FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

PARA LOS QUE BUSCAMOS LA SANTIDAD, LA PERFECCIÓN.

El Sagrario debe estar en el centro del Altar.



San Juan: " El que dice que ama a Dios y no lo obedece es un mentiroso".

Si decimos y sabemos que Jesús es el Señor de señores, Rey de reyes, Tres veces Santo, el dueño de la vida y de la muerte, Camino, Verdad y Vida, el Todopoderoso, nuestro Salvador; porqué entonces muchas iglesias lo han sacado del centro del Altar y lo han confinado a un cuartito aparte en donde solo lo visitan pocos fieles y el resto de ellos están en la Iglesia como si no estuviera el Señor presente,  y hacen cualquier cosa menos adorarlo y guardando silencio y en oración por estar en Su casa?

No le dijo el Señor a Moisés: "Quítate las sandalias porque pisas lugar santo?"
Dios está en todas partes, acaso no es Él omnipresente?

No les remuerde la conciencia de  que por el hecho que lo hayan quitado del lugar que le corresponde  ahora hablen hasta en voz alta?  Usan el celular? Conversan como si estuvieran en cualquier lugar público, sentarse entre varias a murmurar de todo?  Qué ofensa y qué sacrilegio al Señor y a Su santísima Madre.
Podríamos decir que estas mismas personas entran a la Casa del Señor sin hacer ninguna reverencia, o genuflexión.

Para los que no saben, en el Altar se renueva diariamente todo lo que ocurrió en el Gólgota pero de manera incruenta, el misterio mas grande y la mayor expresión de Amor. Por eso el sacerdote besa la mesa del Altar al iniciar la santa misa.

Es hora que sepamos que todo lo que debimos hacer por amor a Dios en esta vida y no lo hicimos, si tenemos suerte de llegar al Purgatorio no saldremos de allí hasta pagar el último centavo.












DE LA AUTORA -


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EL SANTO ROSARIO

El Santo Rosario es la oración predilecta de la Virgen María y es más poderoso que la bomba atómica.

Con cada Avemaría le entregamos a nuestra Madre, una rosa.

Cuando rezamos el Rosario con devoción, meditando con amor cada misterio nos protegemos con una cerca poderosísima en donde guardamos diariamente nuestras intenciones, nuestras familias, etc. Es por eso que la Virgen siempre que se aparece pide que recemos el Rosario diariamente para que así estemos protegidos 24 horas con su cerca poderosa, del demonio y las tinieblas.

El santo Rosario contiene en cada pepita la Sangre que derramó por nosotros nuestro Señor Jesucristo y la de todos los mártires de todos los tiempos.

Al terminar cada misterio cerramos una puerta al infierno y abrimos una al Paraíso.

Nuestra Santísima Madre también dice que el Rosario es el arma más poderosa contra satanás, en estos últimos tiempos (después de la Santa Misa).

Para que el Rosario (arma) queme a satanás y sus secuaces y huyan lejos de nosotros, debemos estar en gracia de Dios y ser fieles al Señor. De lo contrario no les hará nada, no los quemará, no trascenderá al Espíritu esta poderosa arma.

DOS GRANDES NOVENAS A LOS SAGRADOS CORAZONES DE JESÚS Y MARÍA




Atención: Estas dos grandes Novenas no son oraciones sino que se trata de comulgar los Primeros Viernes y Sábados de Mes durante NUEVE meses seguidos en reparación a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.


HISTORIA: 

La Santísima Virgen favoreció con abundantes locuciones y visiones extraordinarias, durante varios años, a Sor Natalia Magdolna (1901-1992), religiosa húngara, nacida cerca de Pozsony (en la actual Eslovaquia), perteneciente a la congregación de Hermanas del Buen Pastor de Sta. Mª Magdalena de Keeskemet.

Su vida estuvo llena de gracias sobrenaturales y de una intensa comunicación con Dios. Murió en olor de santidad, siendo de edad ya avanzada.

Las promesas que a continuación ofrecemos, están entresacadas de varios mensajes que Jesús y María le comunicaron, y que fueron editados en el libro "La Victoriosa Reina del Mundo" 

El Padre Jeno Krasznay, Director Espiritual de Sor María Natalia por algún tiempo, renombrado teólogo europeo y Auxiliar del Obispo Isvan Hasz, declaró verídicas estas experiencias místicas, así como las visiones y mensajes, tras un largo período de investigación y examen. 

Dice Sor Natalia: 

Resultado de imagen para Sor Natalia MagdolnaEl 15 de agosto de 1942, Jesús me dio una enorme gracia. Durante una visión me dio una gran promesa para aquellos que hicieran una novena en honor de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María. Me dijo:

-Hija mía, mira a tu Madre como Reina del Mundo. Ámala y trátala con la confianza de un niño. Esto lo quiero de ti y de todos.

Entonces levantó un poco el manto de su Madre, me mostró su Inmaculado Corazón y, volteándose hacia el mundo, dijo:

-He aquí el Corazón Inmaculado de mi Madre en el que he puesto mis gracias para el mundo y para las almas. Este Corazón es la fuente de mis gracias, del que fluyen la vida y la santificación del mundo. Como el Padre celestial Me lo dio todo a Mí, del mismo modo Yo le di mi victorioso poder sobre el mundo y sobre el pecado al Inmaculado Corazón de mi Madre. A través de mi hija, Margarita María Alacoque, la prometí al mundo grandes cosas, pero como mi bondad es infinita ahora ofrezco todavía más.

-Si la gente desea ganar los beneficios de mis promesas debe amar y venerar el Inmaculado Corazón de mi Madre. La señal más grande de esta veneración es que comulguen, bien preparados y arrepentidos en nueve sábados primeros, paralelamente con los nueve viernes primeros. Sus intenciones deberán consolar a mi Corazón al mismo tiempo que al Corazón Inmaculado de mi Madre.

Entendí que Jesús estaba pidiendo lo mismo para su Madre que lo que había pedido a santa Margarita para sí mismo. Le pregunté a Jesús:

-¿Debemos consolar también a tu Madre, ya que ella recibe tantas ingratitudes?

Jesús respondió:

-Querida hija, si alguien me hiere, esta persona hiere también a mi Madre. Si alguien me consuela, consuela al mismo tiempo a mi Madre, porque mi Madre y Yo somos uno en el amor.

Cuando el Salvador me dijo esto, entendí muchas cosas sobre la unidad de los dos Sacratísimos Corazones.

Jesús me dijo también que si alguien se confiesa con regularidad una vez por mes, no hace falta que se confiese para ir a la comunión, si no ha cometido ningún pecado mortal desde la última confesión. Jesús me enseñó esta oración para los primeros sábados:

«Sacratísimo Corazón de Jesús,
te ofrezco esta santa comunión
por medio del Corazón Inmaculado de María,
para consolarte por todos los pecados
cometidos contra Ti».


Las 33 promesas de Jesús para aquellos que hagan la doble novena
  1. Todo lo que me pidan por medio del Corazón de mi Madre –a condición de que la petición sea compatible con la voluntad del Padre- lo concederé durante la novena.
  2. Sentirán en cada circunstancia la extraordinaria ayuda de mi Madre, junto con sus bendiciones.
  3. Paz, armonía y amor reinarán en sus almas y en las almas de los miembros de sus familias.
  4. Protegeré a sus familias de contrariedades, engaños e injusticias.
  5. Los matrimonios se mantendrán juntos y, si uno ya se ha ido, él o ella, volverá.
  6. Los miembros de sus familias se comprenderán unos con otros y perseverarán en la fe.
  7. Las madres, en particular las que esperan, recibirán una especial protección para ellas, así como para sus hijos.
  8. Los pobres recibirán alojamiento y comida.
  9. Los llevaré a amar la oración y el sufrimiento. Aprenderán a amar a Dios y a sus prójimos.
  10. Los pecadores se convertirán sin dificultad aunque sea otra la persona que hace esta novena por ellos.
  11. Los pecadores no volverán a caer en su estado anterior. No solamente recibirán perdón por sus pecados sino que, a través de una perfecta contrición y amor, recuperarán la inocencia bautismal.
  12. Aquellos que hagan esta novena en su inocencia bautismal (especialmente los niños) nunca ofenderán a mi corazón con pecados graves.
  13. Los pecadores que se arrepientan sinceramente escaparán no sólo del infierno sino también del purgatorio.
  14. Los creyentes tibios se volverán fervorosos, perseverarán y alcanzarán la perfección y la santidad en un corto tiempo.
  15. Si los padres u otros miembros de la familia hacen esta novena, ninguno de esa familia será condenado al infierno.
  16. Mucha gente joven recibirá el llamado a la vida religiosa y al sacerdocio.
  17. Los descreídos se volverán creyentes y aquellos que andan sin dirección volverán a la Iglesia.
  18. Los sacerdotes y religiosos permanecerán fieles a su vocación. Los que no fueron fieles recibirán la gracia de una sincera contrición y la posibilidad de regresar.
  19. Los padres y la gente en posiciones de mando recibirán ayuda en sus necesidades espirituales y materiales.
  20. El cuerpo estará libre de tentaciones del mundo y de la carne.
  21. El orgulloso se volverá humilde; el impetuoso se volverá amoroso.
  22. Las almas fervorosas sentirán la dulzura de la oración y el sacrificio; nunca serán atormentadas por la inquietud o la duda.
  23. Las personas agonizantes no sufrirán los ataques de Satanás. Se irán súbitamente, con una muerte inesperada.
  24. Los moribundos experimentarán un deseo vehemente de la vida eterna; de este modo, ellos se abandonarán a mi voluntad y se irán de la vida en los brazos de mi Madre.
  25. Sentirán la extraordinaria protección de mi Madre en el juicio final.
  26. Recibirán la gracia de tener compasión y amor hacia mi sufrimiento y el de mi Madre.
  27. Aquellos que se esfuerzan por ser perfectos obtendrán como un privilegio las principales virtudes de mi Madre: humildad, amor y pureza.
  28. Estarán acompañados con cierta alegría exterior e interior y con paz a lo largo de sus vidas, estén enfermos o sanos.
  29. Los sacerdotes recibirán la gracia de vivir en la presencia de mi Madre sin ninguna adversidad.
  30. Aquellos que progresen en su unión Conmigo recibirán la gracia de sentir esta unión. Sabrán lo que significa: «ellos ya no vivirán, sino que Yo viviré en ellos». Es decir, amaré con sus corazones, oraré con sus almas, hablaré con sus lenguas, y serviré con todo su ser. Experimentarán que lo bueno, hermoso, santo, humilde, manso, valioso y admirable en ellos, soy Yo. Yo, el Omnipotente, el Infinito, el único Señor, el único Dios, el único Amor.
  31. Las almas de aquellos que hagan esta novena estarán radiantes como lirios blancos alrededor del Corazón de mi Madre por toda la eternidad.
Yo, el Divino Cordero de Dios, unido con mi Madre y con el Espíritu Santo, nos regocijaremos para siempre viendo las almas que a través del Inmaculado Corazón de mi Madre, ganarán la gloria de la eternidad.

