La penitencia corporal y la mortificación interior deben ser familiares al Sacerdote para su Santificación y para comprar gracias para las otras almas. Pero sólo una cosa endulza estos sacrificios tan contrarios a la naturaleza, y es el amor: el amor que nace, como la chispa al frote, de la mortificación y de la penitencia en un alma pura; el amor que impulsa al alma en la sed de ofrendarse en bien de otros y para complacencia del Amado. Y llega el dolor a ser necesario y como indispensable al amor, llega el sacrificio a ser un consuelo y un refrigerio y un descanso para el amor.
Yo vine al mundo a santificar el dolor y a quitarle su amargura, vine para hacer amar el dolor, la cruz, señal de mis escogidos y entrada segura par el cielo y la transformación mas perfecta en Mi, tiene que operarse por el dolor amoroso, por el amor doloroso.
Porque en el fondo del sacrificio ha puesto mi Padre el delicado y sabroso fruto conquistado por Mí en la Pasión; dulcísimos manás que sólo se descubren en el dolor voluntario o amorosamente aceptado por los corazones generosos y amantes.
¡Después del de María, no habrá ni existe trono más alto que el de un Sacerdote transformado en Mí!.
Nuestro Señor nos dice en "A MIS SACERDOTES", que un solo sacerdote transformado en El, puede mas que todo el infierno junto.
ResponderEliminarPienso que un claro ejemplo son: el santo Cura de Ars, padre Pio de Pietrelcina, san Juan Bosco, san Francisco de Asís, etc.