Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus hijos predilectos
LXXVIII
EL SECRETO PARA ATRAER A LAS ALMAS
“¿Y cómo atraer a los sacerdotes al mundo de las almas que se pierden, arrebatadas por la corriente de la impureza, de la vanidad, de la soberbia y de las malas pasiones? –Sólo siendo otros Yo; sólo transformándose plenamente en Mí, para tener esa virtud de atracción divina que sólo Yo poseo por haberla recibido del Padre, una sola Divinidad Conmigo.
Sólo Yo
tengo ese atractivo santo que santifica, ese imán divino que atrae a lo puro, a
lo recto, a lo elevado, a lo santo. Sólo Yo comunico el alejamiento de la
tierra y sé elevar a las almas a regiones superiores. Sólo Yo tengo el poder de
transformar a las almas y de trazarles
el camino que soy Yo mismo, para que entrando por el sendero que conduce al
cielo, se salven. Sólo Yo tengo influjo divino para subyugar a los corazones.
Sólo Yo tengo medios y riquezas desconocidas para atraer, para convencer, para
convertir, para transformar.
Pero si los
sacerdotes son otros Yo, si se transforman en Mí también ellos tendrán todas
esas prerrogativas que Yo tengo; y sin salir de Mí, unificados en Mí y por lo
mismo en la unidad de la Trinidad, obrarán cosas estupendas, milagros verdadero
de conversiones; y su palabra tendrá eficacia, porque será mi Palabra; y sus
obras serán mis obras, todas sobrenaturales y divinas; y su querer será el mío;
y su voluntad, mi voluntad y la de mi Padre.
¡Oh! ¡y qué
grandes tesoros, muchos que se ven y otros que la inteligencia humana no
alcanza a comprender en la tierra, se le ofrecen al sacerdote transformado en
Mí! Entonces se le comunicará esa virtud de atracción, ese atractivo santo que,
cautivando a las almas por lo que es mío, las santifique y las salve. Volveré
entonces a la tierra en mis sacerdotes, como tanto lo anhelo y cambiará la faz
del mundo y de los corazones.
Y es
necesario que esto sea un hecho; es de todo punto indispensable que Yo no sólo
me refleje en mis sacerdotes, sino que ellos sean Yo mismo, unos Conmigo, para evangelizar de nuevo a las multitudes,
pero que exhalen ellos el perfume divino de su Maestro.
¡Quiero
apóstoles, quiero mártires, no tan sólo de sangre, sino por el cumplimiento de
sus deberes; martirios de amor, martirios de paciencia y de abnegación ocultas
en mi servicio! ¡Vendrán legiones de sacerdotes santos que santifiquen, de
sacerdotes otros Yo, todos impregnados del Espíritu Santo!
Sin duda que
ya los hay, de lo contrario, se hubiera hundido el mundo, puesto que son el
pararrayos de mi justicia y los que compensan-en lo posible- las faltas, los
pecados, las miserias e ingratitudes de la tierra. ¿No he dicho que y los
siente mi pecho, que ya recibo el incienso de sus sacrificios y el aroma de su fervor?
Unos
sacerdotes suplen lo que a otros les falta; pero eso no me satisface, sino que
quiero a todos mis sacerdotes puros,
santos y perfectos. Quiero a todos mis sacerdotes transformados en un solo
Sacerdote, en Mí; quiero hacer de todas sus almas una sola alma con la mía, un
solo corazón con el mío, un mismo espíritu de atracción que es el mío; porque
es el Espíritu Santo, todo amor, el que atrae y el que suavísimamente subyuga,
el que derrama un ambiente de unción divina, de virtud sobrenatural que fascina
a las almas y las convierte.
¡Oh! Si
todos mis sacerdotes fueran otros Yo, si todos se transformaran en Mí, les
aseguro que habría una evolución santa en el mundo y se contrarrestaría el mal que hoy avasalla a las
almas!
Que no se
busquen otros medios para la reacción moral, espiritual y social, sino la
transformación de los sacerdotes en Mi. Todo eso de formar centros y obras para
regenerar, buenos son; pero no se llega con esto al fondo de la cuestión. La
regeneración del mundo, de los pueblos y de las sociedades sólo está en la
transformación de los sacerdotes en Mí. Ese día cesarán las discordias que
asuelan a las naciones, porque sólo mi Espíritu une, y es lo que falta en el mundo: unión, unión de caridad, unión
de voluntades, unión en Mí.
