FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

XLVII CITA EUCARÍSTICA EN PANAMÁ








La Cita Eucarística fue una explosión juvenil. Ha sido un preámbulo hacia la Jornada Mundial de la Juventud de enero de 2019 que se celebrará en Panamá. Los jóvenes se mostraron emocionados ante el recorrido de la Cruz Peregrina, del icono de María y la revelación del logo oficial. Ahora esta cruz recorrerá la región que se ha unido a la organización del evento mundial.

Por la comunidad pasionista de Arraiján, merece recalcar en esta entrada, la participación del párroco Jorge Estrada Rodriguez (Video 00344)  quien estuvo en la Cita Eucarística distribuyendo la sagrada Hostia a los fieles presentes.





















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SACERDOTES, ESPERANZA DEL MUNDO




Juan Pablo II fue, a lo largo de su pontificado, una figura paradigmática de promotor vocacional.


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Todo cristiano por el bautismo participa de la consagración de Cristo como “profeta, sacerdote y rey”. “Cristo, el Señor, nos dice el Vaticano II, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Heb 5,1-5) ha hecho del nuevo pueblo un ‘Reino de sacerdotes para Dios, su Padre’ (Ap 1,6)” (LG 10). El Catecismo de la Iglesia lo confirma: “Toda la comunidad de los creyentes es, como tal, sacerdotal” (CIC 1546). La conciencia de esta verdad ha estado presente en la vida de la Iglesia, con mayor o menor incidencia según las épocas.

En la presente coyuntura histórica, ha sido algo marcadamente acentuado por el Concilio Vaticano II (1962-1965) y varios documentos posteriores del Magisterio pontificio.

La consagración bautismal siembra en el cristiano la semilla de la santidad, que es su vocación más propia. “Todos en la Iglesia... están llamados a la santidad, según las palabras del Apóstol: ‘Lo que Dios quiere de vosotros es que seáis santos’ (1Tes 4,3)” (LG 39). Revivir la conciencia de la consagración bautismal y de la vocación a la santidad ha sido y continúa siendo necesario para que el cristianismo dé frutos en medio del mundo para gloria de Dios. De entre los no pocos frutos, queremos señalar la radicalidad en el servicio a los demás mediante la vida religiosa, y particularmente mediante el sacerdocio ministerial. Cuando hablamos de “sacerdotes, esperanza del mundo” no quedan excluidos de por sí los laicos cristianos, pero nos queremos referir primordialmente y por antonomasia a los que han sido consagrados por el sacramento del Orden para el servicio de la comunidad. Son la esperanza del mundo porque para todo sacerdote, allí donde esté, el mundo es su parroquia. Desempeñará su ministerio en un punto del planeta y con unos fieles concretos, pero en su corazón están todos los hombres. Por ellos pide a Dios, por ellos se sacrifica, por ellos trabaja, por ellos da su vida día tras día.


Sin sacerdotes no hay Eucaristía

El sacerdote anuncia el Evangelio, edifica y dirige la comunidad, y todo ello se ordena a la comunión eucarística. “En ella, actuando en la persona de Cristo y proclamando su misterio, une la ofrenda de los fieles al sacrificio de su Cabeza; actualiza y aplica en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor, el único sacrificio de la Nueva Alianza: el de Cristo, que se ofrece al Padre de una vez para siempre como hostia inmaculada” (CIC 1566). En efecto, no hay Eucaristía sin sacerdotes. El Señor no puede caminar con su Pueblo, ni el Pueblo puede marchar hacia su Señor, si no se renueva su presencia viva, salvadora, en el altar. La contemporaneidad de Cristo con cada generación, con cada hombre, con cada comunidad cristiana, sólo es posible si se actualiza, si se revive, el misterio de la Redención a través del gran milagro de la Eucaristía, desde las manos y los labios del sacerdote. El sacerdote es esperanza del mundo por la Eucaristía. En ella Cristo renueva cada día su obra redentora e infunde en los hombres día tras día un soplo de esperanza.

Desde esta perspectiva comprendemos la importancia que, para la Iglesia y para los hombres, reviste la figura del sacerdote. Allí donde hay un hombre que con fe y amor acoge el llamado de Cristo al sacerdocio, allí habrá la posibilidad de prolongar su Redención mediante la Eucaristía; allí muchos hombres y mujeres podrán tocar, palpar, sentirse cercanos al Salvador, único sumo sacerdote de la nueva Alianza. Si es verdad que la Eucaristía es el centro polarizador de la vida cristiana y de la vida del mundo, el sacerdote es indispensable para la Iglesia y para la humanidad. Si vivir sin Dios es vivir sin esperanza, el sacerdote que hace presente a Dios en la Eucaristía, es el hombre de la esperanza.



Hombre tomado de entre los hombres

Dios no puede dejar a su Iglesia y al mundo sin sacerdotes. Dios sigue sembrando en el presente, como en siglos pasados, la semilla de la vocación sacerdotal. La sigue sembrando en todas las naciones, en todos los ambientes. Porque el sacerdote no lo es en virtud de sus orígenes, de sus dotes, de su cultura o de su “genio” personal. Lo es porque Dios lo llama. El sacerdote es un hombre tomado de entre los hombres, un cristiano entre los cristianos, un ministro y servidor de sus hermanos. El sacerdote es un hombre para quien lo que cuenta es la elección de Dios y la correspondencia y fidelidad completas a esa elección que inmerecidamente ha recibido. Gracias a esa elección, el sacerdote hace presente la acción salvífica de Dios, desde el gran milagro de la encarnación del Hijo, en un mundo que necesita, ayer, hoy, y mientras duren los tiempos, una ayuda para vencer el misterio del pecado, para entrar en la dimensión de la gracia; para recibir la salvación que busca y anhela, y que no encuentra ni dentro de sí ni fuera de sí, en los fáciles paraísos de salvación a los que es invitado por tantos falsos redentores de nuestro tiempo.

En definitiva, el sacerdote lo es en cuanto se une e identifica con Cristo sacerdote: una identificación que llega al ser de la persona, pero no menos a su psicología y a la configuración misma de su personalidad. La fórmula sacerdos, alter Christus, recoge una enseñanza constante de la Iglesia y expresa una verdad profunda, experiencial. Juan Pablo II explica el sentido profundo de esta fórmula: “El sacerdote ofrece el Santo Sacrificio «in persona Christi», lo cual quiere decir más que «en nombre», o también «en vez» de Cristo. «In persona»: es decir, en la identificación específica, sacramental, con el «sumo y eterno Sacerdote», que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie” (Carta apostólica Dominicae Cenae, 24 de febrero de 1980, n. 8: AAS 72 (1980), 128-129; cf. carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17 de abril de 2003, nn. 29, 52). Esta unión e identificación está presente en toda la vida del sacerdote, pero se hace visible de modo especial a través de los sacramentos en los que el sacerdote actúa “in persona Christi”. De entre los sacramentos sobresale el de la Eucaristía. Con Cristo el sacerdote se hace Eucaristía, cuando la celebra; pero también, unido a Cristo, se rehace sacerdote con y mediante la Eucaristía, compartiendo la obra suprema de la redención. Un mundo sin Cristo es un mundo desesperanzado, triste. Un mundo sin sacramentos es un mundo sin Cristo. La presencia del sacerdote, ministro de los sacramentos, lleva a cualquier ángulo de la tierra alegría y esperanza.


Este hombre de entre los hombres, identificado con Cristo sacerdote, es un don singular de Dios a la Iglesia y a la humanidad. Por él Cristo hace presente día tras día su obra redentora en el mundo. Por él los hombres de cualquier condición se unen a Cristo en la ofrenda de su vida al Padre en bien de la humanidad entera. Por él Cristo se dona, y ofrenda su vida a cada uno y a todos los hombres. Por él continúa el «toque» particular de Jesús en cada corazón y en la Iglesia toda, esparciendo rayos luminosos de certeza y esperanza. Si el sacerdote es todo esto, ese hombre es siempre necesario. Y si es necesario, Dios no cesa de depositar en el corazón de algunos hombres este tesoro.


Muchos y santos sacerdotes

Todo cristiano debe sentirse responsable de la promoción vocacional. Son sobre todo los sacerdotes los que han de procurar con su vida y su labor pastoral el relevo generacional, los sacerdotes del mañana. Lo recuerda la encíclica Ecclesia de Eucharistia en el n. 31: “Del carácter central de la Eucaristía en la vida y en el ministerio de los sacerdotes se deriva también su puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales. Ante todo, porque la plegaria por las vocaciones encuentra en ella la máxima unión con la oración de Cristo sumo y eterno Sacerdote; pero también porque la diligencia y esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía, es un ejemplo eficaz y un incentivo a la respuesta generosa de los jóvenes a la llamada de Dios. Él se sirve a menudo del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la llamada al sacerdocio”.

