Condiciones para seguir a Jesucristo
Son palabras muy fuertes para el Sacerdote, pero por otro lado, Jesús nos llama a un seguimiento total. No se puede seguir a Jesús solamente en los retazos de tiempo, porque Jesús pide al Sacerdote completa correspondencia a sus invitaciones. No se contenta con el vago pensamiento diario, no, sino que pide vivir en unión con El durante todo el día. Estas exigencias Jesús las prospecta para todos, ¿pero a los Sacerdotes les pide más? ¡LO PIDE TODO! El Sacerdote no puede ser distinto de su misión, de otra manera sería Sacerdote en el tiempo libre, como si fuera un trabajo cualquiera o un oficio.
Jesús, al Sacerdote, ha entregado todo de Sí mismo, ¡no es justo que el Sacerdote no le dé todo de sí a Jesús! Llegar a ser Sacerdote por amor a Jesús significa tratar de identificarse con El.
Por lo tanto, basta tomar el Evangelio, leerlo y leerlo, meditarlo y meditarlo para tener una visión clara e inequívoca de la figura de Jesús. No pueden haber compromisos con Jesús: o se lo acepta todo o se lo pide todo.
La mediocridad jamás ha dado gozo al Señor, porque si cada Sacerdote quiere puede llegar a ser una luz que ilumine en las tinieblas. Es la falta de un profundo conocimiento de Jesús, lo que impide a muchísimos Sacerdotes imitar a Jesús. Pero si Él es el modelo de los Sacerdotes, ¿acaso no es obligación y necesidad profundizar continuamente lo que Él ha dicho y ha hecho?
Para seguir a Jesús hace falta renunciar a los familiares, parientes y amigos. “Si alguno quiere venir Conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, amigos, hermanos y hermanas e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo Mío (Lc 14, 26). Él lo ha dicho, que no se puede poner a nadie antes de Él. En efecto, el verdadero amor se mide con la renuncia. La renuncia cuesta y se practica solo si hay amor. Es difícil pensar y amar simultáneamente a Dios y al mundo, porque el mundo ama lo que Dios prohíbe y Dios enseña lo que el mundo desprecia. No se puede servir a dos señores, especialmente cuando se vive dos doctrinas opuestas: o sigue al uno o sigue al otro.
Ciertamente, cuanto más uno se aleja de aquello que es atraído por los sentidos, más es atraído y transformado por el Espíritu de Dios. ¿Y qué maravilla realiza Dios en el alma que con fortaleza se separa del mundo para seguirlo en el abandono total? Y la separación de los vínculos carnales conlleva la formación de una nueva familia espiritual, grata a Dios y sostenida por su Gracia.
La castidad del Sacerdote tiene que brillar como la luz que irradia del sol. Jesús, la castidad personificada, ha dicho claramente y perentoriamente a sus representantes los Sacerdotes: “Algunos no se casan porque nacieron incapacitados para ello; otros porque los hombres los incapacitaron y otros no eligen casarse por causa del Reino de los Cielos. Quien puede poner esto en práctica, que lo haga” (Mt 19, 12).
“El vínculo que el celibato tiene con la Ordenación Sagrada, configura al Sacerdote a Jesucristo Cabeza y Esposo de la Iglesia. La Iglesia como Esposa de Jesucristo, quiere ser amada por el Sacerdote de un modo total y exclusivo, como Cristo Cabeza y Esposo la ha amado. El celibato sacerdotal es entonces un don de Cristo a su iglesia y expresa el servicio del Sacerdote a su iglesia, en y con el Señor”, explica la Encíclica “Pastores dabo vobis” (29)
El Sacerdote que quiere seguir a Cristo de cerca, más aún, que quiere ser una sola cosa con El, debe amar la cruz. No tanto aceptar o llevar, sino amar la cruz. Si se conforma con una unión débil o esencial-cuanto sea suficiente- con Jesús, entonces ya es bueno llevar la cruz, pero si el Sacerdote contempla la cruz levantada sobre el Calvario y se convence que solo por medio de ella se salva las almas, entonces por ella se abrazará y besará su propia cruz. Cuando se ama la cruz ya nada se teme, antes bien, todas las contrariedades sirven para obtener Gracias y conversiones. ¿Cuántas cruces entonces surgirán?
Cuántas podrán llevar en los hombros Calumnias, contradicciones, envidias, y condenas, sufrimientos por parte de los amigos, persecuciones del mundo, incomprensiones de los Superiores, sufrimientos de todas partes, pero todo concurre a tu purificación, oh Sacerdote, para obtener Gracias incalculables.
Jesús propone la cruz, no la impone. Ciertamente, la indica como condición para estar fuertemente unidos a Él, y transformados en El. Pero un Sacerdote que no ama la cruz es como una abeja que no busca el néctar de las flores… O como un pez que rechaza el agua.
La llamada de Jesús es radical, envuelve a toda la persona del Sacerdote y nada podrá tener de sí, sin que no sea dado y vivido para Jesús. El Maestro Divino propone a los Sacerdotes un programa de entrega absoluta e incondicionada, un programa de valentía, para permanecer fuertes y serenos frente a las incomprensiones del mundo. “Todos os odiaran por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ese se salvará… Así pues, no les tengáis miedo, porque no hay nada oculto que no haya de manifestarse, ni nada secreto que no haya de saberse… No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, porque no pueden quitar el alma; temed más bien al que puede destruir el alma y el cuerpo en el fuego eterno” (Mt 10, 22.26.28.). Jesús cuando llama a los Apóstoles, indica inmediatamente que tienen que dejar a los peces y utilizar las redes solamente para ser pescadores de hombres. Los primeros Apóstoles eran pescadores de peces, y alguien amaba mucho pescar, pero Jesús confirmó: “Serás pescador de hombres” (Lc 5, 10).