Las almas de los sacerdotes avanzarán siempre en fe y en virtud.


La gran promesa de María 

«Las puertas del infierno estarán cerradas el primer sábado de cada mes. Nadie entrará al infierno en ese día. Sin embargo, las puertas del Purgatorio estarán abiertas. Así muchas almas podrán alcanzar el cielo. Ésta es la obra del Amor misericordioso de mi Hijo. Ésta es la recompensa para esas almas que veneran a mi Inmaculado Corazón».

Cuando el Salvador me habló de los primeros sábados no estaba yo enterada que la Santísima Virgen en Fátima había pedido solamente cinco primeros sábados, en comparación con los nueve de los mensajes que yo había recibido. Por lo tanto, las autoridades de la Iglesia quisieron saber por qué el Salvador pidió nueve mientras la Virgen María en Fátima había pedido sólo cinco.

El Divino Salvador contestó: «La petición de mi Madre de cinco sábados es signo de su humildad. Aunque Ella es glorificada en el cielo, vive en el espíritu de la humildad y por lo tanto Ella no se considera merecedora de recibir ninguna devoción que sea igual a la Mía. Mi petición es una señal de mi amor, que no puede soportar la idea de recibir más que Ella quien está tan unida a Mí en este amor».

Por esto entendí que la razón por la que debe hacerse reparación en los nueve primeros sábados es porque Jesús pidió nueve viernes para Él a santa Margarita María Alacoque. Con eso nosotros consolaremos a Jesús y honraremos a Nuestra Señora, entregándonos a ella, y así por medio de su Inmaculado Corazón llegaremos a Jesús.

FUENTE: santisimavirgen.com.ar

AMÉRICA/ESTADOS UNIDOS: EL HÁBITO RELIGIOSO DA TESTIMONIO, ATRAE Y FAVORECE LA EVANGELIZACIÓN


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Irondale (Agencia Fides) – “La gente no necesita religiosos que sean como uno de ellos, al igual que los niños no necesitan padres que sean sus amigos o compañeros. Necesitan religiosos que los guíen hasta el cielo”. Así lo sostiene la hermana Miriam del Cordero de Dios, fundadora de las Hijas de María, Madre de la Esperanza de Israel, explicando la importancia que las comunidades consagradas en América otorgan a su hábito para ofrecer testimonio cristiano de misión y evangelización.

En declaraciones a la Agencia Fides, la hermana Miriam comenta que quería reanudar el uso del hábito hasta los pies algo que le llamó la atención cuando era una joven judía que no conocía la fe católica. “La gente se acerca a menudo preguntándome: ¿eres monja? ¡Pensé que ya no había! Y me piden oraciones. El hábito trae esperanza a la sociedad y al mundo”, concluye. Sor Marie Andre, abadesa del monasterio de Nuestra Señora de la Soledad en Tonopah (Arizona), -según explica a la revista estadounidense “National Catholic Register”- explica que “amamos nuestros hábitos. Aunque no lo parezca son prácticos para nuestra vida contemplativa, incluso en el desierto. Estamos cubiertas de pies a cabeza como la mayoría de las personas que viven en tierras áridas y muy calurosas”.

Según el hermano Glenn Sudano, sacerdote y cofundador de los frailes franciscanos de la Renovación, la prenda recuerda la identidad de un fraile capuchino y los votos de pobreza, castidad y obediencia, representados por los tres nudos del cinturón que une su túnica gris. “Nos vestimos así todos los días”, explica. “Si me encontraras en el metro, en un avión o en casa, siempre me verías así”. "La reacción al hábito es positiva aunque algunos jóvenes no saben quiénes somos. Viajamos a menudo, y la gente nos respeta. Llevamos nuestro hábito con una sonrisa”, concluye.

La hermana Clare Matthias, superiora general de las Hermanas Franciscanas de la Renovación, también destaca que la forma típica de vestir a las religiosas las hace fácilmente identificables y, por lo tanto, “dice a las personas que estamos aquí para ayudarlas”. “No puedo caminar por la calle sin que alguien me detenga porque quiere hablar conmigo”, señala. “La gente habla con nosotros inmediatamente y comparten sus vidas y nos piden oraciones”. “En Nueva York ahora somos parte del panorama social pero cuando salimos de la ciudad, la gente se sorprende al vernos con el hábito. Una sorpresa que a menudo se convierte en curiosidad y, por lo tanto, una razón para dar testimonio de la propia fe”.

FUENTE: www.fides.org 

LAS ENSEÑANZAS DE SANJOSEMARÍA ESCRIBA PARA LOS SACERDOTES -


El 28 de marzo de 1925 san Josemaría fue ordenado sacerdote. Con motivo del aniversario, reproducimos una conferencia de Mons. Javier Echevarría sobre el sacerdocio (2009).


Opus Dei - Las enseñanzas de San Josemaría para los sacerdotes


Las enseñanzas de San Josemaría para los sacerdotes: una respuesta a los desafíos de un mundo secularizado

Sumario

1. «Todos los sacerdotes somos Cristo». Eucaristía e identificación con Cristo.

2. «Yo le presto al Señor mi voz». Familiaridad con la Palabra y disponibilidad para las almas.

3. «Yo le presto al Señor mis manos». Amor a la liturgia y obediencia a la Iglesia.


4. «Yo le presto al Señor mi cuerpo y mi alma: le doy todo». Sacerdote cien por cien.


*****

Hacer presente a Dios en todas las actividades humanas es el gran desafío de los cristianos en un mundo secularizado, y es la tarea que San Josemaría recordó a miles de personas –sacerdotes y laicos– durante su vida. Su mensaje puede resumirse en pocas palabras: santidad personal en medio del mundo.Jesucristo se hará presente y activo en el mundo: en las familias, en la fábrica, en los medios de comunicación, en el campo..., en la medida en que Cristo viva en el padre y en la madre de familia, en el obrero, en la periodista, en el campesino...; es decir, en la medida en que el obrero, el periodista, el esposo o la esposa sean santos. Como afirmó Juan Pablo II, «se necesitan heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores (...) han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar el mundo de hoy»[1].

Este es el “secreto" ante la indiferencia y el olvido de Dios: nuestro mundo necesita santos; cualquier otra “solución" es insuficiente. El mundo actual, con su inestabilidad y sus profundos cambios, reclama la presencia de hombres santos, apostólicos, en todas las actividades seculares: «Un secreto. –Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. –Dios quiere un puñado de hombres “suyos" en cada actividad humana. –Después... “pax Christi in regno Christi" –la paz de Cristo en el reino de Cristo»[2].

La ausencia de Dios en la sociedad secularizada se traduce en falta de paz; y, como consecuencia, proliferan las divisiones: entre las naciones, en las familias, en el lugar de trabajo, en la convivencia diaria... Para llenar de paz y alegría esos ambientes, «hemos de ser, cada uno de nosotros, alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo. Sólo así podremos emprender esa empresa grande, inmensa, interminable: santificar desde dentro todas las estructuras temporales, llevando allí el fermento de la Redención»[3]. Todos estamos llamados a colaborar en esta tarea apasionante, con una visión optimista ante el mundo en el que vivimos: «Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características: (...) una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida»[4].

En esta labor de transformación del mundo, se percibe también el importante papel del sacerdote. Pero, ¿quién es el sacerdote en la sociedad de hoy? ¿Cómo puede convertirse en fermento de santidad? A esta pregunta se puede responder desgranando unas palabras de San Josemaría que definen la identidad del sacerdote, también en el mundo secularizado: «Todos los sacerdotes somos Cristo. Yo le presto al Señor mi voz, mis manos, mi cuerpo, mi alma: le doy todo»[5].


1. «Todos los sacerdotes somos Cristo».

Eucaristía e identificación con Cristo.

Son ciertamente los laicos quienes, de modo capilar, hacen presente a Cristo en las encrucijadas del mundo. A la vez, la vida de Cristo que se inicia en el Bautismo necesita el ministerio sacerdotal para desarrollarse. La grandeza del sacerdote consiste en que se le ha dado el poder de vivificar, de cristificar. El sacerdote es «instrumento inmediato y diario de esa gracia salvadora que Cristo nos ha ganado». El sacerdote trae a Cristo «a nuestra tierra, a nuestro cuerpo y a nuestra alma, todos los días: viene Cristo para alimentarnos, para vivificarnos»[6].

Como pastor de almas y como dispensador de los misterios de Dios (cfr. 1 Cor 4, 1), el sacerdote, especialmente en un mundo indiferente hacia la fe, debe alentar a todos para que progresen hacia la santidad, sin rebajar —por cobardía o por falta de fe— el horizonte del mandato divino: «sed santos, como mi Padre celestial es santo» (Mt 5, 48). El sacerdote orientará a otros en ese camino hacia la santidad si él mismo reconoce este imperativo, y si es consciente de que Dios ha puesto en sus manos los medios para alcanzarlo. El gran desafío para el sacerdote consiste en identificarse con Cristo en el ejercicio de su ministerio sacerdotal, para que muchos otros busquen también está configuración con el Señor, en el desempeño de sus tareas habituales.

La identificación con Cristo sacerdote se fundamenta en el don del sacramento del Orden, y se desarrolla en la medida en que el sacerdote pone todo lo suyo en manos de Cristo. Esto ocurre de modo paradigmático y excelente durante la celebración de la Eucaristía. En la Misa, el sacerdote presta su ser a Cristo para traer a Cristo. San Josemaría expresaba esta verdad con fuerza singular:

«Llego al altar y lo primero que pienso es: Josemaría, tú no eres Josemaría Escrivá de Balaguer (...): eres Cristo (...). Es Él quien dice: esto es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre, el que consagra. Si no, yo no podría hacerlo. Allí se renueva de modo incruento el divino Sacrificio del Calvario. De manera que estoy allí in persona Christi, haciendo las veces de Cristo»[7].

Esta identificación con el Señor es un rasgo esencial de la vida espiritual del sacerdote. Como decía San Gregorio Magno, «quienes celebramos los misterios de la pasión del Señor, hemos de imitar lo que hacemos. Y entonces la hostia ocupará nuestro lugar ante Dios, si nos hacemos hostia nosotros mismos»[8].

La entera existencia sacerdotal se orienta a que el propio yo disminuya, para que crezca Cristo en el presbítero: ocultarse, sin buscar protagonismo, para que aparezca sólo la eficacia salvadora del Señor; desaparecer, para que Cristo se haga presente a través del ejercicio abnegado y humilde del ministerio. Ocultarse y desaparecer[9] es una fórmula que gustaba mucho a San Josemaría. Invita, especialmente a los sacerdotes, a preferir el sacrificio escondido y silencioso[10] a las manifestaciones aparatosas o llamativas.

Paradójicamente, para contrarrestar la ausencia de Dios en un mundo secularizado, San Josemaría propone a los sacerdotes, no tanto una fuerte actividad pública, con su correspondiente resonancia mediática, sino, sencillamente, ocultarse y desaparecer. De este modo, al desaparecer el “yo" del sacerdote, se propagará la presencia de Cristo en el mundo, según la lógica divina que se nos muestra en la celebración de la Eucaristía.

«Me parece que a los sacerdotes se nos pide la humildad de aprender a no estar de moda, de ser realmente siervos de los siervos de Dios –acordándonos de aquel grito del Bautista: illum oportet crescere, me autem minui (Jn 3, 30); conviene que Cristo crezca y que yo disminuya–, para que los cristianos corrientes, los laicos, hagan presente, en todos los ambientes de la sociedad, a Cristo (...). Quien piense que, para que la voz de Cristo se haga oír en el mundo de hoy, es necesario que el clero hable o se haga siempre presente, no ha entendido bien aún la dignidad de la vocación divina de todos y de cada uno de los fieles cristianos»[11].

La existencia sacerdotal consiste en poner todo lo propio a merced de Dios: prestar la voz al Señor, para que hable Él; prestarle las manos, para que actúe Él; prestarle cuerpo y alma, para que Él crezca en el sacerdote y, a través de su ministerio, en cada uno de los fieles cristianos. Ante los desafíos de nuestro mundo, San Josemaría enseña a los sacerdotes humildad y abnegación: poner enteramente a disposición del Señor el propio yo.

2. «Yo le presto al Señor mi voz».

Familiaridad con la Palabra y disponibilidad para las almas.

La Eucaristía «anuda en sí todos los misterios del Cristianismo. Celebramos, por tanto, la acción más sagrada y trascendente que los hombres, por la gracia de Dios, podemos realizar en esta vida»[12]. El sacerdote presta su voz al Señor, de modo inefable al pronunciar las palabras de la consagración, que permiten que la fuerza de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo obre el prodigio de la transubstanciación. La eficacia de esas palabras no proviene del sacerdote sino de Dios. El sacerdote, por sí mismo, no podría decir eficazmente “esto es mi cuerpo", "éste es el cáliz de mi sangre": no se obraría la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esto, que sucede de modo extraordinario durante la celebración eucarística, en el momento más sublime de la vida del sacerdote, puede extenderse análogamente a toda su vida y su ministerio.

La eficacia de la palabra del sacerdote —en la predicación, en la celebración de los sacramentos, en la dirección espiritual y en el trato con las personas— proviene del mismo principio: prestar su voz al Señor.

a) Familiaridad con la voz de Dios

Prestar al Señor la propia voz reclama confianza con Él; requiere escuchar la voz de Dios e incorporarla a la vida propia. Para adquirir esa familiaridad, San Josemaría indica dos caminos imprescindibles: la vida de oración y el estudio. El sacerdote ha de dedicar tiempo a estudiar y meditar la Sagrada Escritura y a profundizar en su formación teológica, para que resuene fielmente la voz de Cristo, que habla en su Iglesia.

«La predicación de la palabra de Dios exige vida interior: hemos de hablar a los demás de cosas santas, ex abundantia enim cordis, os loquitur (Mt 12, 34); de la abundancia del corazón, habla la boca. Y junto con la vida interior, estudio: (...) Estudio, doctrina que incorporamos a la propia vida, y que sólo así sabremos dar a los demás del modo más conveniente, acomodándonos a sus necesidades y circunstancias con don de lenguas»[13].

El pueblo cristiano está sediento de la voz de Dios. El sacerdote no puede defraudar esos santos deseos. En este mundo de hoy, en el que abunda la confusión, es necesario que el sacerdote sea portavoz fiel de la Palabra divina: tener vida interior y estudiar la doctrina, asegura que la predicación no sea eco de otras voces que no son la de Cristo. Seguir confiadamente el Magisterio garantiza que Cristo sea escuchado en la Iglesia y en el mundo. San Josemaría animaba también a los sacerdotes a pedir luces al Espíritu Santo, para ser sólo instrumentos suyos, pues es el Paráclito quien actúa en el interior del alma[14]. Prestar la voz a Dios significa además que el sacerdote no se predica a sí mismo, sino a Cristo Jesús, Nuestro Señor (cfr. 2 Cor 4, 5), haciendo eco al Evangelio. De este modo, la eficacia de la predicación provendrá del Señor mismo:

«De las palabras de Jesucristo bien expuestas, claras, dulces y fuertes, llenas de luz, puede depender la resolución del problema espiritual de un alma que os escucha, deseosa de aprender y determinarse. La palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que cualquier espada de dos filos, entra y se introduce hasta los pliegues del alma y del espíritu, hasta las junturas y tuétanos (Hb 4, 12)» [15].

De alguna manera, el sacerdote debe aspirar a la misma intimidad con la Palabra de Dios que tuvo Santa María. Benedicto XVI, a propósito del Magnificat, «completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura», describe esa familiaridad de la Virgen en los siguientes términos: «Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios»[16].

El Santo Padre va más allá, al señalar que la Virgen, «al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada»[17]. Algo análogo ocurre con el sacerdote. San Josemaría decía, refiriéndose a la Eucaristía que, así como Nuestra Madre trajo una vez al mundo a Jesús, «los sacerdotes lo traen a nuestra tierra, a nuestro cuerpo y a nuestra alma, todos los días»[18].

Prestar al Señor la voz requiere humildad: acallar opiniones personales en cuestiones de fe, moral y disciplina eclesiástica cuando son disonantes; no apegarse a las propias ideas; buscar la unión con deseos de servir. Es necesario que el sacerdote hable a los hombres de Cristo, les comunique la doctrina de Cristo como fruto de la propia vida interior y del estudio: con santidad personal y conocimiento profundo de la vida de los hombres y mujeres de su tiempo.

b) Disponibilidad para prestar la voz al Señor

Prestar al Señor la voz requiere también disponibilidad. San Josemaría no se cansó de pedir a los sacerdotes que dedicasen tiempo a la administración del perdón divino. Para que la voz misericordiosa de Dios llegue a las almas a través del sacramento de la Reconciliación, es necesaria una condición, casi obvia pero fundamental: estar disponible para atender a quienes se acerquen. Sería un error pensar que, en nuestro mundo, supondría una pérdida de tiempo. Equivaldría a cerrar la boca de Dios, que desea perdonar por medio de sus ministros. San Josemaría tenía bien experimentado que, cuando el sacerdote, con constancia, día tras día, dedica un rato a esta tarea, estando físicamente en el confesonario, ese lugar de misericordia termina por llenarse de penitentes, aunque al principio no acuda nadie. Así describía a un grupo de sacerdotes diocesanos en Portugal, en 1972, el resultado de perseverar en esta tarea:

«No os dejarán vivir, ni podréis rezar nada en el confesonario, porque vuestras manos ungidas estarán, como las de Cristo –confundidas con ellas, porque sois Cristo– diciendo: yo te absuelvo. Amad el confesonario. ¡Amadlo, amadlo!»[19].

San Josemaría tenía una fe vivísima en la verdad real de que el sacerdote es Cristo, cuando dice: “yo te absuelvo". Con gran sentido sobrenatural y con sentido común, daba consejos muy prácticos, para que la dignidad del sacramento no se empañase, para que fuese cauce limpio de la voz de Jesucristo. Por eso amaba el confesonario. Entendía que, utilizando este tradicional instrumento, se fomentan las disposiciones adecuadas —tanto del penitente como del confesor— para facilitar la sinceridad y el tono sobrenatural propio de una realidad sagrada.

«Dios Nuestro Señor conoce bien mi debilidad y la vuestra: somos todos nosotros hombres corrientes, pero ha querido Jesucristo convertirnos en un canal, que haga llegar las aguas de su misericordia y de su Amor a muchas almas»[20].

Hablaba de la administración del sacramento de la Penitencia como un ejercicio gustoso y una pasión dominante del sacerdote. Sin duda, las horas diarias dedicadas a confesar, «con caridad, con mucha caridad, para escuchar, para advertir, para perdonar»[21] son parte de ese ocultarse y desaparecer, tan eficaz para hacer presente a Cristo en las personas y en los ambientes donde viven.

Al confesar, el sacerdote –en su papel de juez, maestro, médico, padre y pastor– experimenta la necesidad de dar doctrina clara, ante las dificultades que se presentan en la vida de los penitentes. Consciente de esto, San Josemaría fomentó entre los presbíteros un vivo afán de conservar y mejorar la ciencia eclesiástica, «especialmente la que necesitáis para administrar el sacramento de la Penitencia»[22]. «Procurad –escribía en una ocasión a sacerdotes– dedicar un rato al día –aunque sólo sean unos minutos– al estudio de la ciencia eclesiástica»[23]. Con este fin, impulsó también encuentros, convivencias, reuniones para los presbíteros, etc.

El renacer de la práctica de la confesión sacramental es uno de los grandes desafíos del mundo actual, que necesita redescubrir el sentido del pecado y experimentar el gozo de la misericordia de Dios. El sacerdote, estando disponible para celebrar el sacramento de la Reconciliación, y procurando –mediante la oración y el estudio– que sus ideas estén en sintonía con la doctrina de la Iglesia, resulta absolutamente insustituible.

