FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 1 -


"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO


(Con anotaciones de Fr. Luis de Granada)


San Juan Clímaco vivió en el siglo VII. Fue abad del monasterio de Santa Catalina en el Monte Sinaí, quizá el más importante centro de difusión del "hesicasmo". Su principal obra, "La Escala Espiritual" se compone de 30 capítulos y buscan señalar los peldaños del camino o subida hacia Dios a semejanza de la bíblica escala de Jacob.





Capítulo I:

Escalón primero de la renunciación y menosprecio del mundo


Convenientísima cosa es que comenzando a instruir a los siervos de Dios, hagamos principio de nuestra oración del mismo Dios: el cual como sea de infinita é incomprensible bondad, tuvo por bien de honrara todas las criaturas racionales que él crió, con dignidad de libre albedrío: entre las cuales unas se pueden llamar suyas; otras fieles y legítimos siervos; otras del todo punto inútiles; otras extranjeros y apartados de él; otras enemigos y adversarios suyos, aunque flacos.

Amigos de Dios, pensamos nos rudos ignorantes, santo varón, que propiamente se llaman aquellas intelectuales y espirituales substancias que moran con él. Siervos fieles son aquellos que sin pereza y sin cansancio obedecen su santísima voluntad. Siervos inútiles son aquellos que después de haber sido lavados con el agua del santo bautismo, no guardan lo que en él asentaron y capitularon. Extranjeros y enemigos son aquellos que están arredrados de su sancta fe. Adversarios y enemigos son los que no contentos con haber sacudido de sí el yugo de la ley de Dios, persiguen con todas sus fuerzas á los que procuran de guardarla. Y dado caso que cada linaje de estas personas requería especial tratado; mas no hace nuestro propósito tratar ahora de cada una de ella, sino solamente de aquellos que justamente merecen ser llamados fidelísimos siervos de Dios; los cuales con la fuerza potentísima de la caridad nos necesitaron tomar esta carga: por cuya obediencia, sin más examinar, extenderemos nuestra ruda mano, y tomando de la suya la pluma de la palabra divina, mojarla hemos en la tinta de la oscura, aunque clara humildad, y con ella escribiremos en sus blandos y humildes corazones, como en unas cartas, mejor decir, como en unas espirituales tablas, las palabras de Dios, para lo cual tomaremos este principio.

Primeramente presupongamos que todas las criaturas que tienen voluntad y libre albedrío, se les ofrece y propone Dios por verdadera vida, verdadera salud, sean fieles infieles, justos, injustos, religiosos, irreligiosos, viciosos, virtuosos, seculares, monjes, sabios, ignorantes, sanos enfermos, mozos viejos: y esto no de otra manera que la comunicación de la luz, y la vista del sol, y la comunicación de los tiempos que se ofrecen igualmente todos sin excepción de personas.

Y comenzando por la definiciones de algunos de estos vocablos que mas hacen nuestro propósito, decimos que irreligioso es criatura racional y mortal que por su propia voluntad huye de la vida: la cual de tal manera trata con su Criador, que siempre es como si se creyese que no es. Inicuo es aquel que violentamente tuerce el entendimiento de la ley de Dios para conformarlo con su apetito: y siendo de contrario parecer, piensa que cree la palabra de Dios. Cristiano es aquel que trabaja, cuanto es al hombre posible, por imitar Cristo; así en sus obras como en sus palabras, creyendo firmemente en la Santísima Trinidad. Amado de Dios es aquel que ordenadamente y como debe usa de todas las cosas naturales, y nunca deja de hacer todo el bien que puede. Continente es aquel que puesto en medio de las tentaciones y lazos, trabaja con todas sus fuerzas para alcanzar la paz y tranquilidad de corazón y buenas costumbres.

Monje es una orden y manera de vivir de Ángeles, estando en cuerpo mortal y sucio: monje es aquel que trae siempre los ojos del alma puestos en Dios, y hace oración en todo tiempo, lugar y negocio: monje es una perpetua contradicción y violencia de la naturaleza, y una vigilantísima infatigable guarda de los sentidos: Monje es un cuerpo casto, y una boca limpia, y un animo esclarecido con los rayos de la divina luz: monje es un animo afligido y triste, el cual trayendo siempre ante los ojos la memoria de la muerte, siempre se ejercita en la virtud.

