EN LAS TINIEBLAS DEL MAS ALLÁ.
Del 4 de
Marzo al 15 de Abril de 1922
“No olvides,
hija mía, que nada sucede que no entre en los planes de Dios”.
(Santa Magdalena
Sofía a Sor Josefa)
(14 de marzo
de 1922)
Va a abrirse
ante Josefa la etapa más misteriosa de su vida. A primera vista, parece un
castigo de la Justicia Divina por su resistencia al llamamiento de Dios.
Más, por
encima de esta oscura trama, se destaca muy pronto un designio de amor: la
predilección divina, que ha elegido a Josefa, desde toda la eternidad, va a
aprovechar un momento de flaqueza para hacer avanzar en ella, a paso de gigante
el trabajo de la divina gracia.
Porque el
poder que de nuevo concede Dios al demonio para atormentarla de mil maneras,
hasta llegar a sumergirla repetidas veces en las horribles fauces del infierno,
descubre a sus ojos el valor de las almas, la espantosa desgracia de su pérdida
, la importancia de su rescate y la inmolación total que éste exige.
Más todavía:
el dolor que así la destroza, ahonda en ella profundidades de humildad, de fe,
de abandono tales, que jamás su propio personal esfuerzo hubiera podido lograr.
El mismo Dios modelador sapientísimo de almas, quiso reservarse ese trabajo y,
como Dios que es, sirvióse de medios imprevistos y muchas veces
desconcertantes.
Indeleble
fue el recuerdo que en Santa Teresa dejó la visión del infierno. Josefa
escribió, también por obediencia, la narración detallada de sus bajadas al
infierno. Descontando las diferencias de forma, que son considerables, es
notable la semejanza de contenido que ambos escritos presenta, a cuatro siglos
de distancia. El mismo tono de dolor intenso, el mismo gemido de contrición y
la nota vibrante de amor reparador y de ardoroso celo. El dogma del infierno,
combatido con harta frecuencia en los tiempos modernos, o al menos relegado al
silencio por una espiritualidad incompleta con gran detrimento de las almas,
queda aquí luminosamente enfocado. Las dudas se desvanecen al leer estas
páginas tan llenas de versad y de realismo… ante aquella agonía de un alma que
se cree perdida para siempre…para siempre encerrada en tan horrible cárcel,
donde es testigo presencial del odio encarnizado de Satanás contra Dios y
contra las almas que ha redimido. Y experimenta en sí misma el tormento de los
tormentos: el de no poder amar.
Un resumen
de estos escritos podrá ser provechoso a muchos. Será un grito de alarma para los que se hallan en la pendiente
y una llamada de amor a las almas escogidas para el apostolado, que despertará
en ellas la decisión generosa de no omitir sacrificio alguno, para arrancar a
las almas de las garras del pecado.
La primera
de estas bajadas misteriosas al infierno fue durante la noche del miércoles al
jueves 16 de marzo, pero ya antes había escuchado repetidas veces los lamentos
de los condenados.
LUNES, 6 DE
MARZO. Poco después de la aparición del Señor, Josefa oye aullidos infernales
que le impresionan profundamente. Son voces de condenados que le echan en cara
su falta de generosidad, entre gritos de desesperación y de rabia:
-“Estoy para
siempre donde ya nunca jamás podré amar… ¡qué corto ha sido el placer! Y en
cambio ¡el castigo es eterno…! ¿Qué queda? ¡Odiarte con odio infernal…! ¡Y para
siempre…!
“¡Oh!
–escribe aterrada Josefa-. ¡Saber la
pérdida de un alma que jamás podré remediar! Saber que un alma maldecirá al
Señor por toda la eternidad y ¡no poderlo remediar! Aunque sufriera yo todos
los tormentos del mundo… ¡Dios mío! ¡Esto me destroza! ¡Mil veces morir antes
que ser responsable de la pérdida de un alma”.
