a los revolucionarios salvadoreños, al contrario: primero, porque creaba la ilusión de poder vencer a un régimen y ejército mucho más sólidos, y segundo porque Carter, que no era propenso a ayudar a las dictaduras militares, sería sustituido por Reagan, que sí prometió apoyar a los militares salvadoreños.
-Eso fue después...
-Para entonces Romero ya estaba muerto y además él no hacía cálculos políticos. Desde el principio reconoció que los revolucionarios había desatado la represión, insistiendo en que esta, por indiscriminada e injusta, debía terminar, y en que eso era la condición para cualquier cambio político y desde luego para evitar la guerra civil.
-Entonces, ¿ve usted una continuidad en su predicación?
-Hay una continuidad entre lo que escribió siendo obispo auxiliar de San Salvador, el 26 de septiembre de 1971 en un editorial del semanario de la Conferencia Episcopal (“es de lamentar que a la violencia de abajo se haya respondido con la violencia de la represión, haciendo pagar a justos por pecadores”) y el grito de su última homilía dominical, el 23 de marzo de 1980: “Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.
-¿Cómo fue su formación? ¿Cuál era su espiritualidad?
-Su formación fue tradicional, jesuitica en el seminario de San Salvador y en la Universidad Gregoriana de Roma (1937-1942), vacunada contra el modernismo y voluntariamente centrada en la teología espiritual. Tenía particular devoción al Sagrado Corazón y, por supuesto, a la Virgen. Era hombre mortificado, de cilicio y disciplinas, modesto y hasta tímido de carácter, y austero. De natural conciliador, para él fue muy doloroso ver la división entre los llamados progresistas y conservadores después del Vaticano II. Se esforzó por estudiar, comprender y difundir la doctrina del Concilio y de los papas Pablo VI y Juan Pablo II.
-¿Cómo se le veía en Roma?
-Seguramente lo que más le dolió fue que otros obispos enviaran calumnias sobre él al Papa. Aunque también en Roma sufrió incomprensiones, la fe en el Papa era otro elemento esencial de su espiritualidad, y no le defraudó, como escribía en 1977: “Roma es hogar para el que tiene fe y tiene sentido de Iglesia. Roma es la patria de todos los cristianos. Ahí está el Papa que es verdadero Padre de todos. Lo he sentido tan cerca; voy tan agradecido con él que el corazón, la fe, el espíritu siguen alimentándose de esta roca, donde la unidad de la Iglesia se siente tan palpable”.
-¿Tuvo conciencia de que podía ser asesinado?
-La tuvo no solo él, sino también el Vaticano, que le llegó a ofrecer que se refugiara allí, pero él contestó que si la gente del pueblo no podía librarse de las arbitrariedades, él tampoco quería protección.
-¿Qué significa hoy su beatificación?
-Como todo mártir, nos habla de fortaleza ante la adversidad, de unir nuestro sufrimiento al de Cristo. En la lucha contra el pecado, en esa lucha liberadora que él predicaba, hay que sufrir, o si no es que no se está luchando. Siendo el primer obispo mártir de América, entiendo que habla también a los obispos de valentía, de no dejarse engañar por el quedar bien o por el querer contentar a todos.
-¿Qué frutos tuvo su muerte?
-Un mensaje de reconciliación muy necesario para El Salvador, que en la guerra de 1981 a 1992 vio morir violentamente a más de 70.000 personas.
-Hoy todo es muy distinto...
-La situación política centroamericana ha cambiado mucho y ya no hay allí dictaduras. Pero El Salvador, por ejemplo, ha frenado su crecimiento, hasta el punto de que durante la guerra Honduras le pasó en volumen de población, ahora le está pasando Nicaragua y al ritmo que va hasta Costa Rica tendrá más población que El Salvador. Es solo un dato para resaltar que la crisis continúa, y que hacen falta modelos de vida para comprender, por ejemplo, que no vale la pena matarse por sistemas políticos que el tiempo hace caducar rápidamente.
-Y él ¿por qué murió él?
-Para mostrar que el Amor, esa civilización del Amor que siguiendo a Pablo VI le gustaba predicar a Romero (también a Juan Pablo II), puede curar todas esas heridas. No en vano el lema de la beatificación es: Romero, mártir por Amor. ¡Pues que cunda el ejemplo!
FUENTE: religionenlibertad.com
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