FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

SEAN SACERDOTES DE ORACIÓN COMO SAN JUÁN DE ÁVILA, EXHORTA BENEDICTO XVI.

PORTADA DEL LIBRO SAN JUAN DE ÁVILA
DOCTOR DE LA IGLESIA DE LA EDITORIAL
EDIBESA PUBLICADO EN EL MES DE ABRIL.
EL PAPA BENEDICTO XVI PROCLAMÓ EL
DOCTORADO DE ESTE SANTO EN AGOSTO DE 2011.


El Papa Benedicto XVI alentó esta mañana a los alumnos del Pontificio Colegio Español de Roma a ser sacerdotes de una oración profunda y cotidiana como lo fue San Juan de Ávila, que próximamente será declarado Doctor de la Iglesia.

En su discurso en castellano en el día en que la Iglesia recuerda al Santo y en ocasión del 50 aniversario del Pontificio Colegio Español de San José, el Santo Padre resaltó que "la formación específica de los sacerdotes es siempre una de las mayores prioridades de la Iglesia".

"Al ser enviados a Roma para profundizar en vuestros estudios sacerdotales debéis pensar sobre todo, no tanto en vuestro bien particular, cuanto en el servicio al pueblo santo de Dios, que necesita pastores que se entreguen al hermoso servicio de la santificación de los fieles con alta preparación y competencia", dijo el Papa.

"Pero recordad que el sacerdote renueva su vida y saca fuerzas para su ministerio de la contemplación de la divina Palabra y del diálogo intenso con el Señor. Es consciente de que no podrá llevar a Cristo a sus hermanos ni encontrarlo en los pobres y en los enfermos, si no lo descubre antes en la oración ferviente y constante".

Por ello, explicó el Santo Padre, "es necesario fomentar el trato personal con Aquel al que después se anuncia, celebra y comunica. Aquí está el fundamento de la espiritualidad sacerdotal, hasta llegar a ser signo transparente y testimonio vivo del Buen Pastor".

"Queridos sacerdotes –continuó– que la vida y doctrina del Santo Maestro Juan de Ávila iluminen y sostengan vuestra estancia en el Pontificio Colegio Español de San José. Su profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, de los santos padres, de los concilios, de las fuentes litúrgicas y de la sana teología, junto con su amor fiel y filial a la Iglesia, hizo de él un auténtico renovador, en una época difícil de la historia de la Iglesia".

Precisamente por ello, dijo luego recordando las palabras del Papa Pablo VI cuando canonizó a San Juan de Ávila en 1970, este testigo del Señor "fue ‘un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad’".

"La enseñanza central del Apóstol de Andalucía es el misterio de Cristo, Sacerdote y Buen Pastor, vivido en sintonía con los sentimientos del Señor, a imitación de San Pablo. ‘En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y oración con Él’. El sacerdocio requiere esencialmente su ayuda y amistad: ‘Esta comunicación del Señor con el sacerdote… es trato de amigos’, dice el Santo".

Animados por las virtudes y el ejemplo de San Juan de Ávila, "os invito, pues, a ejercer vuestro ministerio presbiteral con el mismo celo apostólico que lo caracterizaba, con su misma austeridad de vida, así como con el mismo afecto filial que tenía a la santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes".

El Papa luego alentó, como San Juan de Ávila, a vivir la vida sacerdotal bajo la guía de Santa María en la advocación de Mater clementissima: "no dejéis de invocarla cada día, ni os canséis de repetir su nombre con devoción".

"Que, bajo el amparo de Nuestra Señora, la comunidad del Pontificio Colegio Español de Roma pueda seguir cumpliendo sus objetivos de profundización y actualización de los estudios eclesiásticos, en el clima de honda comunión presbiteral y alto rigor científico que lo distingue, con vistas a realizar, ya desde ahora, la íntima fraternidad pedida por el concilio Vaticano II ‘en virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión’".

Así, concluyó el Papa, "se formarán pastores que, como reflejo de la vida de Dios Amor, uno y trino, sirvan a sus hermanos con rectitud de intención y total dedicación, promoviendo la unidad de la Iglesia y el bien de toda la sociedad humana". (**)


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SER SACERDOTE, DON DE DIOS por San Juan de Ávila

«Entre todas las obras que la divina Majestad obra en la Iglesia por ministerio de los hombres, la que tiene el primado de excelencia, y obligación de mayor agradecimiento y estima, es el oficio sacerdotal; por el ministerio del cual el pan y el vino se convierten en cuerpo y sangre de Jesucristo Nuestro Señor, y su divina persona está por presencia real debajo de los accidentes del pan que antes de la consagración había. Conviene mucho conocer esta merced, para agradecerla al Señor que la hace, y también para usar bien de ella; lo cual, como San Ambrosio dice, no se puede hacer si primero no es conocida. Mas ¿quién tendrá vista tan aguileña que pueda fijarla en el abismo de la lumbre de Dios, de cuyo corazón tal obra procede, tan llena de maravillas manifestadoras de su inefable saber, inmenso poder, infinita bondad, que ésta por excelencia se llama gloria de Dios, como el glorioso San Ignacio la llama?

Si queremos comparar la alteza del oficio sacerdotal, sin comparación, será como comparar un cortesano de la cámara del rey, que trata con su misma persona, a un aldeano que ha menester el favor de este privado, y se hinca de rodillas delante de él y le besa las manos, pidiéndole con mucha humildad que interceda por él al rey con quien trata; y si lo queremos comparar con reyes, aunque sean monarcas, excédeles tanto, según San Ambrosio dice, como el oro excede al plomo.

Y no se tengan por afrentados los hombres terrenales, bajos o altos, cuyo poder es en cuerpos o en cosas corporales, en ser excedidos de los sacerdotes de Dios, cuyo poder es en las almas, abriéndoles o cerrándoles el cielo, y lo que es más, teniendo poder sobre el mismo Dios, para traerlo al altar y a sus manos; pues que los ángeles del cielo, aunque sean los más altos serafines, reconocen esta ventaja a los hombres de la tierra ordenados en sacerdotes; y confiesan que ellos, con ser más altos en naturaleza, y bienaventurados con la vista de Dios, no tienen poder para consagrar a Dios, como el pobre sacerdote lo tiene.

No tienen envidia de esto, porque están llenos de verdadera caridad; y, viendo en las manos de un sacerdote al mismo Hijo de Dios a quien ellos en el cielo adoran y con profunda humildad le alaban con mucho temblor, admírarse sobremanera de la divina bondad, que tanto se extiende, y gozándose mucho de la felicidad de los sacerdotes, y una y muchas veces, con entrañable deseo, les dicen: Benedicite, Sacerdotes Domini, Dominum; laudate et superexaltate eum in saecula; y de verlos tan honrados de Dios, hónrenlos ellos, y oyen con temblor las santas palabras que de la boca del sacerdote salen; y adoran a su mismo Rey y Señor en las manos del sacerdote, como una y muchas veces lo adoraron en los brazos de la Sagrada Virgen María. ¿Quién no exclamará, si esto bien siente, con el profeta David: Quis loquetur potentias Domini, auditas faciet omnes laudes eius? ¿Quien no dirá: Venite et videte opera Dei, benignissimi, et dulcissimi super sacerdotes: por cuyo ministerio no se contenta con convertir “mare in aridam”, como lo hizo por mano de su siervo Moisés; mas convierte el pan y vino en cuerpo y sangre del mismo Dios? ¡Oh bondad grande suya, que así engrandece a los sacerdotes, que los levanta del polvo y estiércol, y les da poder no sólo como a los príncipes de su pueblo, más aún: que puedan lo que ellos no pueden!» 


San Juan de Ávila, Tratado del Sacerdocio.


(**) EWTN Noticias/ACI Prensa.

EL CULTO EUCARÍSTICO SEGÚN PÍO XII.



Ponemos la parte medular de la encíclica MEDIATOR DEI de S.S. Pío XII. Verifica si tus conocimientos abarcan toda esta enseñanza riquísima teológicamente. Aquí hallarás un excelente resumen sobre la doctrina católica del Santo Sacrificio de la Misa. Estúdialo detenidamente. Muchos católicos asisten a Misa y tienen una idea muy vaga a qué van. Aconsejamos, después, leer la encíclica íntegra.
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En el tema de abajo, insistimos, está la parte medular de la doctrina sobre la Santa Misa, doctrina íntegra que ningún católico debería desconocer ni siquiera parcialmente:


I. Naturaleza del Sacrificio Eucarístico

A) MOTIVO DE TRATAR ESTE TEMA

84. El Misterio de la Santísima Eucaristía, instituida por el Sumo Sacerdote, Jesucristo, y renovada constantemente por sus ministros, por obra de su voluntad, es como el compendio y el centro de la religión cristiana. Tratándose de lo más alto de la Sagrada Liturgia, creemos oportuno, Venerables Hermanos, detenernos un poco y atraer Vuestra atención a este gravísimo argumento.


B) EL SACRIFICIO EUCARÍSTICO

1º. Institución.

85. Cristo, Nuestro Señor, «Sacerdote eterno según el orden de Melchisedec» (Sal. 109, 4)) que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo» (Juan, 13, 1), «en la última cena, en la noche en que era traicionado, para dejar a la Iglesia, su Esposa amada, un sacrificio visible -como lo exige la naturaleza de los hombres-, que representase el sacrificio cruento que había de llevarse a efecto en la Cruz, y para que su recuerdo permaneciese hasta el fin de los siglos y fuese aplicada su virtud salvadora a la remisión de nuestros pecados cotidianos... ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre, bajo las especies del pan y del vino, y las dio a los Apóstoles, entonces constituidos en Sacerdotes del Nuevo Testamento, a fin de que bajo estas mismas especies lo recibiesen, mientras les mandaba a ellos y a sus sucesores en el Sacerdocio, el ofrecerlo» (5).

2º. Naturaleza.

a) No es simple conmemoración.

86. El Augusto Sacrificio del Altar no es; pues, una pura y simple conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino que es un Sacrificio propio y verdadero, en el cual, inmolándose incruentamente el Sumo Sacerdote, hace lo que hizo una vez en la Cruz, ofreciéndose todo El al Padre, Víctima gratísima. «Una... y la misma, es la Víctima; lo mismo que ahora se ofrece por ministerio de los Sacerdotes, se ofreció entonces en la Cruz; sólo es distinto el modo de hacer el ofrecimiento» (6).
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b) Comparación con el de la Cruz.

1) Idéntico Sacerdote.

87. Idéntico, pues, es el Sacerdote, Jesucristo, cuya Sagrada Persona está representada por su ministro. Este, en virtud de la consagración sacerdotal recibida, se asimila al Sumo Sacerdote y tiene el poder de obrar en virtud y en la persona del mismo Cristo; por esto, con su acción sacerdotal, en cierto modo; «presta a Cristo su lengua; le ofrece su mano» (7).

2) Idéntica Víctima.

88. Igualmente idéntica es la Víctima; esto es, el Divino Redentor; según su humana Naturaleza y en la realidad de su Cuerpo y de su Sangre.

3) Distinto modo.

89. Diferente, en cambio, es el modo en que Cristo es ofrecido. En efecto, en la Cruz, El se ofreció a Dios todo entero, y le ofreció sus sufrimientos y la inmolación de la Víctima fue llevada a cabo por medio de una muerte cruenta voluntariamente sufrida; sobre el Altar, en cambio, a causa del estado glorioso de su humana Naturaleza, «la muerte no tiene ya dominio sobre El» (Rom. 6, 9) y, por tanto, no es posible la efusión de la sangre; pero la divina Sabiduría han encontrado el medio admirable de hacer manifiesto el Sacrificio de Nuestro Redentor con signos exteriores, que son símbolos de muerte. Ya que por medio de la Transubstanciación del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Cristo, como se tiene realmente presente su Cuerpo, así se tiene su Sangre; así, pues, las especies eucarísticas, bajo las cuales está presente, simbolizan la cruenta separación del Cuerpo y de la Sangre. De este modo, la conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya que por medio de señales diversas se significa y se muestra Jesucristo en estado de víctima.

4) Idénticos fines:

a) Primer fin: Glorificación de Dios.

Idénticos, finalmente, son los fines, de los que el primero es la glorificación de Dios. Desde su Nacimiento hasta su Muerte, Jesucristo estuvo encendido por el celo de la Gloria divina y, desde la Cruz, el ofrecimiento de su Sangre, llegó al cielo en olor de suavidad. Y para que el himno no tenga que acabar jamás en el Sacrificio Eucarístico, los miembros se unen a su Cabeza divina, y con El, con los Ángeles y los Arcángeles, cantan a Dios perennes alabanzas (8), dando al Padre Omnipotente todo honor y gloria.

b) Segundo fin: Acción de gracias a DIOS.

91. El segundo fin es la Acción de gracias a Dios. Sólo el divino Redentor, como Hijo predilecto del Padre Eterno, de quien conocía el inmenso amor, pudo alzarle un digno himno de acción de gracias. A esto miró y esto quiso «dando gracias» ( Marc. 14, 23) en la última Cena, y no cesó de hacerlo en la Cruz ni cesa de hacerlo en el augusto Sacrificio del Altar, cuyo significado es precisamente la acción de gracias o eucarística; y esto, porque es «cosa verdaderamente digna, justa, equitativa y saludable» (9).

c) Tercer fin: Expiación y propiciación.

92. El tercer fin es la Expiación y la Propiciación. Ciertamente nadie, excepto Cristo, podía dar a Dios Omnipotente satisfacción adecuada por las culpas del género humano. Por esto, El quiso inmolarse en la Cruz como «propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo» (I Ioan 2, 2). En los altares se ofrece igualmente todos los días por nuestra Redención, a fin de que, libres de la condenación eterna, seamos acogidos en la grey de los elegidos. Y esto no sólo para nosotros, los que estamos en esta vida mortal, sino también «para todos aquellos que descansan en Cristo, los que nos han precedido por el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz» (10), «porque lo mismo vivos que muertos, no nos separamos del único Cristo» (11).

d) Cuarto fin: Impetración.

93. El cuarto fin es la Impetración. Hijo pródigo, el hombre ha malgastado y disipado todos los bienes recibidos del Padre celestial, y por esto se ve reducido a la mayor miseria y necesidad; pero desde la Cruz, Cristo «habiendo ofrecido oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas, fue escuchado por su reverencial temor» (Hebr. 5, 7), y en los altares sagrados ejercita la misma eficaz mediación, a fin de que seamos colmados de toda clase de gracias y bendiciones.
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C) Aplicación de la virtud salvadora de la Cruz.

1) Afirmación de Trento.

94. Por tanto, se comprende fácilmente la razón por qué el Sacrosanto Concilio de Trento afirma que con el Sacrificio Eucarístico nos es aplicada la virtud salvadora de la Cruz, para la remisión de nuestros pecados cotidianos.

2) Única oblación: La Cruz.

95. El Apóstol de los Gentiles, proclamando la superabundante plenitud y perfección del Sacrificio de la Cruz, ha declarado que Cristo, con una sola oblación, perfeccionó perpetuamente a los santificados. En efecto, los méritos de este Sacrificio, infinitos e inmensos, no tienen límites, y se extiendan a la universalidad de los hombres en todo lugar y tiempo porque en El el Sacerdote y la Víctima es el Dios Hombre; porque su inmolación, lo mismo que su obediencia a la voluntad del Padre eterno, fue perfectísima y porque quiso morir como Cabeza del género humano: «Mira cómo ha sido tratado Nuestro Salvador: Cristo pende de la Cruz; mira a qué precio compró..., vertió su Sangre. Compró con su Sangre, con la Sangre del Cordero Inmaculado, con la Sangre del único Hijo de Dios... Quien compra es Cristo; el precio es la Sangre; la posesión todo el mundo» (12).

3) La aplicación.

96. Este rescate, sin embargo, no tuvo inmediatamente su pleno efecto; es necesario que Cristo, después de haber rescatado al mundo con el preciosísimo precio de Sí mismo, entre en la posesión real y efectiva de las almas. De aquí que para que con el agrado de Dios se lleve a cabo la redención y salvación de todos los individuos y las generaciones venideras hasta el fin de los siglos, es absolutamente necesario que todos establezcan contacto vital con el Sacrificio de la Cruz, y de esta forma, los méritos que de él se derivan les serán transmitidos y aplicados. Se puede decir que Cristo ha construido en el Calvario un estanque de purificación y salvación que llenó con la Sangre vertida por El; pero si los hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellas las manchas de su iniquidad, no pueden ciertamente ser purificados y salvados.

97. Por lo tanto, para que cada uno de los pecadores se lave con la Sangre del Cordero, es necesaria la colaboración de los fieles. Aunque Cristo, hablando en términos generales, haya reconciliado con el Padre, por medio de su Muerte cruenta, a todo el género humano, quiso, sin embargo, que todos se acercasen y fuesen conducidos a la Cruz por medio de los Sacramentos y por medio del Sacrificio de la Eucaristía, para poder conseguir los frutos de salvación, ganados por El en la Cruz. Con esta participación actual y personal, de la misma manera que los miembros se configuran cada día más a la Cabeza divina, así afluye a los miembros, de forma que cada uno de nosotros puede repetir las palabras de San Pablo: «Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 19-20). Como en otras ocasiones hemos dicho de propósito y concisamente, Jesucristo «al morir en la Cruz, dio a su Iglesia, sin ninguna cooperación por parte de Ella, el inmenso tesoro de la Redención; pero, en cambio, cuando se trata de distribuir este tesoro, no sólo participa con su Inmaculada Esposa de esta obra de santificación, sino que quiere que esta actividad proceda también, de cualquier forma, de las acciones de Ella» (13).

98. El augusto Sacramento del Altar es un insigne instrumento para la distribución a los creyentes de los méritos derivados de la Cruz del Divino Redentor: «Cada vez que se ofrece este Sacrificio, se renueva la obra de nuestra Redención» (14). Y esto, antes que disminuir la dignidad del Sacrificio cruento, hace resaltar, como afirma el Concilio de Trento, su grandeza y proclama su necesidad. Renovado cada día, nos advierte que no hay salvación fuera de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, que Dios quiere la continuación de este Sacrificio «desde la salida del sol hasta el ocaso» (Malaq. 1, 11), para que no cese jamás el himno de glorificación y de acción de gracias que los hombres deben al Creador desde el momento que tienen necesidad de su continua ayuda y de la Sangre del Redentor para compensar los pecados que ofenden a su Justicia.

HISTORIAS DE NUESTROS SACERDOTES 12.

Saber encontrar a Dios
Autor: Alfonso Gutiérrez Estudillo. Cádiz (España)


El creyente debe saber leer su historia en clave de fe, sabiendo que la mano de Dios está siempre en nuestra vida

Hacía un año que nuestro Obispo diocesano había consagrado el nuevo Templo y complejo parroquial que con tanta ilusión y esfuerzo habíamos construido para esta barriada de nueva creación. Aún estabámos equipando el nuevo Templo para el cuál habia encargado a un escultor sevillano una imagen de tamaño natural de un crucificado que presidiera el abside del altar mayor del nuevo templo parroquial. La comunidad parroquial estaba expectante ante la llegada de la talla, y habíamos realizado multitud de actividades para recaudar fondos y así poder sufragarla. Toda la comunidad parroquial embarcada en un mismo proyecto, la de dotar de una imagen al nuevo templo, la advocación elegida para dicha imagen en el día de su bendición no podía ser otra sino la de "Amor" Santísimo Cristo del Amor.

