FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

CELIBATO: ANTOLOGÍA DE TEXTOS -ÚLTIMA PARTE- (VIRGINIDAD).


El celibato es comunión total con las
cosas del cielo, con Dios y con Cristo.

1. La entrega total de la persona, alma y cuerpo, mente y corazón, a Jesucristo, es reconocida por la Iglesia como don superior a las fuerzas humanas, como carisma otorgado, no como imposición. Comporta la integridad de la carne por estas razones sobrenaturales, renunciando libremente al matrimonio. Dios es entonces el único destinatario del amor que no se comparte. Es en El donde el corazón encuentra su plenitud y su perfección, sin que exista la mediación del terreno.

2. La virginidad, voluntariamente conservada por amor a Dios, es más excelente que el matrimonio. Consta, con toda evidencia, por el ejemplo de Cristo y de la Santísima Virgen, por las palabras expresas del apóstol San Pablo (1 Cor 7, 25 ss), de la doctrina de la Iglesia (cfr. Enc. Sacra Virginitas, 25-3-1954). Dice Santo Tomás (Suma Teológica, 2-2, q. 152, a. 4) que es preferible la virginidad al matrimonio, cuando Dios concede ese don, porque es medio más fácil para llegar a la unión con Dios y a la vida contemplativa. Es una verdad de fe definida (Dz 1810).

3. La virginidad en plenitud posibilita de un modo nuevo ver a Dios en este mundo, contemplar Su rostro a través de toda criatura.

El amor vivido en virginidad es el gozo de los hijos de Dios, que se guardan con amor vigilante de todo lo que pueda empañar su pureza de alma o cuerpo, siendo para los cristianos y para los no creyentes signo luminoso de la pureza de la Iglesia, testimonio gozoso.

La virginidad es juventud, la juventud del día postrero. Esto cristianos no permanecen jóvenes por una interrupción del crecimiento ni por un retorno al pasado, sino por una participación de la eterna juventud de Dios.

4. Hay que recorrer este camino con la mirada puesta en Dios y en la propia fragilidad, pero también hay que recorrerlo con la seguridad confiada de algo que se posee y se goza como anticipo de la gloria: «Custodiad, oh vírgenes, lo que sois, escribía San Cipriano. Custodiad lo que seréis. Os espera una magnífica corona. Habéis comenzado a ser lo que todos seremos. Tenéis ya en este mundo la gloria de la resurrección» (Sobre el modo de proceder de las vírgenes, 22).

El celibato no es sólo despego total de las cosas de la tierra: es también comunión total en las cosas de arriba. Es vida escondida en Cristo en Dios (cfr. Col 3, 13).

5. La Virgen es el ejemplo acabado de toda vida dedicada por completo a Dios. Dice San Ambrosio que «Ella era Virgen no sólo en el cuerpo, sino también en el alma; exenta totalmente de cualquier engaño que manchase la sinceridad del espíritu, humilde de corazón, grave en su lenguaje, prudente en su pensamiento, parca en palabras [.]. Ponía su esperanza no en la incertidumbre de las riquezas, sino en la oración del pobre. Era siempre laboriosa, reservada en sus conversaciones, habituada a buscar a Dios [.] como juez de su conciencia. A nadie ofendía, quería bien a todos., huía de la ostentación, seguía la razón, amaba la virtud [.]: tal es la imagen de la virginidad. Tan perfecta fue María, que sólo su vida es norma para todos» (Trat. sobre las vírgenes, 2).
Citas de la Sagrada Escritura

Ha de observarse delicadamente: Eclo 42, 9-14.

Dijéronle los discípulos: Si tal es la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse. El les contestó: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda. Mt 19, 10-12.

Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. Lc 1, 34-35.

Quisiera yo que todos los hombres fueran como yo; pero cada uno tiene de Dios su propio don: éste, uno; aquél, otro. 1 Cor 7, 7.

El casado ha de cuidarse de las cosas del mundo de cómo agradar a su mujer, y así está dividido. La mujer no casada y la doncella sólo tienen que preocuparse de las cosas del Señor, de ser santas en cuerpo y en espíritu. Pero la casada ha de preocuparse de las cosas del mundo, de agradar al marido. Esto os lo digo para vuestra conveniencia, no para tenderos un lazo, sino mirando a lo que es decoroso y fomenta el trato asiduo con el Señor sin distracción. Si alguno estima indecoroso para su hija doncella dejar pasar la flor de la edad y que así deba ocurrir, haga lo que quiera; no peca; que la case. Pero el que, firme en su corazón, no necesitado, sino libre y de voluntad, determina guardar virgen a su hija, hace bien. Quien, pues, casa a su hija doncella hace bien, y quien no la casa hace mejor. 1 Cor 7, 33-38.

La mujer está ligada por todo el tiempo de vida de su marido; mas una vez que muera el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Señor. Más feliz será si permanece así, conforme a mi consejo, pues también creo tener yo el espíritu de Dios. 1 Cor 7, 39-40.

Vi, y he aquí el Cordero, que estaba sobre el monte de Sión, y con El ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes, y oí una voz del cielo, como voz de grandes aguas, como voz de gran trueno; y la voz que oí era de citaristas que tocaban sus cítaras y cantaban un cántico nuevo delante del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino los ciento cuarenta y cuatro mil, los que fueron rescatados de la tierra. Estos son los que no se mancharon con mujeres y son vírgenes. Estos son los que siguen al cordero adondequiera que va. Estos fueron rescatados de entre los hombres, como primicias para Dios y para el Cordero, y en su boca no se halló mentira: son inmaculados. Apoc 14, 1-5.

Selección de textos

Elección libre por amor a Dios

5495

La virginidad no es para mandada, sino para aconsejada y deseada (San Ambrosio,Trat. sobre las vírgenes, 1).

5496

Y porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (.), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios? (San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 1).

5497

Quienes se hayan dedicado a Cristo, apartándose de la concupiscencia carnal, se entreguen a Dios tanto en el espíritu como en la carne [.], y que no traten de adornarse ni de agradar a nadie más que a su Señor (San Cipriano, Sobre el modo de proceder de las vírgenes, 4).

5498

¿Quién os ha dicho que, siendo libre la mujer para elegir esposo, no lo sea para consagrarse a Dios? ¿Tanto cambiaron las cosas, que haya venido a ser culpa y agravio de la Religión la defensa de la integridad corporal y la invitación a la virginidad, predicadas continuamente por el sacerdote santo como oficio propio de su sagrado ministerio? (San Ambrosio, Trat. sobre la virginidad, 27).

5499

La virginidad misma no merece honores por ser virginidad, sino por estar dedicada al Señor [.]. Ni tampoco nosotros elogiamos en las vírgenes el que sean vírgenes, sino el que lo sean con pía continencia por estar consagradas a Dios (San Agustín, Sobre la santa virginidad, 8).
5500

Tal es la finalidad principal y la razón primaria de la virginidad cristiana, a saber, dirigirse únicamente a las cosas divinas poniendo en ello la mente y el corazón; querer en todas las cosas agradar a Dios, pensar en El constantemente y consagrarle por completo cuerpo y espíritu (Pio XII, Enc. Sacra virginitas, 25-3-1954, n. 5).

5501

El celibato y la castidad perfecta dan al alma, al corazón y a la vida externa de quien los profesa, aquella libertad de la que tanta necesidad tiene el apóstol para poderse prodigar en el bien de las otras almas. Esta virtud que hace a los hombres espirituales y fuertes, libres y ágiles, los habitúa al mismo tiempo a ver a su alrededor almas y no cuerpos, almas que esperan luz de su palabra y de su oración, y caridad de su tiempo y de su afecto.

Debemos amar mucho al celibato y la castidad perfecta, porque son pruebas concretas y tangibles de nuestro amor de Dios y son, al mismo tiempo, fuentes que nos hacen crecer continuamente en este mismo amor. (S. Canals. Ascética meditada, p. 93).
Virginidad, humildad y caridad

5502

Puesto que la perpetua continencia, y más aún la virginidad, es un espléndido don de Dios en los santos, preciso es velar con suma vigilancia, no sea que se corrompa con la soberbia. Y cuanto mayor me parece este bien, tanto más temo que traidoramente lo arrebate la soberbia. Ese don de la virginidad nadie lo guarda mejor que Dios, pues El mismo la concedió; y Dios es caridad. Por lo tanto, la guardiana de la virginidad es la caridad, pero el castillo de tal guardia es la humildad (San Agustín, Sobre la santa virginidad, 33).

5503

No es fecunda la virginidad tan sólo por las obras exteriores a que pueden dedicarse por completo y con facilidad quienes la abrazan; lo es también por las formas más perfectas de caridad hacia el prójimo, cuales son las ardientes oraciones y los graves sufrimientos voluntarios y generosamente soportados por tal finalidad (Pio XII, Enc.Sacra virginitas, 25-3-54).
5504

Hermosa es la unión de la virginidad y de la humildad; y no poco agrada a Dios aquella alma en quien la humildad engrandece a la virginidad y la virginidad adorna a la humildad (San Bernardo, Hom. sobre la Virgen Madre, 1).
Matrimonio y virginidad

5505

La santa virginidad supera en excelencia al matrimonio. Ya el Divino Redentor la había propuesto a sus discípulos como un consejo de vida más perfecta (cfr. 1 Cor 7, 33).

[.] La virginidad consagrada a Dios es por sí misma una expresión tal de fe en el reino de los cielos y una prueba tal de amor al Divino Redentor, que no es de maravillar el que produzca tamaños frutos de santidad [.].

Recientemente hemos condenado, con tristeza de nuestra alma, la opinión de los que llegan a defender que el matrimonio es el único medio de asegurar a la persona humana su incremento natural y su debida perfección: afirman que la gracia divina, conferida por el sacramento del matrimonio ex opere operato, hace tan santo el uso del matrimonio que lo convierte en instrumento más eficaz aún que la misma virginidad para unir las almas con Dios. Doctrina ésta, que hemos denunciado comofalsa y muy peligrosa. Verdad es que este sacramento concede a los esposos la gracia divina para cumplir santamente sus deberes conyugales, y que afianza los lazos del amor que recíprocamente les unen [.].

Posible es llegar a la santidad, aun sin consagrar a Dios la propia castidad; bien lo prueba el ejemplo de tantos santos y santas, honrados por la Iglesia con culto público, que fueron fieles esposos, ejemplares padres y madres de familia; ni es raro tampoco hoy encontrar personas casadas que con todo empeño tienden a la cristiana perfección. (Pío XII, Sacra virginitas, 25-III-54).

5506

La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos (Juan Pablo II, Exhortac. Apost. Familiaris consortio, 22-XII-1981, n. 16).

5507

Buena obra hace la que se casa; pero la que no se casa, hace mejor. Aquélla no peca escogiendo matrimonio, mas la virgen gozará de la eternidad, brillando perpetuamente en la gloria [.]. No condeno a la casada, pero alabo fervorosamente a la virgen (San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 1).

5508

Quien condena al matrimonio, priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba, hace la virginidad más admirable y luminosa. Lo que parece un bien solamente cuando es comparado con un mal, no es un bien demasiado grande; pero lo que es considerado como algo más excelente que los bienes considerados por todos como tales, es, ciertamente, un gran bien. (San Juan Crisóstomo, Trat. sobre la virginidad, 10).

5509

Su condenación (del matrimonio) llevaría aparejada la de nuestro nacimiento, que no podría ser cosa buena siendo malo su origen. Por eso no van contra él mis alabanzas a la santa virginidad, ni pretendo con ellas alejar del matrimonio a los hombres, sino mostrarles un don precioso, que por ser desconocido de muchas almas tiene pocos devotos en el mundo, al revés del matrimonio, que nadie ignora, buscan muchos y a todos es lícito (San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 1).
5510

La virginidad mantiene viva en la Iglesia la conciencia del misterio del matrimonio y lo defiende de toda reducción y empobrecimiento.

Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre (cfr. 1 Cor 7, 32), [.] la virginidad testimonia que el Reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que se debe preferir a cualquier otro valor aunque sea grande, es más, que hay que buscarlo como el único valor definitivo. Por eso, la Iglesia, durante toda su historia, ha defendido siempre la superioridad de este carisma frente al del matrimonio, por razón del vínculo singular que tiene con el Reino de Dios. Aun habiendo renunciado a la fecundidad física, la persona virgen se hace espiritualmente fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la familia según el designio de Dios. (Juan Pablo II, Exhortac. Apost. Familiaris consortio, n. 16).
En María quedó consagrada la virginidad

5511

La virginidad está consagrada en María y en Cristo (San Jerónimo, Epístola 22, a Eustaquio).

5512

La dignidad virginal comenzó con la Madre de Dios (San Agustín, Sermón 51).

5513

(Dios) amó tanto a esta virtud, que no quiso venir al mundo sino acompañado de ella, naciendo de Madre virgen (San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 1).


Fernández Carbajal, Francisco. Antología de textos. Madrid; ediciones Palabra 1984, 5ta edición. Término “Virginidad” (pp. 1514-1521).

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