FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

"LLAMADO A LA SANTIDAD" EXPRESA JOSE DOMINGO ULLOA, ARZOBISPO DE PANAMÁ, EN CELEBRACIÓN DE SAN JUAN BOSCO EN PANAMÁ.

El Santo de los jóvenes, Don Bosco aglutinó hoy a decenas de fieles devotos en la Basílica Menor que lleva su nombre en Calidonia, donde algunos pidieron bendiciones para Panamá y muchos le agradecieron los favores recibidos.

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Desde temprano se observaba desde la Basílica Menor de Don Bosco en Calidonia, cientos de feligreses que esperaban para participar de la procesión.
A eso de las 6:00 de la tarde inició la celebración, cuando la carroza del santo inició el recorrido por las principales calles del lugar.

La vía estaba abarrotada por seguidores, quienes en su gran mayoría manifestaron que acuden porque Don Bosco les ha concedido un milagro.

Debido a los trabajos del Metro, este año la procesión del venerado es más corta e inició mucho más tarde.

Monseñor José Domingo Ulloa manifestó que Don Bosco, nos invita a que podamos responder como él, que respondió a un llamado a la santidad. “Salimos a reafirmar que Dios está en nuestras vidas".

  


Juan Melchor Bosco Occhiena más conocido como Don Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en I Becchi (Piamonte Cerdeña) y murió el 31 de enero de 1888 en Turín, Italia.

Durante su labor pastoral, fue autor de numerosas obras, todas dirigidas a la educación juvenil y a la defensa de la fe católica.Fundó la Congregación Salesiana y la Orden de las Hijas de María Auxiliadora.

Don Bosco fue beatificado el 2 de junio de 1929, 39 años después de iniciado el proceso y canonizado el 1 de abril de 1934, por el Papa Pío XI.

Su estatua fue puesta en un nicho reservado a los santos fundadores de órdenes religiosas en la Basílica de San Pedro y es el único santo cuya estatua está por encima de la de San Pedro.

Fue autor de numerosas obras, todas dirigidas a la educación juvenil y a la defensa de la fe católica, lo que lo destaca como uno de los principales promotores de la imprenta.


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FUENTE:

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LA VIDA DE JUAN BOSCO - SACERDOTE, MAESTRO Y SANTO.



Tuvo una niñez muy dura. Una vez ordenado sacerdote, empleó todas sus energías en la educación de los jóvenes. Sus grandes amores que fundamentan su espiritualidad: La Eucaristía, la Virgen María, la Iglesia, la fidelidad al Santo Padre, la juventud.

Fundador de la Congregación de los Salesianos, comunidad religiosa con rama masculina y femenina, dedicados a la educación de los jóvenes, en especial los pobres. Les enseñaba la vida cristiana y diversos oficios. Atrajo y sigue atrayendo a multitudes de jóvenes a Cristo. La Congregación toma su nombre de San Francisco de Sales.

Famoso por sus sueños proféticos, ¡se conocen 159 de ellos! Quizás el mas famoso es el de la Nave de Pedro, que explicaremos mas adelante.

San Juan Bosco escribió también algunos opúsculos en defensa de la religión.

Gran constructor de iglesias, entre ellas la Basílica de San Juan Evangelista, la Basílica de María Auxiliadora y la Iglesia del Sagrado Corazón en Roma donde celebró su última misa.

Vida de San Juan Bosco

Juan Melchor nace en 1815, junto a Castelnuovo, en la diócesis de Turín. Era el menor de los hijos de un campesino piamontés. Su niñez fue muy dura. Su padre murió cuando Juan tenía apenas dos años y medio. La madre, Margarita, analfabeta y muy pobre, pero santa y laboriosa mujer, que debió luchar mucho para sacar adelante a sus hijos, se hizo cargo de su educación.

El primero de sus 159 sueños proféticos

A los nueve años de edad, un sueño que el rapazuelo no olvidó nunca, le reveló su vocación. Más adelante, en todos los períodos críticos de su vida, una visión del cielo le indicó siempre el camino que debía seguir.

En aquel primer sueño, se vio rodeado de una multitud de chiquillos que se peleaban entre sí y blasfemaban; Juan Bosco trató de hacer la paz, primero con exhortaciones y después con los puños. Súbitamente apareció Nuestro Señor y le dijo: "¡No, no; tienes que ganártelos con la mansedumbre y el amor!" Le indicó también que su Maestra sería la Santísima Virgen, quien al instante apareció y le dijo: "Toma tu cayado de pastor y guía a tus ovejas". Cuando la Señora pronunció estas palabras los niños se convirtieron primero, en bestias feroces y luego en ovejas.

Una gran cualidad: su interés por la salvación de la juventud

El sueño terminó, pero desde aquel momento Juan Bosco comprendió que su vocación era ayudar a los niños pobres, y empezó inmediatamente a enseñar el catecismo y a llevar a la iglesia a los chicos de su pueblo. Para ganárselos, acostumbraba ejecutar ante ellos toda clase de acrobacias, en las que llegó a ser muy ducho. Un domingo por la mañana, un acróbata ambulante dio una función pública y los niños no acudieron a la iglesia; Juan Bosco desafió al acróbata en su propio terreno, obtuvo el triunfo, y se dirigió victoriosamente con los chicos a la misa.

La alegría de Don Bosco

Los muchachos de la calle lo llamaban: ‘Ese es el Padre que siempre está alegre. El Padre de los cuentos bonitos’. Su sonrisa era de siempre. Nadie lo encontraba jamás de mal humor y nunca se le escuchaba una palabra dura o humillante. Hablar con él la primera vez era quedar ya de amigo suyo para toda la vida. El Señor le concedió también el don de consejo: Un consejo suyo cambiaba a las personas. Y lo que decía eran cosas ordinarias.

Durante las semanas que vivió con una tía que prestaba servicios en casa de un sacerdote, Juan Bosco aprendió a leer. Tenía un gran deseo de ser sacerdote, pero hubo de vencer numerosas dificultades antes de poder empezar sus estudios. A los dieciséis años, ingresó finalmente en el seminario de Chieri y era tan pobre, que debía mendigar para reunir el dinero y los vestidos indispensables.

El alcalde del pueblo le regaló el sombrero, el párroco la chaqueta, uno de los parroquianos el abrigo y otro, un par de zapatos. Después de haber recibido el diaconado, Juan Bosco pasó al seminario mayor de Turín y ahí empezó, con la aprobación de sus superiores, a reunir los domingos a un grupo de chiquillos y mozuelos abandonados de la ciudad.

San José Cafasso, sacerdote de la parroquia anexa al seminario mayor de Turín, confirmó a Juan Bosco en su vocación, explicándole que Dios no quería que fuese a las misiones extranjeras: "Desempaca tus bártulos --le dijo--, y prosigue tu trabajo con los chicos abandonados. Eso y no otra cosa es lo que Dios quiere de ti".

El mismo Don Cafasso le puso en contacto con los ricos que podían ayudarle con limosnas para su obra, y le mostró las prisiones y los barrios bajos en los que encontraría suficientes clientes para aprovechar los donativos de los ricos.

El primer puesto que ocupó Don Bosco fue el de capellán auxiliar en una casa de refugio para muchachas, que había fundado la marquesa di Barola, la rica y caritativa mujer que socorrió a Silvio Pellico cuando éste salió de la prisión. Los domingos, Don Bosco no tenía trabajo de modo que podía ocuparse de sus chicos, a los que consagraba el día entero en una especie de escuela y centro de recreo, que él llamó "Oratorio Festivo".

Pero muy pronto, la marquesa le negó el permiso de reunir a los niños en sus terrenos, porque hacían ruido y destruían las flores. Durante un año, Don Bosco y sus chiquillos anduvieron de "Herodes a Pilatos", porque nadie quería aceptar ese pequeño ejército de más de un centenar de revoltosos muchachos.

Cuando Don Bosco consiguió, por fin, alquilar un viejo granero, y todo empezaba a arreglarse, la marquesa, que a pesar de su generosidad tenía algo de autócrata, le exigió que escogiera entre quedarse con su tropa o con su puesto en el refugio para muchachas. El santo escogió a sus chicos.

Oratorios, escuelas, talleres...


En esos momentos críticos, le sobrevino una pulmonía, cuyas complicaciones estuvieron a punto de costarle la vida. En cuanto se repuso, fue a vivir en unos cuartuchos miserables de su nuevo oratorio, en compañía de su madre, y ahí se entregó, con toda el alma, a consolidar y extender su obra. Dio forma acabada a una escuela nocturna, que había inaugurado el año precedente, y como el oratorio estaba lleno a reventar, abrió otros dos centros en otros tantos barrios de Turín.

Por la misma época, empezó a dar alojamiento a los niños abandonados. Al poco tiempo, había ya treinta o cuarenta chicos, la mayoría aprendices, que vivían con Don Bosco y su madre en el barrio de Valdocco. Los chicos llamaban a la madre de Don Bosco "Mamá Margarita".

Con todo, Don Bosco cayó pronto en la cuenta que todo el bien que hacía a sus chicos se perdía con las malas influencias del exterior, y decidió construir sus propios talleres de aprendizaje. Los dos primeros: el de los zapateros y el de los sastres, fueron inaugurados en 1853.

Crece la familia

El siguiente paso fue construir una iglesia, consagrada a San Francisco de Sales. Después vino la construcción de una casa para la enorme familia. El dinero no faltaba, a veces, por verdadero milagro. Don Bosco distinguía dos grupos entre sus chicos: el de los aprendices, y el de los que daban señales de una posible vocación sacerdotal. Al principio iban a las escuelas del pueblo; pero con el tiempo, cuando los fondos fueron suficientes, Don Bosco instituyó los cursos técnicos y los de primeras letras en el oratorio.

En 1856, había ya 150 internos, cuatro talleres, una imprenta, cuatro clases de latín y diez sacerdotes. Los externos eran quinientos. Con su extraordinario don de simpatía y de leer los corazones, Don Bosco ejercía una influencia ilimitada sobre sus chicos, de suerte que podía gobernarles con aparente indulgencia y sin castigos, para gran escándalo de los educadores de su tiempo.

Veía en sueños el estado exacto de la conciencia de sus discípulos y después los llamaba y les hacía una descripción tan completa de los pecados que ellos habían cometido, que muchos aclamaban emocionados: "Si hubiera venido un ángel a contarle toda mi vida no me habría hablado con mayor precisión" .

Se gana de tal manera el cariño de los jóvenes, que es difícil encontrar en toda la historia de la humanidad, después de Jesús, un educador que haya sido tan amado como Don Bosco. Los jóvenes llegaban hasta pelear unos contra otros afirmando cada uno que a él lo amaba el santo más que a los demás.

Dedicó su vida a la difusión de las buenas lecturas
 
 
Además de este trabajo, Don Bosco se veía asediado de peticiones para que predicara; la fama de su elocuencia se había extendido enormemente a causa de los milagros y curaciones obradas por la intercesión del santo. Otra forma de actividad, que ejerció durante muchos años, fue la de escribir libros para el gusto popular, pues estaba convencido de la influencia de la lectura.

Él decía que Dios lo había enviado al mundo para educar a los jóvenes pobres y para propagar buenos libros, los cuales, además eran sumamente sencillos y fáciles de entender. "Propagad buenos libros --decía Don Bosco-- sólo en el cielo sabréis el gran bien que produce una buena lectura". Unas veces se trataba de una obra de apologética, otras de un libro de historia, de educación o bien de una serie de lecturas católicas. Este trabajo le robaba gran parte de la noche y al fin, tuvo que abandonarlo, porque sus ojos empezaron a debilitarse.

En búsqueda de colaboradores

El mayor problema de Don Bosco, durante largo tiempo, fue el de encontrar colaboradores. Muchos jóvenes sacerdotes entusiastas, ofrecían sus servicios, pero acababan por cansarse, ya fuese porque no lograban dominar los métodos impuestos por Don Bosco, o porque carecían de su paciencia para sobrellevar las travesuras de aquel tropel de chicos mal educados y frecuentemente viciosos, o porque perdían la cabeza al ver que el santo se lanzaba a la construcción de escuelas y talleres, sin contar con un céntimo.

Aun hubo algunos que llevaron a mal que Don Bosco no convirtiera el oratorio en un club político para propagar la causa de "La Joven Italia". En 1850, no quedaba a Don Bosco más que un colaborador y esto le decidió a preparar, por sí mismo, a sus futuros colaboradores. Así fue como Santo Domingo Savio ingresó en el oratorio, en 1854.

Nace la gran familia Salesiana

Por otra parte, Don Bosco había acariciado siempre la idea, más o menos vaga, de fundar una congregación religiosa. Después de algunos descalabros, consiguió por fin formar un pequeño núcleo. "En la noche del 26 de enero de 1854 --escribe uno de los testigos-- nos reunimos en el cuarto de Don Bosco. Se hallaban ahí además, Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Llegamos a la conclusión de que, con la ayuda de Dios, íbamos a entrar en un período de trabajos prácticos de caridad para ayudar a nuestros prójimos.

Al fin de ese período, estaríamos en libertad de ligarnos con una promesa, que más tarde podría transformarse en voto. Desde aquella noche recibieron el nombre de Salesianos todos los que se consagraron a tal forma de apostolado. Naturalmente, el nombre provenía del gran obispo de Ginebra, San Francisco de Sales (el "Santo de la amabilidad"). El momento no parecía muy oportuno para fundar una nueva congregación, pues el Piamonte no había sido nunca más anticlerical que entonces.

Los jesuitas y las Damas del Sagrado Corazón habían sido expulsados; muchos conventos habían sido suprimidos y, cada día, se publicaban nuevas leyes que coartaban los derechos de las órdenes religiosas. Sin embargo, fue el ministro Rattazzi, uno de los que más parte había tenido en la legislación, quien urgió un día a Don Bosco a fundar una congregación para perpetuar su trabajo y le prometió su apoyo ante el rey".

En diciembre de 1859, Don Bosco y sus veintidos compañeros decidieron finalmente organizar la congregación, cuyas reglas habían sido aprobadas por Pío IX. Pero la aprobación definitiva no llegó sino hasta quince años después, junto con el permiso de ordenación para los candidatos del momento. La nueva congregación creció rápidamente: en 1863 había treinta y nueve salesianos; a la muerte del fundador, eran ya 768, y en la actualidad se cuentan por millares: Diecisiete mil en 105 países, con 1,300 colegios y 300 parroquias, y se hallan establecidos en todo el mundo.

Don Bosco realizó uno de sus sueños al enviar sus primeros misioneros a la Patagonia. Poco a poco, los Salesianos se extendieron por toda la América del Sur. Cuando San Juan Bosco murió, la congregación tenía veintiséis casas en el Nuevo Mundo y treinta y ocho en Europa. Las instituciones salesianas en la actualidad comprenden escuelas de primera y segunda enseñanza, seminarios, escuelas para adultos, escuelas técnicas y de agricultura, talleres de imprenta y librería, hospitales, etc., sin omitir las misiones extranjeras y el trabajo pastoral.

El siguiente paso de Don Bosco fue la fundación de una congregación femenina, encargada de hacer por las niñas lo que los Salesianos hacían por los niños. La congregación quedó inaugurada en 1872, con la toma de hábito de veintisiete jóvenes, entre ellas, Santa María Dominga Mazzarello, que fue la cofundadora, a las que el santo llamó Hijas de Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos (o Hijas de María Auxiliadora). La nueva comunidad se desarrolló casi tan rápidamente como la anterior y emprendió, además de otras actividades, la creación de escuelas de primera enseñanza en Italia, Brasil, Argentina y otros países. "Hoy en día son dieciséis mil, en setenta y cinco países".

Para completar su obra, Don Bosco organizó a sus numerosos colaboradores del exterior en una especie de tercera orden, a la que dio el título de Colaboradores Salesianos. Se trataba de hombres y mujeres de todas las clases sociales, que se obligaban a ayudar en alguna forma a los educadores salesianos.

Nuestro Señor le inspiró un sabio método de enseñanza
 
El sueño o visión que tuvo Don Bosco en su juventud marcó toda su actividad posterior con los niños. Todo el mundo sabe que para trabajar con los niños, hay que amarlos; pero lo importante es que ese amor se manifieste en forma comprensible para ellos. Ahora bien, en el caso de Don Bosco, el amor era evidente, y fue ese amor el que le ayudó a formar sus ideas sobre el castigo, en una época en que nadie ponía en tela de juicio las más burdas supersticiones acerca de ese punto.

Los métodos de Don Bosco consistían en desarrollar el sentido de responsabilidad, en suprimir las ocasiones de desobediencia, en saber apreciar los esfuerzos de los chicos, y en una gran amistad. En 1877 escribía: "No recuerdo haber empleado nunca un castigo propiamente dicho. Por la gracia de Dios, siempre he podido conseguir que los niños observen no sólo las reglas, sino aun mis menores deseos". Pero a esta cualidad se unía la perfecta conciencia del daño que puede hacer a los niños un amor demasiado indulgente, y así lo repetía constantemente Don Bosco a los padres.

Una de las imágenes más agradables que suscita el nombre de Don Bosco es la de sus excursiones domingueras al bosque, con una parvada de rapazuelos. El santo celebraba la misa en alguna iglesita de pueblo, comía y jugaba con los chicos en el campo, les daba una clase de catecismo, y todo terminaba al atardecer, con el canto de las vísperas, pues Don Bosco creía firmemente en los benéficos efectos de la buena música.

La construcción de iglesias

El relato de la vida de Don Bosco quedaría trunco, si no hiciéramos mención de su obra de constructor de iglesias. La primera que erigió era pequeña y resultó pronto insuficiente para la congregación. El santo emprendió entonces la construcción de otra mucho más grande, que quedó terminada en 1868. A ésta siguió una gran basílica en uno de los barrios pobres de Turín, consagrada a San Juan Evangelista.

El esfuerzo para reunir los fondos necesarios había sido inmenso; al terminar la basílica, el santo no tenía un céntimo y estaba muy fatigado, pero su trabajo no había acabado todavía. Durante los últimos años del pontificado de Pío IX, se había creado el proyecto de construir una iglesia del Sagrado Corazón en Roma, y el Papa había dado el dinero necesario para comprar el terreno. El sucesor de Pío IX se interesaba en la obra tanto como su predecesor, pero parecía imposible reunir los fondos para la construcción.

"Es una pena que no podamos avanzar" --dijo el Papa al terminar un consistorio--. "La gloria de Dios, el honor de la Santa Sede y el bien espiritual de muchos fieles están comprometidos en la empresa. Y no veo cómo podríamos llevarla adelante"

--"Yo puedo sugerir una manera de hacerlo" --dijo el cardenal Alimonda.
--"¿Cuál? --preguntó el Papa.
--"Confiar el asunto a Don Bosco".
–"¿Y Don Bosco estaría dispuesto a aceptar?"
–"Yo le conozco bien" --replicó el cardenal--; "la simple manifestación del deseo de Vuestra Santidad será una orden para él".

La tarea fue propuesta a Don Bosco, quien la aceptó al punto.

Cuando ya no pudo obtener más fondos en Italia, se trasladó a Francia, el país en que había nacido la devoción al Sagrado Corazón. Las gentes le aclamaban en todas partes por su santidad y sus milagros y el dinero le llovía. El porvenir de la construcción de la nueva iglesia estaba ya asegurado; pero cuando se aproximaba la fecha de la consagración, Don Bosco repetía que, si se retardaba demasiado, no estaría en vida para asistir a ella. La consagración de la iglesia tuvo lugar el 14 de mayo de 1887, y San Juan Bosco celebró ahí la misa, poco después.

Muerte de Don Bosco

Pero sus días tocaban a su fin. Dos años antes, los médicos habían declarado que el santo estaba completamente agotado y que la única solución era el descanso; pero el reposo era desconocido para Don Bosco. A fines de 1887, sus fuerzas empezaron a decaer rápidamente; la muerte sobrevino el 31 de enero de 1888, cuando apenas comenzaba el día, de suerte que algunos autores escriben, sin razón, que Don Bosco murió al día siguiente de la fiesta de San Francisco de Sales.

Su cuerpo permanece incorrupto en la Basílica de María Auxiliadora en Turín, Italia.

Sus últimas recomendaciones fueron: "Propagad la devoción a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros. Ayudad mucho a los niños pobres, a los enfermos, a los ancianos y a la gente más necesitada, y conseguiréis enormes bendiciones y ayudas de Dios. Os espero en el Paraíso".

Cuarenta mil personas desfilaron ante su cadáver en la iglesia, y sus funerales fueron una especie de marcha triunfal, porque toda la ciudad de Turín salió a la calle durante tres días a honrar a Don Bosco por última vez.

Fueron tantos los milagros conseguidos al encomendarse a Don Bosco, que el Sumo Pontífice lo canonizó cuando apenas habían pasado cuarenta y seis años de su muerte (en 1934) y lo declaró Patrono de los que difunden buenas lecturas y "Padre y maestro de la juventud".
 
 
 

ORACIÓN

Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco, que tanto trabajasteis por la salvación de las almas, sed nuestra guía en buscar el bien de la nuestra y la salvación del prójimo, ayudadnos a vencer las pasiones y el respeto humano, enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Santísima Auxiliadora y al Papa, y obtenednos de Dios una santa muerte, para que podamos un día hallarnos juntos en el Cielo. Así sea. __________
 
 
 
ORACIÓN PARA OBTENER ALGUNA  GRACIA ESPECIAL

Oh Don Bosco Santo, cuando estabais en esta tierra no había nadie que acudiendo a Vos, no fuera, por Vos mismo, benignamente recibido, consolado y ayudado. Ahora en el cielo, donde la caridad se perfecciona ¡cuánto debe arder vuestro gran corazón en amor hacia los necesitados! Ved, pues, mis presentes necesidades y ayudadme obteniéndome del Señor (pídase la gracia).

También Vos habéis experimentado durante la vida las privaciones, las enfermedades, las contradicciones, la incertidumbre del porvenir, las ingratitudes, las afrentas, las calumnias, las persecuciones y sabéis qué cosa es sufrir.

Ea, pues, oh Don Bosco Santo, volved hacia mí vuestra bondadosa mirada y obtenedme del Señor cuánto pido, si es ventajoso para mí alma; o si no, obtenedme alguna otra gracia que me sea aún más útil, y una conformidad filial a la divina voluntad en todas las cosas, al mismo tiempo que una vida virtuosa y una santa muerte. Así sea. __________


 
ORACIÓN A SAN JUAN BOSCO

Oh Don Bosco Santo, que con tan gran amor y celo cultivasteis las múltiples formas de acción católica que hoy florecen en la Iglesia, conceded a sus asociaciones el mayor progreso y desarrollo. Redoblad en todos los corazones la devoción a la Santísima Eucaristía y a María Auxiliadora de los Cristianos. Acrecentad en ellos el amor al Papa, el celo por la propagación de la fe, un solícito esmero por la educación de la juventud y grandes entusiasmos para suscitar nuevas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. Haced que en cada una de las naciones se fomente y arraigue la guerra contra la blasfemia y el mal hablar y contra la prensa impía; haciendo surgir en todas partes nuevos cooperadores para las diversas formas de apostolado recomendadas por el Vicario de Cristo. Infundid en todos los corazones católicos la llama de vuestro celo, para que, viviendo en caridad difusiva, puedan al fin de su vida recoger el fruto de las muchas obras buenas practicadas durante ella.


Padrenuestro…, Dios te salve…, Gloria…
San Juan Bosco, rogad por nosotros.
 
 
 
FUENTE:https://www.facebook.com/daniel.yocatolico
  "Vidas de los Santos de Butler", tomo I, excepto algunas adaptaciones hechas por las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María, y partes que van en letra itálica, procedentes de: "Vidas de Santos (1)" y "Autobiografía de San Juan Bosco", del Padre Eliécer Sálesman, Apostolado Bíblico Católico.
 
                  http://www.devocionario.com

RECORDANDO A DON BOSCO.


 
 
Reflexiones sobre la misión y la identidad del sacerdote


¡Excelencia! ¡Sepa que don Bosco es sacerdote en el altar, sacerdote en el confesionario, sacerdote en medio a sus jóvenes, y como es sacerdote en Torino, así es sacerdote en Florencia, sacerdote en la casa del pobre, sacerdote en el palacio del Rey y de los ministros!
 
 
CON ESTAS PALABRAS SINCERAS Y VALIENTES, don Bosco emprende su conversación con Bettino Ricasoli, Presidente del Consejo de los Ministros del Reino de Italia, en diciembre de 1866, cuando fue oficiosamente encargado de apoyar la misión diplomática confiada al comendador Michelangelo Tonello para llegar a un acuerdo entre el estado italiano y la Santa Sede a propósito de las numerosas sedes episcopales vacantes, en pleno proceso del Resurgimiento.
 
 
Aquellas expresiones –que entre otras le vale la sincera admiración y la benevolencia de Ricasoli– expresa el amor de San Juan Bosco por su vocación sacerdotal. Es entonces oportuno, recoger algunos elementos de la “teología sacerdotal” de don Bosco, observando el modo con el cual interpretó y practicó el ministerio sacerdotal, en este año delicado, por deseo y disposición del Santo Padre, al sacerdote. Don Bosco, como es universal y afectuosamente llamado, es una de las figuras más luminosas de la santidad sacerdotal contemporánea y la vivencia de los santos es uno de los lugares teológicos que frecuentemente Benedicto XVI valoriza.
 
 
No casualmente el inicio del año sacerdotal coincide con la muerte del Santo Cura de Ars, no solo propuesto a la imitación de los sacerdotes, sino indicado también como clave hermenéutica del mismo misterio del sacerdocio ministerial.
 
 
La santidad presbiteral de don Bosco parece contener un elemento de originalidad que vale la pena tomar y profundizar. Es ésta la opinión de un notable teólogo contemporáneo que, en una entrevista, a la pregunta sobre quiénes serían algunos santos portadores de novedad en la Iglesia de nuestros tiempos, declaraba:
 
Me gusta recordar a aquel que se ha anticipado al Concilio [Vaticano II] en un siglo: don Bosco. Él es ya proféticamente un nuevo modelo de santidad por su obra, que está en contraste con el modo de pensar y de creer de sus contemporáneos.
 
 
A partir de estas consideraciones, propondré dos reflexiones: la primera buscará tomar la peculiar novedad de la santidad presbiteral de don Bosco, la segunda, a su vez, indagará sobre la perenne fuente de la excelencia de su vida sacerdotal. En el desenvolvimiento de mis reflexiones pondré en confrontación la experiencia de don Bosco con algunas situaciones del contexto cultural y eclesial contemporáneo.


1. Un sacerdote educador


Don Bosco dedicó toda su misión a un deber específico: la educación de los jóvenes. Por este motivo, en ocasión del primer Centenario de su transitus, el Venerable Juan Pablo II le atribuyó el título de “Padre y maestro de la juventud”. Este rasgo de su personalidad no tiene necesidad de ulteriores explicaciones. Es universalmente conocido: don Bosco es por antonomasia el santo de los jóvenes.
 
 
Don Bosco pertenece a una amplio escuadrón de religiosos y religiosas que, en el transcurso de la historia moderna y contemporánea, han fundado instituciones educativas. Pero en don Bosco se encuentra una nota del todo particular, si no exclusiva: la asociación de la educación a la santidad.
 
 
Ella fue puesta en evidencia en la Iuvenum Patris. Don Bosco realiza su santidad personal en la educación, vivida con celo y corazón apostólico, y que simultáneamente sabe proponerla como meta concreta de su pedagogía. Precisamente tal intercambio entre educación y santidad es un aspecto característico de su figura: es educador santo, se inspira en un modelo santo —Francisco de Sales— es discípulo de un maestro espiritual santo —José Cafasso— y entre sus jóvenes sabe formar un alumno santo: Domingo Savio.
 
 
Don Bosco construye su proyecto personal de santidad educativa introduciendo en ellos sus energías interiores de sacerdote diocesano, fundador de una nueva Familia religiosa, y la laboriosidad de su ministerio. El decreto conciliar Presbyterorum Ordinis asegura que la santidad sacerdotal se realiza en el ejercicio del servicio ministerial. El misterio sacerdotal de don Bosco se catalizó en la acción educativa, concebida como una expresión elevada y sintética de los munera confiados a un sacerdote. El sacerdote es, de hecho, un educador en cuanto maestro que desarrolla su munus docendi, en cuanto guía autorizada que practica el munus regendi, en cuanto mistagogo que explica el munus sanctificandi para corroborar con la gracia sacramental el desarrollo de la personalidad humana y cristiana de los fieles sobre los que toma el cuidado.
 
 
Don Bosco, a pesar de que jamás fue formalmente un profesor, ha ejercitado una intensísima actividad formativa, como predicador incansable, catequista eficaz y escritor fecundísimo8. Ha sido un apóstol de la confesión y un sostenedor de la Comunión frecuente, además de maestro de oración.
 
 
Ha guiado a los jóvenes a través de las instituciones educativas por él fundadas, animadas y dirigidas, a través de la práctica de la dirección espiritual. Adolescentes y jóvenes fueron los destinatarios de esta interpretación “educativa” del ministerio sacerdotal.
 
 
Don Bosco muestra a cada sacerdote que la educación se coloca en el corazón mismo de su ministerio y que la dedicación a la misión educacional es un camino eficaz, si no privilegiado, para conseguir la propia perfección espiritual. En otras palabras: subsiste una circularidad virtuosa entre el empeño educativo del sacerdote y su santificación.
 
 
El actual Pontífice denuncia, con tono preocupado, el avance de una “emergencia educativa”. El contenido de una Carta dirigida a los fieles de su diócesis es aplicable a gran parte del mundo, en esta época de rápida globalización de modelos de pensamiento y de vida, vehiculizados, sobre todo, por la difusión de los medios de comunicación social y personal. Esto es cuanto escribe Benedicto XVI: 
 
 
Educar jamás ha sido fácil, y hoy parece cada vez más difícil [...] no sólo están en juego las responsabilidades personales de los adultos o de los jóvenes, que ciertamente existen y no deben ocultarse, sino también un clima generalizado, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien; en definitiva, de la bondad de la vida. Entonces, se hace difícil transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles en torno a los cuales construir la propia vida [...]. Cuando vacilan los cimientos y fallan las certezas esenciales, la necesidad de esos valores vuelve a sentirse de modo urgente; así, en concreto, hoy aumenta la exigencia de una educación que sea verdaderamente tal.
 
 
La Iglesia, compañera de la humanidad en camino, comparte “alegrías y dolores”, “esperanzas y angustias”, y, entonces, no puede no sentirse, hoy, profundamente interpelada por esta “emergencia educativa”. Los sacerdotes, que de la comunidad cristiana son leaders acreditados, no podrán eximirse de dar prioridad a este deber que representa, como fue dicho, una dimensión transversal al propio ministerio. Se repropone significativo, el llamado a la santidad de don Bosco, sacerdote-educador.
 
 
La actualidad de don Bosco sacerdote-educador se impone también por otro aspecto: su método educativo, el “sistema preventivo”. Aunque no haya sido él el “inventor”, don Bosco lo ha asumido como criterio de su praxis educativa, ha mostrado todas sus potencialidades, ha experimentado su suceso y también lo ha parcialmente teorizado en algunos de sus breves escritos de pedagogía.
 
 
Puede decirse que el rasgo peculiar de su creatividad se vincula a la praxis educadora que llamó “sistema preventivo”. Este representa, en cierto modo, la síntesis de la sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético que legó a los suyos y a toda la Iglesia, y que ha merecido la atención y el reconocimiento de numerosos educadores y estudiosos de pedagogía. La palabra “preventivo” que emplea, hay que tomarla, más que en su acepción lingüística estricta, en la riqueza de las características peculiares del arte de educar del Santo. Ante todo, es preciso recordar la voluntad de prevenir la aparición de experiencias negativas, que podrían comprometer las energías del joven u obligarle a largos y penosos esfuerzos de recuperación.
 
 
No obstante, en dicha palabra se significan también, vividas con intensidad peculiar, intuiciones profundas, opciones precisas y criterios metodológicos concretos; por ejemplo: el arte de educar en positivo, proponiendo el bien en vivencias adecuadas y envolventes, capaces de atraer por su nobleza y hermosura, el arte de hacer que los jóvenes crezcan desde dentro, apoyándose en su libertad interior, venciendo condicionamientos y formalismos exteriores; el arte de ganar el corazón de los jóvenes, de modo que caminen con alegría y satisfacción hacia el bien, corrigiendo desviaciones y preparándose para el mañana por medio de una sólida formación de su carácter.
 
 
El “sistema preventivo” de don Bosco, sintéticamente descrito por la Iuvenum Patris, está en profunda sintonía con el personalismo antropocéntrico que todavía constituye, aunque entre las miles contradicciones modernas, el “zócalo duro” de los valores compartidos o al menos compartibles en esta época de fragmentación cultural y de relativismo ético. Gran resonancia ha tenido un reciente congreso internacional, significativamente intitulado “Sistema Preventivo y Derechos humanos”. Si, de hecho, los “derechos humanos” aparecen como terreno común de visiones de la vida muy diversas sobre los cuales entablar diálogos y construir la convivencia humana, el “sistema preventivo” de don Bosco ofrece una articulada instrumentalización pedagógica apta para su defensa y promoción. La experiencia de la Familia salesiana fundada por don Bosco y en vital expansión, activada en contextos culturales y religiosos dispares, desde hace más de ciento cincuenta años confirma su validez.
 
 
Los sacerdotes de este primer escorzo del tercer milenio viven a menudo en ambientes culturales a evangelizar o reevangelizar. El “sistema preventivo” de don Bosco propone la mediación de la educación como camino eficaz para el anuncio del Evangelio. Se trata, evidentemente, de mucho más que de instrucción. El sistema preventivo es, de hecho, una síntesis de “razón y fe” o, como decía don Bosco, “razón y religión”. Es la traducción pedagógica integral, tan urgente en una época en la cual la presentación del Evangelio es preparada y acompañada de otra operación: restituir confianza a la potencia del logos perdido en tiempos del “pensamiento débil” y del nihilismo, reconstruir la conciencia de una “naturaleza humana” portadora de valores no negociables en un mundo en el cual el dominio de la técnica, muchas veces funcional a intereses económicos ocultos, quisiera reducirla a res manipulable.
 
 
Don Bosco, sacerdote que tenía en la mira, como sabía decir con el lenguaje religioso del ochocientos, “la salvación de las almas”, experimenta y propone el sistema preventivo en el cual la “razón” es uno de los tres pilares, con la “religión” y la “afectuosidad”. ¿Qué se entiende por razón?
 
 
El término “razón” destaca, según la visión auténtica del humanismo cristiano, el valor de la persona, de la conciencia, de la naturaleza humana, de la cultura, del mundo del trabajo y del vivir social, o sea, el amplio cuadro de valores que es como el equipo que necesita el hombre en su vida familiar, civil y política [... ] Resumiendo, la “razón”, en la que Don Bosco cree como don de Dios y quehacer indeclinable del educador, señala los valores del bien, los objetivos que hay que alcanzar y los medios y modos que hay que emplear. La “razón” invita a los jóvenes a una relación de participación en los valores captados y compartidos. La define también como “racionalidad”, por la cabida que debe tener la comprensión, el diálogo y la paciencia inalterable en que se realiza el nada fácil ejercicio de la racionalidad.
 
 
Por esto, evidentemente, supone la visión de una antropología actualizada y completa, libre de reducciones ideológicas. El educador moderno debe saber leer con atención los signos de los tiempos, a fin de individuar los valores emergentes que atraen a los jóvenes: la paz, la libertad, la justicia, la comunión y participación, la promoción de la mujer, la solidaridad,el desarrollo, las necesidades ecológicas.
 
 
Benedicto XVI ha hecho de la amistad entre fe y razón una de las llamadasde su altísimo Magisterio. La “razón” del “sistema preventivo” de don Bosco, integrada y perfeccionada por la “religión”, recuerda justamente el logos del cual el Santo Padre a menudo habla, un concepto amplio y confiado de la razón humana: amplio porque no está limitado a los espacios de la llamada razón empírica-científica, sino que está abierto a las cuestiones fundamentales e irrenunciables del vivir humano; confiado, porque si acoge las inspiraciones de la fe cristiana, es propulsora de una civilización que reconoce la dignidad de la persona humana, la intangibilidad de sus derechos y la conciencia de sus deberes. Y don Bosco, que despertaba la simpatía y, a menudo, el apoyo material y moral hasta de los anticlericales de su época, decía que el objetivo final de su propuesta educativa era hacer de cada muchacho “un buen cristiano y un honesto ciudadano”.
 
 
Cada sacerdote tiene en el corazón la acogida, la difusión del Evangelio y la transformación de la cultura según los valores del Cristianismo. Es una operación que jamás en la bimilenaria historia de la Iglesia resultó fácil o inmune de fracaso. Hoy los desafíos parecen multiplicarse. El “sistema preventivo” de don Bosco –esto es de un sacerdote santo que tiene, por lo tanto, un mensaje perenne que ofrecer a la Iglesia porque fue suscitado por el Espíritu Santo– es todavía muy actual: conjuga, a través de la mediación de la educación, fe y cultura.



2. Un sacerdote en oración


En don Bosco la misión educativa absorbió energías, requirió ritmos de trabajo sin descanso, se desarrolló en acciones prodigiosas. El testimonio de un salesiano de la primera generación, que vivió junto a don Bosco, y estudió detalladamente su espíritu, es elocuente.
 
 
El educador y el pedagogo, el padre de los huérfanos y el formador de los niños abandonados, el fundador de una congregación religiosa, el propagador del culto a María Auxiliadora, el instructor de uniones laicales expandidas por el mundo entero, el suscitador de la caridad operativa, el propulsor de misiones lejanas, el escritor popular de libros morales y apologías religiosas, el propulsor de la prensa honesta y católica, el creador de oficinas cristianas y de colecciones de libros, el hombre de la piedad religiosa y de la caridad, y el hombre de los negocios humanos o de intereses públicos, todo junto a un tiempo opera y avanza como si fueran otras tantas personas nacidas o destinadas a ello solo, y se funden en la única persona de un sacerdote sin apariencia, que no descompone jamás la serenidad de su aspecto ni la compostura modesta de su trato con los grandes gestos decorativos, ni enriquece su vocabulario con la retórica de las grandes frases.
 
 
Este “trabajo colosal”, según la expresión del Papa Pío XI que, joven sacerdote, conoce personalmente al santo, podría erróneamente inducir a pensar que en la vida sacerdotal de don Bosco haya habido un desequilibrio hacia la acción y una carencia de contemplación. Esta objeción fue levantada durante el proceso de beatificación, no separada de la duda de que subinfatigable actividad contuviese incluso una excesiva confianza en la adquisición de medios y apoyos materiales.
 
 
En realidad, durante el proceso canónico para su beatificación, los testimonios reunidos consintieron tomar conciencia del secreto de la actividad de don Bosco justo en su vida interior, profunda y cuidada, aunque sin manifestaciones exteriores sobrenaturales (si bien en los últimos años de su vida también éstas enriquecieron la fama de santidad de don Bosco) y sin amplificaciones respecto a la piedad sacerdotal de su tiempo. Don Bosco era un sacerdote de elevada espiritualidad que, sobre todo en los primeros años de su sacerdocio, en la escuela de su director espiritual San José Cafasso, en la residencia eclesiástica de Torino, aprecia hacer de la oración el corazón de su misión. Es la oración de un apóstol- sacerdote que precede, acompaña y sigue el ejercicio de su ministerio. Don Bosco se vuelve así un auténtico místico en la acción. Él es un sacerdote unificado en Dios en el cual no existe dicotomía entre oración y acción ni descuido de la una o de la otra, ni tensiones no resueltas entre las dos dimensiones. En este sentido, es de verdad un modelo para los sacerdotes llamados a crear un equilibrio benéfico entre su vida espiritual y el ministerio al cual se dedican, evitando el peligro tanto del activismo que agota las fuerzas físicas y recursos psicológicos, cuanto el de un espiritualismo desencarnado y compensatorio.
 
 
La «gracia de la unidad» se puede decir la tabla de su espiritualidad. Una espiritualidad que no sacrifica la oración a la acción y la acción a la oración. Todavía, entre urgencia apostólica, caritativa y humanizante, y una prolongada oración, el carisma de don Bosco lo lleva a elegir la acción, en la cual divisa una precisa voluntad divina. Pero es necesario decir también que él está de tal forma unido a Dios en el momento de la acción, de no lamentar la oración; y está unido de tal forma a Dios en la oración de no lamentar la acción.
 
 
Justo esta síntesis entre caridad apostólica y permanente unión con Dios, incita a Pío XI a proponer a don Bosco como ejemplo de vida sacerdotal en un memorable discurso tenido por él a los seminaristas romanos en junio de 1932, en el cual rememoraba un encuentro sucedido casi cincuenta años atrás entre él mismo, cuando era un joven sacerdote ambrosiano, y el santo.
 
 
Su vida de todo tiempo era una inmolación continua de caridad, un continuo recogimiento en oración: es ésta la impresión más viva que se tenía de su conversación: un hombre que estaba atento a todo aquello que ocurría delante a él; había gente que venía de todas partes, de Europa, de la China, del África, de la India, quien con una cosa, quien con otra: y él de pie, sobre dos pies, como si fuese una cosa del momento, escuchaba todo, aferraba todo, respondía a todo y siempre en un alto recogimiento. Se habría dicho que no atendía a nada de aquello que se decía a su alrededor: se habría dicho que su pensamiento estaba en otro lugar y era verdaderamente así; estaba en otro lugar: estaba con Dios, con espíritu de unión; pero después, aquí estaba para responder a todos: y tenía la palabra exacta para todos y para él mismo de maravillarse: primero, de hecho, sorprendía y después maravillaba.
 
 
La unión con Dios, constante y creciente, que caracterizó el obrar diligente de don Bosco fue alimentada sobretodo de dos fuentes: la Eucaristía y la devoción mariana. Don Bosco es uno de aquellos santos eucarísticos de los que habla el Papa Benedicto XVI, aunque sin mencionarlo explícitamente, en su carta Sacramentum Caritatis. Lo es por varios motivos. Aquí le recordamos dos, mayormente asociados al ejercicio del ministerio sacerdotal. Ante todo, el fervor con el cual celebraba cotidianamente la misa, dejando una profunda impresión en todos aquellos que asistían. 
 
 
Hemos asistido tantas veces a su misa, pero en el ínterin siempre se apoderaba de nosotros un suave sentimiento de fe, en el observar la devoción que traslucía de todo su comportamiento, la exactitud en el proseguir las sacras ceremonias, el modo de pronunciar las palabras y la unción que acompañaba sus oraciones. Y la edificante impresión recibida no se cancelaba nunca más.
 
 
Adonde fuera, y siendo fuera de Italia, al saberse la hora y el lugar donde don Bosco celebraba, bastaba para reunir gente en torno a su altar.
 
 
La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente una espiritualidad eucarística. Este axioma ha encontrado y encuentra correspondencia en la santidad de los sacerdotes. Los santos sacerdotes tienen un concepto elevadísimo de la Misa. Lo ha recordado también el Santo Padre en ocasión de la introducción del año sacerdotal citando las palabras del Cura de Ars:
 
“La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!” Siempre que celebraba, tenía la costumbre de ofrecer también la propia vida como sacrificio: “¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!”.
 
 
El segundo motivo que induce a considerar a don Bosco “un santo eucarístico” es la fidelidad a las normas litúrgicas, que no son –como algunos han querido hacer creer en años todavía recientes– un pasivo y anónimo acostumbramiento al ritualismo, sino que, en su significado más profundo, representan una garantía de eclesialidad, porque la Misa no pertenece al sacerdote celebrante, sino a la Iglesia, sacramente vivo del Señor Jesús.
 
 
Entre los varios testimonios recordamos lo puntualizado por su biógrafo: “llevaba siempre consigo el librito de las ceremonias de la Misa y a menudo lo leía para no olvidarse las rúbricas incluso mínimas. Y sobre este ejemplo se forman sus sacerdotes”.
 
 
La otra gran fuente de su profunda vida espiritual es la devoción mariana, tomada de su gran educadora en la fe, su mamá, la Venerable Margarita Occhiena. Ella está esculpida en dos monumentos: la basílica de María Auxiliadora en Turín, uno de los santuarios marianos más célebres en Italia y en el mundo, y el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, las religiosas salesianas por él fundadas y esparcidas por todo el mundo. La devoción mariana se desarrolló en la experiencia espiritual de don Bosco como un recurso de gracia, de esperanza, de fidelidad y de inspiración para el ejercicio de su ministerio sacerdotal y educativo al punto que, al final de su vida, él, repensando en su actividad, exclamó: “ha hecho todo Ella”.
 
 
Don Bosco es un sacerdote mariano. Pertenece plenamente a su siglo, el XIX, que conoce un extraordinario florecimiento de la piedad mariana, el siglo de la definición del dogma de la Inmaculada concepción, en 1854, de las apariciones marianas, entre las cuales Lourdes (1858) que el mismo don Bosco hizo conocer.
 
 
Y de su espiritualidad mariana se subraya la devoción al Rosario. Él fue un apóstol de esta oración a la cual atribuía gran parte del éxito de su ministerio. Don Bosco no es un sacerdote afecto de una suerte de “pelagianismo pastoral” del cual no parecen inmunes ciertos estilos modernos de ministerio sacerdotal: él cree que solo la gracia de Dios puede hacer fecundo su obra, e invoca la gracia de Dios a través de la oración mariana de los humildes y de los pobres, el Rosario. Es un testimonio siempre oportuno para evitar el riesgo de pensar y proyectar la acción pastoral según criterios de eficiencia y de burocracia que no pertenecen al misterio de la Iglesia y de la gracia.
 
 
Por eso, concluyo estas reflexiones sobre la actualidad de don Bosco sacerdote con otro episodio transmitido en las Memorias biográficas, que ilustra el espesor espiritual de este sacerdote que ha actuado confiando siempre en Dios y en María. En los años del Resurgimiento italiano, un notorio exponente del liberalismo se acercó en visita a Valdocco, interesado en conocer más de cerca la obra de don Bosco. Se trataba de Roberto d’Azeglio.
 
 
El Marqués admirando cada cosa alababa altamente todo, pero consideraba tiempo perdido aquel que se empleaba en las largas oraciones, y decía que a esa “antigüalla” de 50 Avemarías espetadas una tras otra no lo consideraba sano y que D. Bosco habría debido abolir aquella práctica aburrida. – Pues bien, responde amorosamente D. Bosco: yo tengo en mucho tal práctica: y por esta estaría dispuesto a dejar más bien tantas otras cosas importantes, pero no ésta, y si fuera el caso también renunciaría a su preciosa amistad, pero jamás al rezo del S. Rosario.

 
Autor: Roberto Spataro
Director del Studium Theologicum Salesianum en Jerusalén
 
(Texto adaptado de su obra “Recordando a San Juan Bosco”. Omito las notas Y citas bibliográficas de su ensayo, que igualmente contienen un gran valor didáctico.)

"DON BOSCO" PELÍCULA COMPLETA - AÑO 2004.

En un siglo agitado por las luchas políticas, tensiones religiosas, nuevas tecnologías y revoluciones culturales, Don Bosco, un hombre de fe, con una dedicación total, logró transmitir un mensaje de "razón, religión y cariño" a miles de muchachos abandonados, atraídos por su afabilidad y su familiaridad con Dios. Así superaron la pobreza, la ignorancia y el desamparo social, y sintieron la emoción de sentirse queridos.

La película recorre las etapas más significativas de la vida de San Juan Bosco (1815-1888), Fundador de los Salesianos, desde su infancia en I Becchi (Turín), hasta el inicio de su trabajo con los jóvenes abandonados del Turín de la revolución industrial, y la fundación de la Congregación Salesiana.

La película, dividida en dos capítulos con un total de poco más de tres horas, narra los inicios de la obra de Don Bosco en Valdocco, barrio periférico de Turín, donde el santo abre su primera casa para acoger a los jóvenes. También se narra su infancia y el camino que recorre para llegar a ser sacerdote.

En la película aparecen los conflictos con las autoridades y las incomprensiones dentro de la misma Iglesia que Don Bosco tuvo que superar para fundar la Congregación Salesiana, en un momento en el que el poder político quería suprimir las órdenes religiosas.


Título Original: Don Bosco.
Director: Ludovico Gasparin
Protagonistas: Flavio Insinna / Brock Everitt-Elwic
Número de episodios: 1
Duración: 200 min.
Calificación: Recomendada para todos los públicos
Idiomas: Español
Año: 2004.




Su fiesta litúrgica se celebra el 31 de enero.En 1988 fue declarado padre y maestro de la juventud por el Papa, el ahora Beato Juan Pablo II.Y en 2015 se cumplirán 200 años de su nacimiento en I Becchi, Turín (Italia). Según palabras del actual Rector Mayor de los salesianos y 9º sucesor de Don Bosco, el mexicano D. Pascual Chávez, "no podemos llegar a la celebración del bicentenario sin conocer más y mejor a Don Bosco" (Aguinaldo 2012).

Patrichelle11,usuario de Youtube y quien ha visto la película "Don Bosco" que aquí dejo en esta entrada brinda las siguientes expresiones respecto a la producción y a la vida de San Juan Bosco.
"Excelente ejemplo de vida que es lo que hay que rescatar no importa las creencias sino el aporte que hizo, porque criticar si alguno cree o no cree, Jesus dijo mi madre y mis hermanos son los que hacen mi voluntad, hacen falta mas don boscos en el mundo que se preoucupen mas por hacer el bien, por dar alimento de cuerpo y del alma que es la esperanza en un futuro mejor, para los marginados, como dice un dicho el mundo no cambia con criticas sino con ejemplos de vida!! el fue uno y tu lo eres?"


DESCARGAR: (12 PARTES COMPRIMIDAS)

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ORACIONES POR LOS SACERDOTES (3)





ORACIÓN POR LOS SACERDOTES

Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento,
que quisiste perpetuarte entre nosotros
por medio de tus Sacerdotes,
haz que sus palabras sean sólo las tuyas,
que sus gestos sean los tuyos,
que su vida sea fiel reflejo de la tuya.
Que ellos sean los hombres
que hablen a Dios de los hombres
y hablen a los hombres de Dios.
Que non tengan miedo al servicio,
sirviendo a tu Pueblo Santo.
Que sean hombres,
testigos del eterno en nuestro tiempo,
caminando por las sendas de la historia
con tu mismo paso y haciendo el bien a todos.
Que sean fieles a sus compromisos,
celosos de su vocación y de su entrega,
claros espejos de la propia identidad
y que vivan con la alegría del don recibido.

Amen.




Oración por los sacerdotes

Para ofrecer la comunión por los sacerdotes. 

Padre Celestial, para mayor gloria de tu Santo Nombre, te ofrecemos al Verbo Encarnado que acabamos de recibir en el Sacramento de su Amor, y en quien tienes todas tus complacencias. 

Nos ofrecemos en unión con él, por manos de María Inmaculada, por la santificación y multiplicación de tus sacerdotes.

Derrama en ellos tu Divino Espíritu, enamoralos de la cruz y haz muy fecundo su apostolado.

Amén.




OFRECIMIENTO DE UN SACERDOTE

Estare ante ti, divino señor
estare a tu lado en la hora santa
Confiado ante ti, me aferro a tu amor
te adoro Jesús, postrado a tus plantas.

Inmensa tristeza, invade mi ser
veo tu aflicción en Getsemaní.
Terrible temor, debiste tener
al cruel sufrimiento, por amor a mí.

Perdon señor mío, por tanto desprecio
de aquellas almas, que no te conocen.
De tu sacrificio, ya no hacen aprecio
tu fiel amor, y poder desconocen.

Jesús nunca dejes, que caiga en letargo
Muy cerca de ti, quiero siempre estar.
Mi vida completa, a tu amor la consagro
muy lleno de gozo, frente a tu altar.




ORACIÓN POR LA IGLESIA Y SUS SACERDOTES

Oh, Jesús mío te ruego por toda la Iglesia: concédele el amor y la luz de tu Espíritu y da poder a las palabras de los sacerdotes para que Los corazones endurecidos se ablanden y vuelvan a ti, Señor.

Señor, danos sacerdotes santos; tú mismo consérvalos en la santidad. Oh divino y Sumo Sacerdote, que el poder de tu misericordia los acompañe en todas partes y los proteja de las trampas y asechanzas del maligno, que están siendo tendidas incesantemente para las almas de los sacerdotes. Que el poder de tu misericordia, oh Señor, destruya y haga fracasar lo que pueda empañar la santidad de los sacerdotes, ya que tú lo puedes todo.

Oh, mi amadísimo Jesús, te ruego por el triunfo de la Iglesia, por la bendición para el Santo Padre y todo el clero, por la gracia de la conversión de los corazones endurecidos. Te pido Jesús, una bendición especial y luz para los sacerdote ante los cuales me confesare durante toda mi vida.




Oración Por Un Sacerdote Difunto

Señor te rogamos que el alma de tu Sacerdote, tu siervo N... mientras moraba en este mundo, Te adorno con regalos sagrados, ojala pueda regocijarse siempre en un lugar glorioso en el cielo. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.



San Juan María Vianney Patrón De Todos Los Sacerdotes 

San Juan María, ¡amado Cura de Ars! suplica a Jesús que nos envíe el ardiente Espíritu de amor, que te consumió a ti por el celo pastoral por las almas como para hacer de ti un ejemplo de oración y penitencia. Por Tu ejemplo y tu intercesión, consigue que seamos capaces de ganar las almas de nuestros hermanos por Cristo y con ellos alcanzar la gloria eterna.¡Querido Santo! Rogamos a ti que obtengas por los sacerdotes ese extraordinario celo y caridad que te consumió a ti de manera más eficaz en el tribunal sagrado. Ruega al Espíritu Santo para que derrame sobre los sacerdotes las gracias y la sabiduría que necesitan para dirigir, iluminar e inflamar las almas con el amor, aquellas que abandonaron los caminos del pecado, para que puedan seguir con perseverancia el camino de la justicia que conduce al corazón de Dios. Amén.



¿CONOCES EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN?

Se acerca la Semana Santa, la Pascua y el tiempo pascual. Estos días me llegan muchas preguntas relativas al sacramento de la Penitencia y a algunas prácticas que causan perplejidad a muchos fieles. Afortunadamente en la mayoría de parroquias se ha erradicado la praxis de las absoluciones colectivas sin los requisitos que las legitiman.

Con todo, parece que en muchos lugares se ha impuesto una curiosa costumbre:

Los fieles se acercan al confesor y se acusan genéricamente. Dicen “he pecado” o sólo manifiestan algún pecado. Seguidamente se les da la absolución.

Esta manera de proceder está explícitamente reprobada por la suprema autoridad de la Iglesia y, por tanto, debe suprimirse en los lugares donde aún se practica.

Como párroco considero que uno de los bienes más grandes para la mayoría de fieles que no practican habitualmente durante el año (y que por desgracia son mucha mayoría) es que se cumpla el precepto de confesar al menos una vez al año y comulgar por Pascua de Resurrección (que puede extenderse a la cincuentena pascual). Puede parecer poco, pero preguntémonos ¿cuántos son los fieles bautizados que no confiesan ni comulgan una sola vez al año?

La solicitud maternal de la Iglesia para con sus hijos manda con fuerza de precepto grave que no falte al menos esta confesión y comunión anual. Si esto se prepara bien y se hace debidamente puede ser el punto de partida para una reinserción gradual a la normalidad de la vida cristiana.
Sería una lastima y algo muy grave para la vida sobrenatural de los fieles (en palabras de Juan Pablo II) que se olvidaran estos saludables preceptos y que se desvirtuaran con prácticas del todo abusivas e inaceptables.

Dicho esto me permito recordar algunos puntos de la Carta Apostólica en forma de Motu PropioMisericordia Dei que todos los pastores y fieles de la Iglesia deberíamos tener muy claros.

En la carta de convocatoria del Año Sacerdotal, el Papa, proponiendo el ejemplo del Santo Cura de Ars, nos decía que los sacerdotes no deberíamos resignarnos jamás a ver los confesionarios vacíos. Ni de fieles, ni de sacerdotes que están allí ofreciendo el Sacramento. Tal vez el Santo Padre debería añadir que tampoco nos resignáramos a ver iglesias “vacías” de confesionarios, pues, aunque parezca increíble, éstos han llegado a desaparecer de algunos templos.

Los puntos que siguen del documento papal, como verán, son de gran actualidad ocho años después.


CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE «MOTU PROPRIO» MISERICORDIA DEI SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA (Breve extracto)

La tarde del día mismo de su Resurrección, cuando es inminente el comienzo de la misión apostólica, Jesús da a los Apóstoles, por la fuerza del Espíritu Santo, el poder de reconciliar con Dios y con la Iglesia a los pecadores arrepentidos: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23).

A lo largo de la historia y en la praxis constante de la Iglesia, el «ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18), concedida mediante los sacramentos del Bautismo y de la Penitencia, se ha sentido siempre como una tarea pastoral muy relevante, realizada por obediencia al mandato de Jesús como parte esencial del ministerio sacerdotal.

La celebración del sacramento de la Penitencia ha tenido en el curso de los siglos un desarrollo que ha asumido diversas formas expresivas, conservando siempre, sin embargo, la misma estructura fundamental, que comprende necesariamente, además de la intervención del ministro – solamente un Obispo o un presbítero, que juzga y absuelve, atiende y cura en el nombre de Cristo –, los actos del penitente: la contrición, la confesión y la satisfacción.

A fin de que el discernimiento sobre las disposiciones de los penitentes en orden a la absolución o no, y a la imposición de la penitencia oportuna por parte del ministro del Sacramento, hace falta que el fiel, además de la conciencia de los pecados cometidos, del dolor por ellos y de la voluntad de no recaer más, confiese sus pecados. En este sentido, el Concilio de Trento declaró que es necesario «de derecho divino confesar todos y cada uno de los pecados mortales». La Iglesia ha visto siempre un nexo esencial entre el juicio confiado a los sacerdotes en este Sacramento y la necesidad de que los penitentes manifiesten sus propios pecados, excepto en caso de imposibilidad.

Por lo tanto, la confesión completa de los pecados graves, siendo por institución divina parte constitutiva del Sacramento, en modo alguno puede quedar confiada al libre juicio de los Pastores (dispensa, interpretación, costumbres locales, etc.).

… consciente de mi responsabilidad pastoral y con plena conciencia de la necesidad y eficacia siempre actual de este Sacramento, dispongo cuanto sigue:

1. Los Ordinarios han de recordar a todos los ministros del sacramento de la Penitencia que la ley universal de la Iglesia ha reiterado, en aplicación de la doctrina católica sobre este punto, que:

a) «La confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único modo ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia; sólo la imposibilidad física o moral excusa de esa confesión, en cuyo caso la reconciliación se puede conseguir también por otros medios».

b) Por tanto, «todos los que, por su oficio, tienen encomendada la cura de almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están encomendados y que lo pidan razonablemente; y que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinadas que les resulten asequibles».

2. Los Ordinarios del lugar, así como los párrocos y los rectores de iglesias y santuarios, deben verificar periódicamente que se den de hecho las máximas facilidades posibles para la confesión de los fieles. En particular, se recomienda la presencia visible de los confesores en los lugares de culto durante los horarios previstos, la adecuación de estos horarios a la situación real de los penitentes y la especial disponibilidad para confesar antes de las Misas y también, para atender a las necesidades de los fieles, durante la celebración de la Santa Misa, si hay otros sacerdotes disponibles.

3. Dado que «el fiel está obligado a confesar según su especie y número todos los pecados graves cometidos después del Bautismo y aún no perdonados por la potestad de las llaves de la Iglesia ni acusados en la confesión individual, de los cuales tenga conciencia después de un examen diligente», se reprueba cualquier uso que restrinja la confesión a una acusación genérica o limitada a sólo uno o más pecados considerados más significativos. Por otro lado, teniendo en cuenta la vocación de todos los fieles a la santidad, se les recomienda confesar también los pecados veniales.

7. Por lo que se refiere a las disposiciones personales de los penitentes, se recuerda que:

a) «Para que un fiel reciba válidamente la absolución sacramental dada a varios a la vez, se requiere no sólo que esté debidamente dispuesto, sino que se proponga a la vez hacer en su debido tiempo confesión individual de todos los pecados graves que en las presentes circunstancias no ha podido confesar de ese modo».

c) Está claro que no pueden recibir validamente la absolución los penitentes que viven habitualmente en estado de pecado grave y no tienen intención de cambiar su situación.

8. Quedando a salvo la obligación de «confesar fielmente sus pecados graves al menos una vez al año», «aquel a quien se le perdonan los pecados graves con una absolución general, debe acercarse a la confesión individual lo antes posible, en cuanto tenga ocasión, antes de recibir otra absolución general, de no interponerse una causa justa».