Comenzamos la Cuaresma y decidí realizar un Triduo dedicado a esta advcación del Amor Crucificado, la Adoración Eucaristíca y la Celebración de la Santa Misa que nos ayudara a profundizar y a vivir este tiempo de gracia y conversión. El Señor -al menos yo lo sentía así- me pedía una acción más: sacarle a la calle, evangelizar la barriada, acercar a Cristo a aquellos que no se acercan a la parroquia. Me puse manos a la obra y decidí realizar un Via-crucis procesional por las calles de la feligresía con la imagen del Cristo del Amor. Nuevamente toda la comunidad acogía la propuesta con entusiasmo e implicación: carteles por toda la barriada, ofrendas de flores para el paso que portara la imagen, el acompañamiento musical, la confección del Via-crucis, etc. 

La fecha había llegado, todo estaba dispuesto, ilusiones y esperanza de la presencia del Amor de Dios en el camino de la cruz, pero no contábamos con un invitado. El día no acompañaba. Durante toda la mañana cayó un gran aguacero y las predicciones no eran nada halagüeñas. Toda la jornada hubo fuerte lluvia y viento. Las caras de los feligreses que se acercaban a ver el arreglo floral era de tristeza y desesperanza. Yo les animaba y les decía: "Cristo no defrauda a los que en él esperan; él nos ama, y nada pasa por casualidad. El creyente debe saber leer su historia en clave de fe, sabiendo que la mano de Dios está siempre en nuestra vida, y reconocer su obra en lo aspectos postivos como en los negativos de nuestra existencia, porque todo, lo bueno y lo aparentemente malo es para nuestra salvación. Debemos aprender a no preguntar tanto el porqué sino más bien el para qué de los acontecimientos de nuestra existencia".

Haciendo tiempo, ya lo daba todo por perdido. De pronto el timbre de la casa parroquial sonó. Eran las tres de la tarde. Pensaba que era algún feligrés para preguntar sobre el Vía-Crucis. He de confesar que me molesté un poco al pensar que eran un poco pesados, que no miran la hora, etc. Al abrir la puerta me encontre un hombre de mediana edad que me dijo que estaba realizando una peregrinación andando y si tenía algo comida y de ropa para poder cambiarse ya que estaba empapado del aguacero. No lo dude un instante, ¡iluso de mí! ¡Dios no entiende de horas! El Amor de Dios se encuentra en el amor concreto a los hombres, especialmente en el necesitado. Entendí que Dios me hablaba y me había visitado en ese instante en su presencia escondida en ese peregrino necesitado de acogida, alimento, ropa y un poco de calor. Me dispuese a atenderlo. Lo hice pasar, le di un poco de ropa, entablamos una conversación mientras comía, escuchaba la historia de su preregirnar y finalmente emprendió de nuevo su camino.

¿Casualidad o milagro? yo no creo en las casualidades, sino en la presencia del Dios de la historia que sigue saliendo al encuentro del hombre. Dios había visitado con su presencia en un pobre necesitado mi parroquia. Dios me pedía gestos concretos de amor antes de iniciar el Vía-crucis con la Imagen del Cristo del Amor. En ese instante el cielo paró de llover. Unos rayos de sol nos anunciaron la gracia que Dios derramaba sobre nuestra feligresía. El tiempo nos daba una tregua y pudimos realizar el via-crucis tal y como lo habiamos previsto. Siempre en contacto con la base militar de Rota que nos informaba sobre la evolución del estado metereológico, y sus palabras se cumplieron: Disponéis de tres horas de tregua sin agua, aunque la probabilidad de lluvia era alta. Los milagros existen: en cuanto entramos de nuevo en el templo con la imagen del Cristo, después de haber realizado el vía-crucis, la lluvia volvió a aparecer.

Dios nos había enseñado de nuevo la mejor lección de Amor. Como nos dice San Juan no podemos decir que amamos a Dios a quien no vemos si no somos capaces de amar al prójimo al que si vemos. Salir a rezar el vía-crucis en la barriada, ante todo exigía conocer a los vecinos, estar cercanos a sus sufrimientos, esperanzas, tender la mano a los que sufren, denunciar las injusticias. Dios me llevó a profundizar de que era necesario estar con los jóvenes de la barriada que están esclavizados por el paro y las drogas, con las familias que sufren el cierre de una fábrica, denunciando las injusticias, etc.

Dios está cerca de nosotros, nos alienta con sus presencia, nos acompaña y se hace el encontradizo también en el ministerio del sacerdote. Tan sólo hay que tener una mirada de fe capaz de saber reconocerle como los discípulos de Emaús.


Un confesor en el Santo Sepulcro 
Autor: Agustín Enrique Bollini. Jerusalén 

Ver a muchos dudar y no acercarse al Confesionario, me apena

Hace tiempo quería contarte sobre mi experiencia de estos meses de Confesión diaria en el Santo Sepulcro, para que nos alegremos juntos, con la obra del ”Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios.” 

Doy gracias a Dios por este regalo de poder contemplar Su Obra, todos los días, en este privilegiado lugar. Soy un espectador gozoso de lo que Él realiza e, indigno, rezo y pido ser un útil instrumento en Sus Manos para la reconciliación de mis hermanos. 

Estoy disponible para confesar seis días por semana, de 7.00 a 12 y de 15.30 a 17.30 hs. Estoy disponible, esto no quiere decir que confieso todo el tiempo. Recuerdo haber estado hora y media o dos horas seguidas confesando alguna vez, pero no es lo habitual.

Cuando se me terminaron las primeras 500 estampitas que entrego a quienes llegan al Sacramento, pude sacar un cálculo aproximado de cuánta gente había pasado durante esos días: un promedio cercano a 11 personas por día. Aunque no son tantos como quisiera, te aseguro que son más que todos los que he confesado en mis siete años de vida Parroquial.

Ver a muchos dudar y no acercarse al Confesionario, me apena; lo mismo que aquellos que pasan por la Capilla del Santísimo y por su actitud muestran que no tienen ni idea de dónde están, o los que sólo vienen a sacar fotos, como en un Museo, o esos que miran desde afuera sin entrar, o los que directamente pasan de largo, sin ver a Dios, vivo.

Pero junto a estos, te encuentras a los que llegan conmovidos y llenos de un piadoso respeto. Especialmente me llaman siempre la atención los orientales, porque los veo manifestar con todo su cuerpo su piedad respetuosa: se persignan y arrodillan inclinándose hasta tocar o besar el suelo y vueltos a incorporar lo repiten varias veces; o las mujeres ortodoxas, cubiertas con vestidos negros y recogidas en una actitud de humilde devoción y a veces en grupos, cantando; o los africanos rezando en voz alta, levantando los brazos y acompasando su cuerpo a los cantos e invocaciones; o los de la India que se acercan a besarte las manos, pidiendo bendiciones; o los japoneses, coreanos y vietnamitas inclinándose en respetuosas reverencias de saludo. ¡Que diferencia con nuestra cultura tan secularizada, egoísta y llena de prejuicios, que no nos permite ni interiorizar lo que sentimos, ni preocuparnos tampoco por mostrarlo con nuestra actitud exterior de respeto, al lugar y a los demás! 

Por suerte que también están aquellos que buscan un encuentro interior con el Señor, concentrados y recogidos en silenciosa contemplación. Y vivir esta diversidad que nuestro buen Padre reúne en este lugar Santo, me ha hecho también abrirme a Sus Sorpresas. Desde poder entender, con la ayuda de Su Espíritu Santo, el Inglés y el Italiano en los distintos acentos y pronunciaciones de polacos, rusos, japoneses, algún chino, malayos, hindúes, húngaros y africanos; hasta las fotos con los peregrinos que algunos solicitan con todo cariño y respeto, porque quieren un recuerdo eclesial; pero otros que a veces hasta por sorpresa, buscan la novedad, tal como si fuera la foto que se toman al lado de un camello. 

Lo que me da mucho gozo, es la cantidad de consagrados que confieso. La mayoría sacerdotes, después laicas y religiosas. Llevo cuenta, por lo extraordinario para mi, de los Obispos confesados: nueve. Me sorprendió el primero, ¡mi primera confesión a un Pastor de la Iglesia!, un regalo inesperado ¡Gracias Señor! A los siguientes, ya los pude vivir agradeciendo a Dios, porque a todos, fieles y pastores, nos llama a una constante conversión.

Pero la mayor alegría que nunca antes había experimentado, es lo gratificante de ver Su Misericordia actuando. Experimentar el Poder de lo Sacro, Su Gracia, Su Acción en nosotros: la Reconciliación. La veo en la sonrisa esperanzada, en la tranquilidad del consuelo que seca las lágrimas, en el alivio del perdón que, en solo minutos, nos libera de nuestras cargas y opresiones. 

Esto es algo que, juntamente con el privilegio de poder decir en la fórmula de la Absolución: “Dios Padre Misericordioso, que por la muerte y resurrección de Su Hijo AQUÍ, EN ESTE LUGAR, ha reconciliado el mundo consigo”, hace que a cada confesión la viva realmente como Su Regalo a nuestra miseria, como el amoroso reencuentro con el Padre, “que tanto amó al mundo que le entregó a Su Único Hijo para salvarlo.”

(Historias extraídas del libro 100 historias en blanco y negro. Recopilación de la web Catholic.net).

PURGATORIO: "LÉEME O LAMENTALO" PARTE 7.


CAPITULO 6 (Última parte de esta entrega bibliográfica)

"....nunca encontré ni un hombre, ni una mujer que se haya dedicado por completo, de todo corazón, a la más grande de las caridades, por los mas necesitados, esto es, por las santas Almas del Purgatorio." Palabras de un sacerdote.



Lo que hacen las Animas Benditas por aquellos
que las ayudan

San Alfonso María Liguori decía que, aunque las santas Almas no pueden ya lograr méritos para sí mismas, pueden obtener para nosotros grandes gracias.

No son, formalmente hablando, intercesores, como lo son los Santos, pero a través de la dulce Providencia de Dios, pueden obtener para nosotros asombrosos favores y librarnos de los demonios, enfermedades y peligros de toda clase.

Está más allá de toda duda, como ya hemos dicho, que nos devuelven miles de veces cada cosa que hagamos por ellos.

Los siguientes hechos, unos pocos de todos los que podríamos mencionar, son suficientes para mostrar cuán poderosas y generosas amigas son estas Almas.

COMO UNA NIÑA ENCONTRO A SU MADRE

Una pobre niña sirvienta en Francia llamada Jeanne Marie escuchó una vez un sermón sobre las Santas Almas, el cual dejó una impresión indeleble en su mente. Fue profundamente movida por el pensamiento del intenso e incesante sufrimiento que soportaban las pobres Almas, y se horrorizaba al ver cuán cruelmente eran olvidadas y dejadas de lado por sus amigos de la Tierra.

Otra cosa que la impresionó profundamente es oír que hay muchas almas que están tan cerca de su liberación, que una sola Misa sería suficiente para ellas; pero que son retenidas largo tiempo, hasta años, sólo porque este último y necesario sufragio fue olvidado o negado!

Con una fé simple, Jeanne Marie resolvió que, costara lo que costara, ella tendría una Misa por las Pobres Almas cada mes, especialmente por las más cercanas al Cielo. Ella ahorraba un poquito, y a veces con dificultad, pero nunca falló en su promesa.

En una ocasión fué a París con su patrona, y la niña cayó enferma. por lo cual se vio obligada a ir al Hospital. Desafortunadamente, la enfermedad resultó ser de largo tratamiento, y su patrona tuvo que regresar a casa, deseando que su mucama pronto se reuniera con ella. Cuando al final la pobre sirvienta pudo dejar el hospital, y allí había dejado todos sus ahorros, de manera que sólo le quedaba en la mano un franco.

Qué hizo? A dónde ir? De repente, un pensamiento cruzó su mente y se acordó que no había ofrecido ese mes una Misa en favor de las Pobres Almas. Pero tenía sólo un franco! Apenas le alcanzaría para comer. Como tenía confianza que las Almas del Purgatorio le ayudarían, fue hasta una Iglesia y pidió hablar con un sacerdote, para que ofrezca una Misa, en favor de las Almas del Purgatorio.

El aceptó, aunque jamás imaginó que la modesta suma que la niña ofreció era el único dinero que la pobre niña poseía. Al terminar el Santo Sacrificio, nuestra heroína dejó la Iglesia. Una cierta tristeza nubló su rostro, y se sintió totalmente perpleja.

Un joven caballero, tocado por su evidente decepción, le preguntó si tenía algún problema y si podía ayudarla. Ella le contó su historia brevemente, y finalizó diciendo cuanto deseaba trabajar.

De alguna manera se sintió consolada por la forma en que el joven la escuchaba, y recobró la confianza.
"Será un placer ayudarte" dijo." Conozco una dama que en este momento está buscando una sirvienta. Ven conmigo". Y dicho esto le guió hasta una casa no muy lejos de allí y le pidió que ella tocara el timbre, asegurándole que encontraría trabajo.

En respuesta al toque de timbre, la dama de la casa abrió ella misma la puerta y preguntó a Jeanne Marie que quería. "madam" dijo ella, "Me dijeron que usted está buscando una mucama. No tengo trabajo y me agradaría tener el puesto".
La dam estaba perpleja y replicó: "Quién pudo haberte dicho que necesitaba una mucama? Hace sólo un par de minutos que acabo de despedir a la que tenía, acaso te has encontrado con ella?:"

"No, Madam. La persona que me informó que usted necesitaba una mucama fue un joven caballero".

"Imposible!, exclamó la señora, "Ningún joven, de hecho nadie, pudo haberse enterado que necesitaba una muchama".
"Pero madam", dijo la niña, apuntando un cuadro en la pared" ése es el hombre que me lo dijo".

"No, mi niña, ese es mi único hijo, que ha muerto hace ya más de un año!

"Muerto o no" aseguró la niña," el fue el que me trajo hasta aquí, y aún me guió hasta la puerta. Vea la cicatriz en la frente. Lo reconocería donde fuera". Luego, le contó toda la historia, con su último franco, y de cómo ella obtenía Misas por las Santas Almas, especialmente por las mas cercanas al Cielo.

Convencida al final de la veracidad de la historia de Jeanne Marie, la dama la recibió con los brazos abiertos. "Ven, pero no como mi siriventa, sino como mi querida hija. Tu has enviado a mi queridisimo hijo al Cielo. No tengo duda que él fue el que te trajo a mí".

COMO UN NIÑO POBRE LLEGO A OBISPO, A CARDENAL Y A SANTO

San pedro Damian perdió a su padre y madre apenas nació. Uno de sus hermanos lo adoptó, pero lo trataba con aspereza, forzándolo a trabajar muy duro y alimentándolo muy mal y con escasa ropa.

Un día encontró una moneda de plata, que representaba para él una pequeña fortuna. Un amigo le aconsejó que lo usara para sí mismo, pues el dueño no podría ser hallado.

Para Pedro era difícil establecer en que lo gastaría, ya que tenía todo tipo de necesidades. Pero cambiando de pensar en su joven mente, decidió que lo mejor que podía hacer era pedir una Misa por las Almas del Purgatorio, en especial por las almas de sus queridos padres. A costa de un gran sacrificio, transformó su pensamiento en hechos y las Misas fueron ofrecidas.

Las almas del Purgatorio devolvieron su sacrificio mas generosamente. Desde ese día en adelante notó un gran cambio en su destino.

Su hermano mayor lo llamó a la casa donde él vivía, y horrorizado por el maltrato que padecía, lo llevó a vivir consigo. Lo trató como a su propio hijo, y lo educó y cuidó con el mas puro afecto.

Bendición sobre bendición, los mas maravillosos talentos de Pedro salieron a la luz, y fue rapidamente promovido al sacerdocio; algun tiempo después el fue elevado a la dignidad de Obispo, y finalmente, Cardenal. Además, muchos milagros atestiguan su santidad, tanto que luego de su muerte fue canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.

Estas maravillosas gracias vinieron a él después de una Misa ofrecida por las Santas Almas.

UNA AVENTURA EN LOS APENINOS

Un grupo de sacerdotes fueron convocados a Roma para tratar un asunto de gravedad. Eran portadores de importantes documentos, y una gran suma de dinero les fue confiada para el santo Padre. Atentos al hecho que los Apeninos, los cuales habían de cruzar, estaban infestados de foragidos, eligieron un guia de confianza. No habia por aquel entonces tuneles ni trenes para cruzar las montañas.

Se encomendaron a la protección de las Animas Benditas del Purgatorio, y decidieron recitar el De Profundis cada hora por ellas.

Cuando llegaron al corazón de las montañas, el que iba mas adelante de todos dio la voz de alarma a la vez que espoleaba a los caballos a todo galope. Mirando alrededor, los sacerdotes vieron a ambos lados del sendero fieras bandas de forajidos fuertemente armados y apuntándoles. Se vieron en una emboscada y estaban a la completa merced de los delincuentes.

Después de una hora de temerario avance, el guia paró y mirando a los sacerdotes, dijo:" No puedo entender cómo escaparon. Esta gente nunca perdona a nadie".
Los padres estaban convencidos que debían su seguridad a las Santas Almas, como luego se confirmaría con un hecho que disiparía toda duda.

Cuando concluyeron su misión en Roma, uno de ellos fue destinado a la Ciudad Eterna, com capellán de una prisión. No mucho después, uno de los más feroces bandidos en Italia fue capturado, y condenado a muerte por una larga serie de asesinatos y esperaba la ejecución en su celda.

Ansioso de ganar su confianza, el capellán le contó sus aventuras, entre ellas las de los Apeninos. El criminal manifestó gran interés en la historia. Cuando terminó el curita su relato, el asesino exclamó:

"YO FUI el lider de esa banda! Estabamos seguros de que ustedes portaban dinero y estabamos decididos a matarlos y saquearlos. Pero una fuerza invisible nos impidió disparar, pues queríamos hacerlo pero no podíamos".

El capellán luego le contó al delincuente cómo se habían encomendado a la protección de las Almas del Purgatorio, y que ellos atribuían su liberación a su protección.
El bandido no tuvo dificultad en creer. De hecho, hizo su conversión mucho más fácil. Murió con arrepentimiento.

COMO PIO IX SE CURO DE SU MALA MEMORIA

El venerable pontífice Pio IX designó a un Santo y Prudente religioso llamado Tomaso como Obispo de la Diócesis. El sacerdote, alarmado por la responsabilidad puesta sobre el, comenzó encarecidamente a excusarse.
Sus protestas fueron en vano. El Santo Padre sabía de sus méritos.

Agobiado por la aprehensión, el humilde religioso solicitó una audiencia con el Santo Padre y le confesó que tenía mala memoria, lo que resultaba ser un grave impedimento en el alto oficio encomendado a él.

Pio IX respondió con una sonrisa " Su diócesis es muy pequeña en comparación con la Iglesia Universal, la cual yo llevo sobre mis hombros. Tus cuidados son livianos en comparación con los míos." Agregó:

"Yo también sufría un grave defecto de la memoria, pero prometí decir una ferviente oración diaria por las Animas Benditas, las cuales, en retribución, han obtenido para mí una excelente memoria. Usted debería hacer lo mismo, estimado Padre, y tendrá en qué regocijarse".

CUANTO MAS DAMOS, MAS RECIBIMOS

Un hombre de negocios en Boston se unió a la Asociación de las Santas Almas y dio una alta suma de dinero anual para Misas y oraciones en favor de éstas.

El Director de la Asociación se sorprendió de la generosidad del caballero, pues sabía que no era un hombre rico. El le preguntó amablemente un día si las limosnas que él generosamente daba eran completamente suyas o eran colectas que el realizaba de otros.

El hombre respondió: "Todo lo que doy es mi propia ofrenda. No se alarme. No soy rico, usted piensa que doy mas de lo que tengo. No es así, lejos de perder con mi caridad, las Animas Benditas ven que gano considerablemente mas de lo que doy; a ellas no les gana nadie en generosidad".

EL IMPRENTERO DE COLONIA

William Freyssen, da su testimonio de como su hijo y esposa recobraron la salud gracias a las Almas del Purgatorio. Un día le encargaron imprimir un librito sobre el Purgatorio. Cuando realizaba las tareas de corrección del texto, su atención fue captada por los hechos narrados en el libro. El aprendió por primera vez las maravillas que las Santas Almas pueden obrar por sus amigos.

Por aquel tiempo su hijo cayó gravemente enfermo, y pronto su estado se volvió desesperante. Recordando lo que había leído acerca del poder de las Santas Almas, Freyssen hizo la promesa solemne de imprimir mil libritos a su propia expensa, con su firma impresa. Fue a la iglesia y, una vez dentro, hizo un voto solemne. En ese momento una sensación de paz y confianza inundaron su alma. A su retorno a casa, su hijo, que no podía tragar ni una gota de agua, pidió algo de comer. Al día siguiente estaba fuera de peligro y pronto, completamente curado.

Al mismo tiempo, Freyssen ordenó imprimir los libros del Purgatorio para ser distribuídos, sabiendo que la mejor forma de obtener ayuda para las almas sufrientes, era interesando a mucha gente sobre el tema. Nadie que sabe sobre el sufrimiento de estas pobres almas, niega una oración a ellas.

El tiempo pasó, y una nueva tristeza se cernía sobre este imprentero. Esta vez su amada esposa cayó enferma y a pesar de todos los cuidados iba cada vez peor. Perdió el uso de razón y quedó casi completamente paralizada, de modo que los doctores no le dieron muchas esperanzas.

El marido, recordando todo lo que las Almas del Purgatorio habían hecho a su pequeño hijo, corrió otra vez a la Iglesia y prometió solemnemente, como otrora, imprimir 200 de los libros del Purgatorio, en principio, como urgente socorro de las Animas benditas. Imposible de relatar. La aberración mental de su esposa cesó, y comenzó a mover su lengua y extremidades. En un corto período ella estaba perfectamente sana.

LA CURA DEL CANCER

Joana de Menezes nos contará de su cura. Ella estaba sufriendo de un cancer en la pierna y sumergida en un profundo dolor.

Recordando lo que había oído sobre el poder de las Almas del Purgatorio, ella resolvió poner toda su confianza en ellas y ofrecer nueve Misas por ellas. Prometió publicar en el diario su curación, si esta se llevaba a cabo.
Gradualmente el tumor y el cancer desaparecieron.

UN ESCAPE DE UN ASALTO

El Padre Luis Manaci, un celoso misionero, tenía gran devoción a las Almas del Purgatorio. Se encontró una vez realizando un viaje peligroso, pero con mucha confianza pidió a las Animas Benditas que lo protegieran de los peligros que se iría encontrando. Su camino bordeaba una zona desértica, en la cual se sabía que estaba infestada de peligrosas gavillas.

Cuando se encontraba rezando el Santo Rosario por las Almas, cuál no fue su sorpresa, de verse rodeado de una custodia de espíritus benditos. Pronto el descubrió la razón. Había pasado por una emboscada, pero las Santas Almas lo rodearon y lo taparon, tornándolo invisible para los miserables que buscaban su vida. Lo acompañaron hasta que estuvo seguro y fuera de peligro.

VOLVER A LA VIDA

El Prior de Cirfontaines nos cuenta su historia:" Un joven de mi parroquia cayó enfermo de fiebre tifoidea. Sus padres vencidos por la pena y me pidieron que lo encomendara a las oraciones de los miembros de la Asociacion de Santas Almas. Era un sábado. El chico estaba a las puertas de la muerte. Los doctores probaron todos los recursos, todos los remedios. Fue en vano. No podían hallar nada para mejorarlo.

Yo era el unico que tenía esperanzas. Sabía del poder de las Santas Almas pues había visto lo que podían hacer. El domingo rogué a los Asociados de las Santas Almas para que rogaran fervientemente por nuestro amigo enfermo. El lunes el peligro había pasado. El muchacho estaba curado".

LEELO Y DESPIERTA!

"En mi larga vida", escribe un sacerdote," vi muchas manifestciones de generosidad de los católicos por los pobres y necesitados, de acuerdo con lo que Nuestro Señor nos mandó hacer.

"También noté que algunos católicos son, por supuesto, muy generosos y buenos. Algunos se preocupan por los pobres, otros por los enfermos. Leprosos, pacientes de cancer, deficientes mentales, todos tienen amigos. Algunos prefieren ayudar a los jóvenes, los corazones de otros prefieren a los ancianos".

"Lo más extraño de todas las cosas, es que nunca encontré ni un hombre, ni una mujer que se haya dedicado por completo, de todo corazón, a la más grande de las caridades, por los mas necesitados, esto es, por las santas Almas del Purgatorio. Debe haber algunos que lo hacen, pero en mi larga y variada experiencia, no encontré ninguno".

Y las palabras de este sacerdote son pura verdad!
Apelamos a aquellos que todavía no se han dedicado a si mismos a alguna forma particular de caridad, para que se dediquen con todas sus energías a las Animas Benditas. Hagan todo lo que puedan personalmente, e induzcan a otros a hacer lo mismo.

La mejor manera es practicar los consejos incluídos en este librito, y esparcir cientos de copias, y hacer cientos de Almas amigas en el Purgatorio y luego en el cielo.
Pues... quién puede leerlo y rehusarse a ayudarlas?

"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. Capítulo XXXV: Unificación en la Trinidad.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS 

(De Concepción Cabrera de Armida) 

XXXV 

UNIFICACIÓN EN LA TRINIDAD 

Más para realizar este ideal de mi amado Padre, el que tiene de mis sacerdotes, se necesita como poderoso e indispensable motor para este fin al Espíritu Santo. Sólo Él, únicamente Él, puede renovar la faz de la tierra y unir los corazones con el Verbo, porque es el inefable Lazo de Amor entre el Padre y El Hijo; es el que unifica a la Iglesia, porque es unidad por esencia; y es unidad porque es el Amor. 

El Amor es el único que une, que simplifica, que santifica, que reconcilia, que abraza, que estrecha los vínculos y los corazones. Y es Espíritu Santo es santo, porque es el Amor. 

El Amor es la fruición divina que forma las delicias del cielo y hace eternamente felices al Padre y al Hijo; es el eje que mueve al mundo solo que el hombre lo adultera y lo falsifica. El Amor es el motor de la Iglesia y de los sacramentos; es el Amor el que engendró en el Padre a los sacerdotes, porque la Trinidad toda es una sola sustancia y esencia y voluntad sin principio; el Amor forma a los sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron a impulsos de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz y consumados en su principio y en su fin por el Amor. 

Pues bien ¿no vemos la unidad en una sola esencia en la Trinidad? La Iglesia es su reflejo; y toda su economía se sintetiza en la tierra en la unidad de un solo rebaño y un solo Pastor. ¡Oh! Esa unidad, esa unidad, incomprensible para el ángel y para el hombre, forma las eternas complacencias de la Trinidad en Sí misma; y en Ella la multiplicidad de todas las cosas creadas, que al reflejarse en Ella se simplifican, pasan a esa unidad. 

Es la unidad lo más bello para Dios, porque la unidad lo retrata, porque la Única unidad es Él, porque Dios es simplísimo en su Ser; y su mayor deleite y su mayor felicidad, su única felicidad, consiste en amarse a Sí mismo, en ser tres Personas en una sola esencia de amor, de amor purísimo: pero amor de tal capacidad, que tuvo que personificarse en el Espíritu Santo, uno con el Padre y el Hijo. Su dicha consiste en recrearse a Si mismo, en un solo punto infinito que lo llena todo, que lo absorbe todo, que lo produce todo: almas, mundos, creaciones, extensiones eternas de amor, de puro amor, que asombran al cielo h hacen prorrumpir a los seres creados que lo componen en aquel “Santo, Santo, santo”, extasiados en la infinita y divinas perfecciones que asombran, conmueven, deleitan, deifican y unifican en Dios todas las cosas. 

Y ¿por qué hablo hoy en esa unidad santísima, altísima, perfectísima que embelesa al mismo Dios eterno e infinito en sus perfecciones? Porque esa unidad producida por el amor y reflejada por mi Iglesia –que debe ser una con la unidad de la Trinidad-, no existe en muchos de mis Obispos y de mis sacerdotes; y esto quiero mostrar; esta pena que lastima mi Corazón de Dios hombre; el doloroso cuadro de la desunión en los pareceres de muchos miembros de mi Iglesia. No hablo aquí de desuniones en materia de fe precisamente, sino en materias menos altas, que desunen, lastiman y apartan de la caridad. 

¿De qué me sirve que por fuera o exteriormente estén unidos por pareceres por respetos humanos, si interiormente hay desacuerdos, murmuraciones y cosas e intrigas que solo Yo veo que a veces dan escándalo? Este punto me contrista; esta falta de unión fraternal, filial, filial y aun paternal me duele; y por este motivo vienen muchos males que Yo lamento y que se hacen sentir en mi Iglesia y que la perjudican de muchos modos. 

Falta unión; y en México tengo que lamentar este punto que ha vulnerado mucho a mi Iglesia. 

Los sacerdotes deben unificar sus pareceres con sus Obispos respetando sus disposiciones, y entre si sin disensiones, que ellos mas que nadie deben evitar que haya falta de caridad en este punto más importante de lo que parece. 

Muy hondo es el mal que se produce en las escalas esclesiásticas y seculares en este punto del que voy hablando. 

No; es preciso que entren estas amadas almas en la unidad, haciendo de muchos pareceres y juicios críticos y sentimientos, un solo sentir en Mí, en una simplificación de voluntades en mi voluntad. 

Cierto es que se puede traducir mi voluntad en formas diferentes en su superficie, pero en su fondo mi voluntad siempre se orienta a un mismo fin, aunque las circunstancias sean diversas. Puede haber –y las hay- razones de prudencia; pero aun en estos casos se debe discernir, a la luz del Espíritu Santo, cual es la prudencia humana y cual es la prudencia divina, que en esto hay mucha diferencia y muchos errores, porque se mete el mundo y las conveniencias –personales a veces-. Puede haber engaños y con frecuencia los hay. Oración, humildad y rectitud siempre. 

Pero insisto –para todo esto que pido que se remedie, que se prevea para que se evite-, en que se recurra al Espíritu Santo, conciliador y unificador de entendimientos y voluntades. Él , alma de la Iglesia, es el portaestandarte de la unidad, su principio, centro y fin, por ser el Amor. 

Que ocurran los Obispos y los sacerdotes con más y más asiduidad y ardor al Espíritu Santo, y Él será su luz, su norte, su guía para llevarlos a la unidad de la Trinidad. Un solo apostolado quiero en mi Iglesia, una sola fe, una sola verdad, un solo fin; un martirio, si todos se martirizan; un gozo, si todos gozan, un triunfo, si todos triunfan; un calvario, si todos sufren, un Sol, Jesús Dios hombre, que los caliente; y un fin, mi Padre, yendo a Él por Mí, por el Espíritu Santo y por María. El Espíritu Santo y María transforman a cada alma en Mí; y son ellos los que transformarán al mundo y unificarán a los hombres en una sola voluntad, la mía. 

El Espíritu Santo debe ser el centro de todos los corazones de los míos, de mis sacerdotes muy principalmente; y en ese centro divino de caridad se incendiarán en el amor, que es el que todo lo unifica. Del amor divino se deriva suavísimamente el amor humano divinizado, y en el Espíritu Santo se estrechan los lazos de caridad que unen los corazones en Dios y hacen de mi Iglesia un regazo en donde todos sus hijos descansen, un solo latido en donde todos afluyan y un solo amor en donde todos, en ese mismo molde, se unan. 

Insisto en esa unidad de quereres y de pareceres en Mí. Cierto que por diversas vías los arroyos van al mar; pero quiero en mi Iglesia que esos arroyos sean uno solo en unión de caridad; es decir, que mis Obispos y mis sacerdotes formen un solo caudal que desemboque en el mar que soy Yo. 

Quiero que mi Iglesia en sus diversos miembros forme una sola corriente en quereres y pareceres. Fíjense en que de ahí han salido las herejías, los cismas, las apostasías, que comienzan con pequeños disturbios en opiniones y que, al meterse la soberbia, echan por tierra a grandes columnas que arrastran a miles de almas a su perdición eterna. 

La unidad, la unidad de juicio, la unidad de voluntades en la mía es lo que trae la paz a la Iglesia y a los corazones. 

Cuántos Obispos lamentan esta falta de unidad en su clero; no tan solo con ellos, sino aun de los miembros entre sí, porque la discrepancia en pareceres acarrea consiguientemente faltas de caridad y murmuraciones de trascendencia que hieren a mi Corazón todo obediencia y caridad. 

Si el sacerdote tiene tan alto origen –nada menos que en el seno amoroso de la Trinidad-, tiene el deber ineludible de asemejarse a la Trinidad, muy principalmente en la unidad. Y como la Iglesia ha sido creada para é, por la Trinidad, en ella debe aspirar y beber la unidad, simplificándose en mi voluntad manifestada por los superiores, es decir, por el Papa y los Obispos de quienes el sacerdote depende. 

Al Padre debe el sacerdote imitarlo siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas, con todas las cualidades de un Padre, y del padre que está en los cielos, en cuyo entendimiento fue engendrado. 

Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre y transformarse en Mí, que es más que imitarme: siendo otro Yo en la tierra, solo para glorificar al Padre en cada acto de su vida y darle almas para el cielo. 

Y debe imitar al Espíritu Santo siendo amor, difundiendo amor, enamorando a las almas del Amor; fundido a la caridad, endiosado en el amor, debe dar testimonio del Verbo por el amor y unificar a todas las almas en la Trinidad, que es amor en todos sus aspectos, en todas las infinitas consecuencias. 

Esa unidad falta en el mundo; y por eso tantos males que asuelan la tierra; se desvían las almas de su Centro y de ahí todas las desgracias que llora la humanidad caída. Este es el punto cardinal y capital de su ruina, el vivir apartado de la unidad, en doctrinas erróneas, en el orgullo de las opiniones, en la multiplicidad de las sectas, en la bruma y oscuridad de las divisiones. El día que el mundo vuelva a su centro, a la unidad en la Trinidad en su Iglesia, será salvo. 

Pero lo más triste y lo que más lastima a mi Corazón es que en los míos exista esa desigualdad que los aparta de su centro, de la Trinidad simplísima y luminosa, toda unión plenísima y santísima de las tres divinas Personas. No hablo ahora de cismas y diabólicas y torcidas opiniones que atacan a mi Iglesia y al fundamento divino de su unidad; hablo de las disensiones entre los míos que son causa de divergencias, críticas y faltas con las que lastiman mi delicadeza y al mismo centro de la divinidad que consiste en esa unidad de amor. 

Aquí está el punto, el blanco a donde deben dirigirse los corazones de los Obispos y sacerdotes, a la unidad en la Trinidad, que si la estudian, la meditan y la viven, cesarán muchos males que unos se ven y otros solo Yo los contemplo apenado y quiero que se quiten. 

El medio práctico para lograrlo es unificar todas las voluntades intima y sinceramente en mi voluntad, en donde reside la unidad; porque la Trinidad, siendo Tres personas distintas, no tiene más que una sola voluntad, y voluntad siempre amorosa de unión o unitiva, siempre de caridad, que fluye y refluye de una Persona divina a Otra, enlazadas por el amor; porque la voluntad de la Trinidad en Sí misma, en la Iglesia y en las almas, es amor, toda amor. 

Y si los sacerdotes se impregnan de esta unidad en mi voluntad, se amoldarán felices y gustosos a la voluntad de mi Iglesia; es decir, a la del Papa y a la de los Obispos, y verán sobrenaturalmente sus disposiciones y las aceptarán y las cumplirán por Dios con amor. 

Unión, unión; solidaridad en juicios, opiniones y quereres, unificado todo, entendimientos y corazones, en la Trinidad. 

Esto pido hoy en estas confidencias de mi Corazón para que se remedien. 

Quiero hacer que brille mi Iglesia con sacerdotes santos según el ideal de mi Padre y en el molde santísimo y perfecto de la Trinidad. Quiero, repito, una reacción poderosa en mi Iglesia para gloria de la Trinidad y salvación de muchas almas que la esperan. Tengo sed de ser imitado y amado así como lo vengo explicando; y quiero obsequiar a mi padre, delicia de mi Corazón, con sacerdotes modelos, con Obispos transformados en Mí. 

Quiero expiar crímenes ¡tantos! Con un contrapeso de corazones según mi Corazón, con sus mismos ideales de pureza, de sacrificio y de amor al Padre. Pero toda esta ilusión de un hombre-Dios, sólo puede hacerse efectiva por el Espíritu Santo, y por la intercesión de María, su Esposa amadísima.”

DOCUMENTOS ECLESIALES - COMPLEMENTARIEDAD -NO IGUALDAD- ENTRE SACERDOTES Y LAICOS.





Por

Juan Pablo II, 7 de Mayo, 2002

El Papa a los obispos de las Antillas:

"Venís como pastores que han sido llamados a compartir la plenitud del sacerdocio eterno de Cristo... En primer lugar y por encima de todo sois sacerdotes: no ejecutivos, administradores, representantes de las finanzas o burócratas, sino sacerdotes. Esto significa ante todo que habéis sido elegidos para ofrecer el sacrificio, ya que esta es la esencia del sacerdocio, y el fulcro del sacerdocio cristiano es la oferta del sacrificio de Cristo". 

A continuación Juan Pablo II recordó el Concilio Vaticano II al que definió como "una enorme gracia" para la Iglesia y se refirió a como el papel de los laicos en la Iglesia había evolucionado desde la fecha de su celebración (1962-1965). Después subrayó que "junto con el despertar de los fieles laicos en la Iglesia" había habido una disminución del número de vocaciones en los seminarios bajo su cuidado. El Papa reconoció la "justa preocupación" de los obispos por este hecho, ya que "la Iglesia Católica no puede existir sin el ministerio sacerdotal que Cristo mismo desea para ella". 

"Algunas personas, como sabemos, afirman que la disminución del número de sacerdotes es obra del Espíritu Santo y que Dios mismo guiará a la Iglesia, de manera que el gobierno de los fieles laicos ocupe el lugar del gobierno de los sacerdotes. Esa afirmación ciertamente no tiene en cuenta lo que los padres conciliares pusieron de manifiesto mientras intentaban promover una mayor participación de los laicos en la Iglesia. En sus enseñanzas, los padres conciliares pusieron simplemente en evidencia la profunda complementariedad entre los sacerdotes y los laicos que comporta la naturaleza armoniosa de la Iglesia. Una concepción errada de esta complementariedad ha llevado a veces a una crisis de identidad y de confianza entre los sacerdotes y también a formas de compromiso laico demasiado clericales o demasiado politizadas". 

"El compromiso de los laicos se transforma en una forma de clericalismo cuando los papeles sacramentales o litúrgicos que competen al sacerdote son asumidos por los fieles laicos o cuando éstos cumplen tareas de gobierno pastoral que son propias del sacerdote. (...) El sacerdote, en cuanto ministro ordenado, es quien, en nombre de Cristo, preside la comunidad cristiana, en el plano litúrgico y pastoral. Los laicos le ayudan de muchas maneras en esta tarea. Pero el lugar por excelencia para el ejercicio de la vocación laica es el mundo de las realidades económicas, sociales, políticas y culturales. En este mundo es donde los laicos están invitados a vivir su vocación bautismal". 

"En una época de secularización insidiosa -agregó el Papa- puede parecer raro que la Iglesia insista tanto en la vocación secular de los laicos. Es precisamente el testimonio evangélico de los fieles en el mundo lo que constituye el corazón de la respuesta de la Iglesia al mal de la secularización". 

"El compromiso de los laicos se politiza -recalcó- cuando el laicado está absorbido por el ejercicio del 'poder' en el interior de la Iglesia. Esto sucede cuando la Iglesia no se concibe en términos de 'misterio' de la gracia que la caracterizan, sino en términos sociológicos o incluso políticos. (...) Cuando no es el servicio sino el poder lo que moldea todas las formas de gobierno en la Iglesia, tanto por parte del clero como del laicado, los intereses opuestos empiezan a hacer oír su voz". Juan Pablo II subrayó que esto dañaba a la Iglesia. 

"Lo que la Iglesia necesita -dijo a los obispos- es un sentido de complementariedad más profundo y creativo entre la vocación del sacerdote y la de los laicos". 

El Papa habló entonces de la importancia de desarrollar "una nueva apologética para vuestro pueblo -dijo-, de modo que entiendan lo que enseña la Iglesia". Sobre todo, añadió, "en un mundo en el que la gente está continuamente sujeta a la presión cultural e ideológica de los medios de comunicación y a la actitud agresivamente anticatólica de muchas sectas". 

"La Iglesia -continuó- está llamada a proclamar una verdad absoluta y universal al mundo en una época en la que en muchas culturas hay una profunda incertidumbre sobre la posibilidad de que exista una tal verdad. Por eso, la Iglesia debe expresarse de la forma adecuada para evidenciar el testimonio genuino. En este sentido, el Papa Pablo VI identificó cuatro cualidades, que llamó 'perspicuitas, lenitas, fiducia, prudentia'-, claridad, humanidad, confianza y prudencia". 

Juan Pablo II subrayó que "hablar con claridad significa que es necesario explicar comprensiblemente la verdad de la Revelación y las enseñanzas de la Iglesia que derivan de ella. (...) Esto es lo que pretendo al decir que necesitamos una nueva apologética, que se adapte a las necesidades de hoy, que tenga en cuenta que nuestra tarea no es vencer con los argumentos sino conquistar almas. (...) Una apologética de este tipo necesitará respirar un espíritu de humanidad, aquella humildad y compasión que son necesarias para comprender las ansiedades y los interrogantes de las personas". 

"Hablar con confianza -explicó- significa no perder nunca de vista la verdad absoluta y universal revelada en Cristo, y no perder nunca de vista el hecho de que esta es la verdad que todos anhelan, con independencia del desinterés, resistencia u hostilidad que parezcan mostrar. Hablar con aquella sabiduría práctica y el sentido común que Pablo VI llamaba prudencia (...) significa ofrecer una clara respuesta a la gente que pregunta: '¿Qué debo hacer?' Aquí -concluyó-, la grave responsabilidad de nuestro ministerio episcopal se muestra como un desafío exigente".

¿MUJERES SACERDOTES?




El tema de mujeres "sacerdotisas" se ha convertido en plataforma para los que pretenden crear una iglesia nueva, según criterios humanos. El Papa Juan Pablo II en su definitivo documento Ordinatio Sacerdotalis zanja la cuestión:

"Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia."(O.S. #4)

No es entonces que la Iglesia haya impuesto una ley, sino al contrario. La Iglesia se declara sin autoridad para actuar por encima de lo establecido por Cristo.

Un año después, el 25 de octubre, la Congregación para la Doctrina de la Fe en su respuesta a una consulta del episcopado estadounidense, señalaba que esta enseñanza ha sido considerada "infalible por el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia". "Infalible", quiere decir que la Iglesia la presenta como verdad segura sin error.

El Papa ampliamente explica la verdadera dignidad de la mujer y su magnífico lugar en la Iglesia en su Carta a las Mujeres.

"Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un modo totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a la tradición avalada por la legislación de su tiempo" (Mulieris dignitatem).

¿Por qué no puede ser sacerdote una mujer?

Autor: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.

¿Por qué la Iglesia Católica no acepta la ordenación sacerdotal de las mujeres? ¿No es esto una discriminación que ya han superado algunas confesiones como el Anglicanismo? La actitud de Cristo ¿no debe ser entendida, acaso, como propia de su tiempo y ya caducada?

La admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial es uno de los problemas más candentes en los países con tradición anglicana y allí donde los autores del progresismo católico han tenido o tienen fuerza particular. Así, por ejemplo, E. Schillebeeckx O.P. dice: “...Las mujeres... no tienen autoridad, no tienen jurisdicción. Es una discriminación... La exclusión de las mujeres del ministerio es una cuestión puramente cultural que ahora no tiene sentido. ¿Por qué las mujeres no pueden presidir la eucaristía? ¿Por qué no pueden recibir la ordenación? No hay argumentos para oponerse al sacerdocio de las muje­res... En este sentido, estoy contento de la decisión [de la Iglesia anglicana] de conferir el sacerdocio también a las mujeres, y, en mi opinión, se trata de una gran apertura para el ecumenismo, más que de un obstáculo, porque muchos católicos van en la misma dirección” (1).

Por el contrario, el Magisterio católico ha mantenido de forma firme e invariable, la negativa sobre la posibilidad de la ordenación femenina, y esto en documentos de carácter definitivo (2).

¿Cuál es el motivo último por el que la mujer no puede acceder al sacerdocio ministerial?

1. A partir de la Tradición

El Magisterio apela a la Tradición, entendida no como “costumbre antigua” sino como garantía de la voluntad de Cristo sobre la constitución esencial de su Iglesia (y sacramentos). Esta Tradición se ve reflejada en tres cosas: la actitud de Cristo, la de sus discípulos y el Magisterio; veamos cada una de ellas señalando también las principales objeciones que suelen plantearse al respecto.

1) La actitud de Jesucristo. Históricamente Jesucristo no llamó a ninguna mujer a formar parte de los doce. En esto debe verse una voluntad explícita, pues podía hacerlo y manifestar con ello su voluntad. Jesucristo debía prever que al tomar la actitud que tomó, sus discípulos la interpretarían como que tal era su voluntad.

- Objeción. La objeción más común es que Jesucristo obró de este modo para conformarse con los usos de su tiempo y de su ambiente (el judaísmo) en el que las mujeres no desempeñaban actividades sacerdotales.

- Respuesta. Precisamente respecto de la mujer, Jesucristo no se atuvo a los usos del ambiente judío. Entre los judíos rígidos, las mujeres sufrían ciertamente una severa discriminación desde el momento de su nacimiento, que se extendía luego a la vida política y religiosa de la nación. “¡Ay de aquél cuya descendencia son hembras!”, dice el Talmud. Tristeza y fastidio causaba el nacimiento de una niña; y una vez crecida no tenía acceso al aprendizaje de la Ley. Dice la Mishná: “Que las palabras de la Torá (Ley) sean destruidas por el fuego antes que enseñársela a las mujeres... Quien enseña a su hija la Torá es como si le enseñase calamidades”. Las mujeres judías carecían frecuentemente de derechos, siendo consideradas como objetos en posesión de los varones. Un judío recitaba diariamente esta plegaria: “Bendito sea Dios que no me hizo pagano; bendito sea Dios que no me hizo mujer; bendito sea Dios que no me hizo esclavo”.
Por eso la actitud de Jesús respecto de la mujer contrasta fuertemente con la de los judíos contemporáneos, hasta un punto tal que sus apóstoles se llenaron de maravilla y estupor ante el trato que les brindaba (cf. Jn 4,27). Así:

–conversa públicamente con la samaritana (cf. Jn 4,27) 

–no toma en cuenta la impureza legal de la hemorroísa (cf. Mt 9,20-22) 

–deja que una pecadora se le acerque en casa de Simón el fariseo e incluso que lo toque para lavarle los pies (cf. Lc 7,37) 

–perdona a la adultera, mostrando de este modo que no se puede ser más severo con el pecado de la mujer que con el del hombre (cf. Jn 8,11) 

–toma distancia de la ley mosaica para afirmar la igualdad de derechos y deberes del hombre y la mujer respecto del vínculo matrimonial (cf. Mt 19,3-9; Mc 10,2-11). 