También los fieles laicos han de sentir la responsabilidad de llevar a sus colegas, parientes y amigos al sacerdote, para que puedan “escuchar la voz de Dios" y recibir su perdón. La colaboración entre laicos y sacerdotes, en este campo, es especialmente importante en la sociedad de hoy.

San Josemaría entendía que el sacerdote, también en la tarea de dirección espiritual, es un instrumento para hacer llegar la voz de Dios a las almas; en esta actividad no debe sentirse ni “propietario", ni modelo: «El modelo es Jesucristo; el modelador, el Espíritu Santo, por medio de la gracia. El sacerdote es el instrumento, y nada más»[24]. La dirección espiritual, otra de las pasiones dominantes de San Josemaría, no consiste en mandar, sino en abrir horizontes, señalar obstáculos, sugiriendo los medios para vencerlos, e impulsar al apostolado. Animar, en definitiva, a que cada uno descubra y quiera cumplir el designio de santidad que Dios tiene para él.

Esto es posible si el mismo sacerdote está convencido de que mover a la búsqueda de la santidad es llevar a las personas hacia la felicidad. Esa persuasión surge de la lucha del presbítero por la propia santificación, es fruto del amor a la voluntad de Dios y es necesaria para contrarrestar el pensamiento laicista, que tiende a borrar a Dios del horizonte de la felicidad humana.

3. «Yo le presto al Señor mis manos».

Amor a la liturgia y obediencia a la Iglesia.

En la Santa Misa, es Cristo el que, a través del sacerdote, se ofrece al Padre por el Espíritu Santo. Las manos del presbítero, ungidas durante la ceremonia de ordenación, han sido siempre veneradas por los cristianos, porque traen a Cristo, porque dispensan los tesoros de la redención.

San Josemaría tenía viva conciencia de que la liturgia es acción divina, sagrada, y no acción humana. Si un mundo descristianizado se caracteriza, en buena medida, por la ausencia de lo sagrado, el sacerdote tiene hoy el gran desafío de esmerarse en el cuidado de la liturgia, “prestando a Dios sus manos" y su ser entero.

Esto significa evitar protagonismos que pueden empañar la acción divina. También en el servicio litúrgico vale la fórmula de San Josemaría: «Ocultarse y desaparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca»[25]. Este principio responde a una lógica de fe y de visión sobrenatural. Sólo desde la fe se entiende en profundidad la eficacia sobrenatural que encierra el principio de “prestar al Señor mis manos"; y se aceptan con gusto las consecuencias prácticas a las que conduce: fidelidad a la fe y a la doctrina católica, y obediencia delicada a las normas litúrgicas:

«Que pongáis siempre un particular empeño en seguir con toda docilidad el Magisterio de la Iglesia Santa; y, como consecuencia, que cumpláis, con delicada obediencia también, todas las indicaciones de la Santa Sede en materia litúrgica, adaptándoos con generosidad a las posibles modificaciones –que siempre serán accidentales– que el Romano Pontífice pueda introducir en la lex orandi»[26].

Las manos del sacerdote han de ser manos de persona enamorada, que sabe tratar con delicadeza las cosas del Señor y, muy especialmente, todo lo que se relaciona con el culto divino. El descuido de iglesias, altares y objetos de culto transmite inevitablemente cierta sensación de ausencia de Dios o de indiferencia. Para hacer frente al mundo materialista, se precisa el cuidado atento de todo lo relacionado con la presencia sacramental del Señor en la Eucaristía. En una celebración litúrgica imbuida de espíritu de adoración se encierra una sobria belleza, que eleva el espíritu hacia Dios y comunica la presencia de lo sagrado. San Josemaría vivió siempre con la preocupación de que nunca es demasiada la dignidad del culto:

«Tratadme bien los objetos de culto: es manifestación de fe, de piedad y de esa bendita pobreza nuestra que, si nos lleva a destinar al culto lo mejor de que podemos disponer, nos obliga por eso mismo a tratarlo con la más exquisita delicadeza: sancta sancte tractanda! Son joyas de Dios. Los cálices sagrados y los santos lienzos y todo lo demás que pertenece a la Pasión del Señor... por su consorcio con el Cuerpo y la Sangre del Señor han de ser venerados con la misma reverencia que su Cuerpo y su Sangre (S. Jerónimo, Epist. 114, 2)» [27].

4. «Yo le presto al Señor mi cuerpo y mi alma: le doy todo». Sacerdote cien por cien.

Después de haber considerado cómo el sacerdote presta al Señor su voz y sus manos, llegamos, como en un in crescendo de identificación con Cristo, a una formulación omnicomprensiva de la identidad sacerdotal: «le presto al Señor mi cuerpo y mi alma: le doy todo». Esta fórmula, referida a la celebración eucarística, en la que el sacerdote actúa in persona Christi Capitis, puede extenderse análogamente a la entera vida del sacerdote, constituyendo su más íntima aspiración: ser, siempre y en todo, ipse Christus, el mismo Cristo.

San Josemaría describía con fuerza ese sentido de totalidad propio del sacerdocio. Refiriéndose a un grupo de sacerdotes recién ordenados, lo expresaba de la siguiente manera: «Han recibido el Sacramento del Orden para ser, nada más y nada menos, sacerdotes-sacerdotes, sacerdotes cien por cien»[28].

Al mismo tiempo, es evidente que siempre resulta indispensable la colaboración entre sacerdotes y laicos, cada uno según la misión que le es propia. Como escribía San Josemaría, «esta colaboración apostólica es hoy importantísima, vital, urgente»[29]. Por una parte, porque los presbíteros, en cuanto tales, no tienen acceso a muchos ambientes profesionales o sociales. Por otra, porque los laicos, para ser verdaderamente “otros Cristos", necesitan la vida sacramental y, por tanto, el recurso al ministerio sacerdotal. Sin vida interior, el laico terminaría por mundanizarse, en vez de cristianizar el mundo: es necesaria una intensa vida sobrenatural para influir cristianamente en ambientes donde parece haber desaparecido la huella de Dios.

«En el ejercicio del apostolado, los laicos tienen absoluta necesidad del sacerdote, en cuanto llegan a lo que yo suelo llamar el muro sacramental, como los sacerdotes –especialmente en medio de la indiferencia religiosa, cuando no se trata además de un ataque brutal a la Religión, en la sociedad de estos tiempos– tienen necesidad de los laicos, para el apostolado»[30].

Esta colaboración es eficaz en la medida en que se respeta la naturaleza misma de la vocación de cada uno: el laico debe ser “Cristo" en medio de la calle, en las normales circunstancias que le toca vivir: en la convivencia con sus iguales, con quienes comparte proyectos y afanes. Al mismo tiempo, el sacerdote ha de ser siempre y enteramente sacerdote, viviendo para sostener y alentar el afán de santidad de hombres y mujeres, con una abnegada entrega a su ministerio. Difícilmente habrá laicos que perseveren en el empeño de buscar la santidad en la vida ordinaria, sin presbíteros «dedicados íntegramente a su servicio, que se olviden habitualmente de sí mismos, para preocuparse solamente de las almas»[31].

San Josemaría repetía con frecuencia que tenía un solo puchero para todos, cuyo contenido es, en síntesis, la búsqueda de la santidad en medio de las ocupaciones ordinarias. De ese puchero se pueden alimentar el padre y la madre de familia, el ingeniero, el abogado, la médico, el obrero, y también el sacerdote. Y el sacerdote desempeña un papel insustituible para ayudar a los fieles a ser santos: ha de servir a todos, es sacerdote para los demás. Por la misión que ha recibido de Dios, tiene una especial obligación de buscar la santidad. «Muchas cosas grandes dependen del sacerdote: tenemos a Dios, traemos a Dios, damos a Dios»[32].

Por eso el fundador del Opus Dei hablaba de ser sacerdote cien por cien, que es la consecuencia de hacer vida propia lo que ocurre en la Santa Misa: prestar al Señor el cuerpo y el alma; darle todo. Significa también que el sacerdocio no es un oficio, ni una tarea que ocupa parcialmente la jornada, junto a otras ocupaciones. Para San Josemaría no hay ámbitos de la existencia personal que no sean sacerdotales: hasta en las situaciones aparentemente más intrascendentes, o en las ocupaciones profanas, el sacerdote es siempre sacerdote, tomado de entre los hombres, constituido a favor de los hombres (cfr. Hb 5, 1).

Plenamente congruente con ese “prestar al Señor mi cuerpo" es el don del celibato sacerdotal. En medio del mundo, que fácilmente tiende a banalizar la dignidad del cuerpo, cobra especial significado entregar totalmente el cuerpo a Nuestro Señor Jesucristo en la celebración eucarística. El celibato de Jesucristo ilumina con toda su fuerza y resplandor el celibato del sacerdote. Cristo, en sus años de existencia terrena y en la vida de su Iglesia, ha demostrado a qué grado extraordinario de paternidad y maternidad, de caridad sin límites, se llega por este don.

A lo largo de su gran experiencia pastoral, San Josemaría experimentó de continuo la necesidad de una identidad sacerdotal fuerte: no es verdad que los cristianos quieren ver en el sacerdote un hombre más; el pueblo cristiano, lo que quiere del sacerdote es que sea sacerdote. En la sociedad actual, donde no pocos pretenden difuminar a Dios, los cristianos necesitan percibir con más razón aún la presencia de Cristo en el sacerdote; necesitan y esperan, en palabras de San Josemaría, «que se destaque claramente el carácter sacerdotal: esperan que el sacerdote rece, que no se niegue a administrar los Sacramentos, que esté dispuesto a acoger a todos sin constituirse en jefe o militante de banderías humanas, sean del tipo que sean; que ponga amor y devoción en la celebración de la Santa Misa, que se siente en el confesonario, que consuele a los enfermos y a los afligidos; que adoctrine con la catequesis a los niños y a los adultos, que predique la Palabra de Dios y no cualquier tipo de ciencia humana que –aunque conociese perfectamente– no sería la ciencia que salva y lleva a la vida eterna; que tenga consejo y caridad con los necesitados. En una palabra: se pide al sacerdote que aprenda a no estorbar la presencia de Cristo en él»[33].


* * *

Esta última frase puede quizá resumir el desafío que el mundo actual lanza a los ministros sagrados. A los hombres de todos los tiempos, el sacerdote ha de hacer presente a Dios; y para esto, ha de aprender a prestar a Cristo su voz, sus manos, su alma y su cuerpo: todo lo suyo. Así ocurre principalmente cuando administra los sacramentos o en la predicación, pero no sólo en esos momentos. La dinámica propia del sacramento del Orden, cuyo centro y culmen es la Eucaristía, lleva a darse enteramente, a lo largo de la jornada, en alma y cuerpo, a Cristo.

La vida terrena de Santa María, Madre de Cristo, Sacerdote Eterno, y Madre de los sacerdotes, fue un «hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrificio escondido y silencioso de cada jornada»[34]. En la Virgen se demuestra la eficacia de esta actitud. Por eso María, permanentemente, sigue haciendo presente a Dios en las casas, en las calles. La Madre de Dios es, muchas veces, el último reducto de fe, del que no pocas veces brota de nuevo la conversión y el descubrimiento de la alegría de la vida cristiana en medio del mundo.

+ Javier Echevarría

Prelado del Opus Dei




Publicado originalmente en clerus.org (2009)

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Notas:

[1] Juan Pablo II, Discurso al Simposio de Obispos europeos, 11-X-1985.

[2] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 301.

[3] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 183.

[4] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Surco, n. 428.

[5] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Apuntes tomados en una reunión familiar, 10-V-1974, citado en J. Echevarría, Por Cristo, con Él y en Él, Ed. Palabra, Madrid 2007, p. 167.

[6] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Homilía Sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973.

[7] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Apuntes tomados..., cit.

[8] San Gregorio Magno, Lib.Dialogorum, 4, 59, citado en San Josemaría Escrivá de Balaguer, Carta 8-VIII-1956, n. 17.

[9] Cfr. San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, edición crítico-histórica preparada por P. Rodríguez, 3ª edición, Rialp, Madrid 2004, p. 945.

[10] Cfr. San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 185.

[11] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Conversaciones, n. 59.

[12] Ibid., n. 113.

[13] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Carta 8-VIII-1956, n. 25.

[14] Cfr. Sto. Tomás, S. Th. II-II, q. 177, a. 1 c.

[15] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Carta 8-VIII-1956, n. 26.

[16] Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, n. 41.

[17] Ibid.

[18] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Homilía Sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973.

[19] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Apuntes tomados en una reunión con sacerdotes diocesanos en Enxomil (Oporto),10-V-1974.

[20] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Carta 8-VIII-1956, n. 1.

[21] Ibid., n. 30.

[22] Ibid., n. 15.

[23] Ibid. [24] Ibid., n. 37.

[25] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Carta con motivo de las bodas de oro sacerdotales, 28-I-1975.

[26] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Carta 8-VIII-1956, n. 22.

[27] Ibid., n. 23.

[28] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Homilía Sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973.

[29] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Carta 8-VIII-1956, n. 3.

[30] Ibid.

[31] Ibid. [32] Ibid., n. 17.

[33] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Homilía Sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973.

[34] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 172.

ALZACUELLOS Y SOTANA




Por Enrique Garrido Castellón 

De un tiempo a esta parte cada vez que veo a una monja o a un cura por la calle me paro a saludarlos y a agradecerles su labor. Las monjas sonríen abiertamente y te dan las gracias, los curas son más de asentir. La semana pasada vi a uno de la old school con sotana y alzacuellos cerca de la catedral, me corté un poco ante tanta solemnidad pensando que quizá fuera el obispo o alguien de un poco más arriba que un cura de barrio, no le vi solideo ni cordones ni nada de violeta y allí me acerqué, maletín en mano y con la corbata floja de vuelta del juzgado, «buenos días, padre, y muchas gracias por su labor y por hacerla tan visible, ya no se ven curas como usted y es una pena» el hombre me miró y miró su reloj «tienes tiempo para una café» me preguntó, «Claro que sí».


Y allí nos fuimos a las terrazas de la plaza de la Paz entre amas de casa que salían del mercado, jubiletas y cargos de confianza del ayuntamiento que pasaban la mañana al sol del invierno. «Yo nunca llevaba sotana, de hecho no llevaba ni alzacuellos, yo era una persona que era cura como podría haber sido abogado como tú o bombero o cualquier otra cosa, pero resulta que era cura».
Las palomas subidas en las mesas de metal de al lado picoteaban los cacahuetes abandonados por dos chavales que se habían ido. «Pero un día cuando estaba yo de párroco en un pueblo de Madrid cambiaron el obispo y nos convocaron a todos los curas para reunirnos con él... y yo pensé que para la ocasión por lo menos el alzacuellos me tenía que poner, al final alzacuellos y sotana».


Pidió café solo y se lo tomó a sorbos y sin azúcar, como los hombres. «Cogí el metro para llegar al obispado y en el metro pues era consciente de que la gente me miraba porque hoy día ir con sotana es un cante, pero un hombre con la vista perdida sentado solo en un banco de a dos comenzó a mirarme fijamente, estuvo un rato mirándome y se acercó a mí, me preguntó si era cura de verdad. De verdad, le dije yo, y a tu disposición».


Con el último sorbo del café el cura me acabó de contar la historia: «Me dijo aquel hombre que se iba a tirar a las vías del tren, y que había pedido una señal. Aquel día la señal fui yo vestido con sotana. El hombre me abrazó y se echó a llorar. Desde entonces llevo sotana todos los días».


FUENTE: www.catolicidad.com

RELATO DEL MILAGRO MÁS GRANDE DESPUÉS DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS -


Desde hace más o menos un siglo el cristianismo está siendo bombardeado para quitarle sus bases sobrenaturales. Los cristianos son bombardeados desde afuera y desde dentro de la Iglesia. Intentando transformar su religión en una moral o una ideología o una filosofía.

Hoy buena parte de los católicos ponen dudas sobre los milagros de sanación, por ejemplo. Y más aún de la posibilidad de milagros públicos. Pero la historia está llena de milagros.


Juliano el Apóstata
Y aquí traemos el relato del mayor milagro público que haya ocurrido.

EL EMPERADOR JULIANO CONCIBE LA RECONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO DE JERUSALÉN

Después de Constantino el Grande, hubo emperadores que fueron herejes y emperadores que se adhirieron a la ortodoxia cristiana.

‍Pero también estuvo Juliano el Apóstata. Desde la época de Constantino a la Revolución Francesa, él fue el único monarca cristiano en rechazar abiertamente la fe, según el historiador católico Warren Carroll.

Por razones tanto personales como intelectuales, Juliano lanzó el último gran intento de revivir el antiguo paganismo romano.

‍Era un estudiante de filosofía, así como un comandante militar y un administrador capaz cuando fue aclamado emperador en noviembre de 361 a la edad de 30 años.

Casi de inmediato, Juliano proclamó públicamente lo que había estado ocultando durante años: a pesar de que había sido criado como cristiano, en algún momento alrededor de su cumpleaños 20 se había convertido al paganismo.

Adoptando una teología basada en las enseñanzas del neoplatónico Jámblico, Juliano veneraba a los antiguos dioses y diosas de la tradición homérica. La religión de Juliano era sincrética, absorbiendo una gran variedad de creencias y prácticas.‍ Fue un iniciado de al menos tres de las llamadas "religiones de misterio", incluido el Mitraísmo. Poco después de asumir el cargo, proclamó la tolerancia religiosa universal y ordenó la reapertura de los templos paganos y la reanudación de la adoración de los dioses paganos.

‍Emitió una serie de edictos perjudiciales para el cristianismo.‍ Los sacrificios de animales se reanudaron en los templos paganos que se reabrieron. Mientras que la Iglesia fue despojada de los fondos imperiales y de las tierras que habían sido concedidas en virtud de los emperadores anteriores. Un edicto requirió que los cristianos devolvieran la propiedad confiscada en el proceso de construcción de iglesias.

Se refería al cristianismo como una "enfermedad", como a los cristianos, a quienes llamaba "dementes". Y despreciaba tanto la fe cristiana, que incluso trató de revertir su bautismo al bañarse en la sangre de un toro.

Un historiador eclesiástico lo describe como un hombre “que había hecho de su alma una casa de la destrucción por los demonios” Para Juliano, la persecución, la opresión y extorsión económica a los cristianos no eran suficientes. En el segundo año de su reinado, en el año 362, concibió un plan extraordinario para socavar la credibilidad de Jesucristo anulando una de sus profecías.

En Mateo 24:2, mientras que los discípulos estaban señalando los edificios del templo, Cristo les dijo: “¿Ven todas estas cosas? En verdad os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada“

Como los estudiantes de historia recordarán, esto se cumplió con la destrucción del templo en el año 70 dC, durante la primera guerra judío-romana. Para Juliano, la solución era simple: todo lo que tenía que hacer era reconstruir el Templo.

‍El plan de Juliano para restaurar el Templo contradecía un principio cristiano central de que la destrucción del Templo probaba la afirmación cristiana de que ellos, no los judíos, eran el Pueblo Escogido de Dios.‍ Además, el proyecto parecía cuestionar el estatus de Jesús como un verdadero profeta.

‍¿Acaso Jesús, saliendo del Templo, no profetizó que pronto "no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada" (Mateo 24: 2, Marcos 13: 2, Lucas 21: 6, ver Marcos 14:58, 15:29, Juan 2:19).

Para los cristianos, Juliano estaba atacando la noción fundamental de que el cristianismo era el verdadero heredero de la antigua tradición de los israelitas.

Creían que la destrucción del Templo era una afirmación del favor de Dios hacia ellos y, como un correlativo inseparable de esto, del abandono de los judíos por parte de Dios.

Desde el siglo II en adelante, los apologistas cristianos enfatizaron particularmente que estos eventos habían sido profetizados en el Antiguo Testamento, demostrando así que eran parte del plan predeterminado de Dios.‍ La destrucción de Jerusalén verificó la condenación de los judíos por la crucifixión de Cristo.

‍Y reveló a Jesús como un verdadero profeta, ya que había predicho específicamente la destrucción del Templo.‍ En el año 363 Juliano se dirigía a Persia para llevar a cabo una campaña militar.

Pero en la Carta a la Comunidad de los Judíos, prometió que a su regreso reconstruiría "la ciudad sagrada de Jerusalén, que durante tantos años anhelaban verla habitada, ahora [ustedes] pueden traer colonos allí y, junto con ellos, pueden glorificar al Dios Altísimo en ella".

‍Juliano nunca regresó de sus campañas persas. Murió en batalla el 26 de junio de 363. No se sabe si la lanza que le hirió mortalmente fue lanzada por un persa o por uno de sus soldados cristianos, como lo sugiere una tradición. Pero antes de su muerte, Juliano designó a su amigo el general Alypius para supervisar la construcción.

‍El funcionario imperial especial designado para supervisar la tarea fue capaz de aprovechar el entusiasmo piadoso de los judíos de todo el imperio. Algunos de los cuales contribuyeron con dinero para el esfuerzo. Y otros como trabajadores voluntarios, según los relatos de los escritores de la Iglesia primitiva.‍ Herramientas especiales de plata fueron forjadas para la ocasión.

Según el padre de la iglesia, Gregorio de Nacianceno, escribiendo en Asia Menor un año después del proyecto dijo, “los judíos en gran número y con gran celo se dedicaron a la obra”; las mujeres aportaban adornos preciosos y llevaban tierra con sus vestidos.

‍Otro contemporáneo, Efrem de Siria, un monje famoso por sus himnos poéticos, informó que los judíos "rugían, deliraban y tocaban las trompetas" y que "todos ellos rugían locamente" y fueron sin restricción.

La tierra fue removida, y un pequeño ejército de trabajadores se puso directamente a la obra, trabajando hasta el anochecer.


APARECIERON SIGNOS DE PROBLEMAS DE INMEDIATO

Después del primer día, los trabajadores se despertaron encontrando que la tierra que habían retirado cambiaba misteriosamente de lugar.‍ Sin desanimarse, reanudaron el trabajo cuando "de repente una tempestad violenta estalló, y tormentas, tempestades y torbellinos se produjeron a todo lo largo y ancho", según el relato del historiador eclesiástico Teodoreto.

Entonces golpeó una calamidad.
Un terremoto sacudió el sitio. Seguido por bolas de fuego que estallaban fuera de las bases inconclusas del templo.Quemando a algunos hombres, y haciendo saltar al resto por los aires. Algunos se precipitaron a la iglesia que había sido construida por la madre de Constantino, Santa Elena.‍ Pero al llegar sus puertas se cerraran delante de ellos por "un poder oculto e invisible", de acuerdo con un relato. Algunos cuentos del desastre se leen tal como de la magnitud de la narración de las plagas que cayeron sobre Egipto.

‍Las fuentes del antiguo templo dejaron de funcionar. Estalló una hambruna.

Y dos funcionarios imperiales que habían profanado algunos vasos sagrados tuvieron muertes espantosas.‍ Uno de ellos fue comido vivo por gusanos. El otro "reventó por el medio".
Todo esto culminó con la aparición de una cruz. Apareció en el cielo o rociado como polvo de estrellas en las ropas de los trabajadores, de acuerdo con los cuentos de la iglesia primitiva. Huelga decir que el templo nunca fue reconstruido. Esto es seguro.


LA CREDIBILIDAD DE LOS RELATOS

Pero ¿qué tan creíbles son los cuentos de los acontecimientos milagrosos que detuvieron la construcción?

La sinopsis de arriba está tomada de cinco escritores de la Iglesia, todos los cuales vivieron durante los acontecimientos que describieron o inmediatamente después, cuando el testimonio de testigos aún estaba disponible.

‍A pesar de que varían en algunos detalles, los cinco están de acuerdo en tres elementos esenciales de la narración: -el terremoto, -el fuego que salía de alguna parte debajo del templo, -y algunas apariciones milagrosas del símbolo de la cruz.

Tres son los historiadores eclesiásticos: Teodoreto, Sozomen y Sócrates Escolástico.‍ Tal vez no has oído hablar de estos historiadores y no estás demasiado inclinado a confiar en ellos.

Pero ¿qué hay de santos como San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianceno, quien también escribieron sobre la reconstrucción frustrada del templo?

Los cinco autores nos presentan la reconstrucción calamitosa como un hecho histórico. Algunos van a demostrar largamente que ellos personalmente han hecho su debida investigación para la evaluación de la veracidad de la historia.

Gregorio Nacianceno señala que puede haber algunas diferencias de hechos en los cuentos, pero luego agrega: "Pero lo que todas las personas hoy en día reportan y creen es que cuando ellos estaban forzando su camino y luchando por entrar, un fuego brotó desde el lugar sagrado y los detuvo".

Del mismo modo, Sozomeno escribe lo siguiente en relación con el fuego: "Este hecho se afirma sin temor, y es creído por todos. La única discrepancia en la narrativa es que algunos sostienen que las llamas estallaron desde el interior del templo. Ya que los trabajadores se esforzaban por forzar la entrada. Mientras que otros dicen que el fuego procedía directamente de la tierra. De cualquier forma que el fenómeno pudiera haber ocurrido, es igualmente maravilloso".

Estas no son las palabras que uno esperaría encontrar en escritores que son embellecedores de leyendas piadosas. Lo que hace a la historia tan convincente es que también lo informa de una manera casual el historiador romano pagano Amiano Marcelino. Quien confirma la narrativa central acerca de un extraño incendio, en su obra Res Gestae: “Terribles bolas de fuego seguían estallando cerca de los cimientos del templo. E hizo al lugar inaccesible para los trabajadores. Algunos de los cuales fueron quemados hasta la muerte. Y puesto que esto fue persistente y ellos eran repelidos, la empresa se detuvo”.

Marcelino, por supuesto, no llama a esto un milagro. Y la importancia del evento en la historia del judaísmo y el cristianismo parece perdérsele. Pero su relato se coloca como una extraordinaria corroboración de los cinco relatos de los autores cristianos.

Sin embargo, el evento no parece haber mejorado mucho la atención de los historiadores contemporáneos.‍ Quienes no parecen compartir el compromiso de Marcelino con la información imparcial.

Como Warren Carroll ha escrito en El Edificio de la Cristiandad, “Es uno de los acontecimientos más notables de la historia cristiana. Para el cual no hay una explicación natural posible. Y demasiados historiadores no han tenido a bien hacerle caso, a pesar de la gran reputación de Amiano Marcelino como historiador”.

Como cristianos creemos que los milagros siguen sucediendo en el aquí y ahora.‍ Pero por lo general, los que implican algún tipo de sanación personal de una persona con una enfermedad o lesión, parecen ser el tipo más común de milagro utilizado hoy en día como criterio para la canonización de los santos.

‍Sin embargo, los milagros públicos que implican a un montón de testigos oculares y algún tipo de ocurrencia dramática parece una cosa del Antiguo Testamento. Como la separación del Mar Rojo, las paredes que caen de Jericó, el fuego y el azufre que consumió a Sodoma y Gomorra vienen a mente.‍ La reconstrucción frustrada del templo bajo el emperador Juliano el Apóstata se erige como un testimonio extraordinario para soportar la intervención de Dios en el orden creado.


TEXTO: Recopilación hecha por la web forosdelavirgen.org

DE AGNÓSTICA A UNA VIDA RELIGIOSA DE ORACIÓN, EL CAMBIO RADICAL DE SOL CLARA


Carla Florencia Pavito nació en Argentina en el seno de una familia de ascendencia italiana. Decidió estudiar idiomas en el país de sus abuelos a sus 21 años. Ahí conoció a un chico con quien convivió.
Nunca fue bautizada, ya que sus padres decidieron que ella decidiese profesar alguna religión y pertenecer a una iglesia.
A principios del 2000, su familia la visitó desde Argentina y fueron a pasear al campo.
Debido a un incendio forestal cerca de la zona, tuvieron que dormir en San Giovanni Rotondo, la ciudad del gran Padre Pío.
Por curiosidad, y ya que estaba en la zona, decidió visitar el cuerpo incorrupto del santo, momento que le generó más curiosidad sobre la Iglesia.
En la tienda de regalos compró una Biblia de bolsillo que leyó durante el viaje de regreso. Lo comenzó a leer desde el final, como siempre hacía con sus demás lecturas.
Fue en el momento en que se topó con “Hechos de los Apóstoles” cuando su perspectiva hacia el cristianismo cambió radicalmente.
Saulo, un hombre que odiaba y perseguía a los cristianos, se convirtió en San Pablo. Pensó que si un hombre como él podía ser un santo, ¿por qué no ella?
En cuanto llegó a su casa fue a la iglesia más cercana y pidió el bautismo. Fueron dos años de preparación dolorosa, ya que tuvo que terminar con su novio quien no estaba de acuerdo con vivir separados.
Finalmente, en la noche del Sábado Santo del 2009, se bautizó, y eligió como nuevo nombre Clara Gracia.
Pronto comprendió que el bautismo no era el final del camino cristiano, sino tan solo el principio. Tomó a Dios en cuenta en cada decisión y comprendió su vocación: Él la llamaba a ser religiosa.
Se hizo novicia con las Hermanas Pobres de Santa Clara en el 2012, y emitió sus promesas temporales de castidad, obediencia y aislamiento en el 2016.
FUENTE: es.churchpop.com

TODO ME HABLA DE TI - 17




DE LA AUTORA

MÁRTIRES EN EL ESPÍRITU


Los pocos que permanecieron acompañando a Jesús hasta Su muerte en el calvario (la Virgen María, San Juan, María Magdalena, las santas mujeres) fueron mártires en el espíritu ya que con su fidelidad incondicional a su Amado, enfrentaron al infierno entero (esa turba enardecida y diabólica) frente a frente, cuerpo a cuerpo pues ellos todavía no poseían al Espíritu Santo, excepto la Virgen María que es la esposa del Espíritu Santo.

El mayor ejemplo de amor incondicional a la humanidad es el de Dios Padre a través de Su único Hijo Jesucristo, seguido por este pequeño grupo de santos y de la Santísima Virgen María.

Este reducido grupo de amigos del Salvador se  repite hasta el presente pues Jesús tiene pocos verdaderos amigos. Quieres tú ser uno de estos?

EL PRODIGIO DE LA INCORRUPTIBILIDAD DE LOS CUERPOS -



La incorruptibilidad es el prodigio por el cual el cuerpo de ciertas personas permanece intacto, después de su muerte, durante años y aun siglos, sin haber experimentado una preparación especial.
Numerosos Santos han merecido y siguen mereciendo este privilegio.

INCORRUPTIBILIDAD EN LOS SANTOS Y PERSONAJES PIADOSOS


Dom Guéranger nos relata que, el 20 de octubre de 1599, el cardenal Sfondrati halló el sarcófago de mármol blanco de Santa Cecilia.

Contenía un ataúd de ciprés.

La Santa

"estaba vestida con su túnica bordada en oro, sobre la cual se distinguían todavía las manchas de sangre virginal; a sus pies estaban las telas teñidas con la púrpura del martirio.


Réplica del cuerpo de Santa Cecilia

Tendida sobre el costado derecho, los brazos unidos delante del cuerpo, parecía dormir profundamente.

El cuello llevaba las cicatrices de las llagas de la espada del lictor que la había herido...

El cuerpo estaba completamente íntegro..."

Habían pasado más de trece siglos desde el martirio.

‍San Claudio, obispo de Besanzón, murió en 699 a la edad de noventa y tres años.

Se envolvió su cuerpo en perfumes preciosos y se le sepultó en la iglesia de la abadía de San Oyand (o de Condat, actualmente San Claudio).

Cinco siglos más tarde, se le exhumó y fue hallado en perfecto estado de conservación.


San Claudio, Obispo

En 1447 el papa Nicolás V delegó a los abates de San Martín de Autun y de San Benigno de Dijon y de Beaume-les Moines para reformar la abadía que se había relajado.

En la relación que elevaron al Papa, esos tres delegados atestiguaron que el cuerpo de San Claudio permanecía sin corrupción a los ocho siglos de la muerte.

El cuerpo fué colocado en un ataúd del que se abría un costado delante de los peregrinos.

En 1742, el primer obispo de San Claudio, monseñor de Méallet de Fargues ordenó el reconocimiento de la autenticidad de las reliquias en la iglesia abacial.

Y fue a la iglesia con el Capítulo y una comisión compuesta de varios médicos y notabilidades de la ciudad.

Se abrió el ataúd de San Claudio.

Se reconoció en él un cuerpo de estatura ordinaria, al parecer de mucha edad, y en el cual cada miembro había conservado sus conexiones y situaciones naturales.

Estaba entero, con excepción del meñique de la mano derecha, que parecía haber sido arrancado, y de la parte cartilaginosa de la nariz que estaba dañada.

La parte izquierda del labio superior parecía algo retraída, pero la lengua era roja y todo el resto del cuerpo palpable y elástico.

No había ni suturas ni aperturas hechas en el cuerpo; no exhalaba ningún olor aromático que pudiera hacer pensar en la embalsamación.

Por eso los médicos que formaban parte de la comisión, declararon que:

"la incorruptibilidad de ese cuerpo durante casi doce siglos estaba por sobre los conceptos de su arte y sólo podían contemplarla con admiración por sobrenatural y milagrosa".

El cuerpo fue destruido por la Revolución.

Citemos el caso notable de la lengua de San Juan Nepomuceno.

Martirizado por haberse rehusado a violar el secreto de la confesión, su cuerpo que había sido tirado en la orilla del río Moldava, en 1383, fue encontrado y enterrado en la catedral.

En 1719, durante el proceso de su canonización, se abrió su tumba.


San Juan Nepomuceno

Se halló el esqueleto totalmente descarnado, pero la lengua estaba intacta, "tan fresca y bien conservada como el día de la muerte".

Un cirujano que asistía a la apertura del ataúd, hizo una incisión en la extremidad del órgano y declaró que era idéntico al de un hombre vivo.

La lengua fue colocada en una caja de plata con una inscripción que refiere el milagro.

En 1334, cinco años después de la muerte de Santa Rosalina, monja cartuja, su cuerpo fué hallado intacto.

Hugo de Sabrán sacó los ojos, que colocó en un relicario.

Santa Rosalina

En 1660, esos ojos estaban todavía inalterados.

Antonio Vallot, médico de Luis XIV, que lo acompañara por la Provenza, pinchó uno de ellos con una aguja y tuvo la prueba de que los ojos eran naturales.

Por otra parte, el cuerpo se conserva intacto y recién en 1883 los daños causados por los insectos obligaron a tomar medidas de conservación (Pierre Sabatier, Sainte Roseline, Spés, París, 1929).

Entre muchos otros, señalemos el cuerpo de Rosa de Viterbo, que, como nos dice el abate Navatel,

Rosa de Viterbo

"presenta aun hoy después de 600 años las apariencias de una muerte que fuera de ayer.

La carne es suave, la cabeza y los miembros flexibles; sin el color oscuro o pardo de un fuego que quemó solamente el ataúd y las vestiduras de la Santa, sin el contacto frío de los cuerpos inanimados, se le creería dormido y viviendo..."

Santa Bernardina murió en Névers el 16 de abril de 1879.

Fue inhumada en la cripta de una capillita del convento de San Gildardo.

El 22 de septiembre de 1909, es decir, treinta años después, monseñor Gauthey, obispo de Névers, hizo realizar el reconocimiento de los despojos mortales.

Los doctores David y Jourdán establecieron el informe médico de la exhumación, del que extractamos las líneas esenciales: doble ataúd de madera y plomo intacto, ningún olor a la apertura del ataúd, vestidos húmedos.

Figura de un blanco mate, párpados cubriendo los ojos, cuerpo apergaminado, rígido, sonoro en todas sus partes, cabellos, cejas y pestañas (excepto en el párpado superior derecho) y uñas adherentes; vientre encavado sonoro.

Rigidez que permite dar vueltas al cuerpo para lavarlo.


El cuerpo, revestido del hábito religioso, fue colocado en un ataúd forrado de cinc, amortajado con satén blanco y devuelto a la cripta de la capilla.

El 3 de abril de 1919 tuvo lugar el reconocimiento del cuerpo, en vista de la beatificación.

El examen médico fue confiado a los doctores Comte y Talón, que debían hacer cada uno una relación separada: vestiduras húmedas, nada de olor, piel desaparecida en algunas partes del cuerpo, órbitas encavadas, partes muelles de la nariz parcialmente destruidas o fuertemente retraídas sobre el esqueleto; venas sangrando en los pies y miembros superiores, cabellos y cejas adherentes, uñas de las manos adherentes, pero móviles, uñas de los pies en parte desaparecidas.

Cuerpo rígido, que permite fácilmente el desplazamiento.

En resumen, un cuerpo momificado, muy bien conservado.

El cuerpo ha sido vuelto a vestir, se le ha colocado en un ataúd y devuelto a la cripta de la capilla.

El 18 de abril de 1925, es decir 46 años después del deceso, nueva exhumación para extraer reliquias, misión confiada a los doctores Comte y Talón.

Nada de olor; tinte negruzco de la cara, manos y pies; vestidos húmedos; cuerpo rígido.

Estado análogo al de la exhumación de 1919.

Los músculos son suaves a la palpación y dos fragmentos retirados demuestran su buen estado de conservación; el hígado está igualmente intacto.

El Dr. Talón termina su informe:

"En resumen, creo que nos hemos hallado en presencia de un cuerpo momificado, muy bien conservado".

El Dr. Comte concluye el suyo:

‍"De este examen deduzco que el cuerpo de la Venerable Bernardina está intacto, el esqueleto completo, los músculos atrofiados pero bien conservados; la piel apergaminada es la sola que parece haber sufrido el efecto de la humedad del ataúd, ha tomado un tinte grisáceo y está recubierta do algunas mojaduras y de una cantidad bastante grande de sales y cristales calcáreos, pero el cuerpo no parece haber experimentado la putrefacción ni la descomposición cadavérica habitual y normal, después de tan larga permanencia en una cripta cavada bajo tierra.

La cara y las manos han sido recubiertas de cera y el cuerpo ha sido colocado en un ataúd que ha sido puesto en la capilla del convento.

En abril de 1929, en ocasión de la traslación del cuerpo del Padre deFoucauld, asesinado el 1° de diciembre de 1916, su cuerpo estaba en perfecto estado de conservación, mientras que los de tres mehalistas indígenas, asesinados simultáneamente, estaban reducidos al estado de esqueletos.

El 21 de marzo de 1933 tuvo lugar la exhumación de la bienaventurada Catalina Labouré, muerta 57 años antes.

El ataúd exterior estaba casi totalmente destruido; el ataúd de plomo tenía una grieta, que a pesar del ataúd de abeto, había dejado penetrar la humedad y hacer desteñir el color del vestido sobre la mano de ese lado.

Mortaja, sudario, vestidos algo húmedos.

Catalina Labouré

"Examinando el cuerpo, escribe el Dr. Roberto Didier, comprobamos la perfecta flexibilidad de los brazos y de las piernas.

Esos miembros han experimentado sólo una leve momificación.

La piel está intacta en todas partes y apergaminada.

Los músculos están conservados; se podría disecarlos perfectamente como una pieza anatómica...

Finalmente, los ojos están todavía en las órbitas; los párpados dulcemente entreabiertos, pudimos comprobar que el globo ocular, aunque amasado y desecado, existe entero y que hasta el color gris-azul del iris sigue subsistiendo".

El 31 de julio de 1933 se realizó el reconocimiento de los restos del Padre Esteban Pernet, fundador de las Pequeñas Hermanas de la Asunción, fallecido 44 años antes.

Monseñor Chaptal presidió el acto; estaban presentes los doctores Arnoud, Ménard y Bosvieux.

El cuerpo se hallaba notablemente conservado.


INCORRUPTIBILIDAD NO RELIGIOSA

Encontramos, parece, sólo una momificación natural, y no una verdadera incorruptibilidad.

‍a) En las arenas calientes del desierto, como en Korassan, en Persia, donde Chaidin relata que se han hallado cuerpos conservados después de dos mil años.

En 1896, las excavaciones en Antinoe, en Egipto, pusieron a la luz centenares de momias naturales.

"Esos cuerpos ofrecen la particularidad que no están embalsamados, sino solamente desecados.

La acción de la arena caliente hasta el color blanco por el sol del Egipto los ha preservado mejor de lo que hubieran podido hacerlo los aromas más sutiles; los tejidos calcinados han alcanzado la dureza de la piedra.

Han llegado hasta nosotros, intactos, pero arrugados y repugnantes". (Revue encyclopcdique, 1898).

b) En las criptas.

Se citan a este respecto Burdeos (Saint-Michel), Saint-Bonnet-le-Chateau, en el Loire (iglesia), Tolosa (Franciscanos y Dominicos), Bonn (iglesia del Calvario), Bromen (catedral), Graz (los Capuchinos), Kiew, Palermo (los Capuchinos), Quedlinburg (castillo), San Bernardo (hospicio), Viena (convento de Kahlenberg).

Mas para muchos de esos lugares, el papel de la cripta donde están expuestas las momias es nulo; en Tolosa los cadáveres se sepultan primero en los sepulcros de las iglesias y claustros, donde los cuerpos se momifican.

En seguida son exhumados y colocados en las criptas de exhibición.

Igualmente las momias de Saint-Michel de Burdeos parecen proceder de cuerpos inhumados en una veta de tierra particular que atraviesa el cementerio.

Cuando se abren las tumbas, los cuerpos o las partes de los cuerpos que se han encontrado en esa veta, están momificados y se los coloca en la cripta de Saint-Michel, mientras que la osamenta retirada del resto del cementerio se coloca en el osario que se halla debajo de la cripta.

Esta inhumación previa parece ser habitual también en otras partes (Palermo, etc.) La morgue del San Bernardo es una excepción, pero en ella interviene el frío.

‍c) En los cementerios.

— Se dio el caso de que el cadáver de un hombre guillotinado en Chartres, en 1874, e inhumado sin mortaja ni ataúd, en un terreno compuesto de arena fina, se halló perfectamente conservado más de diez años después.

Las momias halladas por Thouret y Foureroy, en el cementerio de los Santos Inocentes de París, y las halladas en el cementerio de San Eloi en Dunkerque, fueron objeto de estudios muy exactos.

Recordemos que durante la demolición de la antigua prisión inglesa de Horsemonger Lañe se halló el cadáver de un asesino, Manning, tan bien conservado que dos o tres entre los guardianes más viejos de la prisión no tuvieron dificultad alguna en reconocerlo (Lewys, Les causes célebres de l'Anglaterre, Charavay, París, 1884).

Finalmente, en las Notes de voyage en U. R. S. S. y aparecidas en el Correspondant, el autor habla del museo antirreligioso instalado en la catedral de San Isaac en Leningrado:

"Se nos muestra —escribe— la momia perfectamente conservada de un célebre asesino, refiriendo este hecho a la pretendida conservación milagrosa del cuerpo de algunos santos..."
APRECIACIÓN DE LOS HECHOS

Se impone una observación preliminar: se encuentra cierta incomodidad en esta apreciación, por la falta de precisión del vocabulario empleado por los autores; se habla fácilmente de "cadáveres perfectamente conservados", cuando se trata de momias secas.

Así para el guillotinado de Chartres, el Dr. Chappert lo dice "perfectamente conservado"; y agrega:

"El mismo resultado pudo obtenerse experimentalmente con cadáveres de pequeños animales.

Hemos podido observar personalmente el cuerpo de una rata notablemente momificada...

Esa rata, de la que no quedaban más que los huesos y la piel..."

Podemos pensar por lo tanto que el guillotinado de Chartres ofrecía el mismo resultado, es decir se hallaba en el estado de momia seca.

También el Dr. Bourderionnet, en su tesis, habla de los cuerpos de la

"cripta de los Franciscanos y Dominicos de Tolosa, donde se ha hallado cadáveres en un estado de perfecta conservación".

Y cita Orfila a este respecto:

"El esqueleto óseo y la piel que lo cubre se hallan perfectamente conservados y le permiten sostenerse en esa postura.

Todas las partes internas del cuerpo (musculares, tendinosas, cartilaginosas, el hígado, los pulmones y todas las visceras contenidas en las tres grandes cavidades) se parecen a la yesca: caen en polvo cuando se las presiona con los dedos..."

La perfecta conservación no religiosa corresponde, pues, simplemente a la momificación natural.

Y esta cuestión de vocabulario tiene una importancia considerable, porque la perfecta conservación religiosa implica generalmente la conservación de la flexibilidad de los tejidos, de la flexibilidad de las articulaciones y la ausencia de retracciones por desecación, que dan un aspecto repugnante o grotesco a las momias de Antinoe, de Palermo, de Burdeos, etc.

Santa Cecilia, después de trece siglos, está igual que cuando se la colocó en el ataúd.

No parece por lo tanto posible una asimilación entre tal incorruptibilidad y la momificación natural.

Así podemos lograr una consideración de conjunto de la cuestión.

‍a) La destrucción del cadáver requiere un tiempo variable, de 15 a 18 meses según Orfila, de 30 a 40 años según Gmelín.

En Francia, se admite la destrucción habitual en menos de cinco años y ésta es la base en que se ha establecido la legislación sobre las sepulturas.

El Dr. Chavigny (Strasbourg medical, 1933) señala la conservación, a menudo durante meses y años, de las visceras internas, que permite comprobaciones médico-legales tardías.

‍b) Condiciones especiales, humedad considerable, inhumación en masa, llevan a la saponificación de los cadáveres, a su conservación en estado de momias grasas.

No hay medio de detenernos en el caso, porque se produce un aplastamiento de los cuerpos y un reblandecimiento, que torna evidente la alteración.

A la inversa, en ciertos terrenos, en ciertos sepulcros, en condiciones todavía mal determinadas, se produce una desecación, una momificación seca, que sustrae el cadáver a la putrefacción habitual.

Al contrario de los cadáveres afectados por el proceso de la putrefacción, que —según el Dr. Chavigny— ven alterarse primero los tegumentos externos, en la momificación la piel apergaminada resiste mucho tiempo, mientras que el interior se reduce a una sustancia friable y polvorienta.

‍c) En las exhumaciones piadosas, como la del cuerpo de Santa Bernardina, se halla el cuerpo en parte desecado, lo que hace pensar en la posibilidad del proceso precedente y no ha permitido a los médicos que han asistido a tres exhumaciones, excluir una causa natural para la conservación, sin embargo notable en su conjunto, del cuerpo de la Santa.

En tal caso se plantea un interrogante: habría que conocer cómo se comportaron o se comportarían cuerpos sepultados en la misma forma, en la misma cripta. Y aun teniendo este dato, habría que tener en cuenta que se han hallado cuerpos momificados al lado de cuerpos reducidos al estado de esqueletos, en cuyo caso juega ciertamente un factor individual.

La rigidez, la desecación parcial, hasta alteraciones mínimas del cadáver recomendarían la reserva frente a la afirmación de una intervención sobrenatural.

Pero entretanto no debemos olvidar que Dios se sirve de causas secundarias para llegar al fin, y que una conservación desacostumbrada, sobre todo sin deformación del rostro y de la actitud del Cuerpo, aunque no absolutamente imposible en vía natural, debe hacer pensar en la posibilidad de una gracia de su parte.

‍d) Finalmente, hay casos que parecen muy netamente milagrosos, como la conservación de la lengua de San Juan Nepomuceno, cuando todo su cuerpo está destruido; como la incorruptibilidad con toda su flexibilidad del cuerpo de Santa Rosa de Viterbo; como la del cuerpo de San Claudio, que en 1769, a más de 1000 años después de su muerte, presentaba una carne "palpable", la lengua intacta, el rojo del paladar visible a través de la boca entreabierta, el brillo de los ojos...

Sin duda, ese estado no es eterno y esos cuerpos santos, después de siglos de incorruptibilidad caen finalmente convertidos en polvo; sin duda, algunos pueden experimentar internamente un proceso de desintegración, que un día los hace desaparecer en ceniza.

Pero esa misma integridad limitada en el tiempo, esa misma incorruptibilidad limitada en calidad, nos parece exceder el proceso aún más excepcional de la evolución del cadáver.

Por eso, ya con seguridad, ya con más o menos probabilidad, la incorruptibilidad absoluta o relativa de los cuerpos santos puede manifestarnos la calidad de la virtud de los que los han animado durante su vida terrenal.

PRODIGIOS PARTICULARES DE ALGUNOS CUERPOS SANTOS

Hemos hablado ya de los fenómenos luminosos y odoríferos presentados por algunos cadáveres de personajes piadosos.

Se ha comprobado muchas veces la producción por el cuerpo de un líquido perfumado, calificado, según los casos, de aceite, de bálsamo, de agua, de maná.

‍Juan Clímaco (muerto en 606) narra, en su Escala del Paraíso, con respecto a un santo religioso, Menas:

"Mientras realizábamos para él el servicio divino, el tercer día después de su muerte, el sitio en que se hallaba su cuerpo, se llenó de pronto de un olor maravilloso.

El Abate permitió entonces abrir su ataúd y vimos fluir de las dos plantas de los pies, como de dos fuentes, un bálsamo perfumado".

Cuando se retiró el cuerpo de Magdalena de Pazzi (1566-1607), un año después de su muerte, se le halló intacto y de él manó un aceite durante doce años, después de lo cual la producción se detuvo, pero el cuerpo permaneció incorruptible.

Se citan hechos análogos de la bienaventurada Juana de Orvieto, la bienaventurada Margarita de Castello, etc.

En la bienaventurada Eustoquio (1437-1491), cuyo cuerpo estaba sin corrupción tres siglos después del fallecimiento, todos los viernes y todas las grandes fiestas se formaba un sudor perfumado.

Un caso notable es el de María Margarita de los Ángeles (1605-1658), cuyo cuerpo destiló más cien ampollas de un aceite que fue consumido en la lámpara del santuario.

Cuerpos enteros de Santos transformados en aceite odorífero, como aconteció con el bienaventurado Ángel de Oxford, el Venerable Francisco Olimpio, etc.

Finalmente ocurre que la osamenta de un Santo deja manar un líquido, como el "maná" de San Nicolás de Bari, que un tiempo parece haber sido un aceite, y que sin embargo es un agua muy pura (análisis del Instituto de Higiene de Bari en 1925).

No parece que se trate de la condensación de la humedad atmosférica.

De todos modos, estos hechos nos enfrentan con tres órdenes de prodigios:

‍a) Exsudación de líquido de la osamenta; nos faltan informaciones suficientes al respecto.

‍b) Transformaciones de un cuerpo humano en aceite odorífero.

El proceso de saponificación, de la producción de grasas de cadáver, el de la producción de gas inflamable durante la descomposición de los cadáveres, permiten comprender el fenómeno, pero, como esto no parece acontecer más que para cuerpos santos, es creíble que sea necesario un milagro para dirigir esta evolución específica de los restos humanos;

‍c) Secreción de un aceite o de un sudor perfumado, quedando entero e incorruptible el cuerpo.

En este caso no se ve otra posibilidad que la del milagro, que pueda realizar ese prodigio, cuyo mecanismo biológico se nos escapa íntegramente.

‍Fuente: Dr. Henri Bon, Medicina Católica, (1942)


FUENTE: www.forosdelavirgen.org/ 

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

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San Francisco de Asís