9. Sobre el lugar y la sede para la celebración del Sacramento, téngase presente que:

a) «El lugar propio para oír confesiones es una iglesia u oratorio», siendo claro que razones de orden pastoral pueden justificar la celebración del sacramento en lugares diversos;

b) las normas sobre la sede para la confesión son dadas por las respectivas Conferencias Episcopales, las cuales han de garantizar que esté situada en «lugar patente» y esté «provista de rejillas» de modo que puedan utilizarlas los fieles y los confesores mismos que lo deseen.

Todo lo que he establecido con la presente Carta apostólica en forma de Motu proprio, ordeno que tenga valor pleno y permanente

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 7 de abril, Domingo de la octava de Pascua o de la Divina Misericordia, en el año del Señor 2002, vigésimo cuarto de mi Pontificado.
JUAN PABLO II



Sede para oír confesiones

Respecto al lugar propio y a la sede para oír confesiones, el Código de Derecho Canónico establece lo siguiente:

«1. El lugar propio para oír confesiones es una iglesia u oratorio.

2. Por lo que se refiere a la sede para oír confesiones, la Conferencia Episcopal dé normas, asegurando en todo caso que existan siempre en lugar patente confesonarios (como se mencionó anteriormente) provistos de rejilla entre el penitente y el confesor que puedan utilizar libremente los fieles que así lo deseen.

3. No se deben oír confesiones fuera del confesonario, si no es por justa causa».

En la Obra, el deber de velar por la salud espiritual de sus hijos llevó a nuestro Padre a dar unas normas determinadas sobre la administración de la confesión sacramental, que -como nos ha recordado el Padre-debemos seguir viviendo con delicada fidelidad: «Pensad, hijos míos, que, como Padre y Prelado y, por tanto, Ordinario vuestro, tengo el grave deber y el derecho irrenunciable de recordaros estas medidas, pensando única y exclusivamente en el bien de vuestras almas: deseo ardientemente defenderos de todo lo que pudiera suponer no sólo ocasión de pecado, sino también peligro de enfriamiento del amor a Dios, única fuente de la que nace el recto amor sobrenatural a todas las almas. Por esto, cuando en algún lugar, de acuerdo con el nuevo Código de Derecho Canónico, la legislación conceda diversas posibilidades, respetándolas todas, nosotros escogeremos gustosamente la que es más conforme a lo que estableció nuestro Padre, renunciando al derecho de actuar de otro modo».

Los sacerdotes de la Prelatura confiesan a mujeres sólo en un confesonario con rejilla -excepto cuando se trate de enfermas o de personas que por ser de edad muy avanzada no pueden salir de su casa-, que ha de estar en un lugar patente, ordinariamente en una iglesia u oratorio.

A los sacerdotes Agregados y Supernumerarios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, convendrá aconsejarles, a título personal, que -sin entrar en discusiones y sin hacer comentarios que pudieran parecer críticos- no se presten a confesar a mujeres si no hay confesonario con las debidas condiciones.

De todos modos, hay que decidir en cada circunstancia lo que sea más prudente, para el bien de las almas y sin provocar innecesarios impedimentos a la labor espiritual.

Para cuidar siempre todas estas medidas de prudencia, es lógico que los sacerdotes eviten ir a lugares donde no puedan vivirlas o en los que podrían surgir dificultades.

Conviene recordar además las normas tradicionales sobre la administración de la Penitencia en misiones populares, peregrinaciones de mucha gente, etc., cuando no es posible atender a todos en una sede adecuada. En esos casos de necesidad, si es necesario prescindir de la sede habitual de la confesión, conviene tomar las oportunas cautelas: en iglesias o en locales no cerrados -mejor al aire libre-, de manera que a distancia puedan ser vistos confesor y penitente, y cuidando el sacerdote de modo particular la gravedad y la brevedad. Como estas ocasiones no suelen presentarse de improviso, si es posible el sacerdote consultará antes a la Comisión Regional para asegurarse -sin fiarse de su solo juicio- de que su modo de obrar es prudente.

Si se trata de una mujer que tiene algún impedimento físico para acudir al confesonario, se la puede confesar en la sacristía o en una sala de visitas y, en ese caso, con rejilla portátil y dejando la puerta de la habitación completamente abierta. En casos de sordera puede hacerse lo mismo, aunque ordinariamente es mejor utilizar el confesonario, rogando que durante la confesión no haya gente cerca, por si hay que alzar la voz.

Si la sordera es total, o se trata de mujeres sordomudas, que sólo por el movimiento de los labios pueden entender lo que se les habla, el sacerdote puede confesarlas en una sala que tenga puerta de cristal transparente. Si no hay puerta de cristal, se deja la puerta abierta, tomando medidas para que no se oiga desde fuera de la habitación. En todos estos casos -como en el de confesión de personas enfermas en la cama-el sacerdote se comportará con especial gravedad.

Si se presenta una situación de necesidad de confesar a una mujer sin cumplir las indicaciones establecidas -porque lo exija la salus animarum-, conviene que el sacerdote lo comente después, en la dirección espiritual personal, para que le ayuden a formar y mantener un criterio acertado en la valoración de las circunstancias que determinan esos casos, que muy raramente se suelen encontrar.

En los Centros de varones, sean o no sedes de labores corporativas de apostolado, ordinariamente no se confiesa a mujeres; aunque sean niñas y aunque, como suele suceder, se disponga de confesonario. Solamente puede hacerse una excepción, cuando -con motivo de las fiestas de Navidad o Pascua, por ejemplo- las familias de los de Casa participan en los actos que para ellas se celebran en la sede de alguna obra corporativa de apostolado, y siempre que el oratorio tenga confesonario. Fuera de esos casos, si alguna mujer pide que se le confiese, podrá ir a la Administración, si se dan las circunstancias adecuadas; en caso contrario, habrá de ir a un Centro de mujeres donde haya labor externa, o a una iglesia.

Los confesonarios para mujeres, han de tener siempre rejilla, con agujeros pequeños, entre el penitente y el sacerdote: en los que hay en los Centros de la Obra, se deben tener en cuenta las experiencias sobre la instalación.

Respecto a las confesiones de hombres, aunque es muy conveniente que los varones -también los niños- se acostumbren a recibir este sacramento en el confesonario, y a través de la rejilla, sin embargo, se les puede también confesar en otro lugar digno -p. ej., en el despacho del sacerdote-, si las circunstancias lo requieren o aconsejan; en cualquier caso, conviene poner un crucifijo delante del penitente.



Abusos de la confesión

El confesor no puede preguntar directa o indirectamente el nombre del cómplice en un pecado acusado por el penitente, pues sería grave pecado. El penitente tampoco debe decir, en principio, el nombre del cómplice en su acción. Si de las preguntas oportunas, o por descuido del penitente, etc., se viniera a saber el cómplice indirectamente, el confesor no debe preocuparse, pero no puede hacer uso de esa ciencia en ningún caso.

El Código de Derecho Canónico establece que: «Fuera de peligro de muerte, es inválida la absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo». Por tanto, fuera de ese caso, intentar absolver al cómplice en pecado torpe sería un gravísimo pecado -la absolución además es inválida- y quien lo hiciera incurriría en pena de excomunión latae sententiaereservada a la Sede Apostólica.

La solicitación ad turpia consiste en la provocación a un grave pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo hecha por el sacerdote, abusando de la confesión sacramental -verdadera o falsa- con este fin. Por tanto debe tratarse de una provocación, directa o indirecta, eficaz o ineficaz, a un pecado grave contra la castidad, que nazca de las palabras o conducta del confesor; y hecha por el sacerdote dentro de la confesión sacramental, inmediatamente antes o después; con ocasión o pretexto de la confesión; simulando la confesión, por ejemplo, yendo a un lugar destinado a confesiones.

Es grave pecado, que los Ordinarios deben castigar con penas eclesiásticas: «El sacerdote que, durante la confesión, o con ocasión o pretexto de la misma, solicita al penitente a un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo, debe ser castigado, según la gravedad del delito, con suspensión, prohibiciones o privaciones; y en los casos más graves, debe ser expulsado del estado clerical».

Respecto al pecado de falsa denuncia de solicitación, antes de poder ser absuelto es preciso la retractación formal de la denuncia: «Quien se acuse de haber denunciado falsamente ante la autoridad eclesiástica a un confesor inocente del delito de solicitación contra el sexto mandamiento del Decálogo, no debe ser absuelto mientras no retracte formalmente la denuncia falsa, y esté dispuesto a reparar los daños que quizá se hayan ocasionado». Además, quien denuncia falsamente ante un Superior eclesiástico, incurre en entredicho latae sententiae y, si es clérigo, también en suspensión.


FUENTE: http://www.opus-info.org 
                  http://infocatolica.com.

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

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San Francisco de Asís