En la audiencia general del miércoles 30 de marzo de este año 2011, celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa habló sobre san Alfonso María de Ligorio, obispo, doctor de la Iglesia, “insigne teólogo moralista y maestro de vida espiritual”.
“Perteneciente a una noble y rica familia napolitana, san Alfonso -dijo- nació en 1696”, ejerció brillantemente la profesión de abogado, que abandonó para ordenarse sacerdote en 1726.
El Santo Padre explicó que el santo “inició en los ambientes más humildes de la sociedad napolitana una labor de evangelización y de catequesis, a los que le gustaba predicar, instruyendo sobre las verdades fundamentales de la fe”.
En 1732 fundó la Congregación religiosa del Santísimo Redentor. Sus miembros “guiados por Alfonso, fueron auténticos misioneros itinerantes, que llegaban incluso a las aldeas más remotas, exhortando a la conversión y a la perseverancia en la vida cristiana, especialmente a través de la oración”.
Benedicto XVI recordó, igualmente en esa audiencia, que san Alfonso falleció en 1787, fue canonizado en 1839 y en 1871 fue declarado doctor de la Iglesia. Este título responde a muchas razones. En primer lugar, porque propuso una rica enseñanza de teología moral, que expresa adecuadamente la doctrina católica, por lo que fue proclamado por el Papa Pío XII “Patrono de todos los confesores y moralistas”.
“San Alfonso –continuó el Papa- no se cansaba de repetir que los sacerdotes son un signo visible de la misericordia infinita de Dios, que perdona e ilumina la mente y el corazón del pecador para que se convierta y cambie de vida. En nuestra época, donde hay claros signos de pérdida de la conciencia y moral y –hay que admitirlo con preocupación- de una falta de estima por el Sacramento de la Confesión, la enseñanza de San Alfonso sigue siendo muy actual”.
El Santo Padre explicó que “junto con las obras de teología, san Alfonso compuso muchos otros escritos, destinados a la formación religiosa del pueblo”, como “Las máximas eternas”, “Las glorias de María”, “La práctica de amar a Jesucristo”, obra -esta última- que representa la síntesis de su pensamiento y su obra maestra”.
Tras poner de relieve que el santo napolitano “insiste mucho en la necesidad de la oración”, el pontífice señaló que “entre las formas de oración recomendadas por san Alfonso destaca la visita al Santísimo Sacramento o, como diríamos hoy, la adoración breve o prolongada, personal o comunitaria, ante la Eucaristía”.
“La espiritualidad alfonsiana es eminentemente cristológica, centrada en Cristo y su Evangelio. La meditación sobre el misterio de la Encarnación y de la Pasión del Señor es con frecuencia objeto de su predicación. (…) La piedad alfonsiana también es exquisitamente mariana. Era muy devoto de María, e ilustra su papel en la historia de la salvación”.
Benedicto XVI terminó la dicha catequesis resaltando que “san Alfonso María de Ligorio es un ejemplo de pastor entregado, que conquistó las almas mediante la predicación del Evangelio y la administración de los sacramentos, junto con un modo de actuar basado en una bondad suave, que nacía de una intensa relación con Dios, bondad infinita. Tenía una visión muy optimista de los recursos de bien que el Señor da a cada ser humano y dio importancia a los afectos y sentimientos del corazón, así como la mente, para poder amar a Dios y al prójimo”.
Por cortesía de servicios informativos de Ciudad del Vaticano.
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