FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

CRISTO ES EL ALFA Y OMEGA ETERNO Y TOTAL 2 [RECOPILACIÓN]


Tomado de conocereisdeverdad.org


Christus heri et hodie, principium et finis, alpha et omega... «Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos» (Misal romano, preparación del cirio pascual).

El Verbo eterno, al hacerse hombre, entró en el mundo y lo acogió para redimirlo. Por tanto, el mundo no sólo está marcado por la terrible herencia del pecado; es, ante todo, un mundo salvado por Cristo, el Hijo de Dios, crucificado y resucitado. Jesús es el Redentor del mundo, el Señor de la historia. Eius sunt tempora et saecula: suyos son los años y los siglos. Por eso creemos que, al entrar en el tercer milenio junto con Cristo, cooperaremos en la transformación del mundo redimido por él. Mundus creatus, mundus redemptus.

Desgraciadamente, la humanidad cede a la influencia del mal de muchos modos. Sin embargo, impulsada por la gracia, se levanta continuamente, y camina hacia el bien guiada por la fuerza de la redención. Camina hacia Cristo, según el proyecto de Dios Padre.

«Jesucristo es el principio y el fin, el alfa y la omega. Suyo es el tiempo y la eternidad»




El Dios de nuestra fe

1. En las catequesis del ciclo anterior he tratado de explicar qué significa la frase: "Yo creo"; qué quiere decir: "creer como cristiano". En el ciclo que ahora comenzamos, deseo concentrar la catequesis sobre el primer artículo de la fe: "Creo en Dios" o, más plenamente: "Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador...". Así suena esta primera y fundamental verdad de la fe en el Símbolo Apostólico. Y casi idénticamente en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano: "Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador...". Así el tema de las catequesis de este ciclo será Dios: el Dios de nuestra fe. Y puesto que la fe es la respuesta a la Revelación, el tema de las catequesis siguientes será ese Dios, que se ha dado a conocer al hombre, al cual "ha revelado a Sí mismo y ha manifestado el misterio de su voluntad" (Cfr. Dei Verbum , 2).

2. De este Dios trata el primer artículo del "Credo". De El hablan indirectamente todos los artículos sucesivos de los Símbolos de la fe. En efecto, están todos unidos de modo orgánico a la primera y fundamental verdad sobre Dios, que es la fuente de la que derivan. Dios es "el Alfa y el Omega" (Ap 1, 8): El es también el comienzo y el término de nuestra fe. Efectivamente, podemos decir que todas las verdades sucesivas enunciadas en el "Credo" nos permiten conocer cada vez más plenamente al Dios de nuestra fe, del que habla el artículo primero: Nos hacen conocer mejor quién es Dios en Sí mismo y en su vida íntima. En efecto, al conocer sus obras —la obra de la creación y de la redención—, al conocer todo su plan de salvación respecto del hombre, nos adentramos cada vez más profundamente en la verdad de Dios, tal como se revela en la Antigua y la Nueva Alianza. Se trata de una revelación progresiva, cuyo contenido ha sido formulado sintéticamente en los Símbolos de la fe. Al ir desplegándose los artículos de los Símbolos adquiere plenitud de significado la verdad expresada en las primeras palabras: "Creo en Dios". Naturalmente, dentro de los límites en los que el misterio de Dios es accesible a nosotros mediante la Revelación.

3. El Dios de nuestra fe, Aquel que profesamos en el "Credo", es el Dios de Abraham, nuestro Padre en la fe (Cfr. Rom 4, 12-16). Es "el Dios de Isaac y el Dios de Jacob", es decir, de Israel (Mc 12, 26 y par.), el Dios de Moisés, y finalmente y sobre todo es "Dios, Padre de Jesucristo" (Rom 15, 6). Esto afirmamos cuando decimos: "Creo en Dios Padre...". Es el único e idéntico Dios, del que nos dice la Carta a los Hebreos que "muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo..." (Heb 1, 1-2). El, que es la fuente de la palabra que describe su progresiva auto-manifestación en la historia, se revela plenamente en el Verbo Encarnado, Hijo eterno del Padre. En este hijo —Jesucristo— el Dios de nuestra fe se confirma definitivamente como Padre. Como tal lo reconoce y glorifica Jesús que reza: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra..." (Mt 11, 25), enseñando claramente también a nosotros a descubrir en este Dios, Señor del cielo y de la tierra, a "nuestro" Padre (Mt 6, 9).

4. Así, el Dios de la Revelación, "Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rom 15, 6) se pone frente a nuestra fe como un Dios personal, como un "Yo" divino inescrutable ante nuestros "yo" humanos, ante cada uno y ante todos. Es un "Yo" inescrutable, sí, en su profundo misterio, pero que se ha "abierto" a nosotros en la Revelación, de manera que podemos dirigirnos a El como al santísimo "Tú" divino. Cada uno de nosotros es capaz de hacerlo porque nuestro Dios, que abraza en Sí y supera y transciende de modo infinito todo lo que existe, está muy cercano a todos, y más aún, íntimo a nuestro más íntimo ser: "Interior intimo meo", como escribe San Agustín (Confesiones, libro III, cap. VI, 11: PL 32, 687).

5. Este Dios, el Dios de nuestra fe, Dios y Padre de Jesucristo, Dios y Padre nuestro, es al mismo tiempo el "Señor del cielo y de la tierra", como Jesús mismo lo invocó (Mt 11, 25). En efecto, El es el creador.

Cuando el Apóstol Pablo de Tarso se presenta ante los atenienses en el Areópago, proclama: "Atenienses, ... al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto (= las estatuas de los dioses venerados en la religión de la antigua Grecia), he hallado un altar en el cual está escrito: "al Dios desconocido". Pues ese que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, ese, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por mano del hombre, ni por las manos humanas es servido, como si necesitase algo, siendo El mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. El ... fijó las estaciones y los confines de las tierras por ellos habitables, para que busquen a Dios y siquiera a tientas le hallen, que no está lejos de cada uno de nosotros, porque en El vivimos, nos movemos y existimos..." (Act 17, 23-28).

Con estas palabras Pablo de Tarso, el Apóstol de Jesucristo, anuncia en el Areópago de Atenas la primera y fundamental verdad de la fe cristiana. Es la verdad que también nosotros confesamos con las palabras: "Creo en Dios (en un solo Dios), Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra". Este Dios —el Dios de la Revelación— hoy como entonces sigue siendo para muchos "un Dios desconocido". Es aquel Dios que muchos hoy como entonces "buscan a tientas" (Act 17, 27). El es el Dios inescrutable e inefable. Pero es Aquel que todo comprende; en "El vivimos y nos movemos y existimos" (Act 17, 28). A este Dios trataremos de acercarnos gradualmente en los próximos encuentros. 24.07.1985.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís