Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus hijos predilectos.
LA CONSAGRACIÓN DEL MUNDO AL ESPÍRITU SANTO
Necesito esa reacción en los sacerdotes, obrada por el amor; y para conmover las fibras de los
corazones sacerdotales, les he descubierto las de mi alma, las más íntimas,
dolorosas y amorosas que en ella existen. Y ya responderán al llamamiento de
amor, porque quiero perdonar, perfeccionar, santificar y salvar.
Hace mucho tiempo que vengo insinuando
este mi deseo, de que se
consagre el universo al Espíritu Santo, para que se derrame en la tierra como
un segundo Pentecostés. Entonces, cuando esto llegue, el mundo se
espiritualizará con la unción santa de pureza y de amor con que lo bañará el
Soplo vivificante y puro, el Purísimo Espíritu.
Barrerá este Soplo santo todas las
impurezas en los corazones, y todos los errores en las inteligencias, que
corresponden a su influjo; la faz del mundo se renovará, y todas las cosas se
restaurarán e Mí. Pero, sobre todo, mis sacerdotes serán los primeros en
esa restauración universal; vendrá, sí, vendrá a glorificar a la unidad de la
Iglesia, a la Trinidad.
Se rendirán muchas sectas ante la unidad
divina de mi Iglesia, cesarán muchos cismas; el
Concilio futuro tendrá y dará frutos de vida eterna; y la Iglesia única y verdadera
cobijará a muchas naciones y extenderá sus alas para cobijar a todo el mundo y
traerlo a su seno salvador.
No siempre la Iglesia ha de estar
postergada Tendrá siempre enemigos y guerras y persecuciones hasta el fin de
los siglos; pero tendrá treguas también, tendrá honrosos triunfos. Yo lo
aseguro.
Pero he vinculado estos triunfos en una
sola cosa: a la consumación
transformante en la tierra de sus sacerdotes en Mí.
Con esto vendrá el reinado del Espíritu
Santo en las almas de mis
sacerdotes, que es mi mismo Espíritu, y en las almas después y en las naciones
y traerá la paz, por medio de la unidad en el amor, en
la caridad.
Que pidan los fieles para que se apresure,
para mi mayor gloria, esta santificación de mis sacerdotes en el Santificador
único, esa evolución santa por el amor, ese ser todos de María, y todos
para las almas en Mí para que Yo en ellos, en la tierra, alivie, edifique,
perdone y salve.
La Redención fue una, pero su aplicación
no tiene límites y se hará en favor de las almas por medio de mis sacerdotes
santos, de mis sacerdotes otros Yo, todos caridad y celo y olvido propio
santificarán así a las almas, sólo para glorificar a la Trinidad.
El impulso del cielo es fuerte, es
impetuoso, es fecundo, es activo, porque viene del Espíritu Santo que todo lo
impulsa con su gracia que santifica y transforma.
¡Cómo mi Corazón palpita y ansía esta
época de transformación en Mí y de triunfo para mi Iglesia! ¡Cómo mis
ojos se empañan con lágrimas de emoción, de dicha, de triunfo, de gratitud para
con mis amados sacerdotes!
¡Que no piensen en lo que fueron, si desgraciadamente
no me han sido fieles: Yo soy el Buen Pastor, que no teman, que Yo soy Jesús, y
todos, todos caben en el inmenso y amoroso seno de mi alma! ¡Los amo
tanto!
Fue, después de mi Madre, lo que más amé
en la tierra, a mis Apóstoles; y en ellos vi ya a todos mis sacerdotes futuros,
y en ellos los amé, y en Mí mismo los amo, porque son parte de mí mismo ser.
¿Nos saben que mi Padre los ve como a Mí mismo y que los siento Yo como
cosa Mía; como si fueran Conmigo un mismo cuerpo, una misma alma, un mismo
corazón?
Si ahondaran mis sacerdotes en este pensamiento que es feliz
realidad, si siquiera se percataran de ella, ¡ay! Jamás me ofenderían, y
respetarían su cuerpo y todo su ser como si fuera el Mío, por esa unión íntima
y amorosa con que mi padre los vinculó, como sacerdotes en el único Sacerdote,
en el Sumo y Eterno y Verdadero Sacerdote.
No se dan cuenta muchos de mis sacerdotes que son otros Yo,
y por esto no se preocupan de no lastimarme. No piensan, repito, que me ofenden
dentro de Mí; que Conmigo, por decirlo así, ofenden a mi Padre y que hacen, en
cierto sentido, que Yo mismo, Yo en ellos, contriste al Espíritu Santo todo
amor, que formó y asiste en todas sus palpitaciones a mi Corazón de amor.
Todo esto lo quiero esclarecer e iluminar, lo quiero traer a
la memoria y ¡ay! Reformar trayendo a las almas la verdad, para bien de mis
sacerdotes y de mi Iglesia.
Son puntos olvidados, empolvados, que si acaso se ven, los
ven como de lejos, con indiferencia y frialdad, sin pensar ni ahondar sus
consecuencias.
Pero Yo, en mi infinita caridad para con mis sacerdotes,
quiero verlos sin culpa y sin mancha, sino puros, limpios y santos; que se
hagan el cargo, no solo de lo que se ve y se toca, sino de estas
minuciosidades, si así pueden llamarse, que los hacen culpables y han lastimado
años y más años la delicadeza y ternura de mi Corazón de amor.
Hasta lo más hondo, hasta lo más íntimo, quiero hacer la luz
en el corazón de mis sacerdotes, para que reparen, para que expíen lo propio y
lo de sus hermanos sacerdotes, para poder acercarme a ellos sin intermediarios,
sin nada que estorbe a la perfecta unión de amor y de dolor, de completa y
consumada transformación en Mí.
Yo me he prestado siempre a esto; pero ¡cuántas veces, me
lastiman las indelicadezas de los Míos, su poca finura espiritual, que se
conforma con lo puramente exterior, sin ahondar en esas regiones íntimas, sin
sospechar siquiera que existen; antes bien, lastiman mi alma con ese contacto de lo menos puro, ¡y cuántas veces de lo manchado!
Ya quiero pulir esas almas que me pertenecen; y no por no
sufrir Yo, sino por ellos, porque no acumulen, cuándo menos, purgatorio; porque
las miradas con que mi Padre los mira a ellos en Mí, no encuentren mancha, sino
que todos luz, todos limpieza, todos caridad, todos otros Yo, atraigan esas
miradas de mi Padre, y Él se complazca contemplándolos”.
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