“Todos los miembros de la Iglesia, sin excluir ninguno, tienen la responsabilidad de cuidar las vocaciones” (PDV 41). Cada uno lo hará según su carácter y su función en el cuerpo eclesial. Al obispo corresponde la solicitud de dar continuidad al carisma y al ministerio presbiteral y se preocupará de que la dimensión vocacional esté siempre presente en todo el ámbito de la pastoral ordinaria. Por su parte, todos los sacerdotes son solidarios y corresponsables con el obispo en la búsqueda y promoción de las vocaciones presbiterales. Una responsabilidad particularísima está confiada a la familia cristiana que participa en la misión educativa de la Iglesia, madre y maestra. Ella ofrece las condiciones favorables para el nacimiento de las vocaciones. En continuidad y en sintonía con la labor de los padres y de la familia está la escuela, llamada a vivir su identidad de “comunidad educativa” incluso con una propuesta cultural capaz de iluminar la dimensión vocacional como valor propio y fundamental de la persona humana. También los fieles laicos, en particular los catequistas, los profesores, los educadores, los animadores de la pastoral juvenil, cada uno con los medios y modalidades propios, tienen una gran importancia en la pastoral de las vocaciones sacerdotales (cf. PDV n. 41).

Juan Pablo II fue, a lo largo de su pontificado, una figura paradigmática de promotor vocacional. Es interesante constatar que el Papa, en sus numerosos encuentros con los jóvenes en Roma o en cualquier país del mundo, mencionaba siempre la posibilidad de que Dios llame a algunos a ser sacerdotes. En varios de los documentos post-sinodales no faltan alusiones a la vocación sacerdotal. Un momento singular es el Mensaje para la Jornada Mundial por las Vocaciones, instituida por Pablo VI en 1964. Pero es tal vez en las visitas ad limina apostolorum de los obispos, pastores de las Iglesias particulares, donde el Santo Padre mostró a sus hermanos en el episcopado su preocupación incesante por las vocaciones y les hace exhortaciones oportunas.


Entresacamos algunos párrafos de los encuentros del Papa con los obispos en el año 2004:

“Cuento, ante todo, con los jóvenes de vuestro país para que escuchen, como Pedro, la llamada del Señor [...] y para que respondan a ella con generosidad. Invito también a las familias a ser lugares de fe y hogares de vocaciones, sin tener miedo de transmitir a los jóvenes la llamada del Señor” (a los obispos de los Países Bajos, 12 de marzo de 2004).

“Un signo de esperanza para la Iglesia en Colombia es el florecimiento vocacional [...]. Os animo, pues, a continuar en ese camino, sin descuidar para el futuro una asidua pastoral vocacional, conscientes del papel insustituible de cada comunidad eclesial en esta tarea, basada ante todo en una incesante oración al Dueño de la mies para que mande operarios a la mies; y, además, en el educar a los niños y a los jóvenes para afrontar los retos de la vida cristiana, se les presente también las condiciones para oír la llamada divina a seguir a Cristo en el camino de la vida sacerdotal o consagrada mediante los consejos evangélicos” (a los obispos de Colombia, 17 de junio de 2004).

“Os invito también a revitalizar la pastoral de las vocaciones y a hacer que sea una preocupación esencial de vuestras diócesis, para que, mediante la oración y la atención a los jóvenes, todos los fieles contribuyan al florecimiento y a la maduración de las vocaciones, ayudando a los niños y a los adolescentes a discernir la llamada del Señor” (a los obispos de la Conferencia episcopal del océano Índico, 9 de noviembre de 2004).

“Nadie puede negar que la disminución del número de vocaciones sacerdotales representa para la Iglesia en Estados Unidos un difícil desafío, que no puede ignorarse o aplazarse. La respuesta a este desafío debe ser la oración insistente, de acuerdo con el mandato del Señor (cf. Mt 9,37-38), acompañada por un programa de promoción vocacional que abarque todos los aspectos de la vida eclesial” (al duodécimo grupo de obispos de Estados Unidos, 26 de noviembre de 2004).

El grande esfuerzo llevado a cabo por toda la Iglesia en la promoción de las vocaciones, guiada e impulsada en primera persona por el Santo Padre, ha dado sus primeros frutos, en espera de una cosecha mucho mayor en el futuro. Tomando como términos de comparación el año 1990 y el 2002 notamos un ligero aumento del número de sacerdotes en el mundo: 403.173 en 1990 mientras que en 2002 el resultado fue de 405.058. Respecto a los candidatos al sacerdocio se percibe un aumento más consistente: de los 96.155 en el año 1990 la cifra se elevó a 113.199 en el año 2002. Tanto en el número de sacerdotes como en el de seminaristas el aumento más notorio proviene de los continentes asiático y africano (cf. Osservatore Romano en español, 7 de mayo del 2004, 9-10).


Querer y formar sacerdotes

Así tituló uno de sus libros André Manaranche, S. J., hace unos años, para despertar la conciencia de la crisis vocacional, por un lado, y de la promoción de las vocaciones al sacerdocio, por otro. Hay que querer vocaciones, y por eso las suplicamos al Señor de la Viña y al Pastor de las ovejas. Hay que formar vocaciones, y ésta es una tarea que atañe especialmente al Obispo y a quienes él designa para ejercer tal función en el seminario. Se habla de crisis de vocaciones, pero habrá que hablar por igual de crisis de formadores. Por ello, a la promoción vocacional, tan necesaria, se ha de añadir la promoción de buenos formadores, conscientes y responsables de la misión tan sustancial e imprescindible que desempeñan.


Ciertamente, el camino de la vocación sacerdotal es largo y, como todo camino, tiene subidas y bajadas, rectas y curvas. El joven que da el sí a la vocación sacerdotal comienza ese camino. Necesita guías que conozcan bien el camino y sepan llevarle hasta la meta en un clima de paz y de alegría. La vocación al sacerdocio requiere, como toda vocación, una formación específica. La misión que espera a cada sacerdote coincide con la de Cristo, y exige un proceso formativo esmerado y profundo. Habrá buenos y santos sacerdotes si los llamados a este servicio son ayudados a vivir con sencillez y con amor, el Evangelio completo, auténtico, en su plenitud: caridad, vigilancia, oración, esperanza y entrega sin límites. Junto a la formación espiritual, el joven llamado al sacerdocio necesita una formación humana, intelectual y pastoral muy rica, enraizada en la experiencia milenaria de la Iglesia. Educadores sabios y santos formarán seminaristas sabios y santos.

Es esencial que los formadores sean hombres que centren toda su vida sacerdotal en la Eucaristía, para que de esa manera puedan transmitir a los seminaristas que están formando el testimonio de su experiencia y la orientación fundamental de la vida sacerdotal a la que éstos se preparan. Del sacrificio eucarístico arranca la vida espiritual, una vida espiritual que lleva a ahondar y a profundizar aún más en el misterio del Amor de Dios. Junto al altar, junto al tabernáculo, el sacerdote configura toda su psicología, todo su actuar, con el modo de ser, de pensar, de hablar, de Cristo, Maestro y Pastor, hasta el punto de poder dar, como Jesús, la vida por sus hermanos. Entonces llegarán a ser buenos pastores a imagen de Jesucristo, el Buen Pastor.


Iniciativas no faltan en la Iglesia

La Iglesia no ha cesado de experimentar en los veinte siglos de existencia la imparable creatividad del Espíritu Santo, que es su alma. El Espíritu está suscitando en la Iglesia de hoy decenas, centenares de iniciativas para su renovación y para su revitalización. En el campo vocacional surgen en las diócesis, en las congregaciones religiosas, en los movimientos eclesiales modos originales de entrar en el mundo de los jóvenes y de hacerles una propuesta seria de vocación sacerdotal o religiosa. No cabe duda de que una cierta movilización vocacional se está operando en las diócesis esparcidas por los cinco Continentes. Dentro de esta búsqueda de iniciativas en la pastoral vocacional, hay diócesis, congregaciones y movimientos eclesiales que han obtenido extraordinarios resultados en el crecimiento y perseverancia vocacional.

