Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus hijos los predilectos
LXXIX
LOS ANHELOS DE JESUS
“¡Si lo que pido es tan natural! Que no llame la atención ese santo anhelo de mi alma, el de la consumación de la transformación en Mí de los sacerdotes, de esa unión transformante en Mí.
¡Si ya en cierto sentido estaban transformados! Es decir: al recibir las órdenes, mis sacerdotes reciben el germen de esa insigne gracia. Si se penetran las palabras y las oraciones de la ordenación sacerdotal, se verá cómo ahí comienza esa transformación del sacerdote, porque se le da el poder y de ser Yo mismo en las Misas, en las confesiones y demás sacramentos en donde me representan.
¿Acaso no son otros Yo los sacerdotes consagrados
por mi Padre, por mi Iglesia y ungidos por el Espíritu Santo? No es una novedad
que Yo pida esa transformación.
¿Y saben por qué la pido? Porque muchos de mis sacerdotes la olvida; es decir, porque no la viven, no la tienen en cuenta, sino a lo más muy someramente, muy superficialmente, y solo en el ejercicio de su ministerio; ¡y muchas veces ni entonces!
¿Y saben por qué la pido? Porque muchos de mis sacerdotes la olvida; es decir, porque no la viven, no la tienen en cuenta, sino a lo más muy someramente, muy superficialmente, y solo en el ejercicio de su ministerio; ¡y muchas veces ni entonces!
Y Yo quiero
que esa transformación se desarrolle íntimamente,
profundamente, en cada uno de los corazones sacerdotales para que tenga su
consumación en la unidad de la Trinidad. Quiero rehacer a muchos corazones
hundidos de mis sacerdotes; quiero despertar a muchas almas adormecidas; quiero
estremecer, hasta lo más hondo, las fibras amorosas de los corazones
sacerdotales, para que respondan a mis anhelos de perfeccionarlos en la unidad;
quiero penetrar con mis reclamos en los sentimientos resfriados de muchos modos
por el contacto del mundo que los ha alejado de Mí.
Quiero
volverlos a mis brazos y estrecharlos
contra mi Corazón y comunicarles fuego, luz, amor, vida! Todo esto quiero en
estas confidencias secretas y de mi Corazón todo ternura y caridad.
Y vendrán,
repito, volverán a mis brazos las ovejas descarriadas, las almas criminales y
perjuras apartadas de Mí. Volverán los sacrílegos arrepentidos; vendrán a Mí
los tibios e indiferentes; los ambiciosos y los avaros; los heridos y llagados
de muchos modos; los perezosos y enviciados; los impuros y todos, todos; que a
todos llamo.
Y
purificados, arrepentidos y humillados, se arrojarán a mis pies; pero Yo los
tomaré en mis brazos, los estrecharé contra mi lacerado Corazón y les daré el
ósculo de paz, olvidaré su pasado y sustituiré al hombre viejo con Jesús, sumo
y eterno Sacerdote.
¡Si Yo sólo
quiero su bien y el de las almas! ¡Si Yo sólo ansío su transformación perfecta
en Mí, porque los amo! ¡Si el amor, sólo el amor, que todo lo olvida y todo lo
perdona, es el que me ha hecho vaciar mi pecho en su favor!
Un nuevo
impulso de amor recibirá mi Iglesia y el Sumo Pontífice tendrá un gran consuelo
al ver florecer con más vigor y lozanía las plantas que forman ese jardín, y se
congratulará en sus triunfos y en sus secretas victorias.
Todos mis
sacerdotes formarán entonces con él, más que nunca, una sola alma, un solo
latido, un solo movimiento, un único Jesús con él, un solo Salvador, unificados
más intensamente con el Pontificado y prontos, como Yo, a dar la vida por las
almas, por la religión, sin cambiar jamás por jamás un ápice a su
celestial doctrina.
No quedará
estéril, lo prometo, este impulso del cielo para mis sacerdotes, que se hará
sentir más o menos tarde en todo el mundo; porque la unidad hace la fuerza, y
la unidad en la Trinidad hace la divina
fuerza, la consumación de esa restauración vital y santa, en la que todos
mis sacerdotes serán uno con el Papa, uno con los Obispos, porque serán uno en
Mí, Yo—con ellos y en ellos—en la Trinidad.
Y darán frutos
de vida eterna en las almas, y darán gloria a Dios en los corazones, y el mundo
reaccionará en la verdad, y el Espíritu Santo será el motor fecundo de esta
restauración, no tan sólo de todas las cosas en Mí; sino, entre todas ellas, la
principal, el punto cardinal de todas, la transformación de los sacerdotes en
Mí.
Así la
restauración será universal, no limitada a ciertos lugares o países; sino que,
en donde esté un solo sacerdote, estaré Yo obrando, atrayendo, purificando y
santificando.
Yo, que veo
el futuro como presente, me siento ya en posesión de almas y países,
extendiendo mi reinado en los corazones, representado fielmente por mis
sacerdotes, no fríos ni tibios, no solos ni aislados, sino unidos a Mí todo
luz, todo fuego, todo atractivo santo, todo virtud y amor.
Así que no
se crea que me voy a concretar a que los sacerdotes de México se transformen en
Mí, sino los de todo el mundo, que Yo basto y sobro para miles de mundos, si
los hubiera.
Éste mundo
necesita regenerarse, espiritualizarse; pero este es el único medio para llegar
a ese fin; el de la transformación en el eterno, puro, único y santo Sacerdote
y Salvador que quiere y promete volver a la tierra en sus sacerdotes, para
hacer real y positiva esta nueva era de salvación y santificación del mundo.
El mismo
Redentor, con sus méritos infinitos e inagotables, quiere redimir; porque la
Redención no acaba en la cruz, en cierto sentido; allí adquirí los méritos,
pero sus frutos santísimos y eficacísimos durarán en la Iglesia hasta el fin de
los siglos.
Sin embargo,
esos frutos están inutilizados para muchas almas, por falta de obreros santos
en mi viña, por falta de celo, de sacrificios, de amor a esas almas.
Pero todo
eso se remediará con los sacerdotes transformados en Mí, con mis virtudes y mi santidad, con mi Espíritu mismo, que los
impulsará a más y más perfección, y con eso, a más estrecha unión Conmigo, a la
consumación de su transformación en Mí.
La Trinidad
espera ya los santos frutos de esa unidad de los sacerdotes en Mí, que es
precisamente la transformación, porque la transformación unifica; y el fin de todo, el secreto de mi plan, éste es, el más
alto, el más puro, el más santo y elevado en perfección; el de la unificación, una y única, en la unidad purísima., fecundísima
y santísima, en la Trinidad.
Después de siglos y siglos que para
Mí son como un día, quiero perfeccionar esto en mi Iglesia, llevarlo a la
quinta esencia de su práctica y perfección, para que le dé a esa amada Iglesia
la plenitud de su florecimiento y a las almas un cauce santísimo que las
unifique y que las conduzca al cielo”.
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