“La noche
del MIERCOLES AL JUEVES, 16 DE MARZO, serían las diez, empecé a sentir como los
días anteriores ese ruido tan tremendo de cadenas y gritos. En seguida me levanté,
me vestí y me puse en el suelo de rodillas. Estaba llena de miedo. El ruido
seguía; salí del dormitorio sin saber a dónde ir ni qué hacer. Entré un momento
en la celda de Nuestra Beata Madre… Después volví al dormitorio y siempre el
mismo ruido. Sería algo más de las doce cuando de repente vi delante de mí al
demonio que decía: atadle los pies…
atadle las manos. Perdí el conocimiento de dónde estaba y sentí que me ataban
fuertemente, que tiraban de mí, arrastrándome. Otras voces decían: No son los
pies los que hay que atarle… es el corazón. Y el diablo contestó; ese no es mí.
–Me parece que me arrastraron por un camino muy largo. Empecé a oír muchos
gritos, y en seguida me encontré en un pasillo muy estrecho. En la pared hay
como un nicho, de donde sale mucho humo pero sin llama, y muy mal olor. Yo no
puedo decir lo que se oye, toda clase de blasfemias y de palabras impuras y
terribles. Unos maldicen su cuerpo… otros maldicen su padre o madre…otros se
reprochan a ellos mismos el no haber aprovechado tal ocasión o tal luz para
abandonar el pecado. En fin, es una confusión tremenda de rabia y
desesperación. Pasé por un pasillo que no tenía fin, y luego, dándome un
empujón, que me hizo como doblarme y encogerme, me metieron en uno de aquellos
nichos, donde parecía que me apretaban con planchas encendidas y como que me
pasaban agujas muy gordas por el cuerpo, que me abrasaban. En frente de mí y
cerca, tenía almas que me maldecían y blasfemaban. Es lo que más me hizo
sufrir… pero lo que no tiene comparación
con ningún tormento es la angustia que siente el alma, viéndose apartada de
Dios.
“Me pareció
que pasé muchos años en este infierno aunque sólo fueron seis o siete horas…
Luego sentí que tiraban otra vez de mí, y después de ponerme en un sito muy
oscuro, el demonio, dándome como una patada me dejo libre. No puedo decir lo
que sintió mi alma cuando me di cuenta de que estaba viva y que todavía podía
amar a Dios.
“Para
poderme librar de este infierno y aunque soy tan miedosa para sufrir, yo no sé
a qué estoy dispuesta. Veo con mucha claridad que todo lo del mundo no es nada
en comparación del dolor del alma que no puede amar, porque allí no se respira
más que odio y deseo de la perdición de las almas”.
Con
frecuencia experimenta desde ahora estos misteriosos tormentos. Porque todo es
misterio estas bajadas a los abismos eternos. La presiente, de ordinario, por
el ruido de cadenas y gritos lejanos que, poco a poco, se acercan, la rodean,
la aturden.
Entonces,
intenta huir, distraerse, trabajar… pero en vano… Cuando, sintiéndose
impotente, busca refugio en su celdilla, pierde conciencia de cuanto la rodea y
se halla en lo que llama “un corredor oscuro”, frente al demonio. Luego se
siente arrojada violentamente en su lugar de tormento, donde, atada con fuerza,
permanece durante varias horas.
Ella lo
anota todo sencilla, objetivamente, tal como lo ve, lo oye o lo experimenta.
Al exterior,
tan sólo un ligero estremecimiento da a conocer la partida misteriosa del
espíritu hacia el más allá. El cuerpo permanece inerte pero flexible, como de
quien acaba de morir. Sólo el corazón palpita con toda normalidad, Josefa vive
como si no viviera.
Ese estado
dura más o menos, según la voluntad de Dios, que la deja en las manos del
demonio, pero guardándola en las suyas, y en el instante fijado por El siéntese
de nuevo un estremecimiento casi imperceptible y el cuerpo inanimado recobra la
vida.
Todavía no
está libre del poder del demonio, en ese lugar obscuro donde la llena de
amenazas, y cuando al fin la abandona, Josefa lentamente vuelve a tomar
conciencia de lo que la rodea.
“¿Dónde
estoy?... ¿quién está aquí?... ¿vivo todavía?..., pregunta. Sus ojos miran
asombrados todo aquello, que creía ser y un lejano pasado, recuerdo pálido de
otra vida. Las horas que ha permanecido allá abajo le parecen siglos. A veces,
gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas y su fisonomía muestra la huella de un
dolor intenso imposible de describir.
Cuando por
fin acaba de volver en sí, no sabe cómo expresar la emoción que la embarga al
darse cuenta, de repente, de que todavía puede amar.
DOMINGO, 19
DE MARZO. Tercer Domingo de Cuaresma.
“Otra vez he
bajado a este abismo, me parece que he pasado allí muchos años, he sufrido
mucho, pero lo que me atormenta sobre todo es creerme incapaz de amar a Nuestro
Señor; así que cuando vuelvo otra vez a la vida, me vuelvo loca de alegría;
creo que le amo más que nunca y para demostrárselo estoy dispuesta a sufrir
todo lo que Él quiera; sobre todo, creo que amo y estimo mi vocación con
locura".
“Esto que
veo me da mucha fuerza para sufrir; veo el provecho de los sacrificios, aun de
los más pequeños; Nuestro Señor los recoge y de todo se sirve para salvar a las
almas. Qué gran ceguedad no querer sufrir cosas tan pequeñas, primero, por
librarse uno mismo, y después por librar a tantas almas de estos terribles
tormentos.”
“Cuando
entro en el infierno, oigo como unos gritos de rabia y de alegría, porque hay
un alma más que participa de sus tormentos. No me acuerdo entonces de haber
estado allí otras veces, sino que me parece que es la primera vez. También creo
que ha de ser para toda la eternidad y eso me hace sufrir mucho, porque
recuerdo que conocía y amaba a Dios, que estaba en la Religión, que me ha
concedido muchas gracias y muchos medios para salvarme… ¿Qué he hecho para
perder tanto bien…? ¿Cómo he sido tan ciega…? ¡Y ya no hay remedio…! También me
acuerdo de mis Comuniones, de que era novicia, pero lo que más me atormenta es
que amaba a Nuestro Señor muchísimo… Lo conocía y era todo mi tesoro… No vivía
sino para Él… ¿Cómo ahora podré vivir sin Él…? Sin amarlo?... oyendo siempre
estas blasfemias y este odio… siento que el alma se oprime y se ahoga… Yo no sé
explicarlo bien porque es imposible”.
Más de una
vez presencia la lucha encarnizada del demonio para arrebatar a la misericordia
divina tal o cual alma que ya creía suya. Entonces los padecimientos de Josefa
entran, a lo que parece, en los planes de Dios, como rescate de estas pobres
almas, que le deberán la última y definitiva victoria, en el instante de la
muerte.
“El Diablo
estaba muy furioso porque quería que se perdieran tres almas… Gritaba con
rabia: ¡Que no se escapen…! ¡que se van…! ¡Fuerte…! ¡Fuerte!
“Esto así,
sin cesar, con unos gritos de rabia que contestaban, de lejos, otros demonios.
Durante varios días presencié estas luchas.
“Yo supliqué
al Señor que hiciera de mí lo que quisiera, con tal que estas almas no se
perdiesen. Me fui también a la Virgen y Ella me dio gran tranquilidad porque me
dejó dispuesta a sufrirlo todo para salvarlas, y creo que no permitirá que el
diablo salga victorioso”.
EL DOMINGO,
2 DE ABRIL (Domingo de Pasión), escribe:
“El demonio
gritaba mucho: ¡No la dejéis…! ¡estad atentos a todo lo que las pueda turbar…!
¡que no se escapen...,haced que se desesperen…! Era tremenda la confusión que
había de gritos y de blasfemias. Luego oí que decía furioso: ¡No importa! Aún me quedan dos… Quitadles la confianza… Yo
comprendí que se le había escapado una, que había ya pasado a la eternidad,
porque gritaba: Pronto… De prisa… Que estas dos no se escapen... Tomadlas, que
se desesperen… Pronto, que se nos van.
“En seguida,
con un rechinar de dientes y una rabia que no se puede decir, yo sentía esos
gritos tremendos: ¡Oh poder de Dios que tienen más fuerza que yo…! ¡Todavía
tengo una… y no dejaré que se la lleve…! El infierno todo ya no fue más que un
grito de desesperación, con un desorden muy grande y los diablos chillaban y se
quejaban y blasfemaban horriblemente. Yo
conocí con esto que las almas se habían
salvado. Mi corazón saltó de alegría,
pero me veía imposibilitada para hace un acto de amor. Aún siento en el alma
necesidad de amar… No siento odio hacia Dios como estas otras almas, y cuando
oigo que maldicen y blasfeman, me causa mucha pena; no sé qué sufriría para
evitar que Nuestro Señor sea injuriado y ofendido. Lo que me apura es que
pasando el tiempo seré como los otros. Esto me hace sufrir mucho, porque me
acuerdo todavía que amaba a Nuestro Señor y que Él era muy bueno conmigo.
Siento mucho tormento, sobre todo estos últimos días. Es como si me entrase por
la garganta un río de fuego que pasa por todo el cuerpo, y unido al dolor que
he dicho antes. Como si me apretasen por detrás y por delante con planchas
encendidas… No sé decir lo que sufro… es tremendo tanto dolor… Parece que los ojos
se salen de su sitio y como si tirasen para arrancarlos. Los nervios se ponen
muy tirantes. El cuerpo está como doblado, no se puede mover ni un dedo… El
olor que hay tan malo, no se puede respirar (1), pero todo esto no es nada en
comparación del alma, que conociendo la bondad de Dios, se ve obligada a
odiarle y, sobre todo, si le ha conocido y amado, sufre mucho más…”.
Por esta
misma época, CUARESMA DE 1922, mientras que, noche y día, soporta semejantes
persecusiones, Dios la pone en relación con otro abismo de penas: el
Purgatorio. Muchas almas acuden a Josefa pidiendo humildemente oraciones y
sufragios. Muchas y provechosas lecciones podemos recoger.
Una de ellas, que le
anuncia gozosa su liberación, añade:
“Lo
importante no es la entrada en Religión, es la entrada en la eternidad”.
Y otra:
“Si las
almas religiosas supieran cómo se pagan aquí los gustos innecesarios concedidos
a la naturaleza!... Ya he terminado mi destierro. Ahora, voy a la Eterna
Patria”.
(1)
Josefa despedía este hedor
intolerable siempre que volvía de una de sus visitas al infierno o cuando la
arrebataba y atormentaba el demonio: olor de azufre, de carnes podridas y
quemadas que, según fidedignos testigos, se percibía sensiblemente durante un
cuarto de hora y a veces media hora; y cuya desagradable impresión conservaba
ella misma mucho más tiempo todavía.
Un sacerdote decía:
“Bendita sea la infinita bondad de Dios que quiere servirse
de los sacrificios de otras almas, para reparar nuestras infidelidades! ¡Cuánta
más gloria podía tener ahora en el cielo, si mi vida hubiera sido otra!
Algunas, a quienes la divina misericordia había librado de un
peligro mayor, pedían a Josefa sufragios que abreviasen sus penas:
“Estoy aquí por bondad de Dios, porque mi gran orgullo me
tenía abiertas las puertas del infierno. Tenía muchas personas debajo de mis pies… y ahora me pondría yo debajo del
último de los pobres… Ten compasión de mí… y haz actos de humildad para reparar
mi orgullo. Así podrás sacarme de este abismo”.
“He pasado siete años en pecado mortal-decía otra- y tres
años enferma rehusando siempre confesarme. Tenía bien abierto el infierno, y
hubiera caído en él, si con tus sufrimientos de hoy, no me hubieses obtenido
fuerza para confesarme y ponerme en gracia. Ahora estoy en el Purgatorio y te
ruego que pidas por mí, pues así como has podido salvarme, puedes sacarme
pronto de esta cárcel tan triste”.
La tarde del JUEVES SANTO, 13 de ABRIL, Josefa escribe:
“Hacia las tres y media, estando en la Capilla, vi delante
de mí un joven vestido lo mis o que Nuestro Señor. Era más bien alto, muy
hermoso, y algo tenía en la cara que atraía y daba paz al alma. Su túnica era
de color como heliotropo o rojo algo apagado. Tenía en sus manos una corona de
espinas, igual a la que Jesús me da otras veces”.
-“Yo soy el Discípulo del Señor –dijo-, soy Juan el
Evangelista; vengo a traerte una de las joyas más preciadas del Divino Maestro”.
“Me dio la corona, él mismo me la puso en la cabeza”.
Sorprendida por esta aparición inesperada, se tranquiliza
poco a poco, al sentirse inundada de paz. Y hasta se atreve a desahogar la
ansiedad que la oprime, a cusa de los continuos ataques del demonio:
-“Nada temas, tu alma es una azucena que Jesús guarda en su
Corazón” –contesta el Apóstol virgen.
Luego prosigue:
-“Vengo a darte a conocer algunos sentimientos del Corazón
del Divino Maestro en este gran día.
“El amor le obligaba a separarse de sus discípulos; tenía
que ser bautizado con bautismo de sangre. Pero el amor le obligaba también a
quedarse con ellos, y así el amor le llevó al instituir el Sacramento de la Eucaristía.
“¡Qué lucha sintió entonces este Corazón¡ ¡Cómo descansaría
entrando en las almas puras! ¡Pero cómo se renovaría su Pasión entrando en
corazones manchados!... ¡Cómo se alegraba su alma cuando se acercaba el momento
de ir al Padre…! ¡Pero qué tristeza
sintió viendo que era uno de los doce, por El escogido, el que le había de
entregar a la muerte, y que su sangre empezaba a ser inútil para aquella alma!
“Su corazón se anegaba en amor y el amor le hacía sentir la
más terrible amargura, viendo tan poca correspondencia de parte de estas almas
tan amadas. Y ¿qué decir de lo que sintió al ver la ingratitud y frialdad de
tantas almas escogidas…?”
“Cuando me dijo esto desapareció”
EL SABADO, 15 DE ABRIL, hacia las cuatro de la tarde, Josefa
está cosiendo, cuando empieza a oír los ruidos que suelen preceder sus bajadas
al infierno. Resiste con la mayor energía pero al fin se siente, como siempre,
atada y oprimida hasta quedar su cuerpo muerto. De rodillas, a su lado, las dos
Madres rezan, suplicando al Señor que no la deje por más tiempo en tan cruel
incertidumbre. De pronto, notan el leve movimiento que anuncia que Josefa vuelve
a la vida. Su rostro dolorido muestra los atroces tormentos por que ha pasado
durante aquellas horas. Y he aquí que súbitamente, llevándose con viveza la
mano al pecho, exclama: “¿Quién me quema?”
Allí no hay fuego ni cosa alguna que pueda producirlo. El
hábito está intacto, pero ella, con un movimiento rápido, lo desabrocha y al
punto se siente un hedor acre y fétido a quemado, mientras ven ardiendo sobre
la carne, la ropa interior.
La señal de una extensa quemadura queda en la piel, “cerca
del corazón”, como dice ella, atestiguando la realidad de este atentado del
demonio.
Josefa se siente tan turbada que deja escapar un grito de
desaliento.
“Prefiero marcharme –dice-, porque no quiero ser por más
tiempo juguete del diablo”.
Sin embargo, esta especial Providencia de Dios, solícita en
manifestar palpablemente la acción diabólica, será la gran seguridad de los
meses de prueba que Josefa ha de pasar todavía.
Por diez veces la quemará el demonio. Las llagas causadas
por el fuego infernal se cierran lentamente y dejan en su cuerpo cicatrices que
Josefa llevará a la tumba. Varios lienzos quemados se conservan, mudos testigos
de la rabia infernal y del valor heroico que resistió tan terribles ataques, para ser fiel a la obra del Amor.
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