Detrás de esos resultados hay, ante todo, mucha oración y bendición de Dios. Hay además mucho esfuerzo, mucho trabajo, mucha entrega y dedicación. Ante todo, se han propuesto como una prioridad el desarrollo de las vocaciones. Están luego los no pocos sacerdotes o religiosos que desempeñan día tras día y año tras año su tarea, nada fácil, de promotores vocacionales. Conviene tener en cuenta además los numerosos centros educativos de sesgo católico, que son lugares donde, por el cultivo espiritual de los adolescentes y jóvenes, se despiertan las vocaciones. No faltan iniciativas de gran envergadura, como “la adoración por las vocaciones” o “los encuentros vocacionales”, dirigidos y sostenidos por laicos cristianos que aprecian y valoran al sacerdote como hombre de Dios al entero servicio de los hombres, sus hermanos. En el surco de estas y otras iniciativas cae la semilla de muchos hombres que se pudren diariamente para que florezcan muchas y santas vocaciones sacerdotales, diocesanas y religiosas, que den gloria a Dios y esperanza a los hombres. Confiamos que, con el pasar de los años, la creatividad del Espíritu se muestre en nuevas iniciativas que, acogidas con sencillez, amor y generosidad, brinden a la Iglesia los sacerdotes que necesita para continuar realizando su misión en el mundo.


Llamados a remar mar adentro

Éste es el lema para la Jornada Mundial por las Vocaciones 2005. A la Iglesia entera se le ofrece la oportunidad de “reflexionar sobre la llamada a seguir a Jesús y, en particular, a seguirle en el camino del sacerdocio y de la vida consagrada” (n. 1). El Papa cree y está firmemente convencido de que “los jóvenes necesitan de Cristo, pero saben también que Cristo quiere contar con ellos” (n. 4). A los jóvenes, alegres por ser jóvenes, y reflexivos por el empeño en dar un sentido pleno a su existencia, les dice el Santo Padre: “Cristo os pide remar mar adentro y la Virgen os anima a no dudar en seguirle” (n. 5). “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). A los padres y educadores cristianos, a los sacerdotes, consagrados y catequistas les advierte y exhorta: “No olvidéis que hoy también se necesitan sacerdotes santos, personas totalmente consagradas al servicio de Dios. Por eso quisiera repetir una vez más: ‘Es necesario y urgente organizar una pastoral de las vocaciones amplia y capilar, que llegue a las parroquias, a los centros educativos y a las familias, suscitando una reflexión más atenta a los valores esenciales de la vida, que se resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a dar a la llamada de Dios, especialmente cuando pide la entrega total de sí y de las propias fuerzas para la causa del Reino’ (Novo millennio ineunte, 46)” (n. 5).

¡Sacerdotes, esperanza del mundo! Si es mucha la esperanza que el mundo hoy necesita, han de ser muchos también los sacerdotes dispuestos a dársela. En el corazón del hombre, como en la cesta de Pandora, puede faltar todo menos la esperanza. Pero en muchos corazones de hoy la esperanza está adormilada o gravemente herida. Las esperanzas humanas que la sociedad brinda a los hombres son efímeras, pasajeras, desprovistas de trascendencia. Despiertan por unos momentos la esperanza o alivian su herida. Nada más. El sacerdote trae al hombre una esperanza que no decae ni muere, una esperanza anclada en la historia, pero que vuela hacia la eternidad en donde tiene su último nido. El sacerdote es el hombre que tiene una esperanza inquebrantable en los hombres y una confianza radical en el amor de Dios. Por ello, su esperanza no defrauda. Por ello, el sacerdote es esperanza del mundo. Por ello, elevemos nuestras súplicas a Dios con la voz del Vicario de Cristo:


“Salvador nuestro,
enviado por el Padre
para revelar el amor misericordioso,
concede a tu Iglesia el regalo
de jóvenes dispuestos a remar mar adentro,
para ser entre sus hermanos
manifestación de tu presencia
que renueva y salva” (n. 6; cf. L’Osservatore Romano en español, 14 de enero 2005, 3).

Editorial de Ecclesia. Revista de cultura católica (enero-marzo 2005), pp. 3-12.

FUENTE: es.catholic.net

EL CATÓLICO QUE NO CONFIESA SUS PECADOS MORTALES, NO PUEDE ESPERAR SINO EL INFIERNO



Gravedad, malicia y efectos del pecado mortal. Su único remedio está en la confesión. El cristiano que no lo confiesa, no puede esperar sino el infierno.

Resultado de imagen de confesar pecadosEl pecado mortal llamado así porque es la muerte del alma, es el mayor de todos los males; el único mal verdaderamente tal que hay en el mundo. Todos los demás males no merecen este nombre comparados con el pecado mortal. Aunque se imaginen reunidos todos cuantos infortunios y desgracias le pueden venir a los hombres, cuantos suplicios puedan padecer, cuantos tormentos sufrir, cuantas calamidades tolerar, cuantas angustias y tribulaciones devorar, la muerte misma y hasta cuantos tormentos padecen los condenados en el infierno, son un mal muy pequeño si se compara con el pecado mortal. ¡Qué horrible es! ¡Oh! es un atentado gravísimo, es la injuria más atroz, el insulto más sacrílego, el desafío más repugnante, que el que lo comete hace a Dios.

Es el verdadero verdugo del hombre y cuyo salario es la muerte como lo dice el Apóstol en Romanos Cap. 6. V. 23. Y no solamente la muerte del cuerpo introducida en el mundo por el pecado de nuestros padres, sino otra todavía más terrible, cual es la muerte del alma, inevitable para el que se atreve a cometer pecado mortal como asegura un Profeta cuando dice: “Morirá sin remedio el alma que se entregue al pecado” ¡Muerte fatal! ¡Muerte desastrosa!

Desde el momento en que le hombre comete el pecado mortal, queda marcado con el sello de la reprobación, peor que Caín, la imagen del Criador se desfigura en él; cae bajo el dominio de Satanás, aborrecido de Dios que le amaba como a hijo; despojado del ropaje de la gracia, desheredado de las virtudes y convertido en una caverna de inmundos escorpiones.

Al cometer el pecado, arrojó a Dios de su corazón para dar entrada al demonio; su nombre fué tachado del libro de la vida y solo está escrito en el de la muerte; renuncia a la herencia del cielo y elige la del infierno; deja la compañía de los Ángeles para pasar a la de los demonios, huye de la de los santos, para incorporarse a la de los condenados. El mismo Dios no puede ya tolerar su vista, aparta de él los ojos, le desecha, le arroja de sí, le maldice, y por efecto de esta maldición, queda sin el menor derecho al reino de los cielos. ¡Cuánta razón ha tenido San Ignacio mártir para decir, que el pecado mortal es una semilla maldita de Satanás, que transforma a los que le cometen en otros tantos demonios!

Si el justo por la gracia y la caridad se hace participante de la naturaleza divina, como dice el Apóstol S. Pedro (2° Epístola San Pedro. Cap. 1° V,4); el pecador por la culpa se hace también participante de la naturaleza del demonio y se transforma y reviste de su malicia y deformidad. ¡Y que fea, que horrible no debe estar su alma!

A Santa Catalina de Sena le permitió Dios que viera en una ocasión por un momento la figura de un demonio, y tanto le aterró esta visión que solía decir después, que prefería andar hasta el día del juicio por un camino de brasas encendidas, antes que ver otra vez al espíritu infernal. ¿Y qué otra cosa es una alma en pecado mortal, que una viva imagen de la misma fealdad del demonio?

San Bernardo ponderando esta fealdad del alma por el pecado dice: que es más tolerable a los hombres la proximidad de un perro muerto en su mayor estado de putrefacción, que la fealdad de un alma en pecado mortal a los ojos de Dios.

Pero ¿qué extraño es, que todas estas desgracias vengan sobre el alma del desprevenido pecador que se atrevió a cometer el pecado mortal, y que su fealdad sea solo comparable con la del diablo, de quien es imagen y esclava?

Tertuliano dice que el hombre en el mero hecho de consentir en el pecado mortal, hace una execrable preferencia del demonio al mismo Dios; y nada hay más cierto efectivamente que esta horrible preferencia, porque como dice San Alfonso de Ligorio “cuando el pecador delibera si consentirá o no en el pecado, toma como en sus manos una balanza y examina que es lo que pesa más en ella; si la gracia de Dios o el humo del placer, y cuando presta su consentimiento al pecado, declara, en cuanto a él, que todo esto vale más que la amistad de Dios” ¡Que desprecio tan abominable hace por consiguiente de Dios, el pecador al consentir en la culpa! Desprecio solamente comparable con el que hicieron los pérfidos judíos al preferir ante Pilatos al insigne y malhechor Barrabás al mismo Jesucristo.

Con razón dice el angélico Doctor, que el pecado tiene cierta infinidad de malicia por razón de la infinidad de la majestad divina a quien ofende. Por eso los horribles tormentos que esperan al pecador en el infierno, jamás tendrán fin.

Tan espantosa era la idea que del pecado mortal tenían los santos, y por eso le temían y aborrecían tanto. La casta Susana prefería una muerte ignominiosa a vista de los hombres, antes que cometer un solo pecado mortal en presencia de Dios. José quiso más bien ser sepultado en uno delos más oscuros calabozos de Egipto, que manchar su alma con una sola culpa. Los mártires todos de la Iglesia, prefirieron sufrir los más horrorosos tormentos, antes que ser infieles a Dios. Y S. Juan Crisóstomo, al conminarle los emisarios de Eudoxia con la privación de sus temporalidades, con el destierro y con la muerte, les dijo: “Decid a la Emperatriz, que de todas las cosas del mundo, no temo más que una, que es el pecado.”

¡Cuan cierto es que el pecado mortal es el mayor mal, el único mal verdaderamente tal que hay en el mundo! ¡Y cuan insensatos son los hombres que inconsideradamente se arrojan a cometerle!

Pero siendo tan abominable a los ojos de Dios el pecado mortal, y aun el mismo pecador ¿cómo podrá este volver a la gracia y amistad del Señor?Oh! El vino al mundo a reunir las ovejas descarriadas, buscar la dracma perdida, y a llamar así los pecadores para salvarlos, y en los tesoros de su, infinita sabiduría y de su bondad sin límites, halló el secreto de conciliar los derechos de su justicia divina con los de su divina misericordia.

Pero ¿cómo amalgamar estos dos atributos, y dejar intactos sus derechos? Muera el pecado, dice el Señor en los secretos misterios de su bondad y sabiduría, pero sálvese el pecador. Sea el pecado la víctima de mi justicia, pero cante el pecador arrepentido los triunfos de mi misericordia. Lo dijo, y en los ardores de su amor hacia los hombres, instituyó el augusto sacramento de la penitencia, en el que aplicando al pecador arrepentido la virtud omnipotente de su preciosa sangre derramada por Él, le perdona todos cuantos pecados ha cometido por grandes y enormes que sean, le restituye a su gracia y amistad, hace revivir sus méritos y buenas obras, y el derecho al reino de los cielos que había perdido por la culpa. ¡Oh! ¡Cuán bueno y misericordioso es nuestro Dios! ¡Que sería del infeliz pecador sin este sacramento de tanto consuelo! Debería considerarse como una víctima destinada al fuego del infierno.

Pero ¿cómo se verifica este prodigio de quedar el pecador absuelto y reconciliado con el mismo Dios a quien ofendiera en el augusto tribunal de la penitencia? Poniendo el Señor la causa en manos del mismo pecador, cuya propia conciencia es quien debe formular la acusación de todos los delitos que ha cometido ante el Ministro de Dios, sin omitir ninguno, absolutamente ninguno, de cuantos pesan sobre su alma, y pueda traer a la memoria.

El pecador debe por consiguiente citar a juicio todos sus sentidos y facultades, para que declaren todo cuanto han visto, oído, dicho o pensado contra la ley de Dios; obligando a su entendimiento a manifestar los juicios pecaminosos que ha hecho, y los designios que ha formado; a su corazon a declarar sus sentimientos, sus deseos, su amor, su odio, sus venganzas y cuanto hay oculto en sus más secretos pliegues; a la lengua a no omitir las conversaciones criminales que se ha permitido, y las palabras que ha pronunciado ofensivas a Dios, al prójimo, al pudor, a la justicia y a la verdad, a sus ojos a revelar los objetos pecaminosos en que se han fijado, a sus oídos a expresar todo lo que han escuchado por malicia o vana curiosidad; y finalmente a sus manos, a sus pies, a sus miembros todos a deponer sinceramente sobre las acciones criminales que han ejecutado, y los excesos a que se han dejado arrastrar; ayudándose a este fin con el recuerdo de los sitios á que ha concurrido, de las sociedades que ha frecuentado, de los negocios, de las intrigas y diversiones en que ha tomado parte, de los amigos o enemigos con quienes ha tratado, para de este modo poner patentes en el tribunal de la penitencia al Ministro de Dios todos sus pecados, sin dejar desapercibida ninguna circunstancia agravante, o que pueda cambiar la especie del pecado.

Dios, el mismo Dios es quien manda e impone al pecador esta confesion de sus culpas, como un sacrificio expiatorio, y una indemnización del descaro y desvergüenza con que se atrevió a ofenderle. Es una condición precisa e indispensable para alcanzar el perdón. Y el Señor en cambio le promete lanzar a un eterno olvido todos sus pecados por muchos y grandes que sean, toda vez que su confesion sea sincera y dolorosa.

De lo dicho se infiere, que no le basta al infeliz pecador el pedir a Dios la curación de las profundas heridas que abrió en su alma la culpa, ni clamar en pos de Él como aquellos diez leprosos del evangelio solicitando sus piedades; le es preciso además de esto, que acuda al sacerdote para descubrirle la asquerosa lepra de su alma, declarando en el tribunal sagrado todos sus pecados sin omitir ninguno, a fin de que el Ministro de Dios pronunciando sobre el aquella gran palabra “Yo te absuelvo,” se los perdone. El Señor le levanta del hediondo, sepulcro de la culpa en que se halla exhalando infección y horror, quebranta el ominoso yugo con que le esclaviza Satanás, le devuelve su amistad, enriqueciéndole con la gracia y virtudes del Espíritu Santo pero sólo a condición de acudir al ministerio del Sacerdote. Asi lo expresó claramente el mismo Jesucristo, dice un sabio expositor (Cornelio Alapide), cuando mandó a aquellos diez leprosos que fueran a presentarse a los Sacerdotes para ser curados.

¿No pudo limpiarlos El instantáneamente, con su omnipotente palabra, como hizo en otras ocasiones? Si, indudablemente, pero quiso manifestar entonces la obligación y necesidad que tienen los pecadores, en la ley de gracia de acudir al Sacerdote para manifestarle con claridad y sencillez todas sus culpas, sin cuyo requisito no les son perdonadas.Pero si el pecador, cediendo a las astutas solicitaciones de Satanás, ocupado con insistencia infernal en la perdición de las almas, calla advertidamente algún pecado en la confesion ¿cómo es posible que alcance el perdón de sus culpas?

El Señor le promete el perdón, pero es a condición de que se humille y declare todos sus pecados al confesor, acusándose en términos claros y sencillos, calificando con exactitud y precisión todas sus faltas, sin atenuantes rodeos, ni circunloquios que puedan debilitar u oscurecer la verdad; pero si el pecador, falta a este expreso mandato de Dios, ocultando en funesto silencio alguno de sus pecados, si miente e insulta al Señor en el mismo lugar del arrepentimiento, si tiene toda la audacia de cometer nuevos sacrilegios allí en donde Dios quiere hacer ostensible su divina misericordia en toda la extensión de sus riquezas ¿cómo puede esperar que el Señor le perdone? ¡Oh! Lejos de ser asi, la ira e indignación de Dios desciende del cielo contra la impiedad y malicia de los que detienen la verdad del Señor en injusticia, dice el Apóstol (Romanos Cap. 1. V. 18).

La ira e indignación de Dios desciende del cielo contra la impiedad y malicia de los que detienen la verdad del Señor en injusticia, dice el Apóstol (Romanos Cap. 1. V. 18). Y a nadie comprende tanto esta formidable sentencia como a los que no dicen la verdad, toda la verdad, .y callan algún pecado en la confesion. Estos al ocultar alguna culpa en el tribunal sagrado cometen un nuevo pecado mortal, un horrendo sacrilegio, y otro más si comulgan indignamente como Judas. ¡Que desgracia la de estos pecadores! Si los ángeles del cielo fuesen capaces de llorar, dice San Francisco de Sales, derramarían amargas lágrimas al ver la infelicidad de un alma que por callar algún pecado confiesa y comulga sacrílegamente. Y este pecador sin embargo está tan endurecido, que no lamenta su propia desgracia, esa desgracia que horroriza, estremece y haría llorar a los mismos ángeles. ¿Pero cómo ha de lamentarla mientras se obstine en no confesar su pecado? Él se declaró hijo del diablo al mentir en la confesion callando algún delito, ¿y qué ha de hacer sino cumplir la voluntad de su padre, que es mentiroso y padre de la mentira, como dice el mismo Jesucristo? (Juan. Cap. 8.V.44) El que miente en la confesion omitiendo la acusación de algún pecado, es un traidor, un hipócrita, un malvado, un impío, y no hay perdón, no hay misericordia, no hay paz para los impíos, dice el Señor por Isaías. (Isaías. Cap. 48. V. 22) Mientras que no confiese su pecado, no tiene que esperar más que el infierno, porque una vez cometido el pecado, no hay remedio sino confesarlo o condenarse para siempre.

“EL GRAN LAZO DEL INFIERNO”

R.P. Fray. Andrés María. Solla García


EL SORDO ESPIRITUAL




Por Germán Mazuelo-Leytón


El profeta Isaías profetizó las maravillas que haría el Mesías, una de ellas recoge el evangelista Marcos, nos presenta la curación de un sordo a cargo de Nuestro Señor Jesucristo, describiéndolo así:

Le trajeron un sordo y tartamudo, rogándole que pusiese su mano sobre él. Mas Él, tomándolo aparte, separado de la turba, puso sus dedos en los oídos de él; escupió y tocóle la lengua. Después, levantando los ojos, al cielo, dio un gemido y le dijo: “Effathá”, es decir, “ábrete”. Y al punto sus oídos se abrieron, y la ligadura de su lengua se desató, y hablaba correctamente. Más les mandó no decir nada a nadie; pero cuanto más lo prohibía, más lo proclamaban. Y en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo hizo bien: hace oír a los sordos, y hablar a los mudos”.[1]

Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.[2] En los días mesiánicos la cercanía bienhechora de Dios se manifestará en la rehabilitación de los indigentes: abriendo los oídos a los sordos y devolviendo la palabra a los mudos. Esto se realiza espiritualmente en el rito del Bautismo.San Jerónimo enseña:

«La causa de la seguridad y de la constancia es que Cristo vendrá, al que el Padre entregó todo juicio(Jn 5,22), y dará a cada uno según sus obras… Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los sordos oirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo y quedará suelta la lengua de los mudos. Lo cual, aunque se cumplió en la grandeza de los signos cuando el Señor hablaba a los discípulos de Juan, que le fueron enviados (Lc 7,22), también se cumple entre las gentes cuando los que antes eran ciegos y con su lengua lanzaban piedras, miran la Luz de la Verdad. Y los que, con sus oídos sordos, no podían oír las palabras de la Escritura, se alegran ahora ante los mandatos de Dios. Cuando, los que antes eran cojos y no andaban por camino recto, saltan como los ciervos, imitando a sus doctores, y se suelta la lengua de los mudos, cuya boca había cerrado Satanás, para que no pudieran confesar al solo Señor.

«Por tanto, se abrirán los ojos, oirán los oídos, saltarán los cojos y se soltará la lengua de los mudos, porque han brotado con fuerza las aguas del bautismo y los torrentes y ríos en la soledad, es decir, las abundantes gracias espirituales».[3]

Comenta San Gregorio Magno:

«Oímos las palabras de Dios si las cumplimos; y entonces las hablamos rectamente a los prójimos, cuando primero las hubiéremos cumplido nosotros. Cosa que confirma bien el Evangelista San Marcos cuando narra el milagro obrado por Cristo, diciendo: “presentáronle un hombre sordomudo, suplicándole que pusiera sobre él su mano” e indica el orden de esta curación cuando añade: “le metió los dedos en las orejas y con la saliva le tocó la lengua” (Mc 7,32-33). ¿Qué se significa por los dedos del Redentor, sino los dones del Espíritu Santo?… Pero, ¿qué significa el tocar con saliva la lengua de él? La lengua de nuestro Redentor es para nosotros la sabiduría de la palabra de Dios que hemos recibido. En efecto, la saliva fluye de la cabeza a la boca; y así, aquella sabiduría que es Él mismo, al tocar nuestra lengua, en seguida la dispone para predicar».[4]

Se trataba de una sordera material, pero también existe la espiritual que Jesús desea curar.

Es una sordera al cerrarse totalmente a Dios y a los demás hombres, si la persona que edifica su vida teniéndose en cuenta sólo a sí misma, vive como si estuviera sólo en una isla, los demás son un estorbo. El sordo espiritual está cerrado en su egoísmo.

Él es así, así aprendió las cosas, así encara la vida y no tiene disposición alguna para cambiar. El sordo de espíritu es un sectario, tiene su verdad como si fuese la única, es irreductible en sus ideas, es un fanático, no escucha razones ni quiere escucharlas, lo que una vez recibió allí queda fijado para siempre, no tiene elasticidad para la metanoia, es rígido y severo en sus juicios. Este sordo puede leer o hablar con los demás, puede participar en reuniones o asistir a charlas o conferencias, pero jamás escuchará al otro, y al final concluirá diciendo: “Esto me da la razón, esto confirma lo que yo tengo pensado, todos son unos charlatanes, el único que comprende bien las cosas, soy yo”.

Los sordos de espíritu pueden concurrir todos los domingos a Misa, escuchar la predicación, leer la Biblia o determinado libro, pero nada hay en sus vidas que haga sospechar de determinado cambio.

«Es el apego desordenado a las propias ideas, al propio grupo, a los caminos propios, lo que causa esta ceguera tan frecuente. Según ella, los cristianos colaboracionistas con el mundo secular serán fácilmente considerados por los cristianos rupturistas como cómplices del mundo, oportunistas, cristianos mundanizados, sal desvirtuada, etc. Y a su vez, aquellos verán a éstos como laicos monásticos, puristas cátaros, alienados de las realidades temporales, o simplemente como chiflados».[5]

2. Hay un íntimo orgullo en el sordo de espíritu, hay una profunda egolatría, por eso levanta murallas frente a los demás, sólo sabe mirar a los demás de arriba abajo, pero jamás sentirá la necesidad de mirar hacia arriba, para recibir algo de los otros.

El orgullo es la negación de Dios como la fuente de la vida. Es una falla en otorgar el reconocimiento debido al Señor por el bien que hace y por lo que Él es. El orgullo despoja la atención que Dios se merece y la enfoca en uno mismo. Es una autocomplacencia de tal magnitud que ocasiona que se ignore y hasta se rechace a Dios y se viva como si el Creador no existiese.

El orgullo es una abominación de Dios, es detestable porque vive una mentira. El orgullo es ciego y sordo ya que no mira ni escucha a nadie más que a sí mismo.

Así opina el psicólogo, de los sordos de espíritu, y no está equivocado porque la mayoría de los cristianos no está en disposición de escuchar, de aprender, de cambiar, de adoptar posturas distintas de las acostumbradas, aunque manen con claridad del manantial de los Evangelios.

Es una enfermedad incurable, porque al enfermo le falta la ilusión por su propia curación, no quiere convencerse de que está sordo en su espíritu, por lo que no desea su cambio anormal ni lo pide ni lo busca.

El sordo curado por Jesús buscaba su transformación, odiaba su estado y deseaba que Cristo efectuara su transformación en hombre normal, por eso buscó al Señor, se valió de otros

Existen dos signos que nos avisan si estamos siendo egoístas o no.

El primero tiene que ver con Dios. ¿Ocupa Dios el primer lugar en nuestra mente, esto es, tratamos de evitar lo que es desagradable a Dios y aceptamos sin queja todo lo que Dios nos envía?

Lo que le desagrada a Dios es el pecado, el pecado es el amor propio que ha perdido el rumbo, llevándome a preferirme a mí mismo antes que a Dios.

La segunda señal que nos dice si somos egoístas o no, tiene que ver con nosotros mismos. ¿Damos rienda suelta a nuestros deseos y caprichos? ¿Dejamos que se desboquen como un potro salvaje? ¿O los disciplinamos, los domamos practicando la mortificación?

3. Dice Kempis: «Cuantas veces desea el hombre alguna cosa desordenadamente, pierde la tranquilidad».[6]

El que es esclavo de apegos o afectos desordenados «no siente lo que debe sentir, no piensa lo que debería ni cómo debería pensar, no juzga rectamente, no hace lo que debe hacer, no va a donde debe ir ni está donde debe estar. Es evidente que en esta situación no puede ni debe tomar decisiones ni entrar en elecciones, porque en ese ofuscamiento del juicio y la razón proliferan incontroladamente los actos injustos» (P. Horacio Bojorge, S.I.).

La mortificación es el vital ingrediente olvidado en la vida cristiana por lo que el mundo va como va. La mortificación es tratar de aniquilar las pasiones rebeldes, controlando nuestros cinco sentidos.

Es necesaria la ascesis de la vista, una cosa es ver y otra es mirar, en nuestra época existe toda una industria, por cierto muy lucrativa, basada en proporcionar imágenes profundamente nocivas, eso y no otra cosa es la pornografía en todas sus formas, un cristiano no puede pactar con ellas, ni siquiera por curiosidad, y menos aún por aparentar posturas liberales o adultas, es preciso recordar la secuela de males morales que acarreó al rey David, el haber fijado su mirada en una mujer provocativa.

Primero el adulterio, luego la mentira, la traición, el asesinato, y en endurecimiento del corazón. Hay motivos para cuidar la vista y apartarla de lo que induce al mal, porque Jesús dijo: «Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en el corazón».

Es necesaria la ascesis del oído, evitar la curiosidad malsana, no buscar noticias y comentarios inconducentes, rechazar las conversaciones en que queda mal puesta y sin necesidad alguna, la fama del prójimo.

¿Y qué diremos del tacto? Sobre todos los jóvenes y quienes están en camino del matrimonio deben saber renunciar a ciertas caricias, que casi siempre despiertan bajas pasiones y enturbian la pureza del amor cristiano.

Lo que sucede es que Satanás reina dentro de muchos corazones, acostumbrados a un estado permanente de pecado, pero Usted amigo no se deje engañar por su enemigo el diablo que conoce dónde le aprieta a cada uno su zapato y es por allá por donde ataca.

Germán Mazuelo-Leytón

[1] SAN MARCOS 7, 32-37.

[2] ISAÍAS 35.

[3]

[4] MAGNO, SAN GREGORIO, Homilías sobre Ezequiel 1, 10.

[5] IRABURU, P. JOSÉ MARÍA, Evangelio y utopía.

[6] Imitación de Cristo , VI.


FUENTE: adelantelafe.com

ORDEN SACERDOTAL: TÉRMINOS IMPORTANTES


1.- Virginidad

Es un concepto que tiene originalmente una acepción biológica, y que indica la integridad física de una mujer. La hija de Jefté lloró por los montes su virginidad porque consideraba una deshonra morir sin haber tenido hijos (ver Jue 11, 29-40).

La virginidad tiene también una acepción religiosa, y significa en tal caso la renuncia voluntaria al matrimonio por amor al Reino de los cielos. Estamos aquí ante un hecho enraizado en una motivación religiosa. En esta segunda acepción se aplica más frecuentemente a mujeres, aunque no falta en la misma Sagrada Escritura algún caso en que el término se aplica a varones que, por motivos religiosos, renunciaron al matrimonio (ver Ap 14, 4).

Los Padres de la Iglesia escribieron tratados sobre la virginidad y elogios sobre las santas vírgenes. La liturgia católica contiene, tanto en el Misal, como en la Liturgia de las Horas, formularios para la celebración de las memorias o fiestas de las santas Vírgenes. El Pontifical Romano contiene un solemne rito, normalmente presidido por el Obispo, para consagrar vírgenes al Señor.

El Concilio de Trento declaró que la virginidad consagrada constituye en sí un estado de vida superior al matrimonio, (Sesión 24, 11 nov. 1563, canon 10), lo que no significa que por el hecho de la consagración en virginidad quien la ha realizado sea ya santo o santa, o más santo que un casado que vive con perfección en el estado matrimonial. San Ignacio de Loyola señala como signo de "sentir con la Iglesia" la actitud de quienes alaban y aprecian la virginidad, aún cuando no hayan sido llamados por Dios a servirlo en ese estado (ver Ejercicios Espirituales, 4ª regla para sentir con la Iglesia).

2.- Celibato


También esta palabra tiene al menos dos acepciones: una que se refiere al simple hecho de no haber contraído matrimonio, y, una segunda que mira a la motivación religiosa que puede tener ese hecho.

En algunas lenguas la palabra "celibatario" es equivalente, en el lenguaje común, a "soltero", pero tal uso del término no es equivalente a "casto". En el uso religioso católico, la palabra "celibato" tiene una connotación religiosa y se refiere especialmente al varón que, con vistas a recibir el ministerio sacerdotal en la Iglesia latina, promete solemnemente mantenerse sin contraer matrimonio y llevar consiguientemente una vida de castidad celibataria. Así como el término "virgen" se aplica preferentemente a la mujer, así el de "celibato" se aplica preferentemente a los varones.

Puede consagrarse en celibato un varón después de su viudez, o después de haber llevado una vida desarreglada; en cambio no puede recibir la consagración de vírgenes la mujer que ha sido casada o que ha perdido voluntariamente su virginidad, pero puede prometer para el porvenir la castidad propia de los celibatarios.

3.- Castidad

La castidad es una forma de la virtud de la templanza, la que consiste en el señorío sobre las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana, de modo que no obstaculicen la meta de la existencia humana y cristiana que es "vivir para Dios", sin permitir que nada creado se sobreponga a El, se constituya en finalidad independiente de El o, en una palabra, impida amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con toda las fuerzas (ver Dt 6,5; Mt 22, 37) .

La templanza se refiere al recto uso de los bienes terrenales y es necesaria al hombre para que dichos bienes conserven su calidad de medios al servicio de la finalidad última del ser humano, sin erigirse nunca en objetivos autónomos. Frente a diversos bienes temporales, la naturaleza del hombre, herida por el pecado, reacciona con violenta apetencia: apetencias de dinero, de poder, de gloria o vanagloria, de placer sexual (ver 1 Jn 2,16).

La templanza y la castidad ayudan al hombre a mantenerse en la verdad de su ser y de su finalidad, sin que las apetencias desordenadas adquieran dimensiones de ídolos y disputen a Dios el lugar y el amor a que sólo El tiene derecho. En concreto la castidad permite al hombre mantener el señorío sobre su sensualidad, respetando la finalidad del sexo y haciendo que se ejercite sin menoscabar el amor a Dios y sin aprisionar la libertad que compete a los hijos de Dios.

La virtud de la castidad es pluriforme y tiene matices propios de los diversos estados del hombre cristiano. Es diferente lo que exige la castidad a quien se ha consagrado en virginidad o celibato, a quien está unido en legítimo matrimonio, o a quien, sin estar aún unido en matrimonio, tiene el propósito o deseo de contraerlo más adelante. En todas las formas de castidad hay algo común: el señorío sobre el apetito sexual, como expresión de la búsqueda de Dios por sobre todo otro bien, y la búsqueda de cualquier bien sólo en la perspectiva de la búsqueda de Dios y de su amor. De modo que la castidad no es una actitud negativa, sino que, si impone renuncias y vencimientos, los exige con miras a un bien supremamente positivo: el amor a Dios. Se es casto para amar a Dios. Así se entiende la bienaventuranza que proclama dichosos a los puros o limpios de corazón, porque verán a Dios (Mt 5,8): quien es puro, en el más amplio sentido de la palabra, está en condiciones de "ver" a Dios, de amarlo, de decirle con verdad que nada hay tan importante como El, en ninguna situación o hipótesis.


FUENTE: www.aciprensa.com

NOVENA AL ESPÍRITU SANTO





Por la señal, etc.

Señor mío Jesucristo, etc.


ORACIONES PARA EMPEZAR TODOS LOS DÍAS

¡Dios mío! Dios de amor y de verdad. Autor de la santificación de nuestras almas, postrado humildemente ante vuestra soberana Majestad, detesto en la amargura de mi corazón todos mis pecados, como ofensas hechas a Vos, digno de ser amado sobre todas las cesas. ¡Oh bondad infinita!

¡Quién jamás os hubiera ofendido! Perdonadme, Señor, Dios de gracia y de misericordia, perdonadme mis continuas infidelidades; el no haber tenido valor para ejecutar cosa alguna buena, después que tantas veces vuestra misericordia y gracia me han solicitado, reprendido, amenazado e inspirado amorosamente.

Me pesa, me arrepiento de la ingrata correspondencia e indigna ceguedad con que he resistido incesantemente a vuestros dulces y divinos llamamientos. Mas propongo firmemente con vuestro auxilio de no ser ya rebelde a Vos, de seguir en adelante vuestras tiernas inspiraciones con suma docilidad. A este fin, alumbrad, oh fuente de luz, mi entendimiento, fortaleced mi voluntad, purificad mi corazón, arreglad todos mis pensamientos, deseos y afectos, y hacedme digno de gustar los frutos bienaventurados que vuestros dones producen en las almas que os poseen. Concededme las gracias que os pido en esta Novena, si han de ser para mayor gloria vuestra, y para que yo os vea, ame y alabe sin fin en vuestra gloria.

Amén.


Invocación al Espíritu Santo

Ven a nuestras almas
¡ Oh Espíritu SANTO!
y del cielo envía
de tu luz un rayo.

Ven, padre de pobres,
ven, de dones franco,
ven, de corazones
lucido reparo.

Ven, consolador,
dulce y soberano,
huésped de las almas,
suave regalo.

En los contratiempos
descanso al trabajo,
templanza en lo ardiente
consuelo en el llanto.

Santísima luz de
todo cristiano,
lo intimo del pecho,
llena de amor casto.

En el hombre nada
se halla sin tu amparo,
y nada haber puede
sin Ti, puro y santo.

Con tus aguas puras
lava lo manchado,
riega lo que es seco
pon lo enfermo sano.

Al corazón duro
doblegue tu mano,
y ablande las almas
que manchó el pecado.

Vuelve al buen camino
al extraviado,
y al helado enciende
en tu fuego santo.

Concede a tus fieles
en Ti confiados
de tus altos dones
sacro setenario.

Aumento en virtudes
haz que merezcamos,
del eterno gozo
el feliz descanso.

Amén.



ORACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS
(excepto el último día)


Himno al Espíritu Santo

¡Ven, oh Criador Espíritu!
nuestras almas visitad,
los pechos, que Vos criasteis,
llene gracia celestial.

Pues sois Paráclito Espíritu,
Don del Padre celestial,
fuente viva, sacro fuego,
unción santa, espiritual.

En tus dones setiforrnes,
tu promesa paternal,
dedo eterno de Dios Padre
nuestras lenguas inflamad.

Ilustrad nuestros sentidos,
el corazón inflamad,
nuestros cuerpos, que son flacos,
con vuestra virtud armad.

Apartad los enemigos,
danos la divina paz
y siendo Vos nuestra guía
huyamos toda maldad.

Par Vos al Padre y al Hijo,
en esta vida mortal
conozcamos, y creamos
siempre tu Divinidad.

A Dios PADRE sea gloria,
al HIJO gloria inmortal
y al Espíritu PARÁCLITO
por toda la Eternidad.

Amén.


Oración

¡Oh Espíritu Santo! Divinísimo consolador de mi alma, fuego, luz y celestial ardor de los corazones humanos, si es para gloria de vuestra Majestad que yo consiga lo que deseo y pido en este día, dignáos concedérmelo benignamente; y sino dirigid mi petición, dándome las gracias que ha de ser para vuestra mayor gloria y bien de la salvación de mi alma. Amén.


Ahora cada uno se recogerá interiormente y pedirá la gracia que más necesite.
Hecha la petición, se concluirá todos los días con antífona, verso, respuesta y oración siguientes:

Antífona

No os dejaré huérfanos, aleluya; voy y vengo a vosotros, aleluya; y se alegrará vuestro corazón, aleluya, aleluya.

V. Enviad, Señor, vuestro Santo Espirito, y serán creados.
R. Y renovaréis la faz de la tierra.


Oración

Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los fieles con la ilustración del Espíritu Santo, dadnos el sentir rectamente con este mismo Espíritu, y gozar siempre de su consolación. Por Jesucristo Señor nuestro, tu Hijo, que vive contigo y reina en la unidad del mismo Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.


A continuación rezar la oración del día que corresponda:


DÍA PRIMERO

Comenzar con la oraciones preparatorias para todos los días.

¡Oh Espíritu Santo! Fuente viva de divinas aguas que, en la creación del mundo, santificasteis las inmensas que rodeaban el mundo y las aguas del Jordán en el bautismo de Jesucristo, Señor nuestro; yo os suplico que seáis en mi espíritu, tan árido y seco, la Sagrada fuente de aguas vivas, que jamás se agote y salte hasta la vida eterna; y la gracia que os pido en esta Novena, si es para mayor gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.

Rezar tres veces el Padre nuestro y el Ave María en honor de la Santísima TRINIDAD, y terminar con la oraciones finales para todos los días.


DÍA SEGUNDO

Comenzar con la oraciones preparatorias para todos los días.

¡Oh Espíritu Santo! Que haciendo sombra con vuestra virtud altísima a la purísima Virgen María, y llenándola al mismo tiempo de gracia, obrasteis de un modo inefable y omnipotente la obra infinita de la Encarnación del Verbo eterno, en el seno virginal de vuestra celestial Esposa: haced sombra a mi alma y concededme la gracia necesaria para que yo sea digno de recibir al mismo Verbo divino hecho hombre y sacramentado por mi amor, y también la especial que os pido en esta Novena, si es para mayor gloria vuestra, y bien de mi alma. Amén.

Rezar tres veces el Padre nuestro y el Ave María en honor de la Santísima TRINIDAD, y terminar con la oraciones finales para todos los días.


DÍA TERCERO

Comenzar con la oraciones preparatorias para todos los días.

¡Oh Espíritu Santo! Celestial paloma que, abriendo de par en par los cielos, bajasteis sobre Jesús ya bautizado en el Jordán, simbolizando: que desde cl momento en que tomó la naturaleza humana, habitaba en él la plenitud de la Divinidad; bajad sobre la mía pobre y miserable y llenadla del don de sabiduría de consejo, de entendimiento y fortaleza, de ciencia, piedad y temor de Dios; y dadme la gracia que pido en esta Novena, si es para mayor gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.

Rezar tres veces el Padre nuestro y el Ave María en honor de la Santísima TRINIDAD, y terminar con la oraciones finales para todos los días.


DÍA CUARTO


Comenzar con la oraciones preparatorias para todos los días.

¡Oh Espíritu Santo! Nube lúcida que haciendo en el Tabor sombra a Jesús transfigurado y glorioso, ilustrasteis aquel Santo monte, y amparasteis en su excesivo temor a los Apóstoles, comunicándoles después de la Ascensión de su Divino Maestro mucha luz, fervor y gracia; ilustrad, proteged y fecundad mi alma para que yo sea digno discípulo de Jesús, y dadme la gracia que os pido en esta Novena, si es para mayor gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.

Rezar tres veces el Padre nuestro y el Ave María en honor de la Santísima TRINIDAD, y terminar con la oraciones finales para todos los días.


DÍA QUINTO

Comenzar con la oraciones preparatorias para todos los días.

¡Oh Espíritu Santo! Suave viento que llenó el Cenáculo y dio fuerza y valor a los corazones de cuantos os esperaban, orando fervorosamente unidos con una alma y un corazón: ocupad ¡oh Espíritu de vida y amor! toda la casa de mi pequeño espíritu, mí memoria, entendimiento y voluntad: y dadme la gracia que os pido en esta Novena, si es para mayor gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.

Rezar tres veces el Padre nuestro y el Ave María en honor de la Santísima TRINIDAD, y terminar con la oraciones finales para todos los días.


DÍA SEXTO

Comenzar con la oraciones preparatorias para todos los días.

Oh Espíritu Santo! Luz clarísima que ilustró el entendimiento de los santos Apóstoles, comunicándoles, como Sol divino, toda la luz que necesitaban para su perfección y para la conversión del mundo: llenad ¡oh luz beatísima! todos los senos tenebrosos de mi interior, para que os conozca y dé a conocer a todo el mundo; y la gracia que os pido en esta Novena, si es para mayor gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.

Rezar tres veces el Padre nuestro y el Ave María en honor de la Santísima TRINIDAD, y terminar con la oraciones finales para todos los días.


DÍA SÉPTIMO

Comenzar con la oraciones preparatorias para todos los días.

¡Oh Espíritu Santo! Sagrado fuego que apareciendo visible sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, inflamasteis divinamente sus corazones para que, abrasados en vuestro amor, encendiesen después a todo el mundo en las mismas sagradas llamas: encended en vuestros santísimos ardores mi corazón helado, para que, abrasado mi espíritu en ellos, encienda en vuestro divino amor a cuantos tratare; y dadme la gracia que os pido en esta Novena, si es para mayor gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.

Rezar tres veces el Padre nuestro y el Ave María en honor de la Santísima TRINIDAD, y terminar con la oraciones finales para todos los días.


DÍA OCTAVO

Comenzar con la oraciones preparatorias para todos los días.

¡Oh Espíritu Santo! Llama ardiente de caridad que con el fuego de vuestro amor inflamando el corazón de los santos Apóstoles y de todos los hombres Apostólicos, les comunicasteis el don de lenguas para la conversión del mundo; inflamad sagrado fuego de amor a mi corazón y mi lengua para que siempre hable gobernado por vuestro Espíritu, y fervoroso en la caridad, inflame a todos para que observen fielmente vuestros divinos mandamientos; y dadme la gracia que pido en esta Novena, si es para mayor gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.

