FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

ORACIONES CONTRA LOS PECADOS




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MISERERE (SALMO 50)

Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu inmensa ternura borra mi delito,
lávame a fondo de mi culpa,
purifícame de mi pecado.

Pues yo reconozco mi delito,
mi pecado está siempre ante mi contra ti, contra ti solo pequé,
lo malo a tus ojos cometí.

Por que seas justo cuando hablas
e irreprochable cuando juzgas.

Mira que nací culpable,
pecador me concibió mi madre.

Y tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
en mi interior me inculcas sabiduría.

Rocíame con hisopo hasta quedar limpio,
lávame hasta blanquear más que la nieve.

Devuélveme el son del gozo y la alegría,
se alegren los huesos que tú machacaste.

Aparta tu vista de mis yerros
y borra todas mis culpas.

Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renueva en mi interior un espíritu firme;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu.

Devuélveme el gozo de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso;
enseñaré a los rebeldes tus caminos
y los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios salvador mío,
y aclamará mi lengua tu justicia;
abre, Señor, mis labios,
y publicará mi boca tu alabanza.

Pues no te complaces en sacrificios,
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas.

Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito,
un corazón contrito y humillado, oh Dios,
no lo desprecias

¡Sé benévolo y favorece a Sión,
reconstruye los muros de Jerusalén!

Entonces te agradarán los sacrificios legítimos
-holocausto y oblación entera-
entonces se ofrecerán novillos en tu altar.



ORACION POR MIS PECADOS

Te pido perdón, Señor, por mis pecados…

Por los pecados de toda una vida que en el amanecer de cada día dejo atrás. La mañana llega, y tú, amor Divino, me perdonas.
Cada día lo haces, cada día esperas ese poco de mí que puedo dar.

La pequeñez, que preñada de vida, de tu vida, sin duda va a florecer.

Mientras tanto, mientras ese momento llega, te vienes junto a mí y me esperas. Te vienes conmigo nada más levantarme.

No apartas de mí tus ojos cuando el pecado llega.

Sostienes a mi alma; le imprimes aliento; susurras a mi corazón que se pierda en el tuyo.

Pero… a menudo, no te oigo.

No, de mí sólo te llega un lamento: no puedo más…
De tu corazón un rayo brota hasta el fondo de mi pecho.

Y entre tus brasas y mi lamento, se forma un ruego, una palabra, una oración que transforma mi ser y lo acerca, de nuevo, a ti.



ORACIÓN DEL PECADOR

Amado Señor, vengo ante ti ahora
Se que soy un pecador. 
Nada de lo que hago me hace merecedor del cielo. 
Ahora entiendo que Jesucristo murió por mí. 
Él tomó mi lugar, mi castigo, y resucitó. 
Ahora mismo pongo mi confianza únicamente en Cristo para salvarme. 
Gracias por el regalo de la vida eterna que acabo de recibir. 
En el nombre de Jesús, amén.



ORACIÓN CONTRA LOS PECADOS DE LA CARNE

(28 Julio, 1998)

(“¿Sabes que estuve desnudo a la vista de todos los hombres, para que tú pudieras vencer y matar los deseos de la carne, los cuáles llevan al pecado de la fornicación y el adulterio?? Hijos, mi adversario usó este pecado para reclamar a todos los hombres como suyos.” “Cualquier pecador que constantemente rece esta oración ganará arrepentimiento verdadero. Entre más la recen, más serán los que volverán a mí y dejarán la fornicación y el adulterio. Muchos se perderán por los pecados de la carne. Trabajen duros para salvar almas…”)

Padre Santo y Misericordioso, Tu Hijo Unigénito está desnudo a la vista de todos los hombres, para que Tu pueblo conozca y tema Tu Santa Ley. Acepta mi humilde oración por todo Tu pueblo que vive en iniquidad, fornicación y adulterio, para que a través de la vergüenza y la desgracia que soportó Tu Hijo único, toques sus vidas, para que se conviertan y se salven. Que ellos, a través de la Sangre Preciosa de Tu Hijo Jesucristo, la cual te suplico caiga sobre sus cabezas, se conviertan y salven, y a través de la vergüenza de tu Hijo los lleve a la contrición. Amén.

Bernabe Nwoye


ORACIÓN DE LIBERACIÓN DE LOS PECADOS DE NUESTRA FAMILIA

Señor, asumo mi casa, la familia que me diste.

Como miembro de esta familia, te pido perdón por mis pecados personales, Señor. Los pecados que cometí de pensamientos, mis pecados de sentimientos, de emociones, de actos; todas las cosas erradas que hice.

Te pido perdón, Señor, por todas las palabras erradas que dije, palabras falsas, ofensivas, que hirieron a mis hermanos y que no fueron convenientes.

Te pido perdón por todos mis pecados de omisión. Las cosas que debía hacer y no hice. Por no haber orado como debía, por no interceder cómo debía, por no vigilar cómo debía, por no comandar cómo debía, por no usar de mi autoridad como debía, por no hablar cuando debía, por no callarme cuando debía,… finalmente, Señor, todas mis omisiones.

Te pido perdón por toda mi malicia, maldad, falsedad, hipocresía… de todo mi pecado, Señor. Tú sabes de la sinceridad de mi corazón.

Digo, sinceramente, delante de Ti: rompo con el pecado. No quiero pecar, Señor. Digo “no” al pecado.

Ahora asumo la autoridad espiritual que no es mía, pero que tú me diste, sobre mi familia.

Asumiendo esta autoridad espiritual, digo:

Perdón, Señor, por los pecados de la familia que me diste. Asumo sobre mí estos pecados, como tú asumiste sobre tí los pecados de tu pueblo, los pecados de la familia que el Padre te dio. Tú fuiste hasta la cruz y derramaste tu Sangre por esta familia.

Señor, te pido perdón por todos los pecados de pensamientos, de juicios, de palabras, de sentimientos, de emociones que – por mi culpa o sin mi culpa –mi familia cometió.

Te pido perdón por todos los pecados de omisión de mi familia. Por todo aquello que mis parientes queridos hicieron, disgustando y ofendiendo tu Corazón, disgustando y hiriendo a mis hermanos.

Yo y mi casa rompemos con el pecado, ya no queremos pecar. Yo y mi casa ya no queremos ser una “hija apóstata”. Ya no queremos quedarnos vagando por caminos errados, por los caminos de la tentación, resbalando en el pecado y dando apertura a él.

Yo y mi casa decimos como Domingo Sávio: “La muerte, pero no el pecado. Antes morir que pecar”.

Sabemos de nuestra fragilidad, Señor, pero firmes en la fe, firmes en tu poder, en el poder de tu cruz, hacemos esta proclamación: “Mi casa y yo rompemos con el pecado”. Mi Señor y mi Dios, lávanos ahora con tu Sangre preciosa. Lava toda mi casa, mi familia, a todos aquellos que bondadosamente me diste. Amén

EL SECRETO DE MARÍA (DE SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT) (Cuarta parte)

El Secreto de María 
(San Luis María Grignion de Montfort)


Segunda Parte
En qué consiste la verdadera devoción a María

Continuación...

3. Su fórmula interior y espíritu....

Obrar con María.

45) 1) La práctica esencial de esta devoción consiste en hacer todas las acciones con María; es decir, tomar a la Virgen Santísima por modelo acabado en todo lo que se ha de hacer. 

46) Por eso antes de hacer cualquier cosa hay que desnudarse de sí mismo y de sus mejores modos de ver; hay que anonadarse delante de Dios, como quien de su cosecha es incapaz de todo bien sobrenatural y de toda acción útil para la vida eterna; hay que recurrir a la Virgen Santísima y unirse a sus intenciones, aunque no se conozcan; hay que unirse por María a las intenciones de Jesucristo, es decir, ponerse en manos de la Virgen Santísima como instrumento, para que Ella obre en nosotros, y haga de nosotros lo que bien le parezca, para gloria de su hijo Jesucristo, para gloria del Padre: de suerte que no haya vida interior, ni operación del espíritu que de ella no dependa. 

Obrar en María. 

47) 2) Hay que hacer todas las cosas en María, es decir, que hay que irse acostumbrando a recogerse dentro de sí mismo, para formar una pequeña idea o retrato espiritual de la Santísima Virgen. Ella será para el alma oratorio en que dirija a Dios sus plegarias, sin temor de ser desechada. Torre de David para ponerse en seguro contra los enemigos. Lámpara encendida para alumbrar las entrañas del alma y abrasarla en amor divino. Recámara sagrada para ver a Dios con Ella. María, en fin, será únicamente para esta alma su recurso universal y su todo. Si ruega será en María; si recibe a Jesús en la Sagrada Comunión le meterá en María para que allí tenga Él sus complacencias. Si algo hace será en María; y en todas partes y en todo hará actos de desasimiento de sí misma. 

Obrar por María. 