–se hace acompañar y sostener en su ministerio itinerante por mujeres (cf. Lc 8,2-3)

–les encarga el primer mensaje pascual, incluso avisa a los Once su Resurrección por medio de ellas (cf. Mt 28,7-10 y paralelos).

Esta libertad de espíritu y esta toma de distancia son evidentes para mostrar que si Jesucristo quería la ordenación ministerial de las mujeres, los usos de su pueblo no representaban un obstáculo para Él. 

2) Actitud de los Apóstoles. Los apóstoles siguieron la praxis de Jesús respecto del ministerio sacerdotal, llamando a él sólo a varones. Y esto a pesar de que María Santísima ocupaba un lugar central en la comunidad de los primeros discípulos (cf. Act 1,14). Cuando tienen que cubrir el lugar de Judas, eligen entre dos varones.

- Objeción 1. Puede ponerse la misma objeción: también los apóstoles se atuvieron a las costumbres de su tiempo.

- Respuesta. La objeción tiene menos valor que en el caso anterior, porque apenas los apóstoles y San Pablo salieron del mundo judío, se vieron obligados a romper con las prácticas mosaicas, como se ve en las discusiones paulinas con los judíos. Ahora bien, a menos que tuvieran en claro la voluntad de Cristo, el ambiente nuevo en que comenzaron a moverse los tendría que haber inducido al sacerdocio femenino, pues en el mundo helenístico muchos cultos paganos estaban confiados a sacerdotisas.

Su actitud tampoco puede deberse a desconfianza o menosprecio hacia la mujer, pues los Hechos Apostólicos demuestran con cuanta confianza San Pablo pide, acepta y agradece la colaboración de notables mujeres:

–Las saluda con gratitud y elogia su coraje y piedad (cf. Rom 16,3-12; Fil 4,3)

–Priscila completa la formación de Apolo (cf. Act 18,26)

–Febe está al servicio de la iglesia de Cencre (cf. Rom 16,1)

–Otras son mencionadas con admiración como Lidia, etc.

Pero San Pablo hace una distinción en el mismo lenguaje:

–cuando se refiere a hombres y mujeres indistintamente, los llama “mis colaboradores” (cf. Rom 16,3; Fil 4,2-3)

–cuando habla de Apolo, Timoteo y él mismo, habla de “cooperadores de Dios” (cf. 1 Cor 3,9; 1 Tes 3,2).

- Objeción 2. Las disposiciones apostólicas y especialmente paulinas son claras, pero se trata de disposiciones que ya han caducado, como lo hecho otras, por ejemplo: la obligación para las mujeres de llevar el velo sobre la cabeza (cf. 1 Cor 11,2-6), de no hablar en la asamblea (cf. 1 Cor 14,34-35; 1 Tim 2,12), etc.

- Respuesta. Como es evidente, el primer caso (el velo femenino) se trata de prácticas disciplinares de escasa importancia, mientras que la admisión al sacerdocio ministerial no puede ponerse en la misma categoría. En el segundo ejemplo, no se trata de “hablar” de cualquier modo, porque el mismo San Pablo reconoce a la mujer el don de profetizar en la asamblea (cf. 1 Cor 11,5); la prohibición respecta a la “función oficial de enseñar en la asamblea cristiana”, lo cual no ha cambiado, porque en cuanto tal, sólo toca al Obispo.

3) Actitud de los Padres, la Liturgia y del Magisterio. Cuando algunas sectas gnósticas heréticas de los primeros siglos quisieron confiar el ministerio sacerdotal a las mujeres, los Santos Padres juzgaron tal actitud inaceptable en la Iglesia. Especialmente en los documentos canónicos de la tradición antioquena y egipcia, esta actitud viene señalada como una obligación de permanecer fiel al ministerio ordenado por Cristo y escrupulosamente conservado por los apóstoles (3). 

2. A la luz de la teología sacramental

La argumentación central es la anteriormente reseñada; podemos, sin embargo, acceder a otra vía argumentativa que pone más en evidencia que, la tradición que se remonta a Cristo no es una mera disposición disciplinar sino que tiene una base ontológica, es decir, se apoya en la misma estructura de la Iglesia y del sacramento del Orden. Los dos argumentos que damos a continuación apelan al simbolismo sacramental.

1) El sacerdocio ministerial es signo sacramental de Cristo Sacerdote. El sacerdote ministerial, especialmente en su acto central que es el Sacrificio Eucarístico, es signo de Cristo Sacerdote y Víctima. Ahora bien, la mujer no es signo adecuado de Cristo Sacerdote y Víctima, por eso no puede ser sacerdote ministerial.

En efecto, los signos sacramentales no son puramente convencionales. La economía sacramental está fundada sobre signos naturales que representan o significan por una natural semejanza: así el pan y el vino para la Eucaristía son signos adecuados por representar el alimento fundamental de los hombres, el agua para el bautismo por ser el medio natural de limpiar y lavar, etc. Esto vale no sólo para las cosas sino también para las personas. Por tanto, si en la Eucaristía es necesario expresar sacramentalmente el rol de Cristo, sólo puede darse una “semejanza natural” entre Cristo y su ministro si tal rol es desempeñado por un varón (4).

De hecho, la Encarnación del Verbo ha tenido lugar una Persona de sexo masculino. Es una cuestión de hecho que tiene relación con toda la teología de la creación en el Génesis (la relación entre Adán y Eva; Cristo como nuevo Adán, etc.) y que, si alguien no está de acuerdo con ella o con su interpretación, de todos modos se enfrenta con el hecho innegable de la masculinidad del Verbo encarnado. Si se quiere, por tanto, tendrá que discutirse el por qué Dios se encarna en un varón y no en una mujer; pero partiendo del hecho de que así fue, no puede discutirse que sólo un varón representa adecuadamente a Cristo-varón.

- Objeción 1. La objeción de los anglicanos proclives a la ordenación femenina es que, según ellos, lo fundamental de la encarnación no es que Cristo se haya hecho varón sino que se haya hecho “hombre”. Por tanto, no es tanto el varón quien representa adecuadamente a Cristo sino el “ser humano” en cuanto tal.

- Respuesta. El problema de la objeción consiste en un insuficiente concepto de lo que se denomina, en la teología sacramental, “representación adecuada”. Los signos sacramentales tienen que guardar una representación adecuada, es decir, lo más específica posible. Desde este punto de vista, el “ser humano” (varón-mujer) es una representación adecuada de Cristo pero en su sacerdocio común (el sacerdocio común de los fieles), no de Cristo en su Sacerdocio ministerial de la Nueva Alianza. El “ser humano” representa adecuadamente al Verbo hecho carne, pero representa sólo genérica y borrosamente a Cristo sacerdote. De hecho, el carácter sacerdotal (ministerial) es una subespecificación del carácter general cristiano que viene dado a todo hombre (varón y mujer) por el bautismo.

- Objeción 2. Cristo está ahora en la condición celestial, por lo cual es indiferente que sea representado por un varón o por una mujer, ya que “en la resurrección no se toma ni mujer ni marido” (Mt 22,30).

- Respuesta. Este texto (Mt 22,30) no significa que la glorificación de los cuerpos suprima la distinción sexual, porque ésta forma parte de la identidad propia de la persona. La distinción de los sexos y por tanto, la sexualidad propia de cada uno, es voluntad primordial de Dios: “varón y mujer los creó” (Gn 1,27).

2) El simbolismo nupcial. Cristo es presentado en la Sagrada Escritura como el Esposo de la Iglesia. De hecho en Él se plenifican todas las imágenes nupciales del Antiguo Testamento que se refieren a Dios como Esposo de su Pueblo Israel (cf. Os 1-3; Jer 2, etc.). Esta caracterización es constante en el Nuevo Testamento: 

–en San Pablo: 2 Cor 11,2; Ef 5,22-33

–en San Juan: Jn 3,29; Ap 19,7.9

–en los Sinópticos: Mc 2,19; Mt 22,1-14

Ahora bien, esto resalta la función masculina de Cristo respecto de la función femenina de la Iglesia en general. Por tanto, para que en el simbolismo sacramental, el sujeto que hace de materia del sacramento del Orden (que representa a Cristo), y luego el sujeto que hace de ministro de la Eucaristía (que obra “in persona Christi”) sea un signo adecuado, tiene que ser un varón.

- Objeción. El sacerdote también representa a la Iglesia, la cual tiene un rol pasivo respecto de Cristo. Ahora bien, la mujer puede representar adecuadamente a la Iglesia; entonces también puede ser sacerdote.

- Respuesta. Es verdad que el sacerdote también representa a la Iglesia y que esto podría ser desenvuelto por una mujer. Pero el problema es que no sólo representa a la Iglesia sino también a Cristo y que esto, por todo cuanto hemos dicho, no puede representarlo una mujer. Por tanto, el varón puede representar ambos aspectos, pero la mujer sólo uno, el cual no es el propiamente sacerdotal.

3. Conclusión 

Los errores principales giran en torno a dos problemas. El primero es no concebir adecuadamente el sacerdocio sacramental, confundiéndolo con el sacerdocio común de los fieles. El segundo, es dejarse llevar por los prejuicios que ven en el sacerdocio ministerial una discriminación de la mujer y paralelamente un enaltecimiento del varón en detrimento de la mujer; es una falta de óptica: en la Iglesia católica, el sacerdocio ministerial es un servicio al Pueblo de Dios y no una cuestión aristocrática; es más, esto último es precisamente, un abuso del sacerdocio ministerial semejante al que contaminó el fariseísmo y saduceísmo de los tiempos evangélicos. Finalmente, los más grandes en el Reino de los Cielos no son los ministros sino los santos; y –excluida la humanidad de Cristo– la más alta de las creaturas en honor y santidad, la Virgen María, no fue revestida por Dios de ningún carácter sacerdotal.

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís