NO SUS PALABRAS.
En Mi Iglesia hay sacerdotes que se predican a si mismos. En el rebuscamiento del lenguaje, en la elegancia del decir, y con otros cien recursos, buscan llamar la atención de los oyentes para hacerlos converger sobre si.
Es verdad que mi palabra es por si misma eficaz, ¡pero mi Palabra, no su palabra! Mi palabra, antes de ser anunciada ha de ser leída, meditada y absorbida; después dada con humildad y simplicidad.
En mi Cuerpo Místico hay focos de infección, hay llagas purulentas.
En los seminarios hay gente infectada que contamina a aquellos que deben ser mis ministros del mañana ¿quién puede valorar el mal?
Si en una clínica o en una comunidad se manifiesta una enfermedad contagiosa, se recurre a los medios con gran solicitud, con informaciones y aislamientos, con medidas enérgicas y repentinas. En mi Cuerpo Místico se manifiestan males mucho más graves, y hay aquiescencia como si nada estuviera pasando. Miedos y temores injustificados, se dice.
¡No es amor, no es caridad el permitir difundirse los males que llevan a las almas a la perdición! Hay abuso exagerado de la Misericordia de Dios como, si con la Misericordia, no coexistiese la Justicia.
Quién está investido de responsabilidad, actuando con rectitud, no debe preocuparse por las consecuencias cuando necesita tomar medidas para cortar el mal en curso.
Hijo, ¿qué decir luego de tantos sacerdotes míos, del modo del todo irresponsable con el que llevan a cabo una tarea delicadísima, como es la de la enseñanza religiosa en las escuelas?
De acuerdo que no faltan sacerdotes bien formados y conscientes, que cumplen sus deberes de la mejor manera. Pero junto a los buenos, ¡cuántos superficiales, inconscientes, incluso corruptos! Han hecho y hacen un mal inmenso, en lugar del bien, a los jóvenes, tan necesitados de ser ayudados moral y espiritualmente.
La comprensión para estos sacerdotes míos no debe justificar licencia.
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