Rezar tres veces el Padre nuestro y el Ave María en honor de la Santísima TRINIDAD, y terminar con la oraciones finales para todos los días.


DÍA NOVENO

Comenzar con la oraciones preparatorias para todos los días.

¡Oh Espíritu Santo! Caridad esencial que, difundida en los corazones humanos, los divinizáis comunicándoles todas las divinas gracias que se incluyen en nuestros siete dones, y comprenden cuanto necesita la vida espiritual, propia de cada uno, y la que deseáis se comunique a todos los hombres: difundidlos, ¡oh Caridad santísima! en mi corazón tan pobre de vuestros siete dones, y que con ellos publique vuestras grandezas. ¡Oh Dios misericordioso! Vos, que antiguamente llenasteis en este dichoso día los pechos apostólicos de vuestra gracia, llenad los nuestros de vuestros divinos carismas, concedednos tranquilos tiempos, confirmad las gracias que os hemos pedido en esta Novena, si son para mayor gloria vuestra y bien de nuestras almas. Amén.

Después de esta oración, en lugar de la antífona, verso, respuesta y oración de todos los días, se dirán las siguientes:

Antífona para el DÍA NOVENO

Hoy se completaron los días de Pentecostés, aleluya; hoy se reproducen los felices gozos, cuando el Espíritu Consolador bajó sobre sus Apóstoles, aleluya; hoy, rayando el resplandor del divino fuego, reposó el Espíritu Santo en forma de lenguas sobre ellos, aleluya; hoy les hace fecundos en palabras, les inflama de su amor y les llena de´ sus innumerables carismas, aleluya, aleluya.

V. Fueron todos llenos del Espíritu Santo, aleluya.
R. Y comenzaron a hablar en varias lenguas, aleluya.

Oración

Oh Dios, que habéis instruido en este día los Corazones de los fieles con la ilustración del Espíritu Santo, dadme el sentir rectamente con este mismo Espíritu, y gozar siempre de su consolación. Por Jesucristo Señor nuestro, tu Hijo, que vive contigo y reina en la unidad del mismo Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos.
Amén.


FUENTE: es.catholic.net


LA PRIMERA DAMA DE LOS ESTADOS UNIDOS HACE PÚBLICA SU PERTENENCIA A LA IGLESIA CATÓLICA

Melania Trump parece haber disfrutado mucho con la visita al Vaticano y Roma. No suele estar en un primer plano y normalmente es Ivanka (su hijastra) quien, de alguna manera, ejerce de primera dama.

No obstante, este viaje era especial. Melania se ha convertido en protagonista de este viaje. No sólo por lo adecuado de su vestimenta o por su graciosa anécdota por el Papa Francisco, sino por algo mucho más allá.

En este viaje, Melania Trump hizo público su catolicismo y mostró al mundo sus creencias y pertenencia a la fe católica. Durante estos días pidió al Papa Francisco que le bendijera un rosario, visitó a los niños enfermos en el Hospital pediátrico Niño Jesús en Roma y ofreció flores y rezó frente a una imagen de la Virgen María.

Su portavoz Stephanie Grisham confirmó lo que viendo las imágenes era palpable: Melania Trump pertenece a la Iglesia Católica. Aunque al preguntarle por la fecha de su bautizo, la Grisham no quiso dar detalles.

Con este anuncio Melania Trump se convierte en la segunda “Primera Dama” estadounidense católica tras Jackeline Kennedy.

Nunca ha ocultado sus creencias e incluso en un acto electoral rezó sin ningún tipo de rubor y tapujo el PadreNuestro:

¿Es devoción real o una operación de marketing? Imposible saberlo. Pero ciertamente es sorprendente que la mujer de un presidente de EE.UU. se identifique como católica…





MAYO: MES DE MARÍA





La Iglesia otorga este mes a María para conocerla y amarla más


Mayo es el mes de las flores, de la primavera. Muchas familias esperan este mes para celebrar la fiesta por la recepción de algún sacramento de un familiar. También, Mayo es el mes en el que todos recuerdan a su mamá (el famoso 10 de Mayo) y las flores son el regalo más frecuente de los hijos para agasajar a quien les dio la vida.

Por otro lado, todos saben que este mes es el ideal para estar al aire libre, rodeado de la belleza natural de nuestros campos. Precisamente por esto, porque todo lo que nos rodea nos debe recordar a nuestro Creador, este mes se lo dedicamos a la más delicada de todas sus creaturas: la santísima Virgen María, alma delicada que ofreció su vida al cuidado y servicio de Jesucristo, nuestro redentor.

Celebremos, invitando a nuestras fiestas a María, nuestra dulce madre del Cielo.

¿Qué se acostumbra hacer este mes?


Ofrecimiento de flores a la Virgen.

Este es el mejor regalo que podemos hacerle a la Virgen. Regalar flores es una manera que tenemos las personas para decirle a alguien que la queremos mucho. A la Virgen le gusta que le llevemos flores y, también, si se puede, le podemos cantar sus canciones preferidas como las que te sugerimos más adelante, en la página........
Para dar mayor solemnidad al Ofrecimiento, los niños pueden ir vestidos de blanco, símbolo de pureza.


Reflexionar en los principales misterios de la vida de María.

Reflexionar implica hacer un esfuerzo con la mente, la imaginación y, también, con el corazón, para profundizar en las virtudes que la Virgen vivió a lo largo de su vida. Podemos meditar en cómo María se comportó, por ejemplo, durante:

-la Anunciación
-la Visita a su prima Isabel
-el Nacimiento de Cristo
-la Presentación del Niño Jesús en el templo
-el Niño Jesús perdido y hallado en el templo
-las Bodas de Caná
-María al pie de la cruz.


Recordar las apariciones de la Virgen.

En Fátima, Portugal; en Lourdes, Francia y en el Tepeyac, México (La Guadalupe) la Virgen entrega diversos mensajes, todos relacionados con el amor que Ella nos tiene a nosotros, sus hijos.

Meditar en los cuatro dogmas acerca de la Virgen María que son:

1. Su inmaculada concepción: A la única mujer que Dios le permitió ser concebida y nacer sin pecado original fue a la Virgen María porque iba a ser madre de Cristo.

2. Su maternidad divina: La Virgen María es verdadera madre humana de Jesucristo, el hijo de Dios.

3. Su perpetua virginidad: María concibió por obra del Espíritu Santo, por lo que siempre permaneció virgen.

4. Su asunción a los cielos: La Virgen María, al final de su vida, fue subida en cuerpo y alma al Cielo.


Recordar y honrar a María como Madre de todos los hombres.

María nos cuida siempre y nos ayuda en todo lo que necesitemos. Ella nos ayuda a vencer la tentación y conservar el estado de gracia y la amistad con Dios para poder llegar al Cielo. María es la Madre de la Iglesia.


Reflexionar en las principales virtudes de la Virgen María.

María era una mujer de profunda vida de oración, vivía siempre cerca de Dios. Era una mujer humilde, es decir, sencilla; era generosa, se olvidaba de sí misma para darse a los demás; tenía gran caridad, amaba y ayudaba a todos por igual; era servicial, atendía a José y a Jesús con amor; vivía con alegría; era paciente con su familia; sabía aceptar la voluntad de Dios en su vida.



Vivir una devoción real y verdadera a María.

Se trata de que nos esforcemos por vivir como hijos suyos. Esto significa:

Mirar a María como a una madre: Platicarle todo lo que nos pasa: lo bueno y lo malo. Saber acudir a ella en todo momento.

Demostrarle nuestro cariño: Hacer lo que ella espera de nosotros y recordarla a lo largo del día.

Confiar plenamente en ella: Todas las gracias que Jesús nos da, pasan por las manos de María, y es ella quien intercede ante su Hijo por nuestras dificultades.

Imitar sus virtudes: Esta es la mejor manera de demostrarle nuestro amor.

Rezar en familia las oraciones especialmente dedicadas a María.


La Iglesia nos ofrece bellas oraciones como la del Ángelus (que se acostumbra a rezar a mediodía), el Regina Caeli, la Consagración a María y el Rosario.
Varias oraciones Marianas


Cantar las canciones dedicadas a María

Que nos ayudan a recordar el inmenso amor de nuestra madre a nosotros, sus hijos

Treinta días de oración a la Reina del Cielo


FUENTE: es.catholic.net


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EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

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San Francisco de Asís