Pero, por
razón de su estado y por motivos de justicia, debe comenzar esa unión por la
unidad de los sacerdotes en Mí. Todo
el mal del mundo y el que lamentan los míos viene de que se apartan de la
unidad en mayor o menor grado. Que haya unión íntima, sincera, sólida y
completa de los míos en Mí y la habrá después en los fieles, en las almas;
porque lo mío se difunde, se comunica, se infiltra y produce frutos.
¡A! todo lo
que sale de Mí, nunca vuelve solo sino con frutos de vida eterna. Y si los
sacerdotes son otros Yo, es claro que sembrarán con fruto y cosecharán con
abundancia para el cielo.
Se buscan
medios humanos para salvar al mundo, se ponen medios naturales para volverlo a
su centro, quitándolo de ese loco frenesí que lo arrastra al abismo; pero
repito, el remedio no está en lo humano sino en lo divino, no en organizar
obras exteriores ni en actividades humanas, etc., sino que el punto cardinal y
único está en los sacerdotes, y sólo se encontrará el remedio en su
transformación en Mí.
Y ¿por qué?
–Porque entonces no serán ellos, sino Yo en ellos con mi poder, con mi virtud,
con mi atractivo; mi Divinidad será la que obre, la que realice las
renovaciones santas en las naciones y en las almas. Ha llegado el momento de
que se acuda sólo al único remedio
para contrarrestar la satánica avenida que anega al mundo con el desenfreno
infernal de las pasiones; y este remedio le
corresponde a mi Iglesia en sus sacerdotes, y consiste en su transformación
en Mí. Como la he explicado, en la consumación de esa transformación,
que ahora no es sólo un paso más de perfección voluntaria, sino un sagrado deber, en el que va vinculada
la salvación del mundo y la gloria de la Trinidad.
A esto se
encuentra vinculada mi victoria sobre el infierno, mi triunfo y el de mi
Iglesia sobre las potencias infernales. Y adviértase que un solo sacerdote
transformado en Mí detendrá en su carrera no sólo a un demonio, sino al infierno
junto. Y es que no será el sacerdote solo, sino todos los sacerdotes en Mí.
Porque aquí
se encierra otro misterio: Yo no puedo dividirme, y puesto que los sacerdotes
en su principio y en su fondo no son sino un solo sacerdote en Mí, por eso un
solo sacerdote transformado representaría, ante mi Padre, a todos los
sacerdotes en Mí.
De igual
manera pasa cuando un sacerdote peca; no todos los sacerdotes pecan en él,
personalmente; pero sí todos cargan, en cierta manera, la mancha y el crimen, para expiarlo. Y ¿Cómo? –Como se expía
todo: Conmigo, por Mí en ellos, como Hostia de expiación, de perdón, de
redención, de impetración.
¡Cuántos
misterios se encierran en el misterio de la unidad de los sacerdotes entre
ellos y ellos en Mí! Lo bueno y lo malo todo lo cargan ellos en Mí; porque Yo
soy en ellos el glorificado y el
ofendido; el injuriado como Dios y
el que perdona como Dios; el único
Sacerdote que lleva en Sí mismo a todos los sacerdotes.
Así es que
cuando un sacerdote peca, me ofende, no como cosa extraña a Mí, sino como dentro
de Mí, Dios-Hombre, en razón de la transformación en Mí que trae desde la
eternidad y desde su ordenación sacerdotal.
Claro está
que las ofensas que se me hacen siempre son dentro de Mí, en cuanto que estoy
presente en todas partes; pero esas ofensas de mis sacerdotes son aparte,
porque están injertados en Mí, Sacerdote único; en Mí, que formo con ellos ante
mi Padre un solo Sacerdote en el que ve a todos los sacerdotes.
Y de este
secreto de mi Corazón, que aumenta la gravedad de sus crímenes, de su
indiferencia y de su poco amor, no se dan cuenta los sacerdotes; y ésta es una
de las espinas más dolorosas de mi Corazón. Porque no me ofenden de lejos o
aparte, como los demás hombres, en cierto sentido, sino que me ofenden a Mí dentro de Mí, ofenden a Dios dentro de Dios, ¡y esto es terrible!
Esta sola consideración debiera detenerlos y troncar sus pecados, deslealtades
e ingratitudes, en amor, en desagravios, en ternura. Me ofenden a Mí y se
ofenden a sí mismos en Mí, por la transformación de ellos, sacerdotes, en el
eterno Sacerdote; porque somos todos uno, y Yo con ellos, en la unidad de la
Trinidad.
Que los
sacerdotes mediten y difundan estas verdades para que cesen sus ofensas, sus
debilidades culpables y sus múltiples ingratitudes”.
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