Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus hijos predilectos.
LXXIII
“Los sacerdotes deben ser Yo; y si son Yo, mi Padre les dará todo lo que a Mí me dio en la tierra, porque en Mí los verá a ellos, no aparte sino en la unidad de la Trinidad; verá realizado su ideal de Mí en los sacerdotes y de los sacerdotes en Mí, formando un solo Salvador de los hombres, un solo Jesús, un solo Hijo, en el que tiene todo su amor y sus complacencias.
El Padre en su Verbo ama, en su Verbo se comunica, en su
Verbo obra, en su Verbo es feliz. El Padre con el Verbo y con el Espíritu Santo
son una única Divinidad; y en esa unidad se embelesan y se extasían, y en ella
se encierran todas las cosas. De esa unidad, como lo he dicho, brotan todas las
cosas creadas y llevan, por consiguiente, el sello auténtico de la unidad, la
señal característica de Dios.
Una sola única es la Divinidad que diviniza en cierto modo
todas las cosas, y en cada cosa, sin dividirse, imprime esa unidad única y
total, no en partes, porque Dios no puede dividirse por razón de su espiritualidad y de su unidad; y
la Divinidad es el centro de esa unidad suprema.
Si los sacerdotes deben ser otros cristos tienen el deber de
unificarse en Mí, de formar todos un solo Sacerdote en Mí, de prestarme su
concurso y su voluntad para formar en Mí y Conmigo al Salvador del mundo. Sólo
así darán fruto, sólo de esta manera atraerán a las almas; y a medida de su
transformación en Mí será la mies que recojan, y no serán estériles, sino
fecundos en gracias y en virtud y le darán almas a mi Padre celestial.
¿No se adivina con todo lo que he dicho las prerrogativas
excelsas y únicas del sacerdote, todo ese caudal divino que le comunica todo un Hombre-Dios?
¿No se alcanza a vislumbrar hasta dónde llega su grandeza y
su excelsitud, hasta poseer lo que nunca se aparta de Mí, lo que forma mi Ser
divino comunicado por mi Padre al engendrar a su Hijo, es decir, mi Divinidad?
¿No se comprende
cómo un Hombre-Dios deifica, una Divinidad diviniza, un Jesús transforma con el
poderoso concurso del Espíritu Santo?
¿No nos figuramos a un sacerdote transformado en Mi con todo
mi atractivo santo para enamorar a las almas de lo divino, con todo su ser
impregnado de mansedumbre, de amabilidad, de dulzura, de suavidad, de
serenidad, de fe y de infinito amor, en cuanto cabe decirlo del hombre?
Y no un sacerdote aislado, sino todos los sacerdotes en uno,
en Mí, ¿se imaginan lo que podrían con mi poder comunicado, lo que
santificarían poseyendo en sí mismos a mi mismo Espíritu, al Espíritu Santo?
¡Cómo entonces el Padre derramaría superabundantemente su divina fecundación
espiritual sobre los sacerdotes transformados en Mí y qué prodigios de
conversiones obrarían! ¡Cuántas gracias derramarían en los corazones! ¡Qué
pureza esparcirían! ¡Qué victorias obtendrían en las almas y cuántas
conversiones y transformaciones favorables se obrarían en el mundo por medio de
mis sacerdotes santos!
Mi mano no está cohibida; mis favores y mis gracias están
prontos a derramarse; los carismas celestiales, mis luces, mi poder y mis
favores están detenidos, ansiando recipientes que puedan y quieran contenerlos.
¡Ah! Todo un Dios se detiene esperando, siempre esperando,
que los sacerdotes se abran a la gracia; que pidan, imploren, ansíen y rompan
con su tibieza; que se esfuercen en hacerse dignos de recibir el abundante
rocío del cielo.
Y ¿cómo? –Transformándose en Mí. Pero, ¿cómo se opera esa transformación prácticamente? –Amando; que del amor se deriva la
generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el celo ardiente
por mi gloria, la fe, la esperanza y el tener una sola voluntad con la de mi
Padre, por una entrega total y absoluta a todas sus disposiciones.
Los sacerdotes deben preocuparse muy en serio por conocerme
interiormente. Deben copiar en sí mismos mi amor, respeto, adoración y abandono
a mi amado padre; mis sentimientos, deseos e inmolaciones voluntarias, mi sujeción
y obediencia; mi humildad, benignidad y caridad; la ternura incomparable de mi
Corazón; el anhelo de sufrir, mi amor al apostolado, el olvido de Mí mismo y de
las ofensas que se me hacían; mis ejemplos heroicos y lo gigantesco de mi
caridad, que prefería siempre a los pobres necesitados.
Que estudien mi Corazón incomparable en donde caben todas
las ingratitudes, todas las lágrimas y dolores ajenos; todos los odios para
perdonarlos, todos los afectos para agradecerlos.
Y después, que mis sacerdotes se hundan, se ahoguen, en ese
mar de amargura de mis dolores internos, para comprenderlos, darlos a conocer,
glorificarlos y consolarlos.
¡Oh sí, que piensen bien que al transformarse en Mí tienen
que parecerse a Mí; más aún, que ser como Yo mismo, con mis tendencias mismas,
con mis ideales de cruz, de dolor, de sangre! Pero también como Yo, con el
corazón en mi Padre; y por su amor recibirán toda la fortaleza del Espíritu
Santo y sobreabundarán en gozo íntimo y espiritual muy hondo, muy puro, en
medio de los desamparos y desolaciones de parte de Dios y de las tempestades,
traiciones e ingratitudes de parte de los hombres.
No basta transformarse en Mí en el Tabor, sino también en el
Calvario; que lo mismo les dé estar arriba o abajo, en consolación o en desolación,
en el paraíso o en la cruz. El corazón de mi sacerdote transformado en Mí
tendrá tan altas sus miras, tan perfecta su unión con las Personas divinas, tan
en María, que nadie ni nada podrá arrebatarlo; antes bien, con el fuego divino
en el corazón, desafiará al infierno entero; porque la Cruz será su escudo y el
Espíritu Santo su fortaleza y su triunfo.
Que pidan e imploren todos por ver realizada, no tan sólo mi
imagen, sino en cierto sentido a Mí mismo en cada sacerdote, por su
transformación plena y perfecta en Mí, para poder de esta manera llevar a
efecto mi plan de reforma en las almas sacerdotales que tanto he explicado y
que con tanta vehemencia anhela mi Corazón”.
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