Renunciación y desamparo del mundo es odio voluntario y negamiento de la propia naturaleza, por gozar de las cosas que son sobre naturaleza; del cual deseo (como de su propia raíz) nace este santo odio. Todos los que desamparan voluntaria y alegremente los bienes de esta presente vida, suelen hacer esto, por el deseo de la gloria advenidera, por la memoria de sus pecados, por solo amor de Dios; y si alguno esto hiciese, y no por alguna de estas causas, no seria razonable esta renunciación. Mas con todo esto, cual fuere el fin y termino de nuestra vida, tal será el premio que recibiremos de Cristo, juez y remunerador de nuestros trabajos.

El que procura de descargarse de la carga de sus pecados, trabaje por imitar los que están sobre las sepulturas llorando los muertos; y si no deje de derramar continuas y fervientes lagrimas; y gemidos profundos de lo intimo de su corazón, hasta que venga Cristo y quite la piedra del monumento (Jn 11) (que es la ceguedad y la dureza de su corazón y libre Lázaro), que es nuestro animo, de las ataduras de sus pecados, y mande los ministros (que son los Ángeles) diciéndoles: Desatadlo de las ataduras de los vicios, y dejadlo ir la quieta y bienaventurada tranquilidad.

Todos los que deseamos salir de Egipto y de la sujeción de Faraón, tenemos necesidad (después de Dios) de algún Moisés que no sea medianero para con él; el cual guiándonos por este camino con el ayuda, así de sus palabras como de sus obras y de su oración, levante por nosotros las manos Dios, para que guiados por tal capitán pasemos el mar de los pecados, y hagamos volver las espaldas Amalec, Príncipe de los vicios: porque por falta de este fueron algunos engañados; los cuales confiados en sí mismos creyeron que no tenían necesidad de guía.

Y es de notar que los que salieron de Egipto, tuvieron a Moisés por guía; mas los que huyeron de Sodoma, tuvieron para esto un Ángel que los guió. Los primeros, que son los que de Egipto salieron, son figuras de aquellos que procuran sanar las enfermedades de su alma con la cura y diligencia del medico espiritual; mas los segundos, que son los que huyeron de Sodoma, significan aquellos que estando llenos de inmundicias y torpezas corporales, desean grandemente verse libres de ella: los cuales tienen para esto necesidad de un hombre que sea semejante los Ángeles. Porque según la corrupción de las llagas, así tenemos necesidad de sapientísimo Maestro para la cura de ella.

Y verdaderamente el que vestido de esta carne desea subir al cielo, necesidad tiene de suma violencia, continuos infatigables trabajos, especialmente los principios, hasta que nuestras costumbres habituadas a los deleites, y nuestro corazón (que para el sentimiento de sus males estaba insensible) venga aficionarse Dios, y ser santificado con la castidad, mediante el atentísimo estudio y ejercicio de las lagrimas y las penitencia: porque verdaderamente trabajo, y gran trabajo, y amargura de penitencia es necesaria, especialmente para aquellos que están mal habituados, hasta que el can de nuestro animo (acostumbrado la carnicería y la gasolina de los vicios) lo hagamos amador de la contemplación y de la castidad, ayudándonos para esto la virtud de la simplicidad, y la mortificación de la ira, y una grande y discreta diligencia.

Pero con todo esto los que somos combatidos de vicios, aunque no hayamos alcanzado bastante fuerzas contra ellos, confiemos en Cristo, y con una fe viva le presentemos humildemente la flaqueza y enfermedad de nuestra alma; y sin duda alcanzaremos su favor y gracia, aunque sea sobre todo nuestro merecimiento, si con todo eso procuremos ser sumirnos perpetuamente en el abismo de la humildad. Sepan cierto los que en esta hermosura estrecha, dura y liviana batalla entran, que van meterse en un fuego, si desean inflamar su corazón con el fuego del divino amor. Y por tanto pruebe cada uno sí mismo, y de esta manera se llegue comer de este pan celestial con amargura, y beber de este suavísimo cáliz de lagrimas; porque no entre en esta gloriosa milicia para su juicio y condenación. Si es verdad que no todos los bautizados se salvan, miremos con temor y atención no corra también este mismo peligro por los que profesamos religión.

Y por esto los que desean hacer firme fundamento de virtud, todas las cosas del mundo negarán, todas las despreciarán, todas las pondrán debajo los pies, y todas las examinarán. Y para que este fundamento sea tal, ha de tener tres columnas con que sustente, que son inocencia, ayuno, y castidad. Todos los que en Cristo son niños, de esta tres cosas han de comenzar, tomando por ejemplo los que son ni dureza de corazón, ni fingimiento, ni codicia desmedida, ni vientre insaciable, ni movimientos de vicios deshonestos, como quiera que de lo uno se sigue lo otro: porque conforme la leña de los manjares así se enciende el fuego de lujuria.

Cosa es aborrecible y muy peligrosa, que el que comience con flojedad y blandura: porque suele ser este indicio manifiesto de la caída advenidera. Y por esto es cosa muy provechosa comenzar con grande animo y fervor, aunque después sea necesario remitir algo de este rigor. Porque el ánima que comenzó pelear varonilmente, y después algún tanto se debilitó y enflaqueció, muchas veces con la memoria de esta antigua virtud y diligencia, como con un estimulo y azote, es herida y provocada al bien. Por donde algunos por esta via volvieron al rigor pasado, y renovaron sus primeras alas.

Todas cuantas veces el alma se hallare fuera de sí, por haber perdido aquel bienaventurado y amable calor de la caridad, haga diligente inquisición, y mire por qué causa lo perdió: y ármese contra ella con todas sus fuerzas; pero no podrá introducirlo por otra puerta sino por aquella por donde salió. Los que por solo temor comienzan el camino de la renunciación, por ventura parecieran semejantes al incienso que se quema, que al principio huele bien, y después viene para en humo. Mas los que por solo respeto del galardón, sin otra cosa, se mueven a esto, son como piedra de atahona, que siempre anda de una manera, sin dar paso adelante, ni aprovechar mas. Pero los que dejaron el mundo por solo amor de Dios, estos luego desde el principio merecieron acrecentamiento de este fuego: el cual, como si estuviera en medio de una gran bosque, siempre va ganando tierra y entendiéndose mas.

Hay algunos que sobre ladrillos edifican piedras: y hay otros que sobre tierra levantan columnas: y hay otros que caminando pie, calentados los miembros y nervios mas ligeramente caminan. El que lee entienda lo que significa esta parábola. Los primeros que sobre ladrillos asientan piedras, son los que sobre excelentes obras de virtud se levantan la contemplación de las cosas divinas; mas porque no están bien fundados en humildad y paciencia, cuanto se levanta alguna grande tempestad, cae por falta del fundamento, que no era del todo seguro. Los segundo que sobre la tierra edifican columnas, son los que sin haber pasado por los ejercicios y trabajos de la vida monástica, quieren luego volar la vida solitaria: los cuales fácilmente los enemigos invisibles engañan , por la falta que tienen de virtud y experiencia. Los terceros son los que poco caminan tiene poca humildad debajo de obediencia: los cuales el Señor infunde el espíritu de caridad, con la cual encendidos acaba prósperamente su camino.

Y pues que somos, hermanos, llamados de Dios, que es nuestro Rey y Señor, corramos alegremente; porque si por ventura el plazo de nuestra vida fuere corto, no nos hallemos estériles y pobres la hora de la muerte, y vengamos morir de hambre. Procuremos agradar a nuestro Rey y Señor como los soldados al suyo: porque después de la profesión de esta gloriosa milicia, mas estrecha cuanta se nos ha de pedir. Temamos Dios siquiera como los hombres temen algunas bestias. Porque visto he yo algunos que querrían hurtar; los cuales no dejándolo de hacer por medio de Dios, lo dejaran por el de los perros que ladraban: de manera que los que no acabó con ellos el temor de Dios, acabó el de las bestias.

Amenos Dios siquiera como amamos los amigos. Porque también he visto muchas veces algunos que habiendo ofendido Dios, y provocándole ira con sus maldades, ningún cuidado tuvieron de recobrar su amistad: los cuales habiendo enojado algunos de sus amigos con muy pequeña ofensa, trabajaron con toda diligencia industria, y con toda afición y confesión de su culpa por reconciliarse con ellos, metiendo en esto otros terceros, y rogadores y deudos, arreciendo con esto muchas dádivas y presentes.

Aquí es de notar que en el principio de la renunciación no se obran las virtudes sin trabajo, amargura, y violencia. Mas después que comenzamos aprovechar, con muy poca tristeza ninguna las obramos. Pero después que la naturaleza está ya absorta y vencida con el favor y alegría del Espíritu Santo, entonces obramos ya con gozo, alegría, diligencia, y fervor de caridad, Cuanto son mas dignos de alabanza los que luego del principio abrazan las virtudes, y cumplen los mandamientos de Dios con devoción y alegría, tanto mas de llorar los que habiendo vivido mucho en este ejercicio, las ejercitan con trabajo y pesadumbre, si por ventura las ejercitan.

No debemos de condenar aquellas maneras de renunciación que parece haber sido hechas acaso. Porque visto he yo algunos delincuentes ir huyendo: los cuales como acaso se encontrasen con el Rey, sin buscarlo ellos, fueron recibidos en su servicio, y contados entre sus caballeros, y recibidos su mesa y palacio. Vi también algunas veces caerse descuidadamente algunos granos de trigo de la mano del sembrador; los cuales se apoderaron bien de la tierra, y vinieron después dar grande fruto: y vi también algunas ir casa del Medico por algún otro negocio, y haber acertado recibir en ella la salud que no tenían, y recobrado la vista de los ojos casi perdida. Y de esta manera acaece algunas veces ser mas firmes y estables las cosas que suceden sin nuestra voluntad, que las que de propósito se hacían.

Ninguno, considerando la muchedumbre de sus pecados, diga que es indigno de la profesión y vida de los Monjes; ni se engañe con este color y apariencia de humildad para dejar de seguir la senda estrecha de la virtud y darse a vicios; porque este es embuste del demonio, u ocasión para perseverar en los pecados: porque donde las llagas están podridas y afistuladas, así señaladamente es necesaria diligencia y destreza del sabio Medico; porque los sanos no tienen de esto tanta necesidad.

Si llamándonos un Rey mortal y terreno a su servicio y a su milicia, no hay cosa que nos detenga, ni buscamos ocasiones para excusarnos de esto: antes dejadas todas las cosas le vamos a servir y obedecer con suma alegría: miremos diligentemente no rehusemos obedecer por nuestra pereza y negligencia al Rey de Reyes, y Señor de los señores, y Dios de los dioses, que nos llama a la orden de esta milicia celestial, y después no tengamos excusa delante de aquel su terrible y espantoso tribunal.

Puede ser que el que está preso y aherrojado con los cuidados y negocios del siglo, dé algunos pasos y ande, aunque con impedimento y trabajo; porque también acaece que los que tienen grillos o cadenas en los pies andan con ellos, aunque mal y con trabajo.. El que vive en el mundo sin mujer, mas con cuidados y negocios del mundo, es semejante aquel que tiene mujer es semejante aquel que está de pies y manos aherrojado; el cual es mucho menos libre y menos señor de sí.

Oí yo una vez ciertos negligentes que viviendo en el mundo me decían: Cómo podemos, morando con nuestra mujeres, y cercados de negocios y cuidados de republica, vivir vida monástica? A los cuales yo respondí: Todo el bien que pudieres hacer, hacedlo;

no injuriéis nadie, ni digáis mentira, ni toméis lo ajeno, ni os levantéis contra nadie, ni queráis mal nadie: frecuentad las Iglesias, y los sermones, usad de misericordia, con los necesitados, no escandalicéis ni deis mal ejemplo nadie, ni seas favorecedores de bandos, ni entendáis en sustentar discordias, sino en deshacerlas; y contentaos con el uso legitimo de vuestras mujeres; porque si esto hicieres no estaréis lejos del Reino de Dios.

Apercibámonos con alegría y temor para esta gloriosa batalla, no acobardándonos ni desmayando por el temor de nuestros adversarios; pues Dios está por nuestra parte. Porque ven ellos muy bien, aunque no sean vistos de nosotros, la figura de nuestras animas: y si nos ven acobardados y medrosos, toman armas mas fuertes contra nosotros, viendo nuestra flaqueza y cobardía. Por tanto con grande animo debemos tomarlas contra ellos; porque nadie es poderoso para vencer al que alegre y animosamente pelea.

Suele usar nuestro Señor de una maravillosa dispensación con los principiantes y nuevos guerreros, templando y moderándoles las primeras batallas, porque no se vuelvan al mundo espantados de la grandeza del peligro. Por tanto gozaos siempre en el Señor en todos sus siervos: y tomad esto por señal de su llamamiento, y de la piedad y providencia paternal que tiene de vosotros. Otras veces también acaece que ese mismo Señor, cuando ve las animas fuertes en el principio, les apareja mas fuertes batallas, deseando mas temprano coronarlas. Suele el Señor esconder los hombres del siglo la dificultad de esta milicia (aunque mejor se podría por otro respeto llamar facilidad) porque si esto conociesen, no habría quien quisiese dejar el mundo. Ofrece los trabajos de tu juventud Cristo, y en la vejez te alegrarás con las riquezas de una quieta paz y tranquilidad que por ellos te darán; porque las cosas que recogimos y ganamos en la mocedad, después nos sustentan y consuelan cuando estamos flacos y debilitados en la vejez. Trabajemos los mozos ardientemente, y corramos con toda sobriedad y vigilancia; pues la muerte tan cierta todas las horas nos está aguardando. Y demás de esto tenemos enemigos perversísimos, fortísimos, astutísimos, potentísimos, invisibles, y desnudos de todos los impedimentos corporales, y que nunca duermen: los cuales teniendo fuego en las manos, trabajan con todo estudio por abrasar y quemar el templo vivo de Dios.

Ninguno cuando es mozo de oído los demonios, que suelen decir: No maltrates tu carne, porque no vengas caer en enfermedades y dolencias: porque muchas veces de esta manera, so color de discreción, hacen al hombre muy blando y piadoso para consigo. Y en esta edad apenas se halla quien del todo mortifique su carne, aunque se abstenga de muchos y delicados manjares. Porque una de las principales astucias de nuestro adversario es hacer blando y flojo el principio de nuestra profesión, para que después haga el fin semejante al principio.

Ante todas las cosas deben tener cuidado los que fielmente desean servir Cristo, que con grandísima diligencia busquen los lugares y las costumbres, la quietud y los ejercicios que entendieren ser mas acomodados su propósito y espíritu; según que el consejo de los padres espirituales, y la experiencia de sí mismo se lo dieren entender; porque no todos conviene morar en los monasterios, especialmente aquellos que son tocados del vicio de la gula y deleite en comer y beber; ni todos tampoco conviene seguir la quietud de la vida solitaria, especialmente aquellos que son inclinados ira. Mire pues cada uno diligentemente, como dicho es, el estado que mas le arma.

Porque tres maneras de estados y profesiones contiene la vida monástica. El primero es de vida solitaria que es de aquellos Monjes, que llaman Anacoretas: otro es en compañía de dos tres que viven en soledad: y el tercero es de los que sirven en la obediencia de los monasterios. Nadie pues se desvíe, como dice el Sabio (Prov. 4) de estos la diestra ni la siniestra; sino vaya por el camino real. Entre estas tres maneras de estados el de medio fue muy provechoso para muchos. Porque ay del solo (Eccl. 4), que si cayere en la tristeza espiritual, en el sueño, en la pereza, en la desconfianza, no tiene entre los hombres quien lo levante. Mas donde están ayuntados dos tres en mi nombre, dice el Señor (Mt. 18),ay estoy en medio de ellos.

Pues cuál será el fiel y prudente Monje, que guardando su fervor entero hasta el fin de la vida, persevere siempre, acrecentando cada día fuego fuego, fevor fervor, deseo deseo, y diligencia diligencia?
Anotaciones sobre el Capitulo precedente, del V.P.M.Fr Luis de Granada.

Para entendimiento de este Capitulo, Cristiano Lector, has de presuponer que según se colige de las Colaciones de los Padres, la renunciación de que en este Capitulo precedente se comenzó tratar tiene tres grados. El primero es dejar por amor de Dios todas las cosas del mundo, como el Salvador lo aconsejaba aquel mancebo del Evangelio (Mt. 9). El segundo es dejarse sí mismo; que es dejar la propia voluntad con todos los apetitos y pasiones de nuestra alma, para hacer de nosotros mismos verdadero sacrificio, por mejor decir, holocausto Dios. El tercero es que nuestro espíritu pura y enteramente se ofrezca, traslade, y junte con Dios, que es el fin de los grados pasados: porque tanto mas perfectamente se ayuntará nuestro espíritu con Dios, cuanto mas apartado estuviere de las cosas del mundo y de sí mismo. Pues del primero de estos tres grados se tratará en este primero Capitulo, y del segundo en el siguiente, que es de la mortificación de las pasiones: y del tercero se tratará consiguientemente en el Capitulo tercero: aunque en cada uno se toca algo de lo que pertenece al otro. Porque familiar cosa es este santo, como lo es todos los que escribiendo siguen el instinto y magisterio del Espíritu Santo, no tener tanta cuenta con el hilo y consecuencia de las materias, y con la trabazón de las cláusulas y sentencias, cuanto con seguir el dictamen y movimiento de este Espíritu divino que los enseña; como parece en el Autor que escribió aquel tan espiritual libro de Contemptus mundi, y en otros muchos: y lo mismo algunas veces se halla en este Autor.

En la prosecución de este Capitulo y casi de todo este libro, una se las cosas que hay mucho de notar es el rigor, y trabajo, y diligencia que este insigne Maestro pide todos los que de verdad determinan buscar Dios, especialmente los principios de su conversión, hasta deshacer los malos hábitos de la vida pasada: para que se vea claro por autoridad de tan gran varón, como no es esta empresa de flojos y regalados, sino de valientes y esforzados caballeros; conforme aquella sentencia del Salvador que dice (Mt. 11): El Reino de los cielos padece fuerza, y los esforzados son los que lo arrebatan.



Capitulo II:

Escalón segundo, de la mortificación y victoria de las pasiones y aficiones.


El que de verdad ama Dios, y el que de verdad desea gozar del Reino de los cielos, y el que de verdad se duele de sus pecados, y el que de veras está herido con la memoria de las penas del infierno y del juicio advenidero, y el que de verdad ha entrado en el temor de la muerte; este tal ninguna cosa en este mundo amará desordenadamente: no le fatigarán los cuidados del dinero, ni de la hacienda, ni de los padres, ni de los hermanos, ni de otra cosa alguna mortal y terrena: mas antes abominando y sacudiendo de sí todos estos cuidados, y aborreciendo con un santo odio su misma carne, desnudo, seguro, y ligero seguirá Cristo, levantando siempre los ojos al cielo, y esperando de hay el socorro, según la palabra del Profeta que dice[7]: Yo no me turbé siguiéndote tí , Pastor mío, nunca deseé el día del hombre; esto es, el descenso y felicidad que suelen desear los hombres.

Grandísima confusión es por cierto la de aquellos que después de su vocación (que es después de haber sido llamados, no por hombres sino por Dios) olvidados de todas estas cosas, se aplican otros cuidados que en la hora de la ultima necesidad no les puedan valer. Porque esto es lo que el Señor dijo que era volver atrás y no ser apto para el Reino de los cielos[8]. Lo cual dijo él como quien sabía muy bien cuan deleznables eran los primeros principios de nuestra profesión, y cuan fácilmente nos volveremos al siglo, si tuviéremos conversación familiar con personas del siglo. A un mancebo que le dijo[9]: Dame, Señor, licencia para ir enterrar a mi padre; respondió: Deja los muertos enterrar sus muertos.

Suelen los demonios después que hemos dejado el mundo ponernos delante algunos hombres misericordiosos y limosneros que viven en el mundo, y hacernos creer que aquellos son bienaventurados, y nosotros miserables, pues carecemos de las virtudes que aquellos tienen. Esto hacen los demonios para que so color de esta adultera y falsa humildad nos vuelvan al mundo; so permaneciéremos en la Religión, vivamos desconfiados y desconsolados en ella. Hay algunos Religiosos que con soberbia y presunción desprecian (como aquel Fariseo del Evangelio)[10] los hombres que viven en el mundo; no acordándose que está escrito[11]: El que está en pie mire por sí no caiga. Hay otros que no por soberbia, sino por huir de este despeñadero de la desconfianza, y concebir mayor esfuerzo y alegría por verse entresacados del mundo, desestiman, lo menos tienen en poco las costumbres de los que viven en él.

Mas oigamos los que tenemos en poco nuestra profesión, lo que el Señor dijo aquel mancebo que avía guardado casi todos los mandamientos[12]: Una cosa te falta; ve y vende todos tus bienes, y dalos pobres, y hazte por amor de Dios pobre y necesitado de ajena misericordia. Pues esto es propio de nuestra profesión, que tanto excede la de los que tan virtuosamente viven en el mundo como este vivía. Si deseamos correr ligera y alegremente por este camino, estimándolo en lo que él merece, miremos con atención como el Señor llamó muertos los hombres que en el mundo viven, diciendo uno de ellos[13]: Deja los muertos enterrar sus muertos.

No fueron causa las riquezas para que aquel mancebo rico dejase de recibir el Bautismo; y claramente se engañan los que piensan que por esta causa le mandaba el Señor vender su hacienda: no era esta la causa, sino querer levantarlo la alteza del estado de nuestra profesión. Y para conocer la gloria de ella debería bastar este argumento: que los que viviendo en el mundo se ejercitan en ayunos, vigilias, trabajos, y otras aflicciones semejantes, cuando vienen la vida Monástica como una oficina y escuela de virtud, no hacen caso de aquellos primeros ejercicios: presuponiendo ser muchas veces adúlteros y fingidos: y así comienzan con otros nuevos fundamentos.

Vi muchas y diversas plantas de virtudes de hombres que Vivían en el mundo, las cuales se regaban con el agua cenagosa de la vanagloria, y se cebaban con ostentación y apariencia de mundo, y se estercolaban con el estiércol de las alabanzas humanas; las cuales trasplantadas en tierra desierta y apartada de la vista y compañía de los hombres, y privadas de esta labor susodicha, luego se secaron; porque los árboles criados con este regalo no suelen dar fruto en tierra seca.

Su alguno tuviere perfecto odio al mundo, estará libre de tristeza del mundo; mas el que todavía está tocado, no estará del todo libre de esta pasión: porque cómo no se entristecerá cuando alguna vez se viere privado lo que ama? En todas las cosas tenemos necesidad de grande templanza y vigilancia: mas sobre todo nos debemos extremar en procurar esta libertad y pureza de corazón. Algunos hombres conocí en el mundo, los cuales viviendo con muchos cuidados y ocupaciones, congojas y vigilias del mundo, se escaparon de los movimientos y ardores de su propia carne: y estos mismos entrando en los Monasterios, y viviendo libres de estos cuidados, cayeron torpe y miserablemente en estos vicios.

Miremos mucho por nosotros, no nos acaezca que pensando caminar por camino estrecho y dificultoso, caminemos por camino largo y espacioso, y así vivamos engañados: angosto camino es la aflicción del vientre, la perseverancia en las vigilias, el agua por medida, y el pan por tasa, el beber la purga saludable de las ignominias y vituperios, la mortificación de nuestras propias voluntades, el sufrimiento de las ofensas, el menosprecio de nosotros mismos, la paciencia sin murmuración, el tolerar fuertemente las injurias, el no indignarse contra los que nos infaman, ni quejarse de los que nos desprecian, y bajarse humildemente los que nos condenan. Bienaventurados los que por esta via caminan, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Ninguno entra al tálamo celestial recibir la corona que recibieron los grandes santos, sino el que hubiere cumplido con la primera, y segunda, y tercera manera de renunciación; conviene saber, que primero ha de renunciar todas las cosas que están fuera de sí, como son padres, parientes, amigos, con todo lo demás. Lo segundo, ha de renunciar su propia voluntad; y lo tercero, la vanagloria que suele algunas veces acompañar la obediencia; porque este vicio mas sujetos están los que viven en compañía, que los que moran en soledad. Salid, dice el Señor por Isaías[14], del medio de ellos, y apartaos y no toquéis cosa sucia y profana. Porque quién hizo milagros, quién resucitó los muertos, quién alanzó los demonios? Estas son las insignias de los verdaderos Monjes, las cuales el mundo no merece recibir; porque si él las mereciese, superfluos serían nuestros trabajos, y la soledad de nuestro apartamiento.

Cuando después de nuestra renunciación de los demonios encienden nuestro corazón importunadamente con la memoria de nuestros padres y hermanos, entonces principalmente hemos tomar contra ellos las armas de la oración, y encender nuestro corazón con la memoria del fuego eterno, para que con ella apaguemos la llama dañosa de este otro fuego.

Los mancebos que después de haberse dado deleites y vicios de carne quieren entrar en Religión, procuren ejercitarse con toda atención y vigilancia en estos trabajos, y determinen de abstenerse de todo genero de vicios y deleites; porque no vengan tener peores lo fines que tuvieron los principios. Muchas veces el puerto (que suele ser causa de la salud) también lo es de peligros; lo cual saben muy bien los que por este mar espiritual navegan. Y es cosa miserable ver perderse los navíos en el puerto, los cuales estuvieron salvos en el medio de la mar.

Anotaciones sobre el Capitulo precedente, del V. P. M. Fr. Luis de Granada.

En este Capitulo se trata del segundo grado de la renunciación de sí mismo, que es la mortificación de los apetitos y aficiones sensuales; los cuales dicen que tienen mortificados el que de veras y de todo corazón está aficionado las cosas divinas. Y repite muchas veces esta palabra de veras para dar entender que no cualquiera grado de devoción causa este afecto, sino la verdadera, grande, y entrañable afición del amor de Dios. Porque así como una lumbre grande oscurece y ofusca otra menor, como el sol la de las estrellas; así el amor de Dios, cuando es muy grande, como fue el de los santos, anubla y oscurece todos los otros peregrinos amores.

Donde es mucho de notar que así como un peso cuanto mas sube la una balanza, tanto mas baja la otra, y al revés: así se han estos dos amores de Dios y del mundo. Porque cuanto crece el amor de Dios, tanto decrece el amor del mundo: y cuanto crece el amor del mundo, tanto decrece el de Dios. Y bienaventurado seria aquel de despedido del amor el mundo, con solo el de Dios por Dios se sustentase: porque seria como otro espiritual Jacob, quien se dio por bendición, que cojease del un pie, y del otro quedase sano[15]. Aunque no por esto piense nadie que se excluye aquí el amor y afición por los deudos, amigos, y bienhechores; porque este es natural y debido, cuanto es bien ordenado, amándolos y queriéndolos por Dios y para Dios: compadeciéndonos de sus trabajos. Pero todo esto se ha de hacer de manera que no se enrede nuestro corazón en este lazo con demasiada afición, como muchas veces acaece.


[7]Hier. 17

[8]Luc. 9

[9]Matt. 8

[10]Luc. 18

[11]1Cor. 10

[12]Matt. 20

[13]Matt. 8

[14]Isai. 52

[15]Genes. 32


Continuará - 


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