Los Apóstoles pensaban ser maestros en la pesca, pero Jesús para hacer comprender que solamente por medio de Él se lleva a cabo una buena obra o una buena pesca, los sorprendía clamorosamente dando siempre las indicaciones justas para hacer una pesca grande, a pesar de que unas horas antes no habían pescado nada: “Hechad la red del lado derecho de la barca y encontraréis” (Jn 21, 6); “Rema lago adentro y echad vuestras redes para pescar” (Lc 5, 4).
Jesús pide al Sacerdote que lo siga como el Cristo de Dios: “Si alguien quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga” (Mt 16, 24). Jesús camina delante, Él ha trazado el recorrido con su Sangre, para hacer más fácil el camino a sus Apóstoles.
Seguir y ser de Jesús, significa dejarlo todo, seguirlo con docilidad y humildad porque Él es la verdadera Luz que ilumina en donde existe oscuridad, como aconteció con Bartimeo el ciego: “¿Qué quiere que te haga?”. Contestó el ciego: “Señor, que yo vea”. Jesús le dijo: “Ve, tu fe te ha salvado. Y enseguida comenzó a ver y se puso a seguirlo por el camino (Mc 10, 51-52).
Sí, la vida de Jesús está llena de humildad y de servicio: “Si uno quiere ser el primero, que sea el último y siervo de todos” (Mc 9, 35); “El que es mayor entre vosotros que sea vuestro servidor” (Mt 23, 11); “Quien se enaltece será humillado, y quien se humille será enaltecido” (Mt 23, 12); “El que acoge a este niño en mi nombre a Mí me acoge, y el que me acoge a Mí, acoge al que me ha enviado, porque el más pequeño de entre vosotros es el más importante” (Lc 9, 48). Pero no basta tener estos sentimientos de pequeñez, hace falta convencerse de que es solamente Gracia de Dios el buen éxito de una buena obra y “cuando habréis hecho todo lo que os he ordenado, decid “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer” ( Lc 17, 10).
La humildad tiene que dar vida a la espiritualidad del Sacerdote, al igual que la sangre da vida a la persona. El orgullo es la raíz de todos los males. Cada pecado es egoísmo, pero en su raíz se ha manifestado con el orgullo. “La soberbia es odiosa al Señor y a los hombres, ambos detestan la injusticia… ¿De qué se enorgullece el que es polvo y ceniza, si ya en vida su vientre es podredumbre?... Principio de la soberbia e apartarse del Señor, tener alejado el corazón de su Creador” (Eclo 1, 7-12).
La vida de Jesús es un camino que quiere ir al encuentro de muchos que van por otros caminos que conducen a otros sitios. Pero Jesús espera a todos y permanece abierto a todos. “Quien no está contra vosotros, está con vosotros” (Lc 9, 50). Seguirlo a Él conlleva a la renuncia del propio egoísmo, del orgullo, más aún, hace falta ser como niños porque “de ellos es el Reino de los Cielos” (Mc 10, 14).
Otra condición es la de renunciar a la riqueza. El Sacerdote de Jesús tiene que contentarse con lo que tiene, si tiene poco. Si en cambio posee más de lo que su configuración a Cristo indica, ¿no es una contradicción? “Ve, y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el Cielo; luego ven y sígueme” (Mc, 10, 21).Hoy lastimosamente se quiere seguir a Jesús, pero no a ese Jesús del Evangelio -el histórico-, sino a otro que es inventado por los “sabios” del mundo para satisfacer los placeres carnales, para poner a callar la propia conciencia no limpia.
Cada hombre nace, vive y muere, por lo cual dejará todas las cosas, también los huesos en el ataúd, sepultado en el cementerio. También el Sacerdote dejará todas las cosas, ¡pero él no debería poseer todas aquellas cosas! Porque él ha decidido seguir a Jesús pobre, Aquí está el escándalo del cual los fieles no tienen culpa. Hace más escándalo un Sacerdote que posee más de lo necesario para vivir, que el ladrón que roba todo lo que puede robar. Es la mentalidad de la gente: ¡procura cambiarla!
La pobreza Jesús la amó de tal manera, que la hizo su fiel compañera. “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3). Desde Belén al Calvario está de por medio una vida muy pobre, hecha de renuncias, sacrificios e ilimitada paciencia. Tener el corazón desapegado de todo es posible si se tiene paciencia consigo mismo. Si se tiene el dominio de la propia persona. La verdadera virtud que abraza a todas las otras es la paciencia, y de esta virtud se reconoce al Santo. Un Sacerdote sin paciencia no es discípulo de Cristo.
Por esto se insiste en la necesidad de seguir de cerca a Jesús. Seguir a Jesús significa hacer lo que Él ha hecho, ser como Él, vivir como Él ha vivido, orando y tratando de buscar al Padre como Él lo hizo, entregando amor y expresando dulzura como Él, teniendo mucha paciencia con todos como Él, siendo humildes y amando el ocultamiento como Él, aceptando y amando la Cruz, siendo hombre de oración como Él. Jesús oraba siempre, más aún, gozaba ininterrumpidamente de la Visión Beatífica. Antes de realizar una acción importante permanecía toda la noche orando.
Este el Sacerdote eterno: Jesús, el Hombre-Dios.
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