48) 3) Jamás hay que acudir a Nuestro Señor, sino por medio de María, por su intercesión y su crédito para con él, de suerte que nunca nos hallemos solos cuando vayamos a pedirle. 

Obrar para María. 

49) 4) Finalmente, hay que hacer todas las acciones para María, es decir, que como esclavos que somos de esta augusta Princesa, no trabajemos más que para Ella, para su provecho y gloria, como fin próximo y para gloria de Dios, como fin último. Debe esta alma en todo lo que hace, renunciar al amor propio, que casi siempre, aun sin darse cuenta, se toma a sí mismo por fin, y repetir muchas veces en el fondo del corazón: por Vos, mi amada Señora, hago esto o aquello, voy aquí o allá, sufro tal pena o tal injuria. 

50) Guárdate bien, alma predestinada, de creer que lo más perfecto es ir todo derecho a Jesús, todo derecho a Dios; tu obra, tu intención poco valdrá; pero yendo por María será la obra no tuya, sino de María en ti, y será por consiguiente, muy levantada y muy digna de Dios. 

51) Guárdate bien, además, de hacerte violencia para sentir y gustar lo que dices y haces; dilo y hazlo todo con la fe que María tuvo en la tierra, y que con el tiempo Ella te comunicará. Deja a tu Soberana, pobre esclavillo, la vista clara de Dios, los transportes, los gozos, los placeres, las riquezas, y no tomes para ti más que la fe pura, llena de disgusto, de distracciones, de fastidio, de sequedad. Di: Amén, así sea, a cuanto hace María, mi Reina, en el cielo; para mí es lo mejor que puedo hacer ahora. 

52) Tampoco te atormentes, si no gozas tan pronto de la dulce presencia de la Santísima Virgen. No es para todos esta gracia. Y cuando por su gran misericordia favorece Dios con ella, muy fácilmente el alma la pierde, si no es fiel en recogerse con frecuencia. Si tal desgracia te ocurriese, vuélvete dulcemente a tu Soberana y pídele perdón. 


4) Efectos maravillosos que produce en un alma fiel. 

53) Infinitamente más de lo que aquí te digo, te enseñará la experiencia y tantas riquezas y gracias hallarás en la práctica si eres fiel en lo poco que aquí te enseño, que te quedarás sorprendido y con el alma llena de júbilo. 

54) Trabajemos, pues, alma querida, y hagamos de manera que por la fiel práctica de esta devoción, el alma de María esté en nosotros para engrandecer al Señor, el espíritu de María esté en nosotros para regocijarse en Dios su Salvador. Palabras son éstas de San Ambrosio: Sit in singulis anima Mariae ut magnificet Dominum, sit in singulis spiritus Mariae ut exultet in Deo. No creas que haya mayor gloria y felicidad en morar en el seno de Abrahán, que se llama paraíso, que en el seno de María, en el que el Señor ha puesto su trono. Son palabras del sabio Abad Guerrico: Ne credideris majoris esse felicitatis habitare in sinu Abrahae, qui vocatur Paradisus, quam in sinu Mariae in quo Dominus thronum suum posuit. 

55) Infinidad de efectos produce en el alma esta devoción fielmente practicada; pero el principal es hacer que de tal modo viva María en un alma de la tierra, que no sea ya más el alma quien vive, sino María en ella; porque, por decirlo así, el alma de María viene a ser su alma. Pues cuando por una gracia inefable, pero verdadera, la divina María es Reina del alma, ¿qué maravillas no hace en ella? Como es Ella la obradora de las grandes maravillas, sobre todo dentro de los corazones, trabaja allá, a escondidas del alma misma: que si se diera cuenta de esas obras echaría a perder su hermosura. 

56) Como Ella es dondequiera la Virgen fecunda, en todas las almas en que vive hace brotar la pureza de corazón y de cuerpo, la pureza de intenciones y designios y la fecundidad de buenas obras. No creas, alma querida, que María, la más fecunda de todas las criaturas, la que llegó hasta el punto de producir un Dios, permanezca ociosa en un alma fiel. Ella sin cesar hará vivir el alma en Jesucristo y hará vivir a Jesucristo en el alma. Filioli mei, quos iterum parturio donec formetur Christus in vobis (Gál 4,19). Si, como lo fue al nacer en el mundo, es Jesucristo fruto de María en cada una de las almas; sin duda que en aquellas donde Ella habita es singularmente Jesucristo fruto y obra maestra suya. 

57) En fin, que para estas almas María viene a serlo todo junto a Jesucristo. Ella esclarece su espíritu con su fe pura. Ella profundiza su corazón con su humildad. Ella con su caridad le acrecienta y le abrasa. Ella le purifica con su pureza. Ella le ennoblece y ensancha con su maternidad. Pero, ¿adónde voy a parar? No hay modo de enseñar, sino se experimentan, estas maravillas de María, maravillas increíbles a las gentes sabias y orgullosas, y aun al común de los devotos y devotas. 

58) Así como por María, vino Dios al mundo la vez primera en humildad y anonadamiento, ¿no podría también decirse que por María vendrá la segunda vez, como toda la Iglesia le espera, para reinar en todas partes y juzgar a los vivos y a los muertos? ¿Cómo y cuándo?, ¿quién lo sabe? Pero yo bien sé que Dios, cuyos pensamientos se apartan de los nuestros más que el cielo de la tierra, vendrá en el tiempo y en el modo menos esperado de los hombres, aun de los más sabios y entendidos en la Escritura Santa, que está en este punto muy oscura. 

59) Pero todavía debe creerse que al fin de los tiempos, y tal vez más pronto de lo que se piensa, suscitará Dios grandes hombres llenos del Espíritu Santo y del espíritu de María por los cuales esta Divina Soberana hará grandes maravillas en la tierra para destruir en ella el pecado y establecer el reinado de Jesucristo su Hijo sobre el corrompido mundo; y por medio de esta devoción a la Santísima Virgen, que no hago más que descubrir a grandes rasgos, empequeñeciéndola con mi miseria, estos santos personajes saldrán con todo. 


5) Prácticas exteriores. 

60) Además de la práctica interior de esta devoción, que acabo de describir, hay otras exteriores, que no se deben omitir ni despreciar. 


Consagración y renovación. 

61) La primera es entregarse, en algún día señalado, a Jesucristo, por manos de María, cuyos esclavos nos hacemos, comulgar al efecto en ese día y pasarlo en oración. Y esta consagración ha de renovarse por lo menos todos los años en el mismo día. 


Ofrenda de un tributo a la Santísima Virgen. 

62) La segunda dar todos los años en el mismo día un pequeño tributo a la Santísima Virgen en testimonio de servidumbre y dependencia; tal es siempre el homenaje de los esclavos para con sus señores. Consiste, pues, este tributo en alguna mortificación, limosna o peregrinación, o en algunas oraciones. El bienaventurado Marín, según testifica su hermano San Pedro Damiano, tomaba todos los años en el mismo día la disciplina pública delante de un altar de la Santísima Virgen. No pido ni aconsejo este fervor; pero, si no se le da mucho a María, debe al menos ofrecerse lo que se le presente con humildad y agradecido corazón. 


Celebrar especialmente la fiesta de la Anunciación. 

63) La tercera es celebrar todos los años con devoción particular la fiesta de la Anunciación, que es la fiesta principal de esta devoción establecida para honrar e imitar la dependencia en que el Verbo eterno por amor nuestro en este día se puso. 


Rezar la Coronilla de la Santísima Virgen y el Magnificat. 

64) La cuarta práctica externa es rezar todos los días (sin que haya obligación bajo pena de pecado por faltar a ello) la Coronilla de la Santísima Virgen compuesta de tres Padrenuestros y doce Avemarías, y rezar frecuentemente el Magnificat, que es el único cántico que tenemos de María, para dar gracias a Dios por sus beneficios y para atraer otros nuevos; sobre todo no se ha de dejar de decir después de la Sagrada Comunión, para dar gracias, como según opina el sabio Gersón, la Santísima Virgen lo decía. 


Llevar la cadenilla. 

65) La quinta es llevar una cadenilla bendita al cuello, al brazo o al pie o a través del cuerpo. Esta práctica puede en absoluto omitirse, sin perjuicio de lo esencial de esta devoción; sin embargo, será pernicioso despreciarla y condenarla y peligroso descuidarla.

He aquí las razones de llevar esta señal exterior: 1) Para librarse de las funestas cadenas del pecado original y actual, que nos han tenido atados. 2) Para honrar las sogas y ataduras amorosas con que nuestro Señor tuvo a bien ser atado para tornarnos verdaderamente libres. 3) Ya que estas ataduras son de caridad, traham eos in vinculis caritatis, para hacernos recordar que sólo debemos obrar movidos por esta virtud. 4) Y en fin, para recordarnos nuestra dependencia de Jesús y de María en calidad de esclavos, pues acostumbraban éstos a llevar cadenas semejantes.

Muchos grandes hombres que se hicieron esclavos de Jesús y María estimaban tanto estas cadenas, que se quejaban de que no se les permitiera arrastrarlas públicamente a los pies como los esclavos de los turcos. 

¡Oh cadenas más preciosas y más gloriosas que los collares de oro y piedras preciosas de todos los emperadores porque nos atan a Jesucristo y a su Santísima Madre y son su marca y librea!
Hay que notar que conviene que estas cadenas si no son de plata, sean al menos de hierro, para llevarlas con comodidad. 

No deben dejarse nunca durante la vida, para que nos acompañen hasta el día del juicio. ¡Qué gozo, qué gloria, qué triunfo para el consagrado, cuando al sonido de la trompeta resucite adornado todavía con esta cadena, que, probablemente, no se habrá gastado aún! Este solo pensamiento bastaría para que te animes poderosamente a no dejarla nunca, por incómoda que pueda parecerte.

Continúa: Oraciones 
                 Oraciones a Jesús y a María 


MAGISTERIO DE LOS SUMOS PONTÍFICES SOBRE EL CELIBATO (PARTE 15)


7. S.S. JUAN PABLO II.



Tercera entrega.

S.S. Juan Pablo II :: Catequesis sobre la virginidad cristiana

Parte 2.



EL DON TOTAL DE SÍ POR EL REINO DE LOS CIELO


(14-IV-1982)

1. Ahora continuamos las reflexiones de las semanas precedentes sobre las palabras acerca de la continencia «por el reino de los cielos», que, según el Evangelio de Mateo (19, 10-12), Cristo dirigió a sus discípulos.

Digamos una vez más que estas palabras, en toda su concisión, son maravillosamente ricas y precisas; son ricas por un conjunto de implicaciones, tanto de naturaleza doctrinal, como pastoral; pero, al mismo tiempo, indican un justo límite en la materia. Así, pues, cualquier interpretación maniquea queda decididamente fuera de ese límite, como también queda fuera de él, según lo que Cristo dijo en el sermón de la montaña, el deseo concupiscente «en el corazón» (cfr Mt 5, 27-28).

En las palabras de Cristo sobre la continencia «por el reino de los cielos», no hay alusión alguna referente a la «inferioridad» del matrimonio respecto al «cuerpo», o sea, respecto a la esencia del matrimonio, que consiste en el hecho de que el hombre y la mujer se unen en él de tal modo que se hacen una «sola carne» (cfr Gen 2, 24: «los dos serán una sola carne»). Las palabras de Cristo referidas en Mateo 19, 11-12 (igual que las palabras de Pablo en la primera Carta a los Corintios, cap. 7) no dan fundamento ni para sostener la «inferioridad» del matrimonio, ni la «superioridad» de la virginidad o del celibato, en cuanto éstos, por su naturaleza, consisten en abstenerse de la «unión» conyugal «en el cuerpo». Sobre este punto resultan decididamente límpidas las palabras de Cristo. Él propone a sus discípulos el ideal de la continencia y la llamada a ella, no a causa de la inferioridad o con perjuicio de la «unión» conyugal «en el cuerpo», sino sólo por el «reino de los cielos».

2. A esta luz resulta particularmente útil una aclaración más profunda de la expresión misma «por el reino de los cielos»; y es lo que trataremos de hacer a continuación, al menos de modo sumario. Pero, por lo que respecta a la justa comprensión de la relación entre el matrimonio y la continencia de la que habla Cristo, y de la comprensión de esta relación como la ha entendido toda la tradición, merece la pena añadir que esa «superioridad» e «inferioridad» están contenidas en los límites de la misma complementaridad del matrimonio y de la continencia por el reino de Dios. El matrimonio y la continencia ni se contraponen el uno a la otra, ni dividen, de por sí, la comunidad humana (y cristiana) en dos campos (diríamos: los «perfectos» a causa de la continencia, y los «imperfectos» o menos perfectos a causa de la realidad de la vida conyugal). Pero estas dos situaciones fundamentales, o bien, como solía decirse, estos dos «estados», en cierto sentido se explican y completan mutuamente, con relación a la existencia y a la vida (cristiana) de esta comunidad, que en su conjunto y en todos sus miembros se realiza en la dimensión del reino de Dios y tiene una orientación escatológica, que es propia de ese reino. Ahora bien, respecto a esta dimensión y a esta orientación -en la que debe participar por la fe toda la comunidad, esto es, todos los que pertenecen a ella-, la continencia «por el reino de los cielos» tiene una importancia particular y una particular elocuencia para los que viven la vida conyugal. Por otra parte, es sabido que estos últimos forman la mayoría.

3. Parece, pues, que una complementariedad así entendida tiene su fundamento en las palabras de Cristo según Mateo 19, 11-12 (y también en la primera Carta a los Corintios, cap. 7). En cambio, no hay base alguna para una supuesta contraposición, según la cual los célibes (o las solteras), sólo a causa de la continencia constituirían la clase de los «perfectos» y, por el contrario, las personas casadas formarían la clase de los «no perfectos» (o de los «menos perfectos»). Si de acuerdo con una cierta tradición teológica se habla del estado de perfección (status perfectionis), se hace no a causa de la continencia misma, sino con relación al conjunto de la vida fundada sobre los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia), ya que esta vida corresponde a la llamada de Cristo a la perfección (« Si quieres ser perfecto... » Mt 19, 21). La perfección de la vida cristiana se mide, por lo demás, con el metro de la caridad. De donde se sigue que una persona que no viva en el «estado de perfección» (esto es, en una institución que establezca su plan de vida sobre los votos de pobreza, castidad y obediencia), o sea, que no viva en un instituto religioso, sino en el «mundo», puede alcanzar de hecho un grado superior de perfección -cuya medida es la caridad- respecto a la persona que viva en el «estado de perfección» con un grado menor de caridad. Sin embargo, los consejos evangélicos ayudan indudablemente a conseguir una caridad más plena. Por tanto, el que la alcanza, aun cuando no viva en un «estado de perfección» institucionalizado, llega a esa perfección que brota de la caridad, mediante la fidelidad al espíritu de esos consejos. Esta perfección es posible y accesible a cada uno de los hombres, tanto en un «instituto religioso» como en el «mundo».

4. Parece, pues, que a las palabras de Cristo, referidas por Mateo (19, 11-12) corresponde adecuadamente la complementariedad del matrimonio y de la continencia «por el reino de los cielos» en su significado y en su múltiple alcance. En la vida de una comunidad auténticamente cristiana, las actitudes y los valores propios de uno y otro estado -esto es, de una u otra opción esencial y consciente como vocación para toda la vida terrena y en la perspectiva de la «Iglesia celeste»-, se completan y, en cierto sentido, se compenetran mutuamente. El perfecto amor conyugal debe estar marcado por esa fidelidad y esa donación al único Esposo (y también por la fidelidad y donación del Esposo a la única Esposa) sobre las cuales se fundan la profesión religiosa y el celibato sacerdotal. En definitiva, la naturaleza de uno y otro amor es «esponsalicia», es decir, expresada a través del don total de sí. Uno y otro amor tienden a expresar el significado esponsalicio del cuerpo, que «desde el principio» está grabado en la misma estructura personal del hombre y de la mujer.

Reanudaremos más adelante este tema.

5. Por otra parte, el amor esponsalicio que encuentra su expresión en la continencia «por el reino de los cielos», debe llevar en su desarrollo normal a «la paternidad» o «maternidad» en sentido espiritual (o sea, precisamente a esa «fecundidad del Espíritu Santo», de la que ya hemos hablado), de manera análoga al amor conyugal quemadura en la paternidad y maternidad física y en ellas se confirma precisamente como amor esponsalicio. Por su parte, incluso la generación física sólo responde plenamente a su significado si se completa con la paternidad y maternidad en el espíritu, cuya expresión y cuyo fruto es toda la obra educadora de los padres respecto a los hijos, nacidos de su unión conyugal corpórea.

Como se ve, son numerosos los aspectos y las esferas de la complementariedad entre la vocación, en sentido evangélico, de los que «toman mujer y marido» (Lc 20, 34) y de los que consciente y voluntariamente eligen la continencia «por el reino de los cielos» (Mt 19, 12) .

San Pablo, en su primera Carta a los Corintios (que analizaremos en nuestras posteriores consideraciones), escribirá sobre este tema: «Cada uno tiene de Dios su propia gracia: éste, una; aquél, otra» (1 Cor 7, 7).


EL CELIBATO, DONACIÓN Y RENUNCIA POR AMOR·

(21-IV-1982)

1. Continuamos las reflexiones sobre las palabras de Cristo, referentes a la continencia «por el reino de los cielos».

No es posible entender plenamente el significado y el carácter de la continencia, si en la última frase del enunciado de Cristo, «por el reino de los cielos» (Mt 19, 12), no se aprecia su contenido adecuado, concreto y objetivo. Hemos dicho anteriormente que esta frase expresa el motivo, o sea, pone de relieve, en cierto sentido, la finalidad subjetiva de la llamada de Cristo a la continencia. Sin embargo, la expresión en sí misma tiene carácter objetivo, indica, de hecho, una realidad objetiva, en virtud de la cual, cada una de las personas, hombres y mujeres, pueden «hacerse» eunucos (como dice Cristo). La realidad del «reino» en el enunciado de Cristo según Mateo (19, 11-12) se define de modo preciso y a la vez general, es decir de forma tal que pueda abarcar todas las determinaciones y los significados particulares que le son propios.

2. El «reino de los cielos» significa el «reino de Dios», que Cristo predicaba en su realización final, es decir escatológica. Cristo predicaba este reino en su realización o instauración temporal y, al mismo tiempo, lo pronosticaba en su cumplimiento escatológico. La instauración temporal del reino de Dios es, a la vez, su inauguración y su preparación para el cumplimiento definitivo. Cristo llama a este reino y, en cierto sentido, invita a todos a él (cfr la parábola del banquete de bodas: Mt 22, 1-14). Si llama a algunos a la continencia «por el reino de los cielos», se deduce del contenido de esa expresión, que los llama a participar de modo singular en la instauración del reino de Dios sobre la tierra, gracias a la cual se comienza y se prepara la fase definitiva del «reino de los cielos».

3. En este sentido hemos dicho que esa llamada está marcada con el signo particular del dinamismo propio del misterio de la redención del cuerpo. Así, pues, en la continencia por el reino de los cielos se pone de relieve, como ya hemos mencionado, la negación de sí mismo, tomar la propia cruz de cada día y seguir a Cristo (cfr Lc 9, 23), que puede llegar hasta implicar la renuncia al matrimonio y a una familia propia. Todo esto se deriva del convencimiento de que, así, es posible contribuir mucho más a la realización del reino de Dios en su dimensión terrena con la perspectiva del cumplimiento escatológico. Cristo en su enunciado según Mateo (19, 11-12) dice, de manera general, que la renuncia voluntaria al matrimonio tiene esta finalidad, pero no especifica esta afirmación. En su primer enunciado sobre este tema no precisa aúnpara qué tareas concretas es necesaria, o bien, indispensable, esta continencia voluntaria, en orden a realizar el reino de Dios en la tierra y preparar su futuro cumplimiento. A este propósito podremos ver algo más en Pablo de Tarso (1 Cor 7) y lo demás será completado por la vida de la Iglesia en su desarrollo histórico, llevado adelante según la corriente de la auténtica Tradición.

4. En el enunciado de Cristo sobre la continencia «por el reino de los cielos» no hallamos indicio alguno más detallado de cómo entender ese mismo «reino» -tanto por lo que respecta a su realización terrena, como por lo que se refiere a su definitivo cumplimiento- en su específica y «excepcional» relación con los que por él «se hacen» voluntariamente «eunucos».

Tampoco se dice mediante qué aspecto particular de la realidad que constituye el reino, se le asocian aquellos que se han hecho libremente «eunucos». Efectivamente, es sabido que el reino de los cielos es para todos: también están relacionados con él en la tierra (y en el cielo) los que «toman mujer y marido». Es para todos la «viña del Señor», en la cual aquí, en la tierra, deben trabajar; y es, después, la «casa del Padre», donde deben encontrarse en la eternidad. ¿Qué es, pues, ese reino para aquellos que, con miras a él, eligen la continencia voluntaria?

5. Por ahora, no encontramos respuesta alguna a estas preguntas en el enunciado de Cristo, referido por Mateo (19, 11-12). Parece que esto corresponde al carácter de todo el enunciado. Cristo responde a sus discípulos sin ponerse en la linea de sus pensamientos y sus valoraciones en las que se oculta, al menos indirectamente, una actitud utilitarista con relación al matrimonio («Si tal es la condición... es preferible no casarse»: Mt 19, 10). El Maestro se separa explícitamente de este planteamiento del problema, y por eso, al hablar de la continencia «por el reino de los cielos», no indica por qué vale la pena, de esta manera, renunciar al matrimonio, a fin de que ese «es preferible» no suene en los oídos de los discípulos con algún acento utilitarista. Sólo dice que esta continencia, a veces es requerida, si no indispensable, por el reino de Dios. Y con esto indica que constituye, en el reino que Cristo predica y al que llama, un valor particular en sí misma. Los que la eligen voluntariamente deben elegirla mirando a ese valor, y no como consecuencia de cualquier otro cálculo.

6. Este tono esencial de la respuesta de Cristo, que se refiere directamente a la misma continencia «por el reino de los cielos», puede referirse, de modo indirecto, también al problema precedente del matrimonio (cfr Mt 19, 3-9). Teniendo en cuenta, pues, el conjunto del enunciado (cfr Mt 19, 3-11), según la intención fundamental de Cristo, la respuesta sería la siguiente: si alguno elige el matrimonio, debe elegirlo tal como fue instituido por el Creador «desde el principio», debe buscar en él los valores que corresponden al designio de Dios; en cambio, si alguno decide seguir la continencia por el reino de los cielos, debe buscar en ella los valores propios de esta vocación. En otros términos: debe actuar conforme a la vocación elegida.

7. El «reino de los cielos» es ciertamente el cumplimiento definitivo de las aspiraciones de todos los hombres, a quienes Cristo dirige su mensaje: es la plenitud del bien, que el corazón humano desea por encima de todo lo que puede ser su herencia en la vida terrena, es la máxima plenitud de la gratificación de Dios al hombre. En la conversación con los saduceos (cfr Mt 22, 24-30: Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-40), que hemos analizado anteriormente, encontramos algunos detalles sobre ese «reino», o sea, sobre el «otro mundo». Hay muchos más en todo el Nuevo Testamento. Sin embargo, parece que para esclarecer qué es el reino de los cielos para los que, a causa de él, eligen la continencia voluntaria, tiene un significado especial la revelación de la relación esponsalicia de Cristo con la Iglesia: entre otros textos, pues, es decisivo el de la Carta a los Efesios, 5, 25 ss., sobre el cual nos convendrá fundarnos especialmente cuando consideremos el problema de la sacramentalidad del matrimonio.

Ese texto es igualmente válido, tanto para la teología del matrimonio, como para la teología de la continencia «por el reino», es decir, la teología de la virginidad o del celibato. Parece que precisamente en ese texto encontramos como concretado lo que Cristo había dicho a sus discípulos, al invitar a la continencia voluntaria «por el reino de los cielos».

8. En este análisis se ha subrayado ya suficientemente que las palabras de Cristo -en medio de su gran concisión- son fundamentales, están llenas de contenido esencial y caracterizadas además por cierta severidad. No cabe duda de que Cristo pronuncia su llamada a la continencia en la perspectiva del «otro mundo», pero en esta llamada pone el acento sobre todo aquello en que se manifiesta el realismo temporal de la decisión vinculada con la voluntad de participar en la obra redentora de Cristo.

Así, pues, a la luz de las respectivas palabras de Cristo, referidas por Mateo (19, 11-12), emergen, sobre todo, la profundidad y la seriedad de la decisión de vivir en la continencia «por el reino», y encuentra expresión el momento de la renuncia que implica esta decisión.

Indudablemente, a través de todo esto, a través de la seriedad y profundidad de la decisión, a través de la severidad y responsabilidad que comporta, se transparenta y se trasluce el amor: el amor como disponibilidad del don exclusivo de sí por el «reino de Dios». Sin embargo, en las palabras de Cristo este amor parece estar velado por lo que, en cambio, se pone en primer plano. Cristo no oculta a sus discípulos el hecho de que la elección de la continencia «por el reino de los cielos» es -vista en categorías de temporalidad- una renuncia. Ese modo de hablar a los discípulos, que formula claramente la verdad de su enseñanza y de las exigencias que esta enseñanza contiene, es significativo para todo el Evangelio; y es precisamente eso lo que le confiere, entre otras cosas, una marca y una fuerza tan convincentes.

9. Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor por un ideal y sobre todo en nombre del amor hacia la persona (efectivamente, el amor está orientado por esencia hacia la persona). Y por esto, en la llamada a la continencia «por el reino de los cielos», primero los mismos discípulos y, luego, toda la Tradición viva de la Iglesia descubrirán enseguida el amor que se refiere a Cristomismo como Esposo de la Iglesia. Esposo de las almas, a las que Él se ha entregado hasta el fin en el misterio de su Pascua y de la Eucaristía.

De este modo la continencia «por el reino de los cielos», la opción de la virginidad o del celibato para toda la vida, ha venido a ser en la experiencia de los discípulos y de los seguidores de Cristo el acto de una respuesta particular del amor del Esposo Divino, y, por esto, ha adquirido el significado de un acto de amor esponsalicio: esto es, de una donación esponsalicia de sí, para corresponder de modo especial al amor esponsalicio del Redentor: una donación de sí entendida como renuncia, pero hecha, sobre todo, por amor.


MASCULINIDAD Y FEMINIDAD ANTE EL CELIBATO «POR EL REINO DE LOS CIELOS»*

(28-IV-1982)

1. «Hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos»: así se expresa Cristo según el Evangelio de Mateo (Mt 19, 12).

Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor por un ideal y, sobre todo, en nombre del amor hacia una persona (en efecto, el amor, por esencia, está orientado hacia la persona). Y por esto, en la llamada a la continencia «por el reino de los cielos» primero los mismos discípulos y luego toda la Tradición viva descubrirán muy pronto el amor que se refiere a Cristo mismo como Esposo de la Iglesia y Esposo de las almas, a las que Él se ha entregado a sí mismo hasta el fin, en el misterio de su Pasión y en la Eucaristía. De este modo, la continencia «por el reino de los cielos», la opción por la virginidad o por el celibato para toda la vida, ha venido a ser en la experiencia de los discípulos y de los seguidores de Cristo, un acto de respuesta especial al amor del Esposo divino y, por esto, ha adquirido el significado de un acto de amor esponsalicio, es decir, de una donación esponsalicia, de sí, a fin de corresponder de modo especial al amor esponsalicio del Redentor; una donación de sí, entendida como renuncia, pero hecha sobre todo por amor.

2. Hemos sacado así toda la riqueza del contenido de que está cargado el enunciado, ciertamente conciso, pero a la vez tan profundo, de Cristo sobre la continencia «por el reino de los cielos»; pero ahora conviene prestar atención al significado que tienen estas palabras para la teología del cuerpo, lo mismo que hemos tratado de presentar y reconstruir sus fundamentos bíblicos «desde el principio». Precisamente el análisis de ese «principio bíblico», al que se refirió Cristo en la conversación con los fariseos sobre el tema del matrimonio, de su unidad e indisolubilidad (cfr Mt 19, 3-9) -poco antes de dirigir a sus discípulos las palabras sobre la continencia «por el reino de los cielos» (ib. 19, 10-12)-, nos permite recordar la profunda verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad, como la hemos deducido, a su debido tiempo, del análisis de los primeros capítulos del Génesis (y en particular del capítulo 2, 23-25). Así precisamente era necesario formular y precisar lo que encontramos en los antiguos textos.

3. La mentalidad contemporánea está habituada a pensar y hablar, sobre todo, del instinto sexual, transfiriendo al terreno de la realidad humana lo que es propio del mundo de los seres vivientes, los animalia. Ahora bien, una reflexión profunda sobre el conciso texto del capítulo primero y segundo del Génesis nos permite establecer, con certeza y convicción, que desde «el principio» se delinea en la Biblia un límite muy claro y unívoco entre el mundo de los animales (animalia) y el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. En ese texto, aun cuando relativamente muy breve, hay, sin embargo, suficiente espacio para demostrar que el hombre tiene una conciencia clara de lo que le distingue de modo esencial de todos los seres vivientes (animalia).

4. Por lo tanto, la aplicación al hombre de esta categoría, sustancialmente naturalista, que se encierra en el concepto y en la expresión de «instinto sexual», no es del todo apropiada y adecuada. Es obvio que esta aplicación puede tener lugar, basándose en cierta analogía; efectivamente, la particularidad del hombre en relación con todo el mundo de los seres vivientes (animalia) no es tal, que el hombre, entendido desde el punto de vista de la especie, no pueda ser calificado fundamentalmente también comoanimal, pero animal rationale. Por ello, a pesar de esta analogía, la aplicación del concepto de «instinto sexual» al hombre -dada la dualidad en la que existe como varón o mujer -limita, sin embargo, grandemente y, en cierto sentido «empequeñece» lo que es la misma masculinidad- feminidad en la dimensión personal de la subjetividad humana. Limita y «empequeñece» también aquello, en virtud de lo cual los dos, el hombre y la mujer, se unen de manera que llegan a ser una sola carne (cfr Gen 2, 24). Para expresar esto de modo apropiado y adecuado, hay que servirse también de unanálisis diverso del naturalista. Y precisamente el estudio del «principio» bíblico nos obliga a hacer esto de manera convincente. La verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad, deducida de los primeros capítulos del Génesis (y en particular del capítulo 2, 23-25), o sea, el descubrimiento a la vez del significado esponsalicio del cuerpo en la estructura personal de la subjetividad del hombre y de la mujer, parece ser en este ámbito un concepto-clave y, al mismo tiempo, el único apropiado y adecuado.

5. Ahora bien, precisamente en relación con este concepto, con esta verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano, hay que leer de nuevo y entender las palabras de Cristo acerca de la continencia «por el reino de los cielos», pronunciadas en el contexto inmediato de esta referencia al «principio», sobre el cual Cristo ha fundado su doctrina acerca de la unidad e indisolubilidad del matrimonio. En la base de la llamada de Cristo a la continencia está no sólo el «instinto sexual», como categoría de una necesidad, diría, naturalista, sino también la conciencia de la libertad del don, que está orgánicamente vinculada con la profunda y madura conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, en la estructura total de la subjetividad personal del hombre y de la mujer. Sólo en relación a este significado de la masculinidad, encuentra plena garantía y motivación la llamada a la continencia voluntaria «por el reino de los cielos». Sólo y exclusivamente en esta perspectiva dice Cristo: «El que pueda entender, que entienda» (Mt 19, 12); con esto indica que tal continencia -aunque, en todo caso, sea sobre todo un «don»-, también puede ser «entendida», esto es, sacada y deducida del concepto que el hombre tiene del propio «yo» psicosomático en su totalidad, y en particular de la masculinidad-feminidad de este «yo» en la relación recíproca, que está inscrita como «por naturaleza» en toda subjetividad humana.

6. Como recordamos por los análisis precedentes, desarrollados sobre la base del libro del Génesis (Gen 2, 23-25), esa relación recíproca de la masculinidad y feminidad, ese recíproco «para» del hombre y de la mujer, sólo puede ser entendido de modo apropiado y adecuado en el conjunto dinámico del sujeto personal. ¡Las palabras de Cristo en Mateo (19, 11-12) muestran después que ese «para» presente «desde el principio» en la base del matrimonio, puede estar también en la base de la continencia «por» el reino de los cielos! Apoyándose en la misma disposición del sujeto personal, gracias a la cual el hombre se vuelve a encontrar plenamente a sí mismo a través de un don sincero de sí (cfr Gaudium et spes, 24), el hombre (varón o mujer) es capaz de elegir la donación personal de sí mismo, hecha a otra persona en el pacto conyugal, donde se convierten en «una sola carne», y también es capaz de renunciar librementea esta donación de sí a otra persona, de manera que, al elegir la continencia «por el reino de los cielos», pueda donarse a sí mismo totalmente a Cristo. Basándose en la misma disposición del sujeto personal y basándose en el mismo significado esponsalicio de ser, en cuanto cuerpo, varón o mujer, puede plasmarse el amor que compromete al hombre, en el matrimonio, para toda la vida (cfr Mt 19, 3-10), pero puede plasmarse también el amor que compromete al hombre para toda la vida en la continencia «por el reino de los cielos» (cfr Mt 19, 11-12). Cristo habla precisamente de esto en el conjunto de su enunciado, dirigiéndose a los fariseos (cfr Mt 19, 3-10) y luego a los discípulos (cfr Mt 19, 11-12).

7. Es evidente que la opción del matrimonio, tal como fue instituido por el Creador «desde el principio», supone la toma de conciencia y la aceptación interior del significado esponsalicio del cuerpo, vinculado con la masculinidad y feminidad de la persona humana. En efecto, esto es lo que se expresa de modo lapidario en los versículos del libro del Génesis. A1 escuchar las palabras de Cristo, dirigidas a los discípulos, sobre la continencia «por el reino de los cielos» (cfr Mt 19, 11-12), no podemos pensar que el segundo género de opción pueda hacerse de modo consciente y libre sin una referencia a la propia masculinidad o feminidad y al significado esponsalicio, que es propio del hombre precisamente en la masculinidad o feminidad de su ser sujeto personal. Más aún, a la luz de las palabras de Cristo, debemos admitir que ese segundo género de opción, es decir, la continencia por el reino de Dios, se realiza también en relación con la masculinidad o feminidad propia de la persona que hace tal opción; se realiza basándose en la plena conciencia de ese significado esponsalicio, que contienen en sí la masculinidad y la feminidad. Si esta opción se realizase por vía de algún artificioso «prescindir» de esta riqueza real de todo sujeto humano, no respondería de modo apropiado y adecuado al contenido de las palabras de Cristo en Mateo 19, 11-12. Cristo exige aquí explícitamente una comprensión plena, cuando dice: «El que pueda entender, que entienda» (Mt 19, 12).




Próxima entrada del Magisterio de Juan Pablo II en relación al celibato y la catequesis sobre a virginidad cristiana. 
                                    EL CELIBATO, DON DE DIOS

INFORME ESPECIAL: ¿QUÉ ES LA GRACIA?

Segunda entrega.

Como opera la Gracia en nosotros


La gracia es, si nada más, la presencia de Dios dentro de nuestras almas. Sí, ¡Dios está en nosotros! Ya se nos había dicho en los evangelios que somos Templos del Espíritu Santo. Pero no sólo el Espíritu Santo habita en nosotros, sino también el Padre y el Hijo. Sí, la trinidad completa.

Y es porque Dios habita en nosotros, que podemos amar a los demás. Porque Dios, es infinito amor, y la fuente de todo el amor. Pues las acciones indiferentes, cuando se las dedicamos a Dios, se hacen buenas por esta misma Gracia. Y más, recordemos: El Amor no es nada que podamos perder cuando lo compartimos. En cambio, el que lo recibe, gana mucho con ello.

La gracia aumenta a medida que permitimos al Espíritu Santo actuar por la participación en los sacramentos, la oración y la vida virtuosa – todo por los méritos de Cristo. La gracia nos asemeja a la vida de Cristo: sus virtudes, forma de pensar y actuar.

Mientras estamos en Gracia, estamos cerca de Dios, y Dios, con su maravilloso amor, nos consolará en nuestras penas, enfermedades y sufrimientos. La Gracia de Dios, nos da una paz interior que ni siquiera el más rico puede tener. Como dijo San Pablo, “Para fortalecer nuestra vida interior, es mejor estar en Gracia de Dios, que usar alimentos de los que nadie sacó provecho.”(Heb 13:0)

Pero entonces, ¿por qué me siento tan vacío?” Porque a pesar de que la Luz está adentro de nosotros no puede llegar a nosotros, ya que algo se lo impide… la luz está allí, pero hay algo que sirve de obstáculo, una pared. Y se llama ‘cosas mundanas’. Basura espiritual, que cubre el ‘vidrio’ del foco que es nuestro espíritu. El Espíritu Santo es la Luz, que no puede traspasar esa basura. Debemos deshacernos de todas las cosas inútiles que llenan nuestra cabeza, como juegos de video, telenovelas, egoísmos, etc. Cuando nuestro foco esté limpio, podremos ver con toda claridad.

Recordemos, Dios es Amor. Y si tenemos un maravilloso amor adentro de nosotros, ¿Por qué estar tristes? Si tenemos una pequeñísima pizca de fe en nosotros, y le preguntamos a Dios que nos haga felices, sentiremos su Gran amor por nosotros. Y éste amor, nos hará felices.

La Gracia ya nos fue dada en el bautismo. Pero no solo nos debemos alegrar de que la obtuvimos, y olvidarnos de Dios. Tenemos que aumentar esta gracia, para ser gente maravillosa.

Primero que nada, el modo más seguro de aumentar la gracia en nosotros es por los sacramentos. Para mucha gente, desafortunadamente, no es suficiente para sacarlos de los vicios en los que se han metido. Es aquí que debemos ORAR por esta gracia.


LA GRACIA CON PRECISIÓN TEOLÓGICA

En teología la palabra «gracia» se reserva para describir los dones a los que el hombre no tiene derecho ni siquiera remotamente, a los que su naturaleza humana no le da acceso.

La palabra «gracia« se usa para nombrar los dones que están sobre la naturaleza humana. Por eso decimos que la gracia es un don sobrenatural de Dios.

Pero la definición está aún incompleta. Hay dones de Dios que son sobrenaturales, pero no pueden llamarse en sentido estricto gracias. Por ejemplo, una persona con cáncer incurable puede sanar milagrosamente en Lourdes. En este caso, la salud de esta persona sería un don sobrenatural, pues se le había restituido por medios que sobrepasan la naturaleza. Pero si queremos hablar con precisión, esta cura no sería una gracia. Hay también otros dones que, siendo sobrenaturales en su origen, no pueden calificarse de gracias. La Sagrada Escritura, por ejemplo, la Iglesia o los sacramentos son dones sobrenaturales de Dios. Pero este tipo de dones, por sobrenaturales que sean, actúan fuera de nosotros.

No sería incorrecto llamarlos «gracias externas». La palabra «gracia», sin embargo, cuando se utiliza en sentido simple y por sí, se refiere a aquellos dones invisibles que residen y operan en el alma. Así, precisando un poco más en nuestra definición de gracia, diremos que es un don sobrenatural e interior de Dios.

Pero esto nos plantea en seguida otra cuestión. A veces Dios da a algunos elegidos el poder predecir el futuro. Este es un don sobrenatural e interior. ¿Llamaremos gracia al don de profecía? Más aún, un sacerdote tiene poder de cambiar el pan y vino en el cuerpo y sangre de Cristo y de perdonar los pecados. Estos son, ciertamente, dones sobrenaturales e interiores. ¿Son gracias? La respuesta a ambas preguntas es no. Estos poderes, aunque sean sobrenaturales e interiores, son dados para el beneficio de otros, no del que los posee. El poder de ofrecer Misa que tiene un sacerdote no se le ha dado para él, sino para el Cuerpo Místico de Cristo. Un sacerdote podría estar en pecado mortal, pero su Misa sería válida y recaba ría gracias para otros. Podría estar en pecado mortal, pero sus palabras de absolución perdonarían a otros sus pecados.

Esto nos lleva a añadir otro elemento a nuestra definición de gracia: es el don sobrenatural e interior de Dios que se nos concede para nuestra propia salvación.

Finalmente, planteamos esta cuestión: si la gracia es un don de Dios al que no tenemos absolutamente ningún derecho, ¿por qué se nos concede? Las primeras criaturas (conocidas) a las que se concedió gracia fueron los ángeles y Adán y Eva. No nos sorprende que, siendo Dios bondad infinita, haya dado su gracia a los ángeles y a nuestros primeros padres. No la merecieron, es cierto, pero aunque no tenían derecho a ella, tampoco eran positivamente indignos de ese don.

Sin embargo, una vez que Adán y Eva pecaron, ellos (y nosotros, sus descendientes) no merecían la gracia, sino que eran indignos (y con ellos nosotros) de cualquier don más allá de los naturales ordinarios propios de la naturaleza humana. ¿Cómo se pudo satisfacer a la justicia infinita de Dios, ultrajada por el pecado original, para que su bondad infinita pudiera actuar de nuevo en beneficio de los hombres?

La respuesta redondeará la definición de gracia. Sabemos que fue Jesucristo quien por su vida y muerte dio la satisfacción debida a la justicia divina por los pecados de la humanidad. Fue Jesucristo quien nos ganó y mereció la gracia que Adán con tanta ligereza había perdido.

Y así completamos nuestra definición diciendo: La gracia es un don de Dios sobrenatural e interior que se nos concede por los méritos de Jesucristo para nuestra salvación.

Un alma, al nacer, está oscura y vacía, muerta sobrenaturalmente. No hay lazo de unión entre el alma y Dios. No tienen comunicación. Si hubiéramos alcanzado el uso de razón sin el Bautismo y muerto sin cometer un solo pecado personal (una hipótesis puramente imaginaria, virtualmente imposible), no habríamos podido ir al cielo. Habríamos entrado en un estado de felicidad natural que, por falta de mejor nombre, llamamos limbo. Pero nunca hubiéramos visto a Dios cara a cara, como El es realmente.

Y este punto merece ser repetido: por naturaleza nosotros, seres humanos, no tenemos derecho a la visión directa de Dios que constituye la felicidad esencial del cielo. Ni siquiera Adán y Eva, antes de su caída, tenían derecho alguno a la gloria. De hecho, el alma humana, en lo que podríamos llamar estado puramente natural, carece del poder de ver a Dios; sencillamente no tiene capacidad para una unión íntima y personal con Dios.

Pero Dios no dejó al hombre en su estado puramente natural. Cuando creó a Adán le dotó de todo lo que es propio de un ser humano. Pero fue más allá, y Dios dio también al alma de Adán cierta cualidad o poder que le permitía vivir en íntima (aunque invisible) unión con El en esta vida. Esta especial cualidad del alma -este poder de unión e intercomunicación con Dios- está por encima de los poderes naturales del alma, y por esta razón llamamos a la gracia una cualidad sobrenatural del alma, un don sobrenatural.

El modo que tuvo Dios de impartir esta cualidad o poder especial al alma de Adán fue por su propia inhabitación. De una manera maravillosa, que será para nosotros un misterio hasta el Día del Juicio, Dios «tomó residencia» en el alma de Adán. E, igual que el sol imparte luz y calor a la atmósfera que le rodea, Dios impartía al alma de Adán esta cualidad sobrenatural que es nada menos que la participación, hasta cierto punto, de la propia vida divina. La luz solar no es el sol, pero es resultado de su presencia. La cualidad sobrenatural de que hablamos es distinta de Dios, pero fluye de Él y es resultado de su presencia en el alma.

Esta cualidad sobrenatural del alma produce otro efecto. No sólo nos capacita para tener una unión y comunicación íntima con Dios en esta vida, sino que también prepara al alma para otro don que Dios le añadirá tras la muerte: el don de la visión sobrenatural, el poder de ver a Dios cara a cara, tal como es realmente.

El lector habrá ya reconocido en esta «cualidad sobrenatural del alma», al don de Dios que los teólogos llaman «gracia santificante». La he descrito antes de nombrarla con la esperanza de que el nombre tuviera más plena significación cuando llegáramos a él. Y el don añadido de la visión sobrenatural después de la muerte es el que los teólogos llaman en latín lumen gloriae, o sea «luz de gloria». La gracia santificante es la preparación necesaria, un prerequisito de esta luz de gloria. Igual que una lámpara eléctrica resulta inútil sin un punto al que enchufarla, la luz de gloria no podría aplicarse al alma que no poseyera la gracia santificante.

Mencioné antes la gracia santificante en relación con Adán. Dios, en el acto mismo de crearle, lo puso por encima del simple nivel natural, lo elevó a un destino sobrenatural al conferirle la gracia santificante. Adán, por el pecado original, perdió esta gracia para sí y para nosotros. Jesucristo, por su muerte en la cruz, salvó el abismo que separaba al hombre de Dios. El destino sobrenatural del hombre se ha restaurado. La gracia santificante se imparte a cada hombre individualmente en el sacramento del Bautismo.

Al bautizarnos recibimos la gracia santificante por vez primera. Dios (el Espíritu Santo por «apropiación») toma morada en nosotros. Con su presencia imparte al alma esa cualidad sobrenatural que hace que Dios -de una manera grande y misteriosa se vea en nosotros y, en consecuencia, nos ame. Y puesto que esta gracia santificante nos ha sido ganada por Jesucristo, por ella estamos unidos a Él, la compartimos con Cristo -y Dios, en consecuencia, nos ve como a su Hijo- y cada uno de nosotros se hace hijo de Dios.


FUENTE: Leo J. Trese en conoze.com y otras en forosdelavirgen.org

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP: XXXIX: ¡PIDO PUREZA! ¡PIDO PUREZA!...

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO 

A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS 

(De Concepción Cabrera de Armida) 

XXXIX

¡PIDO PUREZA! ¡PIDO PUREZA!... 


“¡Por todo lo dicho se verá si deben ser puros los que toquen a mi Iglesia, cándida y sin mancha!, ¡si esos corazones que la forman deberán tener la nitidez de la nieve, una blancura más que de ángeles! ¡Ya se comprenderá que las manos que me toquen y los labios que pronuncien las palabras divinas de la Consagración deben estar purificados de toda mancha!¡Cómo esas manos deben derramar beneficios!, ¡Cómo esos labios no se han de abrir sino para ensalzarme en el altar y en las almas!, ¡cómo esos corazones, sobre todo, deben –como cristales- reflejar la Trinidad y ser más que copones que me contengan, otros Yo, cándidos y puros, limpios y santos, unidos a la Trinidad! 

Más para esto, los sacerdotes, más que nadie, deben usar muy frecuentemente del sacramento de la Penitencia, pues que ángeles deben ser para cada acto de su ministerio, limpios de corazón para reflejar a Dios a quien representan. ¡Cómo late mi pecho al considerar una legión de sacerdotes realizando estos ideales de mi Corazón! ¡Si son los otros Yo, mi Padre los escuchará complacido y les sonreirá, porque en ellos me verá a Mí; y en vez de hacer ellos la voluntad de Dios, Dios hará la suya, porque será una sola voluntad con la de Él, un solo querer y amor en Él! 

¡Qué indispensable es que todos los sacerdotes tomen en serio su transformación en Mí en esta época del mundo en la que más que nunca debe parecérseme! ¡Qué necesaria es la unidad en ellos, formando un bloque de corazones puros, de manos cándidas que me levanten al cielo pidiendo misericordia! 

¡Qué feliz sería mi Corazón si México se distinguiera en esta falange de sacerdotes santos, en esta reacción universal que quiero para salvar al mundo que se hunde en el sensualismo! Basta ya de crucificarme doblemente en los altares por los corazones no limpios, no fervorosos, no sacrificados, no enamorados de la Trinidad y de la Iglesia de quiénes son y a quienes pertenecen. 

Quiero almas sacerdotales que detengan la ira del cielo sobre las naciones; éste será el único contrapeso a tanta maldad, al odio satánico a mi Iglesia y a mi Corazón, de tantas almas. 

Un núcleo de sacerdotes santos será capaz de transformar al mundo con su vida de unión Conmigo y con la pureza de sus corazones. 

Tengo sed de pureza que es lo que más asimila a Mí. Tengo sed de sacrificio para unirlos a los míos y ofrendarlos al Padre como incienso de expiación infinita. Quiero que mis sacerdotes olvidados de sí mismos, puros y víctimas, me ofrezcan y se ofrezcan por la salvación del mundo, por la regeneración de los sacerdotes caidos, por los sacrilegios en los que me veo diariamente envuelto. 

Pido y clamo hoy a mis Obispos y sacerdotes un impulso de pureza, por María, para mi Iglesia pura, para gloria de la Trinidad virgen. ¡Pido pureza!... ¡Pido pureza!... 
¿Me la podrán negar los corazones de los míos a quienes amo con la ternura de mil madres, con la candidez de un Dios?... Por mi Sangre, por su vocación sublime, por mis predilecciones sin nombre, les pido pureza y unidad en la Trinidad. 

Les pido que aviven en sus almas su amor a mi Iglesia, y que la sostengan, y que la defiendan y amparen, y le den gloria con miles de almas puras. El pecado de impureza ha cundido espantosamente desgarrando mi Corazón; por eso clamo: ¡pureza, pureza!... ¿Y a quien he de pedirle primero, sino a los míos en quienes tengo derecho de amor y de predilección? 

¡Que me consuelen con sacerdotes santos! 

Que me los pidan y que me los de sacrificándose para comprarles gracias en unión del Verbo; gracias y virtudes y dones, que, aunque los dones se dan, el terreno se prepara con virtudes para recibirlos”.

ACERCA DE LA VOCACIÓN - PARTE 2 -




4.Principales enemigos

Los principales enemigos en materia de seguirlo a Cristo en la entrega total suelen ser los padres carnales. De ahí que enseñe en términos generales San Juan Crisóstomo: "Cuando los padres impiden las cosas espirituales, ni siquiera deben ser reconocidos como padres"17.

Santo Tomás respecto a esta cuestión responde: "Así como 'la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu' según dice el Apóstol (Gal 5, 17), también los amigos carnales son contrarios al progreso espiritual. Así, se lee en Miqueas (7, 6): 'Los enemigos del hombre están en su propia casa'". Por eso dice San Cirilo, comentando a San Lucas (9, 61): 'Esta preocupación por avisar a los suyos deja entrever la división del alma, pues informar a los parientes y consultar a gentes contrarias a la justa estimación de las cosas indica un ánimo poco esforzado y retraído'. Por eso respondió el Señor: 'Nadie que ponga su mano en el arado y vuelva su vista atrás es apto para el reino de Dios' (Lc 9, 62). Y mirar hacia atrás es buscar dilación para poder volver a su casa y consultar con los suyos"18.

La vocación es una flor tan delicada que mucho debe cuidarse. San Alfonso, preguntándose qué se requiere en el mundo para perder la vocación, responde: "Nada. Bastará un día de recreo, un dicho de un amigo, una pasión poco mortificada, una aficioncilla, un pensamiento de temor, un disgusto no reprimido. El que no abandona los pasatiempos debe estar convencido de que indudablemente perderá la vocación. Quedará con el remordimiento de no haberla seguido, pero seguramente no la seguirá..."19. ¡Nada!...en el mundo o también en un seminario o convento donde no reina el espíritu de Cristo, sino el espíritu del mundo, no el Israel espiritual, sino el Israel carnal. Porque "el mundo no puede recibir el Espíritu de la Verdad, porque no le ve ni le conoce”20. Los que se quejan por no tener vocaciones deberían hacer examen de conciencia sobre ellos mismos, teniendo en cuenta lo que enseñan los santos en materia de vocaciones, y analizarse para ver si no son los principales causantes de la esterilidad vocacional. ¡Son muchos los que parecen tener un DIU en el alma!

5. Dudas sobre la vocación

Sigue enseñando Don Bosco: "El que se consagra a Dios con los santos votos hace uno de los ofrecimientos más preciosos y agradables a su divina majestad. Pero el enemigo de nuestra alma, comprendiendo que con este medio uno se emancipa de su dominio, suele turbar su mente con mil engaños para hacerle retroceder y arrojarle de nuevo a las sendas tortuosas del mundo. El principal de estos engaños consiste en suscitarle dudas sobre la vocación, a las cuales sigue el desaliento, la tibieza y, a menudo, la vuelta a este mundo, que tantas veces había reconocido traidor y que, por amor a Jesucristo, había abandonado.

Si, por acaso, amadísimos hijos, os asaltare esta peligrosa tentación, respondeos inmediatamente a vosotros mismos que, cuando entrasteis en la Congregación, Dios os había concedido la gracia inestimable de la vocación, y que si ésta os parece ahora dudosa es porque sois víctimas de una tentación, a la que disteis motivo, y que debéis despreciar y combatir como una verdadera insinuación diabólica. Suele la mente agitada decir al que duda: Tú podrías obrar mejor en otra parte: Responded vosotros al instante con las palabras de San Pablo: Cada uno en la vocación a que fue llamado, en ella permanezca (1 Cor 7,20). El mismo Apóstol encarece la conveniencia de continuar firmes en la vocación a que cada uno fue llamado: Y así os ruego que andéis como conviene en la vocación a que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia (Ef 4,1s). Si permanecéis en vuestro instituto y observáis exactamente las reglas, estáis seguros de vuestra salvación.

Por el contrario, una triste experiencia ha hecho conocer que los que salieron de él las más veces se engañaron. Unos se arrepintieron, perdiendo la paz para siempre; otros cayeron en grandes peligros, y hasta hubo alguno que llegó a ser piedra de escándalo para los demás, con gran peligro de su salvación y de la ajena.

En tanto pues, que vuestro espíritu y vuestro corazón se hallen agitados por las dudas o por alguna pasión, os recomiendo encarecidamente que no toméis deliberación alguna, porque tales deliberaciones no pueden ser conformes a la voluntad del Señor, el cual, según dice el Espíritu Santo, no está en la conmoción (1 Re 19,11). En estos trances os aconsejo que os presentéis a vuestros superiores, abriéndoles sinceramente vuestro corazón y siguiendo fielmente sus avisos. Sea cual fuere el consejo que ellos os dieren, practicadlo y no erraréis; que en los consejos de los superiores está empeñada la palabra del Salvador, el cual nos asegura que sus respuestas son como dadas por él mismo, diciendo: 'Quien a vosotros oye, a mí me oye' (Lc 10,16)".

6. Conclusión

Cada vocación es una obra maestra de Dios. El divino orfebre, quien desde la eternidad ha elegido a determinados hombres y mujeres para su servicio, desde mucho tiempo antes de que hubiéramos decidido seguirlo más de cerca, nos va preparando a través de los padres y madres que nos da, de los demás familiares, por la educación, por los dones, talentos, carácter y temperamento, circunstancias y acontecimientos, etc. La misma decisión vocacional es un maravilloso filigrana de la gracia. Los que ignoran, desconocen o niegan que la vocación a la vida consagrada consiste principalmente en el llamado interior: "...voces interiores del Espíritu Santo...el impulso de la gracia ... por inspiración del Espíritu Santo ..."21, a pesar de toda la propaganda exterior vocacional que puedan hacer, desalentarán, demorarán, trabarán, e incluso, en lo que de ellos dependa, impedirán que los candidatos concreten la vocación. Pues, quien busca impedir la vocación o quien no la decide, se le aplica lo de Santo Tomás: "quién detiene el impulso del Espíritu Santo con largas consultas, o ignora o rechaza concientemente el poder del Espíritu Santo"22.

En el fondo siguen vivas dos herejías: la de Joviniano en Roma (+406) que equiparaba el matrimonio a la virginidad; y la de Vigilancio en la Galia (370-490) que equiparaba las riquezas a la pobreza. Ambas herejías tienen un común denominador: ¡apartar a los hombres de lo espiritual esclavizándolos a las cosas terrenas!. Es lo que Satanás hace por medio de hombres carnales, impedir que los hombres sean "transformados en vista a la vida eterna"23.

El malvado intento de querer, de mil maneras y con toda astucia, alejar a los hombres y mujeres de la vida religiosa tiene un antecedente en la actitud del Faraón que reprendió a Moisés y a Aarón que querían sacar de Egipto al pueblo elegido: "¿Cómo es que vosotros...distraéis al pueblo de sus tareas?" (Ex. 5, 4).

De manera particular, en esta época gnóstica, que busca reducir el cristianismo de acontecimiento a idea24, tarea en la que está empeñado el llamado progresismo cristiano, se vacían los seminarios y noviciados, porque los jóvenes no se sienten demasiado movidos a entregar su vida por una idea, pero sí por una Persona. El nominalismo formalista, el abandono del ser, no entusiasman a nadie y son infinitamente aburridos. Esto es análogo a lo de aquel párroco que hizo la procesión del Corpus sin llevar el Corpus, porque Cristo está en el pueblo. O sea, Cristo sin Cristo y el pueblo adorándose a sí mismo. Seminarios y noviciados vacíos porque se olvidaron del Acontecimiento, se olvidaron de Cristo y adoran sus ideas acerca de Cristo; pero siguen aferrados a las mismas a pesar de constatar sus frutos nocivos.

No solamente muchos tratan de impedir las vocaciones a la vida consagrada, sino, lo que es peor, muchos de los responsables no saben cuáles son las causas de la falta de vocaciones, ni cuales son las causas de las defecciones. A veces, incluso, se convierten en ocasión de defección cuando argumentan que hubo falta de vocación, pero, ¿acaso, cuando la Iglesia llama por medio del obispo o del superior religioso, no está por ese mismo acto confirmando que se está frente a una verdadera vocación divina?. Enseña San Pablo, y es de fe, que: "Los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom 11, 29). Y así, los responsables, por ignorancia crasa o supina, son incapaces de poner remedio.
Si no se solucionan estos problemas será muy difícil la Nueva Evangelización. Pensar que pueda haber Nueva Evangelización sin evangelizadores, es tan absurdo como el vaciamiento gnóstico de la procesión del Corpus sin Corpus. Por eso decía Juan Pablo II en Santo Domingo: "condición indispensable para la Nueva Evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados. Por ello, la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas... ha de ser una prioridad de los obispos y un compromiso de todo el pueblo de Dios"25.

R.P. Carlos Miguel Buela, V.E.



1 Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q.189, a. 10: "...derogat Christo...". 
2 Santo Tomás, Contra la pestilencial doctrina de los que apartan a lo hombres del ingreso a la religión, Ed. Desclée, Buenos Aires, 1946, p. 80: "...iniuriam facit Christo...".
3 De verb. Dom., serm. 100, c.2; ML 38, 604.
4 Cf. nota 1.
5 Artículo citado, ad 1.
6 Obras fundamentales, ed.BAC, Madrid, 1979, 2da. edición, pág. 644, (resaltado nuestro).
7 Op.cit. (resaltado nuestro).
8 Confesiones, l. VIII, c.11.
9 Artículo citado, ad 3, (resaltado nuestro): "...est irracionabilis"
10 Idem.
11 Super Mt, Homilía 14; MG 57, 219; cf. Santo Tomás, S.Th, 2-2, q. 189, a. 10.
12 Op.cit., pp. 644-645.
13 Contra la pestilencial doctrina..., pp. 95-96: "Pero aún suponiendo que el mismo Demonio incite a entrar en religión, siendo esto de suyo una obra buena y propia de ángeles buenos, no hay ningún peligro en seguir en este caso su consejo... Con todo se debe advertir que si el Diablo -y aún un hombre- sugiere a alguien entrar en religión para emprender en ella el seguimiento de Cristo, tal sugestión no tienen eficacia alguna si no es atraído interiormente por Dios...Por consiguiente sea quien fuese el que sugiere el propósito de entrar en religión, siempre este propósito viene de Dios".
14 Op.cit.
15 Op.cit.
16 Op.cit.
17 Op.cit., p. 646.
18 S.Th., 2-2 q.189 a.10, ad 2.
19 Op.cit., pp. 647-648.
20 Cf. Jn 14, 17)
21 Op.cit., pp. 83-84.
22 Op.cit., p. 87.
23 Op.cit., p.16.
24 Cf. Vox Verbi,1 de abril de 1996, Año 3, nº 60, pp. 30-32.
25 Discurso inaugural en Santo Domingo el 12 de octubre de 1992, nº 26; citado en Documento de Santo Domingo, Conclusiones, nº 82.


FUENTE: vocaciones.org.ar

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